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sábado, 6 de junio de 2020

AntonioRodríguezdelasHeras



Mi primer contacto con Antonio Rodríguez de las Heras fue virtual, y no debido a ninguna pandemia como la que actualmente estamos sufriendo. Me alisté en un magnífico curso MOOC a los que soy tan aficionado. Corría febrero de 2015 y el curso se titulaba «Educación para una sociedad del conocimiento» y se sigue titulando porque sigue estando disponible después de unas cuantas ediciones en la plataforma eDX con el título ligeramente parecido, «Utopedia: Educación para la sociedad del conocimiento» y accesible desde este enlace.

En aquel ya lejano año de 2015, una de las actividades realizadas eran clases telemáticas en las que alumnos de todo el mundo interaccionábamos con el profesor a través de nuestros ordenadores y la conexión a internet. ¿Nos suena esto en estas fechas de la primavera de 2020? ¿Cuántos profesores y alumnos se han visto obligados a realizar las clases de esta manera? Antonio Rodríguez de las Heras era un visionario que dedicaba todos sus esfuerzos a estudiar cómo las nuevas tecnologías estaban influyendo en el mundo de la educación.

Tras este contacto virtual tuve la enorme fortuna de conocerle personalmente, asistiendo a cursos monográficos en la universidad Carlos III de Madrid de la que era catedrático emérito pues su edad había rebasado ya los setenta años, cuestión que no influía en sus ánimos y en sus ganas de trabajar y ser útil a la sociedad, participando en reuniones, encuentros, charlas, programas de televisión y allá donde era requerido con una predisposición encomiable a compartir sus vastos conocimientos.

El 2 de abril de este año 2020 Antonio emitía su último trino en la red Twitter de la que era asiduo  

 
Desde entonces, el silencio, un silencio atronador que arrojaba preocupación a cuantos bebíamos de sus comunicaciones. Preocupado por ello en los momentos que vivíamos por mor del coronavirus, intenté contacto con él a través de mensajes privados que no sólo no tuvieron respuesta, sino que ni siquiera llegó a leer como denotaban los stickers


 
Ninguna noticia, ninguna referencia… Antonio había desaparecido, hasta que ayer viernes 5 de junio de 2020 un mazazo en forma de correo electrónico del rector de la Universidad Carlos III llegó a mi bandeja de entrada: 

Lamento profundamente comunicar el fallecimiento del Profesor Antonio Rodríguez de las Heras, Catedrático emérito del Departamento de Humanidades: Historia, Geografía y Arte, víctima del Covid-19. Quiero resaltar su aportación y su compromiso con nuestra Universidad, que le llevó a ser el decano de la Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación.
Envío un fuerte abrazo a su familia.
Juan Romo
Rector

Antonio nos había dejado, la maldita COVID-19 se lo había llevado. Siempre se dice que es muy fácil hablar de las personas que nos han dejado y que se nos llena la boca de elogios algunas veces inmerecidos. A lo largo de este blog y desde marzo de 2015 en que hacía referencia a Antonio Rodríguez de las Heras en la entrada «INTONSOS» hay al menos trece entradas en las que me hago eco de sus enseñanzas, hasta la última titulada «SAPIENCIA» de septiembre del pasado año 2019 que ha hecho aflorar las lágrimas a mis ojos cuando la he releído de nuevo.



Las muestras de dolor y aflicción por esta pérdida irreparable son constantes en estos días. Amigos, alumnos, profesores, compañeros… todos expresan su pena por la desaparición del maestro. Sin embargo, sus enseñanzas quedarán para siempre entre nosotros en ese mar de ceros y unos —cómo él gustaba decir— que se pueden plasmar en una pantalla y escuchar en un altavoz en cualquier parte del mundo.

Descanse en Paz, Antonio Rodríguez de las Heras, un humanista visionario y luchador por concienciar a la sociedad de los desafíos que impone la tecnología a nuestras vidas, especialmente en el mundo de la educación.

A pesar de alargar desmesuradamente esta entrada, no me resisto a incorporar el escrito de Enrique Villalba, profesor, director del Instituto de Cultura y Tecnología y compañero de Antonio en la Universidad Carlos III de Madrid, que resume de forma magistral toda la bonhomía que rodeaba las actuaciones del maestro. Este escrito fue publicado en LinkedIn el sábado 6 de junio de 2020.
 
Antonio Rodríguez de las Heras, el magisterio de la palabra

por Enrique Villalba

Desolado y aún -como muchos de nosotros- casi sin palabras, no puedo dejar de participar en la desconsolada conversación en esta plaza pública de las redes que Antonio tanto apreciaba. Parece que nos ha dejado sin ese recurso, sin el don de la palabra que era una de sus más deslumbrantes virtudes y que enganchaba a todos. La palabra hablada -que era ahora uno de sus más vivos intereses- y la palabra escrita.

La palabra nunca como una prédica, como un discurso, como una lección, como una receta, sino como una conversación, compartida, como escucha también, de la que te hacía siempre partícipe y protagonista, con su amable generosidad.

La palabra como profesor y como maestro, en seminarios o charlas informales en sus podcasts o vídeos, en sus cursos, en sus artículos académicos o de prensa, en un post, en un tuit… Fuera cual fuera el formato, la extensión o duración o la comunidad con quien la compartía, era siempre un privilegio su agudeza, su empatía, su generosidad, su paciencia. La palabra de Antonio no es divulgación es destilación -dosificada con exactitud según el caso- de una reflexión constante. Era un comunicador superdotado, en todos esos sentidos y formatos. Su palabra no solo traslucía sabiduría sino también su persona, machadianamente, “en el buen sentido de la palabra bueno", afable, modesto. Esa combinación que era evidente de inmediato hacía que multitud de personas lo reconocieran como un maestro. Y es que coincidiréis en que no es extraordinario conocer a alguien que concitara tan unánimemente admiración por el sabio y afecto por la persona. En estas plazas, en estas tristes horas de su adiós, lo estamos comprobando.

La palabra en Antonio era conversación, no palabra lanzada a su suerte, sino trenzada en una red. Una conversación de horizontes -temporales y espaciales- interminables. En el tiempo se prolongaba en unas relaciones que Antonio mimaba. El tiempo, cuya brevedad le pesaba, como el bien más preciado y que, sin embargo, compartía siempre tan generoso. Y fue siempre un pionero desarrollando esa conversación en formas de todo tipo y, claro también en ese espacio sin lugares, en la red, a través de las pantallas: explorándola, señalando los primeros asentamientos y haciendo de guía experto para tantos de nosotros. Sin miedo a abrir sendas que quizá hubiera que desandar, sin miedo a intentar labrar y habitar nuevas tierras transdisciplinares, dejando atrás la comodidad de los lugares comunes y de los compartimentos estancos de las disciplinas académicas.

La palabra que era también semilla en multitud de proyectos. Antonio era un genial hacedor de proyectos. De nuevo generoso, pues, a sabiendas de que muchos no llegarían a dar cosecha e incluso ni siquiera a brotar, los planificaba con una ilusión y con una entrega admirables, los acercaba un paso a las utopías, de modo contagioso. Algunos de esos proyectos, los repartía y regalaba para que otros los cultivaran, a otros dedicó tiempo y enormes esfuerzos personales (ahí están todos los proyectos fundacionales de las Humanidades en la UC3M, la propia Facultad, la licenciatura en Humanidades, los cursos de Humanidades, su Instituto de Cultura y Tecnología -siempre será su Instituto, aunque otros lo reguemos ahora-, etc.), a otros se le invitaba y en ellos se embarcaba apasionado. En cualquier proyecto en que participara era siempre un impulso de entusiasmo, de creatividad, de innovación, una invitación a asumir riesgos.

La palabra y su ejemplo. Por eso llegaba tan bien. Porque estaba vivida, porque era verdad. El ejemplo de Antonio y su coherencia era una parte esencial de su magisterio.

La palabra como cuento: nos contaba nuestro lugar en el mundo (es decir, la cultura), nos lo contaba, envolviéndonos con el juego fascinante de sus metáforas inolvidables que nos transportaban a todos a sus ideas.

La palabra del amigo. El consejo siempre más sincero y que te devolvía los ánimos. Con su palabra era posible seguir. La palabra que no tenía recovecos para el rumor o la maledicencia. La palabra en positivo: ideas, amigos, su familia.

La palabra que se nos hace impensable que se haya vuelto silencio, que no tenga su eco en un lugar. Pero la seguiremos teniendo siempre, replicándose, en el espacio sin lugares, siempre en sus textos, siempre en cursos, sus vídeos, sus podcasts…, pero sobre todo en nuestras memorias. Otro de sus grandes temas, la memoria, los modos de hacer memoria. Un maestro como él no solo vive en nuestras memorias -personales y compartidas- sino que seguirá siempre contribuyendo a la memoria que cada uno de nosotros vamos haciendo.

La palabra. Su palabra. Buscadla en la red y compartidla, sostenedla en ella.

 
[En la foto, sus manos y su palabra manuscrita]