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domingo, 13 de octubre de 2019

LLAVE (2de2)





A continuación, la conclusión del relato iniciado en la entrada de la semana anterior. Como dice José María del Val en los inicios de su novela «Llegará tarde a Hendaya», premio Planeta 1981… «resulta innecesario señalar que cuanto aquí se narra es fruto de la imaginación, y que difícilmente habría podido suceder… Se han incluido, además, varias imprecisiones y errores poco significativos que no desvirtúan, sin embargo, la veracidad de algunos hechos de primer orden reflejados en este relato…»



Pasaron los tres primeros días de la semana sin que hubiera ninguna noticia de Mencía y sin ninguna alusión por parte del camarero del bar. Víctor estaba pesimista, pero el jueves, pasadas las nueve, sonó el teléfono de su mesa.

—Buenos días, quisiera hablar con Víctor, por favor— dijo una voz al otro lado del auricular.

—Buenos días, yo soy Víctor, ¿con quién hablo?

—Hola. Soy Mencía León. Un primo mío segoviano me ha dado su nombre y su teléfono y me ha dicho que tiene Vd. algo que perdí la semana pasada. Se trata de un monedero con algunas cosas y algo de dinero. Lo he buscado como loca, pero no recuerdo donde lo perdí.

—Efectivamente, se trata de eso, lo tengo aquí y me gustaría devolvérselo tal y como lo encontré. Tendríamos que ponernos de acuerdo para vernos, respondió Víctor. 

—Pues dígame, voy donde me indique y a la hora que mejor le convenga.

—Yo hasta las seis de la tarde estoy en mi trabajo, en la zona de Arganzuela.

—¡Qué casualidad! Yo también trabajo en Arganzuela, contestó Mencía. Víctor pensó que quizá Mencía conociera el bar donde habría encontrado el monedero si por casualidad lo frecuentaba como hacía él.

—¿Conoce el bar Acaldo? Está cerca de mi trabajo y podría escaparme un momento a cualquier hora del día para devolvérselo.

—Claro que lo conozco, voy de vez en cuando con mis compañeros y también está cerca de mi trabajo. Concretamos una hora y nos vemos allí. 

—Hoy me va a ser imposible, pues salgo ahora mismo para una reunión fuera de la empresa y ya no volveré por aquí en todo el día, pero mañana, viernes, escoja una hora, nos encontramos en el bar a tomar un café y se lo devuelvo. 

—A la hora del desayuno, a las diez y media, ¿está bien?

—Perfecto, mañana nos vemos. Mido 1,72, complexión normal, pelo canoso con entradas y barba y bigote también canosos. Y llevaré un plumas azul oscuro con las hombreras amarillas para que pueda reconocerme.

Pasó Víctor el resto del día exultante por haber visto cumplidos sus deseos y poder devolver el monedero tras haber triunfado en sus pesquisas como aprendiz de detective. Cuando se lo contó a su mujer por la noche no cabía en sí de gozo.

A la mañana siguiente dijo a su jefe que iba a salir un momento a desayunar fuera y a las diez y veinticinco ya estaba en la barra del Acaldo tomando un café. Al rato entraron en el bar dos policías nacionales que se dirigieron a él y le rogaron que les acompañara. Muy nervioso, Víctor preguntó que de que se trataba y les pidió cinco minutos pues estaba esperando una cita. Los policías le dijeron que no se preocupara y que podían esperar esos cinco o diez minutos tomando un café. Mil posibilidades bullían en la cabeza de Víctor y encima Mencía no aparecía. Al final, los dos policías y él anduvieron las dos manzanas que les separaban de la comisaría del barrio.

Le acompañaron hasta la antesala de un despacho que tenía la puerta cerrada y los estores de la cristalera bajados. A los pocos minutos, una persona que se marchaba le indicó que entrara. Con los nervios a flor de piel, Víctor entró al despacho donde estaba una mujer que se levantó como un resorte para saludarle. Era delgada, fibrosa, muy bien vestida, con el pelo negro recogido en una coleta y una mirada penetrante desde sus ojos negros como la obsidiana.

—Soy Mencía. Vd. debe ser Víctor ¿Que tal? ¿Podemos tutearnos? Muchas gracias por venir.

La tensión acumulada por la situación dejó a Víctor con una flojera que a duras penas le permitió sentarse en la silla que Mencía le ofrecía. Una vez recuperado, sacó de su bolsillo el monedero y se lo tendió a Mencía a través de la mesa.

—Está tal y cual lo encontré la semana pasada en la repisa bajo el mostrador del bar. Un carnet, el dinero y una llave que por cierto me tiene muy intrigado.

—El carnet y el dinero son casi lo de menos, aunque es un pellizco. Lo importante para mí es precisamente esa llave que te tiene intrigado. La gente normal las llama esposas, pero esas son las que tienen maridos. Nosotros los llamamos grilletes y comprenderás lo importante que era para mí que esa llave no caiga en manos indeseadas. Me podría haber causado grandes disgustos.

—Vaya, que curioso, nunca lo hubiera pensado. En fin, me alegro de habértelo devuelto y más por esta cuestión.

—La alegría es mía. Sabes que por ley te corresponde un diez por ciento del dinero…

—De ninguna manera, no lo puedo aceptar. Tú eres su legítima propietaria y no se hable más. Si acaso algún día un café en el Acaldo donde te estaba esperando cuando llegaron tus dos… ¿compañeros? ¡Menudo susto me han metido en el cuerpo!

—Sí, eso, compañeros, bueno, más bien subordinados. Pero me gustaría que me aclararas una cuestión, si no te importa, dijo Mencía. Por más que lo pienso, no se me ocurre cómo me has localizado. ¿Hablaste con la empresa NEKRO? ¿Te facilitaron ellos mi dirección? No deberían de haberlo hecho…

—De ninguna manera. Ya que estamos en una comisaría y tú debes tener un cargo importante por lo que parece, te diré, sin citar nombres, que ha sido a través de un contacto que tengo en las oficinas de Hacienda…

FIN