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domingo, 2 de julio de 2023

PENSAMIENTOS

El cerebro humano está funcionando las 24 horas del día. Incluso cuando estamos dormidos, seguimos elaborando imágenes y pensamientos, aunque algunos de ellos pueden ser construcciones irreales a partir de situaciones vividas o imaginadas. Una de las cuestiones fundamentales (por ahora) es que cada persona es dueño de los suyos y tiene la potestad de comunicarlos o no a los demás, cosa que hará en función de un sinnúmero de circunstancias en relación con sus intereses.

He mencionado lo de por ahora porque los científicos están como locos tratando de descubrir mecanismos que permitan acceder al cerebro de las personas para poder «leer» —y almacenar— sus contenidos. Esperemos que eso tarde en llegar, no llegue nunca, porque en ese punto la humanidad estará irremisiblemente perdida.

Hace años, en mi entorno laboral, tenía frecuentes interacciones por motivos laborales con una compañera con la que tenía mucha confianza. Ella tenía un problema personal: le olía fuerte y desagradablemente el aliento. Todos los que trabajábamos con ella lo habíamos detectado e incluso lo comentábamos entre nosotros, pero… ¿decírselo? Al final nadie quería poner el cascabel al gato y se guardaba sus pensamientos para sí o los comentaba con los demás menos con la persona interesada. «A boca que dice verdades le esperan enemistades»; al final, yo tomé la decisión de comunicárselo, lo que supuso una airada reacción por su parte y que me dejara de hablar en meses, notando un enfriamiento gélido en nuestras relaciones laborales y total en las personales. Pero alguna medida tomó porque dejó de olerle el aliento. Al cabo de varios meses se sinceró conmigo, me pidió perdón y me agradeció enormemente el habérselo dicho, porque ella no se daba cuenta.

Situaciones como esta se nos presentan a lo largo de la vida casi de forma continua e inmisericorde. Y es muy difícil tomar la decisión de comunicar nuestras elucubraciones a otras personas o guardárnoslas para nosotros. El tema referido de los olores corporales es asunto delicado y me he encontrado en más ocasiones con ello: solo una de las veces me he callado, pero a base de soportar viajes en coche a punto del desmayo por soportar fetideces. Pasaba antes por la gasolinera o el supermercado para comprar el más potente ambientador que encontrara.

Pero esto no ocurre solo con los olores. Puedo referir otro caso personal que me ocurrió en mi última etapa laboral en una gran entidad bancaria española. Sufriendo un mobbing —acoso laboral en el trabajo— de libro, un día me sinceré con mi jefe haciéndole ver que había —habían— conseguido que mi mente se cerrara y evitara cualquier comunicación positiva o negativa con el departamento. Escribí un relato ,de ficción, en este blog, en dos entregas, titulado «ARRINCONADO-1de2» y «ARRIONCONADO-2de2» advirtiendo que cualquier parecido con la realidad es una mera coincidencia.

En ese relato se dice que «…él se iba sabiendo lo que había ocurrido y la solución, sin que nadie le preguntara por ello. Había aprendido a ver, oír y callar, hacer lo que le mandasen —no le mandaban nada— y contestar únicamente a lo que le preguntasen —tampoco le preguntaban nada—». Y en otro momento, más adelante en ese relato, insisto, de ficción, se dice que «…pero quiero que sepas que todos en esta empresa, incluso tú, habéis perdido la capacidad de saber mis pensamientos, porque ya me cuido mucho de no comunicároslos, tanto los profesionales como, faltaría más, los personales».

Cuando dos personas interactúan, se tienen que dar cuenta que las experiencias se van acumulando y serán tenidas en cuenta en el futuro. Si no se crea un clima cálido de relación, se cuidarán muy mucho de tener la mente abierta y comunicar cuestiones interesantes: para qué, si se lo digo se va a cabrear, así que no merece la pena, punto en boca.

Es un poco como la metáfora de la piedra. Dice el refrán que no requiere explicación que «cuando la piedra ha salido de la mano, pertenece al diablo». Una vez que has lanzado la piedra que tienes en la mano, ya no eres dueño de su destino; puede volver, pero nunca sabrás cómo. Algo parecido pasa con la palabra: una vez dicha pierdes el control con el agravante de la oralidad y de cómo la interprete quién la escuche que puede captar un sentido incorrecto distante del que tú has querido dar.

«En boca cerrada no entran moscas» y se evita que otras personas accedan a tus pensamientos, especialmente cuando la confianza en esas personas no es suficiente como para abrirte en canal y poder obtener los beneficios de una conversación abierta enriquecedora para ambos. Es difícil sopesar cuando hablar y cuando callar. Pero no queda más remedio que hacerlo y, ante la menor duda, el silencio tendrá menos consecuencias… negativas, aunque perdamos las positivas.

Inmersos en plena campaña electoral, no creo que haya nadie en este país que no haya asistido al esperpento de lo sucedido en Extremadura donde una lideresa política expresó a los cuatro vientos sus pensamientos de forma contundente en relación con un (imposible) gobierno de coalición para a la semana siguiente desdecirse de lo dicho y firmar sumisamente lo que manifestó nunca iba a consentir.

Ejemplos hay muchos y cada cual tendrá los suyos en su vida, en sus relaciones, familiares, profesionales y con sus amistades. Es primordial el poner el máximo cuidado en lo que se transmite para asegurarse de que la persona que lo recibe lo hace de forma adecuada y tendrá la suficiente confianza en pedir aclaraciones en caso de cualquier ambigüedad. Si no es así, estaremos perdidos.