Es menester comenzar esta entrada, por si acaso, con la consabida frase ya por todos conocida: «Los hechos y personajes relatados en esta historia son completamente ficticios. Por tanto, cualquier parecido o coincidencia con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura y casual coincidencia».
Érase una vez hace muchos años un ayuntamiento de un pueblo español en aquella época que se conocía como franquista. Tanto el alcalde como los concejales eran prácticamente designados a dedo y poco o nada podían hacer los ciudadanos por influir en esa designación. En la época en la que se desarrolla la historia, en los años sesenta del siglo XX, el alcalde a la sazón era uno de los médicos del pueblo y entre sus concejales, el encargado de deporte concretamente era del mismo gremio: un practicante. En el ayuntamiento, en puestos fijos que trascendían a estos dirigentes ocasionales, hallábanse los consabidos secretario, interventor, arquitecto, encargado de obras, jefe de la policía municipal y tantos y tantos otros, profesionales —técnicos de ahora en adelante— que laboraban desde hacía años en sus puestos municipales y que trascenderían a los regidores que acabarían siendo sustituidos tarde o temprano por otros con el paso de los años.
Estos gobernantes ocasionales, alcalde y concejales, acudían al ayuntamiento un día de la semana por la tarde a mantener una reunión decisoria con los técnicos, que informaban de las actuaciones en curso y futuras en los diferentes ámbitos municipales, expresando a los regidores sus opiniones y pareceres sobre cómo actuar. Los regidores escuchaban a estos técnicos, se supone que conocedores de sus materias, y tomaban las decisiones correspondientes para que los asuntos siguieran su curso. Tras ello, estos regidores se volvían a sus casas y al día siguiente se incorporaban a sus trabajos de los que vivían, el alcalde a tratar a sus pacientes, el practicante a «pinchar culos» por aquel entonces y, en fin, cada uno a su profesión, que evidentemente y como se desprende de estas palabras no era la de político. Ser político no era una profesión de la que se pudiera vivir en aquella época y aunque tuvieran una pequeña asignación monetaria por asistir a estas reuniones, el montante no daba para mucho.
Pasaron los años y llegó un cambio radical: los ayuntamientos se convirtieron en democráticos y los alcaldes y concejales eran elegidos por el voto popular. La cosa ya cambió mucho. El alcalde dejaba temporalmente sus obligaciones laborales y se dedicaba por entero al ayuntamiento, ahora ya sí como profesión remunerada de forma suficiente. Con el tiempo no solo el alcalde sino hasta ocho concejales en este ayuntamiento engrosarían las filas de los «empleados remunerados» con lo que ya podíamos decir que la política era una profesión.
Con el tiempo, alcalde y concejales, desde sus despachos, dirigían las actuaciones municipales y los técnicos municipales acabaron por convertirse en un estorbo. Sus opiniones empezaron a ser tenidas menos en cuenta y poco a poco los regidores se las apañaron para ningunearlos pues no podían consentir que un «empleaducho» municipal cuestionara decisiones del alcalde o un concejal, personas todopoderosas que actuaban «mandados por el pueblo». Un concejal delegado de obras no podía consentir, de ninguna manera, que el interventor municipal indicara que una determinada actuación no podía hacerse al no estar contemplada en los presupuestos y no disponer de fondos para ella. El alcalde no podía consentir que una determinada actuación urbanística a la que él se había comprometido con el constructor de turno sin tener ni idea, fuera denegada por el departamento de obras municipal y su arquitecto al frente.
Con todo ello, nacieron nuevas profesiones remuneradas: los cargos de confianza, dispuestos a decir a sus contratadores lo que querían oír y de paso dejar bien claro a los técnicos municipales que quedaban convertidos en meras figuras decorativas y que tuvieran cuidado con lo que decían so pena de… (ponga aquí cada lector lo que se le ocurra, hasta las ideas más peregrinas que seguro han ocurrido en alguno de los miles de ayuntamientos).
Esta historia se amplificó a otro «invento» de aquella época: el «café para todos», es decir, las Autonomías Españolas a las que he dedicado algunas entradas en este blog en el pasado como por ejemplo AUTONOMÍ...suyas, y que siguen siendo una pesada carga para el bolsillo del contribuyente español, que ve como se recortan temas vitales para su vida diaria como vivienda, educación, enseñanza, sanidad o transporte entre otras para poder sufragar la nómina de la, en mi opinión y salvo casos, caterva de políticos y adláteres que mantienen un entramado que más que mejorar la vida de las personas la dificulta. Pero claro, para esto habrá opiniones para todos los gustos. Ya se sabe, tres españoles, cinco opiniones por la mañana y hasta ocho o más por la tarde.
Y tras esta historia de ficción, vamos al tema. En estos días estamos asistiendo al esperpento que supone el juicio denominado como del procés en la Audiencia Nacional donde se juzgan los hechos ocurridos en los últimos años en la Autonomía Catalana. Todos los españolitos tenemos formada nuestra opinión sobre este asunto y especialmente sobre la violencia que en algunos momentos ha tenido lugar. Está claro que determinadas actuaciones tanto de las personas como de las fuerzas de seguridad pueden ser consideradas sí o no violencia según el color del cristal con que se mire.
Yo no puedo entender, todavía, que competencias (completas) en materia de seguridad hayan sido cedidas al control de las autonomías, como ocurre en Cataluña y en alguna otra autonomía, como tampoco algunas otras como sanidad o educación. Pero, insisto, son opiniones. En todo caso, los «Mossos d’Esquadra» o bien «mossos d’escuadra», —unos con mayúscula y otros con minúscula, ver uniformes en la fotografía— fuerza de seguridad en Cataluña, está integrada por profesionales que trascienden a los dirigentes, ocasionales, en un determinado momento. Como igualmente y por poner un ejemplo añadido son los letrados asesores de la Generalitat. Son técnicos que estaban antes de que llegaran los diputados electos actuales y que estarán cuando se marchen y vengan otros.
Tiene que ser muy difícil obedecer órdenes de políticos que choquen frontalmente con las opiniones de los técnicos y las advertencias en su contra como ahora se está demostrando, por si alguno tenía alguna duda, que ocurrió. A algún profesional de estas fuerzas de seguridad le ha costado ya el puesto y lo que es peor, la honra. Pero a nivel global, la independencia de estos profesionales, técnicos al servicio de la comunidad a lo largo del tiempo, no puede ser puesta en entredicho ni forzada por políticos advenedizos que entran como elefante en cacharrería enarbolando sus opiniones personales o las de sus adláteres que les ríen las gracias.
El tiempo dará y quitará razones, pero desde un punto de vista práctico, hay que solucionar las cosas del vivir día a día antes de juguetear con las emociones de las personas. Las emociones son muy bonitas cuando se tienen cubiertas las necesidades básicas. Cuando tenga una casa donde vivir con mi familia, un trabajo, una educación, una sanidad… ya decidiré si me hago seguidor del Sevilla o del Betis.
AÑADIDO EL LUNES 11 de marzo de 2019.
Leo en prensa una información complementaria con lo expuesto de la que dejo constancia aquí. Un ex letrado de la Generalitat —enfatizo lo de ex—, Antoní Bayona, ha publicado recientemente un libro titulado «No todo vale: la mirada de un jurista a las entrañas del procés». Habrá que leerle en los próximos días pues seguramente revelará información interesante y relevante de primera mano.