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domingo, 27 de septiembre de 2020

MANTENIBILIDAD

Hay cuestiones que son cíclicas y se reactivan de vez en cuando. Posiblemente sea un indicativo de que no están bien resueltas y el paso del tiempo y las circunstancias obligan a su reconsideración una y otra vez con mayor o menor frecuencia. A nadie se nos escapa que una de ellas es el asunto de las pensiones.

Hace ya diez años dediqué dos entradas en este blog a mostrar mis impresiones en estos asuntos: «JUBILACIONES» en enero de 2010 y «PENSIONES» en abril del mismo año. Han pasado diez años y muchas de las reflexiones que allí se mencionaban siguen igual o en algunos casos peor.

Rescato un texto de aquella época: «Parece que la sociedad se dedica a cultivar los contrasentidos. En unos momentos en que el paro avanza a marchas forzadas, que las relaciones laborales modernas deterioran la convivencia y endurecen las condiciones de trabajo, que el ritmo de vida ha colocado a los trabajadores a muchos minutos de distancia entre su residencia y su puesto laboral, que el empleo se precariza por empresarios aprovechados de la situación ofreciendo salarios propios de una esclavitud, que surgen nuevas formas de acoso laboral para conseguir fines de forma ilícita, que muchas empresas están prejubilando a sus trabajadores con poco más de cincuenta años e incluso menos, que existe poca ilusión por el trabajo bien hecho y con vistas al futuro, que mucho ordenador pero las cosas no van mejor que antes, que …., que …., que…. van y se nos descuelgan, nada menos, con retrasar dos años la edad de jubilación».

Como todos conocemos, aquello de retrasar dos años la edad de jubilación se llevó a cabo, si bien con algunos matices para las personas que llevaban cotizando un determinado número de años.

Cuando empecé a cotizar mensualmente a lo que en aquellos años ya lejanos de los setenta del siglo pasado se llamaba «Instituto Nacional de Previsión» me hubiera gustado que me dieran a elegir si quería ponerme en sus manos o por el contrario que las cantidades me fueran entregadas directamente a mí y salirme del plan, encargándome yo mismo de mis cuestiones médicas y de mis ahorros para cuando llegara la jubilación. Esto no era posible, ni parecía que solidario, y todo el mundo estaba obligado a depositar mensualmente unos dineritos que nuestras sesudas autoridades se encargarían de administrar a lo largo de los años para la buena marcha del negocio médico y que cuando llegara el momento disfrutásemos de un merecido retiro laboral con una asignación justa y suficiente para seguir viviendo.

Es evidente que las circunstancias han cambiado: la cantidad de personas en situación activa en el mercado laboral no es toda la que debiera, las cotizaciones tienen su variabilidad en cuantía y, sobre todo, o más esgrimido y cierto, es que la esperanza de vida de las personas ha subido muchos años en relación a aquellas épocas.

En estos días, como si no hubiera otra cosa que hacer, se ha reactivado el asunto. Eso del «Pacto de Toledo» suena y suena. Y algunas noticias en Prensa reavivan la cuestión, no siempre certeramente enfocadas. Por ejemplo, las noticias de la imagen aseverando que los que se están jubilando ahora, nos estamos jubilando ahora, cobramos pensiones más altas, que los recién llegados al sistema cobramos 351 euros de media más. Me atrevo a calificar esto de falacias tendenciosas y que tergiversan las cosas máxime cuando se utilizan en los titulares, pero, ya se sabe, los titulares tratan de llamar la atención y si además consiguen que los lectores no entren a leerlos y se queden solo con el titular, miel sobre hojuelas.

Por ejemplo, si leemos en el interior, en el mismo artículo se dice que «Las personas que entran ahora al sistema tras su retiro laboral lo hacen con unas carreras de cotización que por lo general son más extensas y con mayores remuneraciones que los jubilados más antiguos, lo que les da derecho a mayores pensiones de jubilación.» ¿Esa es la clave! Ni las medias ni las generalizaciones son determinantes: a cada uno le corresponde lo que le corresponde en función de la normativa, sus años de cotización y sus cuantías.

Cuarenta y ocho años cotizando al máximo permitido. Este hecho derivado de mi vida laboral y/o mi suerte y esfuerzo conlleva ahora cobrar la pensión máxima que no olvidemos por cierto está restringida. Según los propios cálculos del INSS la pensión que me hubiera correspondido sería de 3.092,67 euros brutos mensuales en 14 pagas, pero como está limitada por ley se queda reducida a 2.683,34 euros brutos a los que hay que aplicar el correspondiente IRPF. Personas que han accedido al mundo del trabajo mucho más tarde, que se jubilan con muchos menos años de cotización tendrán la misma pensión. ¿Justo? ¿Injusto? Cada cual opinará en función de cómo le apriete el zapato.

Mantenibilidad, un vocablo que parece correcto a primera vista pero que no podemos encontrar en el diccionario. Hay que poner todo el esfuerzo que se requiera para conservar el sistema, restituirlo si se presenta un fallo y facilitar su evolución para su continuidad en el tiempo. Se habla mucho de la llamada «Hucha de las Pensiones», una cantidad de reserva que ha sido atacada por unos y otros que se acercaban golosones a un «pan para hoy y hambre para mañana» utilizando para otros menesteres espurios un dinero que estaba reservado para lo que estaba. Y claro, ahora no hay. Y tenemos que empezar a convencer a todos, especialmente los jóvenes, que no van a tener pensión, que se vayan buscando la vida y complementen con planes privados… ¡privatización! Solemne palabra que gusta a los que pueden sacar beneficios de algo, pero de la que huyen, y quieren socializar, cuando las telarañas acechan los cajones.

Oía el otro día en una charla sobre este asunto una opinión que a primera vista puede parecer descabellada pero que tiene mucho alcance: ¿Edad de jubilación? Cada uno que se jubile cuando quiera pero… para establecer su pensión será tenida en cuenta su esperanza de vida y TODAS sus cotizaciones aportadas en su vida laboral. No es tan difícil el cálculo, las compañías de seguros y cualquier economista puede hacerlo.

Lo que debería estar claro para todos es que el sistema de aportaciones que nos ha sido impuesto a lo largo de los años debe mantenerse y adaptarse, pero sin hacernos comulgar con ruedas de molino a base de mensajes machacones tipo «que viene el lobo» para que vayamos asumiendo el ser mordidos y devorados por el lobo y estemos maduritos cuando el lobo aparezca.


 


 

domingo, 20 de septiembre de 2020

INELUDIBLE

 

Hay ciertas cuestiones que yo creo que sin reflexionar un poco se van quedando en nuestras vidas obligándonos a comulgar con ruedas de molino si queremos seguir más o menos metidos en la vorágine de los mundos digitales y no quedarnos fuera de ellos. Cierto es que todo es muy complicado pero algunas veces las soluciones que se adoptan son cuando menos cuestionables y deberían de disponer de alguna alternativa para que las personas no tuviéramos que pasar sí o sí por los procesos que designan otros o al menos tener una cierta capacidad de elección.

Hace un tiempo que, en la normativa bancaria y debido a la proliferación de problemas de acreditación de los usuarios en el entorno digital, se puso de moda la llamada «segunda verificación»; cuando uno trata de hacer cualquier operación bancaria a través de cualquier cachivache digital, no basta con facilitar el documento nacional de identidad y una palabra clave elegida por nosotros, sino que además es necesario disponer de un teléfono móvil al que nos mandarán un código necesario para continuar con la operación. Y una vez dentro, por cada operación tipo transferencia, nuevo código al canto. Con el tiempo las entradas a las plataformas se dulcificaron y solo de vez en cuando es necesaria esa segunda comprobación.

Algunas empresas, bancos o no, fueron más allá. No les servía el asunto de los SMS enviados al teléfono y exigen tener instalada su aplicación –APP- para poder manejarse a base de «notificaciones». Con esta vuelta de tuerca ya no sirve un teléfono móvil convencional de esos que sirven solo para hablar, sino que es necesario un teléfono inteligente, con la aplicación instalada y además sin tocar. En esto de sin tocar me refiero a que no admiten teléfonos «rooteados» por el usuario en lo que me atrevo a calificar como el colmo del intervencionismo. Para aquellos lectores con espíritu «GEEK» les animo a consultar la entrada «COCINEROS» sobre el asunto del «roteo» y la más concreta «DESPRECINTAR» donde refiero el problema con el banco ING por tener mi teléfono personalizado a mi gusto y conveniencia.

Lo de la «segunda comprobación» se ha generalizado: ya muchas empresas lo utilizan en diferentes comunicaciones con los usuarios, bien en modo SMS bien en modo NOTIFICACIONES. Pero a veces las cosas no funcionan, porque no siempre tenemos el teléfono disponible a mano porque se nos puede haber quedado sin cobertura, haberse caído al váter o tener la SIM deteriorada. O bien los mecanismos de las empresas no funcionan o funcionan con retraso.

Escribo esto porque esta semana he disfrutado de tres encontronazos por este asunto. No han sido graves, pero sí me ha tocado esperar de una hora a veinticuatro para poder hacer esas operaciones que hoy en día se nos antojan como inmediatas pero que empiezan a no serlo tanto si no tenemos el teléfono móvil, inteligente, a mano y plenamente operativo. E incluso teniéndolo. Las refiero brevemente para que sirvan de ejemplo.

Una de ellas, con AMAZON. Normalmente con el usuario y la clave se puede acceder desde cualquier navegador en el ordenador para hacer una compra o consultar el estado de tus pedidos, pero si esta empresa detecta que estás usando una VPN, una red privada virtual, lanza un proceso ciertamente sofisticado a tu móvil para que entres en una página web suya y valides el acceso. Una vez hecho esto en el móvil te permite continuar con la operación. Claro, lo mejor es tener la aplicación instalada en el móvil y así hacerlo directamente con lo que si nos roban o suplantan el móvil, el ladrón lo tiene a huevo para hacer lo que quiera a nuestras expensas.

Otro ejemplo. Intentaba acceder a mi área de usuario de mi proveedor de internet, JAZZTEL concretamente, con el usuario y la clave que desconozco pero que he utilizado siempre porque la tengo apuntada de forma electrónica en un gestor de claves —ver entrada «CONTRASEÑAS» en este mismo blog—. Me decía una y otra vez que la clave era errónea a pesar de que no la escribo y utilizo el copiar y pegar desde el repositorio. Bueno, la cosa está en «reconocer que la he olvidado», cosa que no es verdad, para que me manden una nueva. ¡Tachín! «… le acabamos de mandar un mensaje a su teléfono con un código para que pueda seguir adelante con la operación…». Esperé y esperé cerca de media hora haciendo otras cosas y el mensaje no llegó. Solicité uno de nuevo y… nada. Ambos mensajes llegaron horas después cuando ya no podía usarlos porque no estaba en ese asunto. Por la tarde lo intenté y como no llegaba el mensaje, al cabo de una hora llamé al servicio de asistencia técnica donde no me dieron solución: tenía que esperar el mensaje. Llegó a la hora y media y pude seguir con el proceso.

Y el tercero, un portal especializado de un banco cuya imagen puede verse al principio de esta entrada. El SMS llegó pasados cuarenta minutos después de su solicitud. Aquí uno se queda sin saber quién es el culpable en todo el recorrido: el emisor del mensaje y la empresa de telefonía que lo gestiona, la empresa de telefonía que lo recibe o el propio teléfono del usuario. Demasiados intermediarios en la operación.

Con todos los respetos, basar únicamente estas «segundas comprobaciones» —hay muchas más empresas que utilizan ya estos procedimientos— en un teléfono móvil inteligente no me parece de recibo. Los teléfonos se pierden, están inoperativos, las personas se cambian de número por mil razones y con ello todos estos procesos quedan hechos añicos hasta que podamos volver a ponerlos en orden, un orden que para conseguirlo… ¡Hará falta el teléfono! ¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?

INELUDIBLE es algo que no se puede eludir, que es según el diccionario —acepción segunda— esquivar el encuentro con alguien o con algo. Podemos evitar el tener un teléfono móvil e incluso conozco algunas personas que no lo tienen, o dicen no tenerlo, pero esta actitud implica renunciar cada día a más cosas, algunas de ellas ya casi imprescindibles en nuestra vida diaria, especialmente en nuestra vida diaria digital.