Mientras andaba yo esta semana esperando que llegara el día 22 para tener mi comienzo particular de la Navidad, compruebo con agrado que no soy —al menos— el único raro. En un artículo en el diario «El País» de esta semana titulado «La Navidad empieza mañana» la periodista Eva Güimil toca el tema que he ido madurando esta semana. El párrafo destacado del artículo no puede ser más revelador:
La lotería navideña empieza a venderse en julio, el turrón llega a los supermercados en septiembre y a mediados de noviembre los Papás Noel ya escalan fachadas. ¿Cuándo empieza exactamente la Navidad y por qué tenemos cada vez más prisa?
Una de las primeras entradas de este blog, escrita en diciembre de 2007 bajo el título de «NAVIDAD» ya transitaba por idénticos términos de mi relación con la Navidad. Algunas cosas han cambiado, otras son nuevas y todas ellas condicionan la Navidad de cada uno en la medida que se deje influenciar.
El correo electrónico ya estaba bastante implantado, aunque no tan generalizado como hogaño. Las felicitaciones navideñas en tarjetas escritas a mano, metidas en su correspondiente sobre y con el sello necesario eran depositadas en ingentes cantidades en los buzones de Correos complicando la vida a los carteros por el aluvión. ¿Sigue la gente escribiendo christmas y enviándolos por correo postal? Alguna de mis amistades mantiene la tradición, yo no, pero los recibidos por esta vía del correo convencional se cuentan con los dedos de la mano.
Ahora ya ni por correo electrónico: se imponen los wasaps, al ser rápidos, directos y fáciles de mandar a los cuatro vientos. Y en este sentido, yo he contabilizado la recepción de diecisiete wasaps relacionados con la Navidad antes del día 22, día en que, insisto, empieza para mí la Navidad y me niego en redondo a que sea antes. Para ser educado, a cada uno de esos diecisiete amigos les he contestado con un mensaje que decía: «muchas gracias por tu felicitación. Hasta el día 22 no comienza la Navidad para mí, así que ese día te contestaré. Un saludo/abrazo/beso».
Como ya decía la periodista en su artículo, no ha comenzado la Navidad y yo ya estoy harto. Me encargaron en las vacaciones comprar décimos de lotería para Navidad en mi lugar de veraneo… ¡en verano! No vamos a hacer aquí una relación de productos en los supermercados, luces de Navidad, anuncios de viajes, promociones, blackfridays, cybermondays, jugueterías, regalos… que llevan ya desde noviembre e incluso desde octubre machacándonos con la Navidad.
Antaño, la Navidad era especial, aunque muchas personas que conozco han sucumbido a estas «navidades modernas» en las que prima lo económico por encima de todo lo demás. Alguna comida que no era común hacía nuestras delicias mientras que ahora me gustarían unos huevos fritos con patatas y no caer en los clásicos «manjares» que lo único que hacen es aligerar nuestros bolsillos cuando, además, se comen en cualquier época del año. ¿Regalos? El Día de Reyes era especial para ver ESE regalo que te habían traído los Reyes y que era un acontecimiento extraordinario. Ahora, regalos Papá Noeles, Santa Clauses y Reyes Magos, en varias casas de tíos, abuelos y demás familia. Los chavales ya no saben el que hacer con tanta caja y tantos cachivaches a pilas.
Cuando nos vamos haciendo mayores es más dificil encontrar esa magia que dicen envuelve la Navidad. Las cosas ya no nos deslumbran como antaño y cuando, por ejemplo, hablamos de las estúpidas guerras por tener más luces o el árbol más alto en la ciudad, nos acordamos de los que no tienen luz en su casa o suficiente dinero para encender la calefacción: los extremos de esta sociedad nos desbordan.
Pues eso, que echo de menos cuando el inicio de la Navidad lo marcaban los niños de San Ildefonso, aunque en mi niñez ese día era el último día de colegio antes de las vacaciones. Y me gustaría no estar deseando todos los días que llegue el siete de enero para que belenes, árboles y adornos de Navidad vuelvan a su sitio en el fondo del trastero y poder recuperar la normalidad después de demasiadas celebraciones fastosas, muchas de ellas forzadas, en las que parece lo que no es y no se disfruta tanto como quieren hacernos creer.