Hay algunas cosas que se van dejando pendientes y pasan los
meses casi sin darse cuenta sin que finalmente se acometan. Una de ellas era
la visita al Museo Arqueológico Nacional del que todo el mundo hablaba
maravillas desde su apertura tras la gran remodelación que ha sufrido. Para no
dejar pasar más tiempo, esta semana le ha llegado la hora.
Las visitas a los museos implican para muchas personas,
entre las que me encuentro, una relación de amor y odio. Los hay de muchos
tipos y para todos los gustos. Citaré uno curioso cuya visita tengo también
pendiente: el Museo del Cine en el madrileño pueblo de Villarejo de Salvanés, bastante desconocido pero
muy, pero que muy, recomendable. Conviene fijar la visita con antelación para no
presentarse allí y encontrarlo cerrado como me ocurrió hace unas semanas.
Resulta que el titular es un familiar de mi buen amigo Félix, así que cuando
vaya a realizar la visita recurriré a él para ir sobre seguro y si consigo que
me acompañe mejor que mejor, aunque su residencia en Valencia en la actualidad
complica un poco las cosas.
En mi época adolescente y junto con mi primo Álvaro, tuvimos
la fiebre de visitar todos los museos de Madrid. Aprovechando períodos
vacacionales en el colegio, me iba a la capital y me dedicaba con mi primo a
recorrer todos los museos; no dejamos ni uno sin visitar, aunque de eso hace ya
casi una cincuentena de años y las cosas han cambiado mucho, incluso algunos ya
no existen o han sido trasladados como el Museo del Ejército, cuya visita
recuerdo nítidamente por la impresión derivada de la contemplación de aquellas
armas. Creo que ahora está en Toledo.
Visitar un museo es casi un sinónimo de salir con la cabeza
caliente abrumado por la información, salvo que lo hagas de una manera comedida
y planificada. La mejor que recuerdo en mi caso tuvo lugar en 1980. Recuerdo
nítidamente la fecha porque un grupo de seis compañeros de la oficina estábamos
en Londres y nos desayunamos el primer día, un ocho de diciembre, con el
asesinato de John Lennon que había tenido lugar en Nueva York. El viaje a
Londres era de una semana y había sido cuidadosamente planificado no recuerdo
por cuál de los compañeros: el hotel estaba cercano al British Museum, que en aquella época era gratuito y lo primero que
hicimos cada día al salir del hotel fue dedicar una hora, solo una hora, al
museo, para visitar salas y cosas concretas. La primera hora de la tarde la
dedicábamos a hacer lo mismo en la National
Gallery. Este sistema nos permitió absorber la información sin llegar a la
saturación y el hastío.
Mi primera visita al Museo Arqueológico Nacional, situado en
la calle Serrano de Madrid por detrás de la Biblioteca Nacional de España, tuvo
lugar hace muchos años y fue para visitar una reproducción magistral de la Cueva de Altamira que se
había realizado bajo el jardín. Era casi imposible
visitar la real, aunque en aquella época era posible y mi mujer lo
consiguió. Esta semana me he acercado con los mismos planteamientos: estar
menos de dos horas y disfrutar de algunos períodos de la historia de España, concretamente
de la época de la dominación —bendita dominación— romana, un período que comprende
más o menos desde el siglo II antes de Cristo y la caída del imperio en la parte
final del siglo V de nuestra era. Por cierto, esta forma de fijar las fechas me
ha recordado une entrada ya antigua de este blog «CALENDARIOS» sobre el asunto de la datación que he vuelto a leer con fruición.
No recuerdo como era el museo antes de la remodelación. Pero
tras ella solo puedo expresar palabras de admiración. La información que
acompaña a cada objeto expuesto es exhaustiva. La iluminación de las salas,
magistral. La diversidad de objetos, amplísima. Los vídeos informativos que
abundan en las salas son muy explicativos, de duración contenida y acercan al
visitante a la época y las características de personas y lugares de forma que
permiten formarse una idea precisa. Es materialmente imposible leer toda la
información y detenerse en todas las piezas que se muestran. Por ello, mi
recomendación de verlo en pequeñas dosis y de forma controlada y calculada es
vital para no salir saturado de información e imágenes.
Esta semana he vuelto. Como mutualista de la Mutua Madrileña
en la que tengo asegurado mi vehículo, puedo acceder de forma gratuita al
museo, así que aprovecharé esta circunstancia para acercarme por allí de vez en
cuando y tratar de asimilar algún período concreto de los muchos que se exponen
allí. Es muy recomendable hacerse con una tableta que permite hacer una visita
guiada. También hay una aplicación —app— gratuita para el propio teléfono móvil.
En todo caso, la página web del museo contiene abundante información y es muy
conveniente acceder a ella con antelación para planificar la visita. Cuando
vuelva de nuevo, la Prehistoria será posiblemente la opción elegida. Para ello me descargaré la guía breve y
visualizaré la docena de vídeos a mi disposición en la página web accesibles
desde este enlace.
Y al final, como se suele decir, visite nuestro bar. Espectacular
cafetería accesible sin tener que acceder al museo y con una terraza exterior
en los propios jardines que harán las delicias de un buen libro si se
está solo o una buena conversación si se va en grupo.