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domingo, 21 de julio de 2024

CALLEJERO

 

A lo largo de muchas entradas de este blog he manifestado mi relación de amor y odio con el asunto del envío de paquetes por mensajería. Trato, no siempre con éxito, que el destino final no sea mi domicilio por lo que conlleva de confinamiento casero hasta que por fin aparece el paquete. Por suerte, algunas empresas se han dado cuenta de los inconvenientes que supone esto y están habilitando sitios alternativos de entrega en oficinas de Correos, comercios, gasolineras o máquinas tipo cajeros a los que el destinatario puede acercarse… ¡cuando narices le venga bien!

Pero hay empresas, o mejor, envíos, que se resisten y no admiten otro destino que un domicilio de los clásicos, esto es, compuesto por calle y número. En esta semana me ha sucedido un hecho novedoso en relación con esta cuestión que supera mi capacidad de asombro.

Estoy pasando unos días de vacaciones en la misma casa en la que lo hago desde hace más de veinte años. De hecho, su dirección es una de las que tengo ya previamente registradas en la empresa vendedora y además es la única que me admite para ciertos envíos; sí, estamos hablando de esa enorme que empieza por A. Hay que fijarse bien, porque muchas veces no es la grandota la que vende, sino que otras lo hacen mediante ella, lo que supone que no se utilizarán sus propios servicios internos de mensajería y que la empresa real que suministre el paquete lo enviará por una de las «otras». No es objeto de esta entrada, pero podemos echar apuestas y carreras a ver cuál es la peor.

Confinado en casa el día concreto que se me anuncia la llegada, pasan todas las horas sin que el repartidor llame a mi puerta y tampoco a mi teléfono. Consulto el estado del envío por medio del número de seguimiento y un mensaje me dice que no han podido encontrar mi dirección y que lo reintentan al día siguiente. No entiendo que no se me llame por teléfono o se habilite un mecanismo por internet para que pueda cambiar mi domicilio, cuestión que no podré hacer porque estaba correcta y perfectamente especificado, incluso con una aclaración añadida de estar situado frente a un edificio público perfectamente localizable.

Entiendo que la empresa repartidora mandaría el paquete con otro repartidor, más listo, avezado o tenaz que el primero, a ver si encuentra el domicilio. Manifiesto que he recibido en años anteriores otros paquetes sin ningún problema. ¿Qué ha cambiado que yo no me haya enterado?

Receloso por el tema, se me ocurre consultar a san Google por la dirección de la casa. ¡Bingo! La casa no aparece en su sitio sino en medio de un prado verde lleno de vacas. Con razón el repartidor dice que no lo encuentra. Podría haber tratado de buscar el edificio público reseñado, pero se ve que o no era muy listo, o no tenía ganas, o llevaba prisa o vaya Vd. A saber. El mundo de los repartidores es hilarante y sus tretas son largo conocidas, aunque este, realmente, no es el caso. Si san Google dice que mi casa no existe, pues… ¡amén!

Me persono en el ayuntamiento de la localidad a preguntar si se hubiera producido un cambio en el callejero y así poder conocer el nuevo nombre de mi calle, que por supuesto san Google no facilita. Ha retirado el que había, lo ha colocado en otra zona ─de fincas y prados─ y nos ha dejado sin poder ser detectados por los repartidores y navegadores de vehículos. Porque claro, el mapa debe ser compartido y general y otros «san», de menor categoría como WAZE y TomTom, mandan al mismo sitio, al prado con las vacas.

San Google tiene la posibilidad de colaborar con ellos enviando correcciones a sus mapas que son valoradas y en caso de aprobación incorporadas a la vez que te agradecen tu colaboración. No hay que tener ningún certificado original de «callejerista» y solo con un correo electrónico basta. Sin mucha confianza opté por este camino y…

… mi petición fue aceptada y devolvieron el nombre a su calle original. Pero eso no ha servido de mucho, porque no han quitado el nombre de la calle errónea donde estaba y las búsquedas siguen apuntando al prado con las vacas. He realizado un nuevo intento de que eliminen ese nombre de la calle errónea y reconduzcan las búsquedas a la calle real, pero eso parece que está tardando más y mi petición sigue en espera de aprobación.

Por si había duda, ya lo sabemos. El dueño y responsable del callejero de una localidad es oficialmente el Ayuntamiento de la misma, que tiene reconocida capacidad para cambiar el nombre de calles y plazas como hemos podido ver en la prensa últimamente, aunque sea por motivos revanchistas para eliminar referencias en el callejero local a escritores o artistas. Pero esto, que es un hecho, no sirve de mucho si el todopoderoso Google no actualiza sus mapas porque yo diría que en un 100% es el sitio real a donde se acude a consultar por una dirección. Si san Google no lo recoge, como si no existiera o, peor como en este caso, si remite a otro lugar que no es el correcto.