Hay momentos en la vida que a uno le da por replantearse cosas y tomar algunas decisiones que normalmente afectarán a sus relaciones con los demás. Quizá lo más cómodo es dejarse llevar y seguir con la rutina, pero una de mis citas favoritas es aquella que dice que en el cambio está la oportunidad, así que de vez en cuando conviene revolverse y emprender nuevos caminos.
En esta semana se ha celebrado un acto de merecido homenaje a mi maestro y amigo Antonio Rodríguez de las Heras, fallecido por COVID hace ya dos años, en junio de 2020, y al que dediqué una entrada en este blog titulada «AntonioRodríguezdelasHeras» accesible desde este enlace, amén de multitud de referencias a sus enseñanzas en muchas otras entradas del blog desde una lejana entrada titulada «INTONSOS» accesible desde este enlace.
Entre sus muchas y magníficas enseñanzas, el decía que la comodidad del camino nos aporta seguridad y confianza, pero nos aleja de una enormidad de posibilidades; es mucho mejor apostar por llenar nuestro camino de encrucijadas que nos permitan atisbar otras andanzas que nos inquietarán, pero nos mantendrán vivos y en un continuo aprendizaje, aunque nos equivoquemos.
Esta semana, siguiendo una tónica mantenida en los últimos tiempos he roto con una de mis actividades. Desde hace 20 años me encargaba de organizar un encuentro entre compañeros. En 2001 se jubiló uno y de su fiesta de despedida surgió la idea de celebrar anualmente el encuentro, cuestión de la que me he venido ocupando. Ahora es más fácil con el correo electrónico, los grupos de wasap, las reservas de restaurantes a través de la web… Pero esta facilidad no quita para tener que ocuparse y sobre todo preocuparse del asunto.
He acuñado una frase para grabarme en mi mente a sangre y fuego: «acudirás a los eventos con las manos en los bolsillos», queriendo indicar que asistiré si puedo y me apetece, pero sin conllevar ninguna obligación ni ocuparme de nada, solo a disfrutar del acto sin tener que estar preocupado de, por ejemplo, quién no se ha dignado contestar a los correos o mensajes o no llega porque se ha perdido. Todos somos muy cómodos, dejamos que otro lo organice y luego, en algunos casos, no tenemos ningún reparo en manifestar observaciones, algunas hirientes, sobre la organización o el desarrollo del acto.
El de esta semana ha sido el cuarto de los grupos de este tipo a los que he dicho adiós en mi faceta como organizador. Insisten una y otra vez en sonreírse y no admitir el cambio, que para mí es definitivo. En uno de los grupos, mi buen amigo Manolo ha tomado el relevo y la cosa sigue funcionando sin novedad. Todavía me quedan algunos grupos de los que desembarazarme. Ahora, con menos ocupaciones dispondré de más tiempo libre para dedicarme a mis cosas. Supongo que me darán ganas de meterme de nuevo en líos, pero me conjuro para aguantarme y no volver a caer de nuevo en la red.
Por cierto, y como un colofón que viene a ser constante en mis escritos en este blog, el vocablo «desimplicarse» no figura en el diccionario, aunque su construcción utilizando el prefijo «des» deja claro su significado. Implicar significa «hacer que alguien se vea enredado o comprometido en un asunto» y también «hacer que alguien o algo participe o se interese en un asunto». El prefijo «des» denota «negación o inversión del significado de la palabra simple a la que va antepuesto». En este caso, pues, se trataría de no participar o no interesarse. Lo curioso es que tanto «enredar» como «desenredar», o «aparcar» y «desaparcar», figuran explícitamente en el diccionario, pero no así «desimplicar». Curiosidades de esta lengua tan rica de la que disfrutamos.