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domingo, 27 de diciembre de 2015

KÁLOWA




Escribía hace ahora tres años la entrada "BlueMagic" relatando un espectáculo del que me enteré por casualidad y eso que tenía lugar en mis mismas narices pero me había pasado inadvertido. Ahora ya estoy sobre aviso y todos los años, gracias a esa agenda electrónica que muchos llevamos en el teléfono, a primeros de octubre empiezo a desplegar las antenas para indagar los preparativos del año en curso. El año pasado hubo un parón en el desarrollo anual de este proyecto pero este año ha vuelto y con fuerza, con mucha fuerza, muchas ganas y mucha ilusión.

Ese gran músico, productor, animador y arreglista que es Manu Contreras ha vuelto a aglutinar una montonera de aficionados y profesionales, niños y mayores, para crear el maravilloso y fenomenal espectáculo que ha sido KÁLOWA. El propio diseño hace que solo esté en exhibición una semana escasa por lo que es la miel que se escapa entre los labios una vez al año por estas fechas y hay que estar atento para conseguir una localidad. Con aquello de la venta por internet, este año estaba yo a las 00:00 horas del día quince de octubre de 2015 en que se anunciaba su venta dispuesto a no dejar escapar mi oportunidad y tener una cierta capacidad de elección en fecha y ubicación en el coqueto teatro Jacinto Benavente de la casa de cultura de Galapagar.

Todo esto tiene un fin que no es otro que financiar proyectos solidarios en todo el mundo de la fundación «SiguiendotusPasos». Todos los artistas que participan en el espectáculo así como otros muchos que colaboran entre bambalinas para que todo fluya sin problemas lo hacen desinteresadamente para que los logros económicos sean los mayores posibles y alcancen su destino en personas necesitadas en cualquier rincón del mundo. En la propia web de Siguiendo tus Pasos hay más información de todo este asunto.

La esencia de estos eventos es la transmisión de valores humanos. Pero que mejor que reproducir a continuación la sinopsis del espectáculo que figuraba en los programas de mano

Cuenta la leyenda que, según las inscripciones del más antiguo y sabio de los magos egipcios hace miles de años, nuestro corazón tiene la capacidad de albergar una energía pura y etérea que se alimenta de actos de bondad y desinterés.
En ese mundo Azul, una luz dorada difiere el resto, la isla de «Kálowa», un pequeño paraíso donde reside eternamente la Magia Azul de los seres que abandonaron el planeta Tierra.
Sólo aquellos que elijan vivir acorde a los cinco valores de Kálowa (HONESTIDAD, GENEROSIDAD, RESPETO, ESFUERZO y ACTITUD) como principios fundamentales, serán capaces de despertar en su corazón el poder de la «La Fuerza del Uno».
Es en el quinto valor donde reside el secreto mejor guardado de los egipcios, donde podrás encontrar el mayor de los poderes jamás imaginado y la llave que abrirá las puertas de «Kálowa».

Una vez más, por encima de un centenar de actores y músicos profesionales y aficionados, chicos y grandes, nos han deleitado con más de dos horas y media de magia, sin descanso, que han hecho las delicias de grandes y pequeños hasta acabar todos rendidos en un encendido y continuado aplauso final, puestos en pie, y bailando todo el teatro al ritmo de la música. La imagen a continuación son los momentos finales en los que se puede ver un escenario en el que no cabe un alfiler. No se puede disfrutar más una entrada de doce euros cuyo importe, además, va destinada a fines sociales y solidarios. ¡S u b l i m e



sábado, 19 de diciembre de 2015

REMOLONEAR



No podemos fiarnos ni del aire que respiramos, que pudiera estar viciado, y si no que se lo digan a los sufridos ciudadanos madrileños en estos días de primeros de diciembre de dos mil quince. Me he llevado una sorpresa al elegir el título de esta entrada pues inicialmente había pensado en «remolones», pero me ha dado por ir al diccionario, con lo que he encontrado que su significado de «colmillo de la mandíbula superior del jabalí» o «cada una de las puntas con que termina la corona de las muelas de las caballerías» no responden a mi intención. Sí lo hace la finalmente utilizada que reza como «rehusar moverse, detenerse en hacer o admitir algo, por flojedad y pereza» y aún no del todo, porque no hace referencia a la intencionalidad expresa en el acto de remolonear.

En las casas de la llamada sociedad avanzada disfrutamos hoy en día de suministros directos que llegan a nuestro domicilio con solo abrir un grifo, una llave de paso, levantar un teléfono o pulsar un interruptor; agua, combustible, comunicaciones o electricidad nos acompañan las veinticuatro horas del día puertas para adentro sin que tengamos que movernos. Esto, que puede parecer lo normal hoy en día, no lo era hace años pues recuerdo en casa de mis abuelos que el agua había que ir a por ella con cubos a la fuente, el gas o el gasoil eran inexistentes y en su lugar se acarreaban piñas, astillas o leños para la cocina o la chimenea, al teléfono le quedaba mucho por llegar y de la luz sí que disponíamos, aunque la continuidad en el servicio era casi pedir milagros. Afortunadamente las épocas han cambiado y ahora todo es coser y cantar. Pero, claro, luego hay que pagar estos abastecimientos.

Y en esto de los pagos hay de todo. La cuestión es sencilla: hay unos contadores, unos precios y de ambas cosas se deriva una factura por el coste que habremos de abonar. En mi caso la lectura y factura del agua es trimestral, la del gasoil ahora hablamos, la de comunicaciones y telefonía es mensual y de la luz…mejor un «sin comentarios», pues con la anuencia de nuestros gobernantes uno ya no sabe si es mensual, bimensual, lectura real o lectura estimada, consumo por horas o el sursum corda.

Los consumos de combustibles tienen mucha variabilidad a lo largo del año, especialmente si disponemos de agua caliente y calefacción individuales, que viene siendo lo más común últimamente, pues los modelos centralizados que se pusieron de moda en los años sesenta y setenta en Madrid y otras grandes ciudades tuvieron muchos problemas, dado que a la hora de apoquinar pagaba lo mismo el que no vivía en la casa, el que vivía solo o la familia con diez hijos. Evidentemente los consumos de agua caliente por poner un ejemplo no eran los mismos ni parecidos.

En la comunidad en la que vivo actualmente, el suministro para la caldera individual es de gasoil y procede de unos tanques de la urbanización. Cada vivienda tiene su contador individual y hay una empresa que se encarga de todo lo relacionado con el tema. Pero, como digo, la variabilidad en los recibos, incluso para un mismo domicilio, era enorme, ya que no tiene lugar el mismo consumo en los meses de invierno con la calefacción, que en los de verano donde incluso alguno de ellos se puede estar de vacaciones y no gastar prácticamente nada.

La empresa, llamémosla RMC, con buen tino, nos convenció hace años de que era mejor establecer una cuota mensual fija de forma que todos los meses pagáramos igual y nos ahorráramos sobresaltos y sorpresas desagradables. Se calculó lo que habíamos gastado el año anterior, lo dividió por doce, y a pagar todos los meses lo mismo. Pero esto no era una tarifa plana, no nos vamos a engañar, se trataba de un pago a cuenta que habría que regularizar, cuestión que se decidió hacer una vez al año en el mes de septiembre. Con ello, la empresa solo debería leer los contadores en los cambios de precio del combustible, con lo que si este no variaba no hacía falta leer el contador más que una vez al año. Así pues, en septiembre, teóricamente, se producía la liquidación calculando la diferencia entre lo que se había abonado mensualmente y lo que realmente se había consumido. Dicha diferencia, no hace falta señalarlo, podía ser a favor de la empresa o a favor del usuario. Se pagaba un recibo adicional por la liquidación o la empresa te abonaba lo pagado de más y todos tan contentos. Al menos sobre el papel.

Los cambios en los consumos debidos a los cambios en las estructuras familiares añadidos a las fluctuaciones de los precios del combustible han convertido esto en un galimatías. En mi caso, yo salía comido por servido por lo general, teniendo que abonar una pequeña cuota extraordinaria en septiembre por haber gastado más de lo pagado. Todo bien y todo correcto. Pero llevamos unos años en que es al revés, he pagado más y por lo tanto me tienen que devolver. Hasta el año pasado sin problemas.

Pero este año, la liquidación ha visto la luz con fecha de 20 de noviembre de 2015, aunque referida a septiembre como siempre, arrojando un saldo a mi favor de 247,44 euros, cantidad nada despreciable en los tiempos que corren. Debería haber sido ya abonada en mi cuenta, en la misma que cargan mis recibos, pero hasta la fecha ese importe no ha aparecido, y recuerdo que estamos en diciembre. En fin, un error o un olvido de los muchos que se pueden cometer en este mundo actual de las finanzas y las prisas. Tocó llamar por teléfono a la empresa y pedir explicaciones. Ya de entrada me extrañó que de forma rápida y sin tiempo para consultar nada me dijeran que estaba todo abonado, que no había nada pendiente. Bueno, puede ser, pero a mí el dinero todavía no me ha llegado.  Van a comprobar la transferencia de abono y… me informarán.

Ojalá me equivoque, pero mucho me temo que dicha transferencia no se haya producido. Ya sé que soy mal pensado, pero las transferencias bancarias, las que realmente se hacen, suelen funcionar sin problemas porque los números de cuenta ya llevan sus controles y es muy difícil equivocarse, salvo que mi dinero se lo hayan mandado a otro porque algún empleado haya «bailado» como se dice en el argot cuentas e importes. Menos mal que no me han cargado lo de otro cuya liquidación le saliera a pagar.


Y ahora me queda la duda, de ser mal pensado, ya lo sé, pero es que últimamente veo cosas feas por todos los sitios. ¿Ha realizado esta empresa todas las transferencias? ¿No ha realizado ninguna? ¿transferirá solo a aquellos que se den cuenta, reclamen y protesten? La respuesta solo la conocerán los responsables de la empresa aunque en caso de que esto sea cierto y les pillen con el carrito del helado ya se preocuparán de señalar con nombres y apellidos a un empleado displicente o desleal que cargará con todas las culpas. Pero yo lo tengo claro, no señor, no admito nombres de empleado, la responsable es la empresa.
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domingo, 13 de diciembre de 2015

CALENDARIOS



No hay nada como tener por delante dos horas de un tranquilo viaje en coche para que aniden en nuestra azotea superior las ideas más peregrinas. Con la familia dormida o durmiendo, que no es lo mismo como ya dijera Camilo José Cela en una de sus geniales intervenciones, y sin la posibilidad de poner en la radio mis podcast a los que últimamente soy adicto para no despertarles, un plácido momento de conducción por una autopista tranquila activan los pensamientos en direcciones insospechadas.

No sabría explicar  porque me vino a la mente la siguiente idea aunque quizá sea una consecuencia de mi reciente afición por la historia; no se trata de aprender fechas pero si es interesante ubicar cada período para tener un mapa esquemático de lo acontecido desde que hace 4.500 millones de años empezó a desarrollarse el planeta Tierra hasta nuestros días. Todo lo que ocurrió hace más de cinco o seis mil años queda un poco en la nebulosa, pues en esos momentos cuando al parecer se inicia la escritura y nuestros antepasados empiezan a dejar testimonios fehacientes de lo que ocurría. Para saber lo ocurrido con anterioridad tenemos que atenernos a los restos fósiles y conjeturar e interpretar mediante teorías y dataciones que era lo que estaba sucediendo.

La idea a la que me refiero es cómo y en qué momento se determinó establecer las fechas por delante o por detrás del nacimiento de Cristo. En ese preciso momento, en el día del nacimiento… ¿se dejaron de utilizar los calendarios existentes y se empezó uno nuevo? ¿Había calendarios? Una idea tonta pero que no me supe responder.

La facilidad de acceso a internet hoy en día, algo de tiempo y un mucho de interés pueden ser los ingredientes necesarios para enterarse casi de cualquier cosa. Cierto es que hay mucha morralla en la red, pero también hay piezas interesantes que profundos conocedores de los temas ponen a nuestra disposición. Un poquito de cuidado y olfato al seleccionar los temas y uno puede si no convertirse en un experto en el tema si al menos enterarse bastante bien de cualquier idea que vaya buscando.

Los calendarios más antiguos eran egipcios. Trataban por todos los medios de congeniar la vida diaria, especialmente de la agricultura, con el devenir del tiempo. La verdadera reestructuración y toma en serio del asunto de los calendarios corrió a cargo de Julio César, emperador romano, que dos años antes de su muerte, en el 44 «antes de Cristo» reordenó el asunto de los años, los meses, las nonas y demás aspectos de este mundillo. Pero ¿cómo podemos decir que fue en el año 44 antes de Cristo si este no había nacido ni se conocía nada de él aparte de algunas profecías? De estos reajustes queda la curiosidad de que los meses de julio y agosto tengan ambos 31 días, pues dedicados como estaban a los emperadores romanos Julio César y Augusto, no podían ser menos el uno que el otro. Julio César fue asesorado por Sosígenes de Alejandría que ya determinó que un año constaba de 365,25 días y además tuvo claro que había que renunciar a todo intento de hacer coincidir los meses con las fases lunares.

El hecho del nacimiento de Cristo pasó completamente desapercibido para la humanidad y más concretamente para romanos y judíos. Los hechos posteriores de su vida y el nacimiento de una nueva religión se fueron desarrollando durante los cinco siglos siguientes sin que a nadie se le ocurriera hablar en términos de «antes de Cristo» o «después de Cristo». Fue el papa Juan I quien alrededor del año 540 «después de Cristo» puso en manos de Dionisio, apodado el exiguo por su pequeñez, la tarea de poner un nuevo orden en estos asuntos. Tratábase de un matemático y astrónomo que supo fijar con bastante precisión el concepto de año estableciendo en 365,24219879 los días que la Tierra tardaba en dar la vuelta al sol. Pero …¿no quedamos en que la Tierra era el centro del universo y no se movía?

Tras las disquisiciones y estudios de este reputado matemático y por imposición de uno de los poderes fácticos de la época, el del papado, se impuso este sistema de hablar del tiempo fijando la existencia del 1 de enero del año 1 como base para todo lo relacionado con la datación, ajustando desde momento todas las fechas a este nuevo sistema. Bien es verdad es estudios posteriores plantean errores de cálculo y Jesús no nació ese teórico veinticinco de diciembre sino cuatro años antes, muriendo en el año 30 y no en el 33.

Tuvieron que transcurrir otros mil años hasta que otro Papa, Gregorio XIII, tomara cartas en el asunto y se decidiera de una vez por todas a arreglar los desajustes en el calendario y fijar el que tenemos en la actualidad, conocido como calendario gregoriano en su honor. La estructura sería la misma pero dejaría establecidos los años bisiestos y su forma de determinarlos. Por ello el día siguiente al 4 de octubre de 1582 fue el 15 de octubre de 1582, pero no en todos los países. Algunos adoptaron la «orden» papal de forma inmediata, como nuestro rey Felipe II que en aquella época lo era también de Portugal, por lo que en estos dos países, además de los Estados Pontificios, las fechas del 5 al 14 de octubre de 1582 simplemente no existieron. Algunos países tardaron años, siglos, en aceptar este calendario y no lo hicieron hasta bien entrado el siglo XX.

Estos desplazamientos en la aceptación de la orden papal plantean situaciones curiosas. Es por todos conocido el hecho de que dos grandes de las letras universales murieron un mismo día, 23 de mayo de 1616, en referencia a Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Pero técnicamente esto no es cierto, dado que en ese año el calendario gregoriano estaba implantado en España pero no así en Inglaterra donde no fue adoptado hasta 1752. Por ello, el 23 de mayo de 1616 no era físicamente el mismo día terrestre habida cuenta de la discrepancia entre los calendarios que regían en ambos países.

Y todas estas curiosidades más algunas más que no transcribo para no aburrir al lector han sido consecuencia de una idea que me vino a la mente en un momento de soledad y aburrimiento en un viaje por una autopista tranquila mientras la familia dormitaba…


sábado, 5 de diciembre de 2015

AISLAMIENTO




Lo vemos de forma continuada a diario, personas mirando a su móvil en todos los lugares y situaciones. Incluso andando por la calle. Se trata de una actividad absolutamente personal e íntima y que nos absorbe cada vez más horas al cabo del día. Podemos aprovechar el transporte público, un momento en el cuarto de baño y situaciones similares, pero con ellas no tenemos suficiente y es frecuente ver la misma escena en grupos de amigos físicamente juntos pero mentalmente separados, en los comensales de una mesa o… cuando estamos viendo la televisión. Tenemos la costumbre familiar tras la cena de sentarnos «en familia» a ver un poco alguna serie o película, por supuesto grabada y sin anuncios, faltaría más. Al menos al principio, teóricamente mientras avanzan los títulos pero cada vez más después, nos entretenemos con el móvil mandando ese último wasap, echando un vistazo al correo o leyendo los titulares de última hora en algún periódico, cuando no asomándonos a Twitter o similares. Ver la televisión es una actividad absorbente que no permite la realización concurrente con otra, pero nos empeñamos en que eso no rece para manipular esa cada vez más extensión de la mano, sobre todo en jóvenes, que es el teléfono llamado inteligente.

Eran otras épocas donde la tecnología brillaba por su ausencia al menos a nivel personal. Recuerdo la calle como ese punto de encuentro con los demás para realizar actividades en conjunto, desde construir cabañas en el monte hasta jugar a la taba, al chito, al escondite o «a lo que hace la madre hacen los hijos» que para quién no lo haya conocido consistía en que uno iba haciendo todas las tonterías o burradas que se le ocurrían y los demás del grupo tenían que repetirlo imitándole. Eso incluía saltar barandillas, escaleras de siete en siete o cosas parecidas. Todo eso se va relegando y lo que ahora se lleva es estar en pandilla en un banco del parque, cada uno con su móvil e incluso hablando entre ellos, pero por wasap. Es la moda y resulta difícil sustraerse a ella.

Cada día hay disponemos de más aplicaciones que nos conectan con el mundo en la misma proporción que nos aíslan de él. Tenemos todo al alcance de la mano mientras funcione el aparatito dichoso y no se nos hayan terminado los «datos» o tengamos una «wifi» cercana a la que chuparla la sangre. A veces me gustaría tener una varita estilo Harry Potter y conseguir por arte de magia que todos los móviles de esa reunión de amigos dejaran de funcionar al unísono. ¿Qué pasaría? Sería interesante observar sus reacciones porque mucho me temo que no sabrían qué hacer, tendrían que recuperar actividades pasadas que ya se han olvidado o que, según las edades, nunca se han realizado. La dependencia del cacharrito es total, tanto que yo creo que no sabríamos que hacer o que decir en su ausencia. La digitalización y la globalización se imponen y el móvil nos resulta imprescindible para todo… menos curiosamente para hablar por teléfono.

Todas esas cosas que oímos de que nos tienen «geolocalizados», que saben lo que hablamos, donde estamos, con quién nos relacionamos, cuáles son nuestras preferencias de compra, el dinero del que disponemos y cuestiones similares o bien no nos importan ni reparamos en ellas o son simplemente asumidas para disfrutar de la tecnología de forma inmediata sin prever consecuencias a largo plazo. La red tiene memoria, todo está guardado y almacenado, presto a ser utilizado por quién lo desee, sin contemplaciones y sin un mínimo de «net-etiqueta» para verificar su veracidad o sus circunstancias. Para muestra bien vale un botón, y si no que se lo pregunten a ese concejal actual del Ayuntamiento de Madrid al que le están sacando los colores por su pasado como tuitero expresando ideas que ahora se revelan como contraproducentes en su nueva ocupación al frente de una concejalía madrileña.

Por lo que veo en mi hija, se queda por wasap, se hacen los deberes por Instagram, se preguntan las cuestiones por mensajes hablados y se resuelven pegas por Facebook: todo lo que se menea está basado en el «Smartphone», la tableta y/o en menor medida el ordenador. Hace unos años algún padre me ha llegado a llamar por teléfono a las nueve de la noche para que hiciera el favor de escanear algún tema de un libro y enviárselo por correo porque a su hijo se le había olvidado el libro en el colegio.

Pero no nos fijemos solo en los jóvenes, también los mayores vamos entrando, no tan a fondo bien es verdad, en la dependencia y lo que antes teníamos apuntado en una agenda o en alguna libreta, ahora va en el móvil con nosotros a todas partes. Es una ventaja, no lo vamos a negar, pero que solo podrá ser utilizada cuando el móvil funcione y no nos lo hayan sustraído, lo hayamos perdido o simplemente se nos haya quedado sin batería. Como algún día por la razón que sea el hilo se corte y veamos el vacío al otro lado nos vamos a enterar.

Cada vez llevamos más servicios en el aparatito que ya nos acompaña como hemos dicho hasta cuando visitamos al sr. Roca. La tecnología miniaturiza e incorpora cada vez más sensores que se pasan actuando sin descanso todo el tiempo que lo tengamos encendido y que están suministrando información, mucha de ella sin enterarnos, al mundo fisgón que guarda todo por si en algún momento se necesita. La información no es mala ni buena, todo depende del uso que se haga de ella. Sería muy buena si un montañero se ha perdido en el monte y los servicios de rescate le pueden localizar pero podría ser muy malo en otros casos. Me viene a la memoria un ejemplo que es del siglo pasado pero que puede ilustrar un mal uso de la información. En la Segunda Guerra Mundial, cuando los alemanes invadieron Bélgica, se encontraron con una lista oficial de todas personas judías residentes en el país. El Estado llevaba ese control para asignar las subvenciones correspondientes en función de la creencia de cada uno. Lo que servía de una forma eficaz a un cometido loable se convirtió de la noche a la mañana en una sentencia de muerte.


sábado, 28 de noviembre de 2015

COOPERACIÓN




Aunque los números marean y no hay un consenso unánime, podemos establecer que hace unos seis millones de años ciertos primates empezaron a evolucionar muy lentamente hasta convertirse en lo que hoy somos: homo sapiens. En alguna entrada anterior cercana nos hemos referido al descubrimiento de Lucy en 1974 por Donald Johanson, una «australopithecus afarensis» de 3,2 millones de años de antigüedad y que uno de los ancestros de los «homos». Los años pasaban lentamente y se necesitaban cientos de miles de ellos para hacer perceptibles los cambios evolutivos. Hay que recordar que en aquella época, como ocurre hoy en día con las especies animales, el concepto de territorio propio estaba muy marcado pues se vivía en pequeños grupos o manadas que cooperaban entre sí para procurarse el alimento y que rechazaban de forma violenta la invasión de su espacio por otros grupos.

Por decirlo de una forma básica, el que no trabajaba no comía. La cooperación entre los integrantes del grupo estaba centrada en la supervivencia. Con estos planteamientos, la evolución y los cambios eran tremendamente lentos. Pero al decir de los entendidos en la materia, en el alto paleolítico, en tan «sólo» quince mil años se produjeron más cambios que en los tres millones de años anteriores. Una de las claves pudiera estar en el paso del nomadismo derivado de nuestra condición de cazadores-recolectores al sedentarismo de habernos convertido en agricultores. La siembra y cosecha de grandes extensiones de terreno daba para alimentar a más individuos, con lo que los grupos pudieron crecer y crecer al tener el sustento asegurado, incluso algunos más listos tomaron conciencia de podían beneficiarse del trabajo de los demás y comer sin trabajar.

El crecimiento de los grupos sentó las bases de la cooperación. Las ideas de unos y otros se iban intercambiando y sobre estos fundamentos se establecían nuevas herramientas y nuevas formas de hacer las cosas que incrementaban la calidad de vida. Si nos vamos al futuro, de la mano de la ciencia ficción, una estupenda novela de Robert L. Forward titulada «Huevo de dragón» ilustra esta idea. Una nave espacial terrestre está orbitando un planeta lejano para estudiar las formas de vida existentes en él. La nave se estropea y no puede regresar a la Tierra, quedando condenada a estar dando vueltas y vueltas alrededor del planeta con la consiguiente muerte de sus ocupantes. Pero el concepto de tiempo en el planeta es diferente al humano, y en pocas horas humanas tienen lugar varias generaciones de «cheelas», nombre de los habitantes de ese planeta. La acción de toda la novela transcurre en una semana; los humanos consiguen comunicarse con los «cheelas», al tercer día les retransmiten electrónicamente todo el conocimiento de la Tierra, los «cheelas» elaboran y reelaboran ese conocimiento a través de varias de sus generaciones y como consecuencia de ese progreso al quinto día están en condiciones de reparar la nave espacial terrícola que puede regresar a la Tierra. ¿Cuál es el trasfondo de esta historia? Cooperación.

No hace falta llegar a la ciencia ficción para constatar esto. Hoy en día, con el desarrollo de internet, podemos recabar y recibir ayuda para casi cualquier cuestión con sólo navegar por la red. Multitud de foros o páginas web pueden salir en nuestra ayuda con conocimientos de lo más diverso o incluso si no encontramos lo que buscamos podemos dejar nuestra pregunta y muy posiblemente será contestada. Pondré unos ejemplos personales muy rápidos para ilustrar esta idea. Hace un tiempo se me fundió la bombilla de cruce de mi coche. Depende de los modelos, pero en el mío hay que hacer un master, de forma que no hay otro remedio que llevarlo al taller. Como me resistía a ello, en un foro de coches estaba la descripción detallada, con fotografías, paso a paso, de cómo hacerlo. Ahí estaba el master, cambiar la lámpara fue un juego de niños. Cooperación de nuevo.

Otro caso que me sucedió a primeros de este año es más ilustrativo. Necesitaba un programa para acceder a una nube informática y me faltaban conocimientos de las herramientas disponibles. Tras unas búsquedas por la red, me decidí por un lenguaje de programación denominado «python» que no conocía pero además hacía falta también dominar unas estructuras llamadas API's que posibilitan el acceso a la nube desde el lenguaje de programación. Para no extenderme, tomé un desarrollo realizado desde un foro que no conseguía hacer funcionar, pero el propio programador, un ciudadano ruso anónimo y desconocido para mí, estuvo ayudándome de forma desinteresada a través del correo electrónico durante dos semanas hasta que sacamos la aplicación adelante. Nuevamente cooperación entre dos personas que no se conocen de nada y a cambio de nada, solo agradecimiento.

Los casos de este tipo son innumerables hoy en día y una buena prueba la tenemos en los miles de aplicaciones gratuitas desarrolladas por personajes anónimos que ponen al servicio de la comunidad sus conocimientos y su trabajo, lo que hace que el progreso sea meteórico y casi estemos hablando de días para ver como las cosas avanzan a paso agigantado. Otro día desarrollaré esto, pero hace cincuenta años un ordenador de capacidad limitada ocupaba una habitación entera y ahora lo llevamos, mucho más potente que aquellos, en nuestro teléfono en la palma de la mano.

Pero en el asunto este de la cooperación no solo se trata de tecnología. También hay un componente humano y en eso las tradiciones son importantes. Vean el ejemplo entrañable que les propongo mediante la visualización de un vídeo de poco más de quince minutos en la plataforma Youtube en este enlace y al que pertenece la imagen que ilustra esta entrada. Está en inglés pero las entrevistas a los participantes las entenderemos muy bien los hispanohablantes. Las imágenes son elocuentes: en una zona de Perú, las poblaciones de ambos lados de un río se reúnen durante tres días para reconstruir completamente el puente que las une. Tejiendo hierbas de la zona mientras sus hijos juegan, las mujeres construyen sogas que son manejadas por sus maridos hasta convertirlas en un precioso puente. No dejen de ver y disfrutar de esta tradición ancestral deliciosa que pasa de padres a hijos y que lleva teniendo lugar desde hace cientos de años. Un ejemplo actual de cooperación entre las personas, sin tecnología, en una fiesta con resultados prácticos.



domingo, 22 de noviembre de 2015

CORRESPONSALES




En esta semana de noviembre de 2015 se cumplen cuarenta años de la muerte de Francisco, un señor por todos conocido que rigió los destinos de España durante cuarenta años tras encumbrarse al poder como consecuencia de la sublevación militar ocurrida en julio de 1936 que derivó en una Guerra Civil que mantuvo ocupados unos contra otros a los españoles como si no tuviéramos otras cosas más perentorias a las que dedicarnos. Durante esos años, los medios de comunicación, y en especial la prensa escrita, fueron objeto de una férrea censura que en varias ocasiones impidió la salida de diarios o semanarios al encuentro de sus lectores. Sobre este asunto recuerdo de aquella época un cuarteto que decía así: «Bolín es a bolón — como cojín es a X — me importa tres X — que me cierren la edición» y que fue la respuesta de la revista «La Codorniz» en su reaparición tras un cierre por censura gubernativa.

A los pocos años de la muerte de este señor, la explosión de las ansias de libertad se tradujo en la aparición de numerosas publicaciones. En una de ellas, de marcado carácter local y periodicidad semanal, tuve la suerte de participar como colaborador y por ende tuve la oportunidad de ejercer de corresponsal o de fotógrafo, cuando no de gestor de publicidad, chico de los recados o hasta cajista en la imprenta ayudando a altas horas de la noche para poder sacar el semanario a los quioscos en fecha. Eran otros tiempos y las cosas funcionaban de otra manera. Recuerdo las reuniones de los «consejos de redacción» de los jueves por la tarde noche en casa de Manolo, el director, para ultimar la publicación y que muchas veces se prolongaban hasta bien entrada la noche. Todo por afición y sin cobrar una peseta, que entonces era la moneda que circulaba y además al día siguiente había que madrugar para ir a trabajar. El semanario estuvo en funcionamiento varios años y fue toda una experiencia para un aficionado aprendiz de periodista que me dejó muchas alegrías, muchas carreras y también algún que otro problema pues la información que se publicaba, como era lógico, no estaba a gusto de todos y más al centrarse en una localidad de pequeño tamaño donde nos conocemos todos.

Cuarenta años después, los tiempos han cambiado y de qué manera. El viernes de la semana pasada nos reuníamos a cenar en un restaurante un grupo de familiares y amigos de José Luis con motivo de su sesenta cumpleaños en una fiesta sorpresa de esas que se organizan ahora en secreto y de la que a punto estuvo de escaparse el homenajeado que no quería ir al restaurante ni a tiros. A esa misma hora tenían lugar en París los atentados en varios lugares que dieron como resultado ciento veintinueve muertos y numerosos heridos al ser tiroteados varios restaurantes, los asistentes a un concierto en una sala de fiestas y por auto inmolación en los aledaños de un estadio de fútbol en el que se celebraba un partido internacional. Como digo, las cosas han cambiado y mucho en estos cuarenta años. Antaño nos hubiéramos enterado de la noticia probablemente por la radio, lo más inmediato en aquella época, al llegar a casa esa misma noche si hubiéramos conectado alguna emisora o quizá ya al día siguiente.

Pero ahora casi todos llevamos en nuestro bolsillo una potente herramienta de comunicación: el teléfono móvil. En un momento de esos tontos de la cena en los que empiezan los comentarios, las fotos y las idas y venidas a visitar al sr. Roca, me dio por encender el teléfono y entrar en Twitter a dar un vistazo rápido y allí pude ver como estaba todo lleno de comentarios de unos y otros sobre los sucesos: la noticia en vivo y en directo, de forma inmediata, en mensajes cortos, fotos o vídeos, directos o «re tuiteados». Opté por no decir nada en la cena para que la cosa siguiera en su ritmo festivo y se viera alterada por la noticia.

Los medios de comunicación lo tienen hoy día más fácil pero también más complicado. En esta semana se ha producido otro atentado en el asalto de unos terroristas a un hotel en Mali, no tan grave como el de París pero si impactante. Los medios de comunicación, por ejemplo la radio, se han procurado corresponsales improvisados utilizando la llamada directa por teléfono a personas normales y corrientes, no periodistas, que se encuentran en la zona, como por ejemplo y en lo que yo he podido escuchar un sacerdote y un monja que están allí en misión humanitaria y que nos han podido ofrecer noticias de primera mano desde el lugar de los hechos.

En cuanto a tenerlo complicado, remito a una entrada en este blog de hace cuatro años, en octubre de 2011, titulada «autoINFORMACIÓN». En ella se hacía ver que los medios deben extremar su cuidado en lo que informan sobre determinados actos porque los oyentes o lectores podemos estar asistiendo casi en directo a los mismos a través de las redes sociales, lo que puede derivar en el más grande de los ridículos o en que se les vea el plumero pues disponemos de herramientas de contraste de la información que nos brindan una miríada de personas anónimas, presentes en los actos, con sus comentarios, sus fotografías y sus vídeos a través de las redes sociales por medio de sus teléfonos móviles.

Cualquiera que se encuentre en el lugar puede devenir en un corresponsal improvisado con solo sacar su teléfono del bolsillo. Los profesionales de los medios de comunicación llegarán tarde o nunca a sucesos inesperados con lo que no tendrán más remedio que servirse de lo que ellos mismos llaman «aficionados» cuando divulgan la noticia utilizando el material cedido por estos improvisados corresponsales que cubren el sucedido en vivo y en directo.



domingo, 15 de noviembre de 2015

IMPORTADO




«A la cama no te irás sin saber una cosa más» reza un conocido refrán que suele ser cierto aunque no nos demos cuenta en nuestro trajín diario. Pero a veces sí que nos damos cuenta sobre todo cuando nos aplicamos aquel otro de «la letra con sangre entra» y el aprendizaje conlleva un cierto sufrimiento. Por seguir con los dichos, aquel de «pones un circo y te crecen los enanos» me ha resultado de aplicación esta semana, en la que los líos se me amontonaban y me caían unos encima de otros sin solución de continuidad.

Uno de ellos ha sido la (nueva) rotura del teléfono móvil de mi madre, persona ya entrada en una edad que se acerca a la «noventena», palabra que tengo que poner entre comillas españolas por no figurar en el diccionario, donde se localiza hasta cincuentena pero no se puede seguir adelante sin incurrir en error. Los teléfonos móviles para personas mayores tienen que estar dotados de algunas características especiales, que se convierten en muy especiales dependiendo del grado de interés que tenga la persona mayor en las nuevas tecnologías, cuando no el rechazo de las mismas, ya que por un lado quieren acceder a ellas pero por otro no están dispuestas a dejar a un lado su natural aversión por «estas cosas nuevas» como dicen ellas y aprender. Y lo digo con conocimiento de causa por una simple comparación entre mi madre y mi suegra, ambas de la misma edad y, comparativamente hablando, como la noche y el día en este asunto, especialmente por la predisposición.

Como tenía poco tiempo, la solución estaba en buscar de forma rápida algún sitio en internet, algún sitio de cierta confianza, para encontrar el mismo modelo, exactamente el mismo, que tenía mi madre y darle el cambiazo para que todo siguiera igual y no se requiriera ninguna explicación ni ningún esfuerzo, por mi parte y por la suya, en hacerse con los mandos y controles de un nuevo cacharro. Dicho y hecho, la solución la encontré en Amazon, empresa de la que ya he hablado varias veces de forma positiva en este blog y que funciona a las mil maravillas, con lo cual no tuve ninguna duda además de que el precio era el mejor. En menos de dos días —lo encargué el miércoles por la tarde y el viernes por la mañana lo tenía en mi poder— me disponía a configurar el nuevo teléfono para dejarlo exactamente igual que el estropeado en todos los temas de sonidos, agenda, etc. etc.

Soy persona que gusta de leer de forma exhaustiva los folletos y ya me sorprendió que en la caja estuvieran en los idiomas clásicos de inglés, francés, italiano y alemán e incluso holandés pero no estuviera el correspondiente al español. En fin, lo encontré sin ningún problema en la web del fabricante y leyendo en la pantalla en lugar de en papel, me dispuse a interaccionar con el teléfono una vez cargada su batería como mandan los cánones.

¡Sorpresa! Lo primero es dirigirse a la configuración de idioma y ahí pude constatar que no estaba el español. ¿Cómo es esto posible? Nueva consulta al manual, a la web del fabricante, incluso les mandé un correo al centro de soporte que por cierto todavía no me han contestado y todo ello sin ningún éxito por mi parte. Intenté configurar el teléfono en italiano pues el tiempo me apremiaba y quería dárselo a mi madre a toda prisa, no porque le hiciera una falta enorme a ella sino por quitarme la tarea de encima. Pero resultó imposible; el italiano, al menos en los controles de un teléfono móvil, o de ese en particular, no se parece en nada al español.

La cuestión estaba clara, a devolver el teléfono, cuestión sencilla en Amazon, pero que lleva su tiempo pues hay que obtener las etiquetas de devolución, ir a una oficina de correos a devolver el paquete o pedir que te lo recojan en tu domicilio… en fin, más tiempo a emplear en todo caso. Pero no quería quedarme con la mosca detrás de la oreja de no saber lo que había pasado exactamente, si simplemente se traba de un fallo de Amazon en su cadena de distribución o por el contrario había gato encerrado en el asunto, de forma que si lo volvía a pedir, ese u otro, me tocara sufrir de nuevo el problema.

Pues sí, había un gato encerrado del que me enteré llamando por teléfono al centro de atención al usuario, que es el 900 803 711 y que pongo aquí porque me llevó un pequeño tiempo el encontrarle. Amablemente me lanzaron todo el proceso de devolución reintegrándome el dinero y mandándome las etiquetas de evolución a mi correo electrónico, proceso que no es nuevo para mí y que ya me ha tocado realizar en otras ocasiones que como digo he referido en este blog y que pueden verse utilizando el buscador. Como adición, un amable operador me indicó cual había sido toda la causa de esa ausencia de español en los folletos y en el propio aparato.

La clave de todo este problema es ese vocablo que he resaltado en la imagen y que figura al final del texto del anuncio: «IMPORTADO». Según me explicó, cuando figura la palabra «IMPORTADO» se trata de elementos comprados fuera del territorio nacional en los que no se puede tener la seguridad de que estén adaptados de forma completa al español, no solo en temas del idioma de configuración sino en otros aspectos como la ausencia de letras «ñ» o similares. Si el teléfono hubiera sido para mi uso personal muy probablemente me hubiera apañado con el inglés e incluso con el francés, pero me dijo el operador que aunque el idioma inglés suele estar incluido en todos los aparatos, pudiera darse el caso de que en alguno muy especial ni siquiera este idioma estuviera presente. Convinimos en que en estos casos debería estar mucho más claro el asunto, de forma que ni Amazon ni los clientes perdiéramos un tiempo precioso amén de unos gastos en envíos y devoluciones, que bien es verdad que sufraga la propia Amazon pero que deberían de evitarse.


Así que ya sabe, mucho cuidado con la palabra «importado» al final de la descripción de un elemento que piense comprar, al menos en la web de Amazon.



sábado, 7 de noviembre de 2015

DIARIO-2




El quince de noviembre de dos mil nueve escribía la entrada titulada «DIARIO» en este blog. Hace ya seis años de aquellas reflexiones en las que se incluía el siguiente párrafo que reproduzco:
El más completo de todos que recuerdo es el que realicé día a día durante todos los días de mi servicio militar, contando con pelos y señales todas mis vivencias en aquel año largo de secuestro legal. En muchas ocasiones pensé que si algún día me pillaban me iba a costar una buena reprimenda y quizá algo más, ya que lo escribía según lo sentía y lo veía. Y en el servicio militar, al menos en “mi” servicio militar había muchas cosas que no me gustaban.
Son ya muchos años en las espaldas y he sido un poco hormiguita en guardar cosas, tantas que muchas veces no sé ni lo que tengo ni dónde lo tengo. Buscando otros papeles, esta semana he dado con ese diario que estaba perdido. Ha sido una gran alegría y a la vez un trabajo nuevo, pues está escrito parte a mano y parte a máquina de escribir, en papeles, servilletas y donde pillaba. Nunca supe si el correo que me llegaba al cuartel estaba intervenido de alguna forma por los mandos, pero lo que sí que parece es que los servicios oficiales de Correos eran fieles a sus deberes y el correo de salida no lo estaba; por ello tenía mucho cuidado de depositar mis reflexiones en sobres como el que acompaña esta entrada e introducirlos directa y personalmente por la boca del león del buzón oficial en la central de correos. Iban dirigidos a la entonces mi novia que los fue guardando celosa y ordenadamente hasta mi vuelta.

Ahora toca el trabajo de escaneo, revisión y paso de toda la información a un documento electrónico. No sé si para otras personas sería interesante, pero sí lo es para mí, no sólo por recordar otros tiempos sino por tomar conciencia en la distancia de las peripecias y sinsabores que tuve que soportar durante esos catorce meses de, lo pongo en mayúsculas y negrita, SECUESTRO LEGAL que supuso para mí perder materialmente ese tiempo de mi vida para «servir» a la Patria y de paso a algunos militares «profesionales». En el diario se relata todo lo que pasó en aquel cuartel perdido en tierras españolas en África. Para que luego nos vengan contando monsergas, menos mal que la mili se acabó porque no creo que hoy en día los jóvenes soportaran tamaño desatino, al menos tal y como estaba concebido en aquellos tiempos.

He empezado la recuperación; reproduzco a continuación los primeros escritos de ese diario, empezando por lo que titulé el «Diario del Recluta» que luego tuvo continuación en el «Diario del Soldado», todo ello dentro del rimbombante título general de «Mi querido servicio militar».

DIARIO DEL RECLUTA.

Día 10 de octubre de 1.976.
Hoy es domingo. Rondando las seis de la mañana, los reclutas vamos llegando al cuartel de zapadores ferroviarios en la zona de Aluche-Campamento de Madrid.
—- ¡No os queda mili ni ná, pelusos! ¡No me queda mili ni pá regalar, reclutas! Los veteranos se lo pasan en grande con nosotros.
—- ¡Entrar y poneros en fila allí!
Me acerco a un sargento y le digo:
—- Oye, en que fila nos ponemos los de Melilla.
—- En aquella y… ¡oiga! Que te vayas enterando.
Se ha recibido el primer corte de novato. Nos llevan andando por la vía unos dos kilómetros y nos meten en un tren. Previamente nos han dado unas bolsas con la cena y el desayuno.
Al cabo de dos horas el tren se pone en marcha y está arrancando y parando cada cinco o diez minutos. Vamos ocho en cada compartimento. De los ocho, si me quito yo, quedan siete, de los cuales hay dos que no me gustan nada. Esos dos se dedican a romper ceniceros, espejos, a tirar las sobras por la ventana y a beber vino.
Intentan soplar a todo el departamento y cuando seis están tajados, se empiezan a meter con el otro y conmigo, hasta que le pegué un empujón a uno y le dejé sentado. Parece que deciden estarse quietos y dormirse. Son las cuatro de la mañana.
Pasan unos cuantos días sin que pueda escribir algo en mi recién empezado diario, otro día con más tiempo seguiré.

Día 15 de octubre de 1.976.
Después de la diana y de ir a desayunar, llega el momento de la limpieza: me destinan a recoger colillas, y eso que yo no fumo. Todos los días le digo al Alcalá y al San Fernando que no tiren las colillas al suelo y que eso debían de hacer todos, pero desde entonces cada vez que tienen algo en la mano y lo van a tirar me avisan para que lo vea. Recién limpio todo nos dan un chusco y dos quesitos. La gente quita el papel de los quesitos y lo tira al suelo. Por supuesto después hay bronca y nos mandan recogerlos.
—-¡Compañía, a formar!
—-Fulano, mengano, que pasen a la oficina que los quiere ver el alférez. Los demás a hacer la instrucción.
Por esta vez me he escapado de la instrucción, pero no me hace mucha gracia. Después de comer se está en la compañía y luego a pasear. Hoy a San Fernando le ha tocado cocina, así que vamos tres: Coslada, Alcalá y yo. Nos hicimos una foto.
Después de cenar se forma la compañía y sale en primera fila Lérida.
—- Los veteranos forman delante.
—- Joder, siempre estamos igual, este cabo los tiene subidos.
En la formación se empiezan a escuchar pedos, eructos, rebuznos y toda clase de ruidos. De pronto Lérida se pone a "mear" y precisamente al lado de un cabo veterano con ocho meses de mili. Y naturalmente se arma.
—- Por de pronto mañana cocina, y luego ya veremos.
El cabo está de mal humor, y al entrar dentro dice a voz en cuello:
—- Al que hable me lo follo y se le van a caer los huevos al suelo.
La gente no se calla, y de pronto se ve a tres haciendo firmes en calzoncillos.
Silencio absoluto.

Día 16 de octubre de 1.976.
Hoy amanece mal día, pues tocan las famosas y temidas vacunas. Después de diana y desayuno me emplean en la limpieza del suelo de colillas hasta que nos forman y nos conduce un cabo primero hasta el botiquín. Según vamos llegando se divisa a la gente que «ya ha pasado por la piedra» de otras compañías, mareada, tumbada en el suelo, y algunos llevados por otros a hombros, como si hubiera pasado algo fuerte. De pronto, después de pasar lista, te ves en una fila, desnudo de cintura para arriba, yodo en un brazo, en otro pinchazo por la izquierda, pinchazo por la derecha, sales y te empieza a doler, con lo que te pones a boxear en el aire, para que se te distribuya por la sangre y no te haga demasiado efecto.
Después se toma el bocadillo y se espera «galbaneando» la hora de comer. Después de comer, se hace alguna cosilla en la oficina y a las cinco el cabo de cuartel me destina a limpieza de lavabos.
—- Esta fila, quiero ver, primero yo y después el alférez, los lavabos brillantes, más limpios que el jaspe.
A fregar los lavabos.
Llega la hora de recibir cartas con todo el mundo, o casi todo el mundo sentado en el centro de la compañía y el cabo va cantando nombres:
—- Fulano de tal.
—- Aquí.
Algunos reciben varias cartas y uno dice:
—- Qué pasa, «paisas», que os escriben por capítulos o qué.
—- Cubalibre debéis, los de tres pá arriba.
Se da una vueltecilla por el campamento y después de cenar un «poquejo», a la piltra.
Día 17 de octubre de 1.976.

—--¡COMPAÑÍA…, DIANA… TODOS A FORMAR CORRIENDO!
Antes de esto, la gente se viste como puede encima de la cama, pues está prohibido bajarse, e incluso algunos llegan a hacer la cama estando encima. ¡Vaya hechuras de camas!
Siempre existe el clásico remolón que tiene a toda la compañía con el brazo izquierdo levantado en la formación, y eso que ayer hubo vacuna y está dolorido el brazo.
—--Tienen tres minutos para lavarse y vestirse correctamente. A formar se puede salir sólo con el cinto y la gorra. Lávense y a formar nuevamente para ir a desayunar, rompan filas.
—- ¡A la orden!
La gente entra en tropel en la compañía con la mano en la cabeza cubriendo la gorra, por si acaso se la levantan y desaparece.
Hago mi cama, me visto y salgo a formar, pues no me queda tiempo para lavarme. Después de desayunar me «enchufan»" en la oficina, venga y venga a hacer fichas y fichas con una máquina de escribir antigua y desvencijada; no levanto la cabeza hasta la hora de comer.
Después de comer, un potaje de garbanzos, huevos fritos con papas y chorizo frito, ensalada y manzanas, que se dejaban comer bastante bien, me enchufo de nuevo en la oficina con la máquina, robando algunos ratillos para escribir a la novia y acabando a las siete de la tarde.

Me da tiempo a dar una vuelta y escribir un rato antes de cenar y a acostarme.

sábado, 31 de octubre de 2015

LUCY




Iba a empezar este comentario con el consabido ¿quién no ha oído hablar de Lucy? pero caigo en la cuenta que serán muchas las personas a las que este escueto nombre de mujer, así, de sopetón, no les diga nada. Tendría que tratarse de alguien un poco aficionado a las cuestiones de paleoantropología y estar preocupado, algo preocupado, por la pregunta ¿de dónde venimos? para tener en la mente este nombre de cuatro letras y no precisamente español, que sería Lucía. Solo como curiosidad añadiremos que este nombre se decidió por una entonces conocida canción de The Beatles titulada "Lucy in the sky with diamonds".

Hace más de cuarenta años, en una región perdida de Etiopía llamada Hadar, un jovencísimo Donald Johanson, junto con Tom Gray y su equipo, se topaba un veinticuatro de noviembre de mil novecientos setenta y cuatro con uno de los grandes descubrimientos de la humanidad: el esqueleto incompleto de una mujer, perteneciente a la posteriormente denominada Australopithecus afarensis, que podría tener cerca de tres coma dos millones de años de antigüedad y que sin duda era uno de los ancestros del homo sapiens, que es lo que somos nosotros ahora en la actualidad. En los inmediatos años posteriores se descubrieron más fósiles de homínidos en la zona junto con sus herramientas, aspecto este importante pues es una de las consideraciones a tener en cuenta en la diferenciación como especie humana. Los hallazgos cubren un período de cuatrocientos mil años, pero desafortunadamente en 1976 la situación política paralizó las excavaciones en la zona durante quince años.

Donald Johanson había nacido en Chicago en 1943, por lo que en aquella época contaba poco más de treinta años. En la actualidad, octubre de 2015, cuenta con algo más de setenta, lo que no le impide seguir en la brecha. La imagen que acompaña a esta entrada está tomada de los vídeos de un curso MOOC gratuito de la Universidad del Estado de Arizona, que se imparte bajo la plataforma eDX y que lleva por título «Human Origins». En ningún momento relacioné mi inscripción hace unas semanas, insisto en lo de gratuita, en este curso con la figura de este erudito completamente desconocido para mí aunque no lo fuera «Lucy».

Han transcurrido solamente dos semanas de las cuatro que componen el curso. Han sido más de cuatro horas de vídeo en las que he podido deleitarme con las explicaciones de este caballero desgranando conceptos muy interesantes, para mí, sobre la evolución, los primeros pasos de los Darwin, Lamarck, Wallace, Linneo y compañía y las diferencias existentes entre monos, primates, gorilas, orangutanes, bonoboos y una gran multitud de especies que se parecen pero que no tienen nada que ver, ni entre ellos ni con nuestros ancestros. Descendemos de los chimpancés aunque nuestro tronco es común con las especies mencionadas.

De una forma gratuita y cómodamente sentado en el sillón de casa, uno puede recibir lecciones de una eminencia como es este antropólogo. Bien es verdad que son en inglés, ese lenguaje maldito para muchos españoles, pero las tecnologías modernas permiten complementar los vídeos con los subtítulos de lo que se va relatando, lo que ayuda enormemente en su comprensión. No es el caso, pero otro día hablaremos de las enormes posibilidades que permite la reproducción de vídeos en el ordenador, donde podemos acelerar o retrasar la velocidad del habla y las imágenes a nuestro gusto.

Aquí en España estamos lejos de Hadar pero cerca de una maravilla en estos temas como son los yacimientos burgaleses de Atapuerca, complementados en la actualidad aunque desde hace pocos años con el Museo de la Evolución situado en la capital castellana. Solo la historia de cómo la ejecución de las obras de un tren minero en 1929 puso al descubierto el yacimiento ya es de por si un milagro, aunque tuvieron que pasar muchos años hasta que en 1969 un antropólogo español tomó conciencia de lo que podía suponer este yacimiento en la construcción del puzle incompleto de la historia de la humanidad al hallar restos de la que posiblemente sea la especie humana más antigua de Europa, el denominado «homo antecesor» que vivió hace alrededor de un millón de años. Una visita a ambos lugares, el museo y los yacimientos, debería de ser obligada para comprender lo que somos y nuestros orígenes, al tiempo que despertar nuestra curiosidad por estos temas si es que no la teníamos lo suficientemente despierta ya como es mi caso. He tenido la oportunidad de visitar ambos lugares, la última vez en 2013 según describo en esta entrada y espero que no sea la última. Numerosos libros de eruditos españoles, como es el caso de «La especie elegida» escrito por uno de los codirectores de las excavaciones, Juan Luis Arsuaga, también nos permitirán a nosotros excavar simbólicamente en la mina y conocer algo más sobre nosotros mismos y nuestros orígenes.

Y por si fuera poco el curso, las maravillas de la tecnología permiten un contacto más directo sin importar las distancias. Hay varias plataformas, pero la conocida como Google Hangouts nos va a permitir el próximo jueves día cinco de noviembre de 2015 asistir en directo, igualmente cómodos en nuestro sillón, a una conferencia del profesor Johanson, en la que podremos intentar, seremos muchos, interactuar con él y mandarle nuestras preguntas a través de la red. Más experiencias apasionantes que ir acumulando y con las que podemos disfrutar. Y… ¿hay gente que se aburre sin nada que hacer?

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sábado, 24 de octubre de 2015

RATEROS




Conviven con nosotros desde la noche de los tiempos. Con el paso de los días llegan a ser conocidos en los ambientes policiales y judiciales que se ven impotentes para hacer nada. Son pequeños ladronzuelos que trabajan en la modalidad de hurto con lo que tras tomarles declaración en las dependencias policiales son puestos en la calle de nuevo por los jueces para que puedan seguir…trabajando. Una cosa buena tiene, y es que realizan sus actividades con limpieza y sobre todo sin violencia, a base de astucia y entrenamiento, que necesitan lo suyo. Son los carteristas, rateros o descuideros, esos ladronzuelos de carteras de bolsillo que tratan por todos los medios de que las de los despistados cambien de propietario el tiempo suficiente para detraer los dineros y las tarjetas de crédito antes de arrojarlas a una papelera o alcantarilla, aunque los hay de buen corazón que se molestan en acercarse a un buzón de correos a depositar los despojos de su acción.

Cada vez que entro en un lugar concurrido como pueden ser los servicios de transporte público, tengo el movimiento instintivo de sacar la cartera del bolsillo trasero del pantalón, donde la llevo normalmente, y ponerla en el delantero y además de forma horizontal, con lo que queda más abajo y más encajada. Y como precaución adicional, antes de entrar, saco de la misma el abono, billete o dineros que vaya a necesitar y los llevo a mano, precisamente para evitar el tener que sacar la cartera y estar expuesto a algún tirón o sucedido como el que le ha ocurrido a mi buen amigo Pablo esta semana, que se ha quedado sin sesenta euros y todavía no sabe cómo.

Había quedado con una amiga en una urbanización de la periferia madrileña y fiel a su costumbre había llegado con suficiente antelación, por lo que se encontraba matando el tiempo dando un paseo cuando se detuvo a su altura un coche ocupado por una familia compuesta por un matrimonio y dos hijos de unos doce años. Por el aspecto eran extranjeros y con rasgos árabes, siendo esto lo de menos; chapurreando en inglés le preguntaron mientras exhibían un mapa por un hotel en las inmediaciones haciendo ver que andaban perdidos. Mientras el bueno de Pablo les explicaba sobre el plano donde se encontraban y las alternativas posibles, el padre bajó del coche para hablar con más comodidad. Cuando parecía que se había enterado más o menos de lo preguntado, sacó un billete de cien euros para preguntar si sería suficiente para una primera noche de hotel, al tiempo que indicaba que no conocía los billetes de euro.

Pablo pensó por un momento en tratar de cambiárselo, para lo que sacó su cartera y viendo que no le alcanzaba les mostró a él y a la mujer un billete de 20, otro de diez y una moneda de euro para que tomaran contacto. Muy agradecido, el hombre ocupó de nuevo su asiento de conductor pero volvió a preguntar una aclaración sobre el mapa. Pablo tenía la billetera en la mano, cerrada y recuerda haber apoyado la mano con esta billetera en el quicio de la ventanilla del coche, con lo que esta quedó por un momento bajo el plano, aunque insiste en lo de cerrada.

Adiós, adiós, cuando Pablo acudió a la cita con su amiga y en un momento sacó la cartera para pagar un encargo dulce que le había hecho, unas perrunillas del pueblo de sus padres, una bilis amarga le subió por la tráquea al tomar conciencia de que la cartera estaba…vacía. Quedaba claro quién se la había limpiado, pero ¿Cómo? ¿Con unas pinzas quizá? Una cosa no se le puede discutir al padre de familia perdido en busca de hotel y es que su habilidad fue de matrícula de honor y merecedora de un doctorado en carterismo.

Así que mucho ojo, que ya nos lo dice la sabiduría popular: «Las apariencias engañan». Volviendo a repasar lo que había ocurrido, lo más probable es que el bueno de Pablo se confiara por el hecho de que se trataba de una familia, con niños. Se las saben todas y algún día u otro nos pillarán. Nuevos tiempos, nuevos métodos para las acciones de siempre.

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sábado, 17 de octubre de 2015

CLAUDICAR




Hemos comentado hasta la saciedad en anteriores entradas de este blog los diferentes aspectos a los que se ven expuestos en la actualidad los comercios tradicionales. La competencia es brutal y la globalización y la mejora de los procesos de compra por internet han dado un giro total a nuestra relación con las tiendas de toda la vida, hasta hace pocos años las únicas posibles habida cuenta que la venta por correo no ha tenido mucho desarrollo en nuestro país.

Siempre que puedo, mi primera opción es intentar adquirir los productos en la que siempre se ha denominado como la tienda del barrio, esa que utilizamos cada vez menos y que dejamos para una emergencia cuando no nos apetece o no tenemos previsto desplazarnos al gran centro comercial donde la gran mayoría de la gente realiza las compras de forma masiva y periódica.

Desgraciadamente, la evidencia rinde nuestros planteamientos y nos obliga a claudicar por mucho que nos empeñemos, contra viento y marea, en mantener el tipo y tratar de seguir haciendo que la tienda de toda la vida siga ahí, prestándonos unos servicios que nos sean cuando menos útiles, aunque nos cueste el utilizarlos algún que otro sobreesfuerzo en tiempo y en dinero.

Mi mujer dispone desde hace unos años de un portátil pequeño, de esos conocidos como «notebooks», con el que se apaña y hace sus pinitos en cuestiones de informática casera, a saber, ver el correo electrónico, tratar fotografías, preparar documentación de su trabajo y en general todas las cosas corrientes que cada vez más usuarios normales realizan hoy en día. Ya hace un tiempo sustituí su disco duro convencional por uno de nueva tecnología, SSD, que mejoró bastante la velocidad y prestaciones del aparato, pero lleva una temporada que parece que va lento. Los discos SSD no se pueden compactar, por lo que lo único que se me ocurre es hacer un borrón y cuenta nueva, formatear el disco y empezar a instalar cosas desde cero, cosa que ya he hecho otras veces y algo mejora la cosa, por lo menos de forma subjetiva. Hay que tener en cuenta que a medida que pasa el tiempo, los programas y aplicaciones son de mayor complejidad y utilizan más recursos de memoria y procesador.

Antes del verano me proponía realizar este «borrón y cuenta nueva» cuando se me pasó por la cabeza el tratar de ampliar la memoria RAM: tenía 1 Gb y lo máximo que se podía era pasarla a 2 Gb, pues dispone de una sola bahía, es una máquina ya de una cierta antigüedad y la cosa no daba más de sí. Hombre, se trataba de duplicar la memoria y mejor andaría el asunto.

Dos tiendas de informática tengo en las cercanías. Allí que me fui a la primera con el cacharro medio desarmado y la memoria en la mano para enseñársela al dependiente, pues ya me he visto en anteriores ocasiones con multitud de problemas e incompatibilidades en temas de memoria; hasta que no se pone, se arranca el ordenador y la reconoce y funciona, a priori no se puede estar seguro de nada. Esto mismo me dijo el tendero, que declinó el tratar de conseguirme la memoria pues no podía estar seguro al cien por cien de que funcionara y en ese caso, en sus mismas palabras, se la «tendría que comer con patatas».

Primer intento fallido, me dirijo al segundo. Reparemos en que esto ocurría antes de verano. Me dijo que sí, que me la podía pedir pero que tardaría una semana aproximadamente. Las condiciones me servían, no había prisa, por lo que le hice el encargo correspondiente, quedando en ser avisado por teléfono o correo electrónico cuando estuviera disponible. A los quince días, seguíamos antes de verano, pasé por allí y me dijo que todavía no estaba, no la había recibido, y no pudo darme una fecha concreta pues se trataba de una pieza muy especial, etc. etc. Entiendo que me podía haber llamado para decírmelo como una deferencia pero…

No he llevado la cuenta de las veces que he pasado por allí, pero entre sus vacaciones, las mías, los olvidos y demás, llegó el final de septiembre y el asunto seguía en punto muerto y sin visos de ser solventado. Pensé en acercarme de nuevo personalmente a interesarme por el tema, pero si lo hacía podía darse la circunstancia de quedar enganchado de nuevo en una falsa promesa de mantener el asunto en vivo que es lo que suele ocurrir cuando no eres un cliente totalmente anónimo y desconocido. Con ello, decidí dar esta vía por zanjada y pasar a la acción, que es lo que tenía que haber hecho desde el principio y me hubiera evitado muchas idas y venidas, notas, pedidos, llamadas… El intentar ser «piadoso» y mantener las tradiciones te puede llevar a estas pérdidas de tiempo.

La alternativa ya se la imaginan Vds.: una conexión a internet, concretamente a Amazon, y a la primera, varias tiendas subsidiarias que disponían en su stock de la pieza de memoria buscada. Por marca y precio seleccioné una de ellas que estaba ubicada en Alemania, realicé el pedido, pagué con mi tarjeta virtual, seleccioné como dirección de envío una tienda donde te dejan el paquete para que no tengas que estar en casa pendiente y… A los tres días la memoria estaba instalada en el portátil, reconocida sin problemas por el «Ventanas» y trabajando. Otra cosa es si el procesador marcha más rápido que antes pero ese es un asunto tangencial a esta historia de tiendas y tenderos, presenciales o virtuales.

Me imagino que habrá muchas personas para las que ya su primera opción sea el pedido por internet, no solo de piezas de informática o electrónica sino de cualquier tipo de artículos sin olvidar aquellos de alimentación como naranjas o productos congelados que te traen a tu casa de forma totalmente profesional y con sumo cuidado, mejor que los puedas traer tú del supermercado.


Las tiendas y los tenderos clásicos lo tienen difícil, muy difícil. En lo único en que pueden extremar sus esfuerzos es en la atención personalizada pero aun así muchas personas se acercarán a tomar una cerveza con ellos pero comprarán sus cosas en una tienda virtual, con todas las garantías de entrega y devolución en caso necesario como ya hemos comentado en anteriores entradas de este blog.



sábado, 10 de octubre de 2015

HÁBITOS




Uno no puede por menos que esbozar una sonrisa cuando ve reflejada en la prensa la recomendación de hacer una actividad que ya lleva varios años realizando. La imagen está recogida hace unas semanas en un dominical de El Mundo bajo el atractivo titular de «Cuatro ejercicios que te cambiarán la vida». No puedo por menos que estar completamente de acuerdo porque a mí, que los llevo realizando años, me han reportado unos beneficios que voy a tratar de referir a continuación.

Aunque una acepción de la palabra hábito es «Vestido o traje que cada persona usa según su estado, ministerio o nación, y especialmente el que usan los religiosos y religiosas» no es ese el tema sobre el que voy a juntar unas palabras sino de otra que reza de una forma enmarañada como «Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas». No creo que sea debido al instinto pero tres cosas fijas hago, salvo imponderables, nada más levantarme por las mañanas. La primera la debe de hacer todo el mundo y no es otra cosa que girar una visita al amigo Roca para evacuar esos líquidos que se nos han ido acumulando a lo largo de la noche. La segunda que yo acometo no tiene nada que ver con el ejercicio físico pero es beneficiosa para la salud, a muy largo plazo, aunque como todo en la ciencia médica no es demostrable y depende de las personas.

Ya hace muchos años, en una visita a la localidad granadina de Lanjarón, famosa por sus aguas minerales que son buenas para el corazón así como las de Mondariz son buenas para la nariz y las de Bezoya para otro órgano… masculino, una señora muy anciana que nos vendió un tarro de miel en el zaguán de su casa nos dijo que se trataba de un producto natural con muchas propiedades, destacando entre ellas los beneficios para la tersura de la piel, cuestión que pudimos constatar en su persona pues, casi ya nonagenaria, no presentaba ni una arruga. Años después, la hermana de una cuñada, que aparenta muchos menos años de los que en realidad tiene y que exhibe una piel envidiable, me dijo que al levantarse por las mañanas se tomaba un vaso de agua templada con una buena cucharada de miel y el zumo de un limón. Estos dos hechos me lanzaron a adquirir para mí esa costumbre que practico a diario desde entonces. Si tengo bien la piel o no o si las arrugas son las que corresponden a mi edad o no, no me compete a mí juzgarlo, pero un hecho reciente aporta alguna clave en ese sentido. En una época próxima he perdido 33 kilos y la piel ha seguido tersa y sin esas bolsas y arrugas desagradables que invariablemente aparecen en pérdidas de peso de ese calibre. También la gente me dice que aparento menos edad de la que consta en mi carnet de identidad y algunos comentarios sobre arrugas que no reproduzco. ¿Es verdad? ¿Se debe a la ingesta diaria de miel y limón? No puedo estar seguro al cien por cien, pero seguiré tomando mi pócima diaria nada más levantarme, porque claramente ningún daño me hace.

Y no me olvido de la tercera actividad que hago por las mañanas y que es exactamente la que preconizan en el artículo mencionado, aunque yo añadiría un ejercicio extra que también recomiendo. Comentaré una por una con los beneficios que creo se derivan, al menos en mi propia experiencia. La primera, anda o corre, no la ejercito al levantarme, pero si tres o cuatro días por semana la de correr y siempre que puedo la de andar. Los beneficios generales para el cuerpo y la mente son tan evidentes que no admiten discusión.

La segunda, abdominales, me permiten mantener alejados los dolores de espalda que a ciertas edades aparecen con demasiada frecuencia, al tiempo que sin llegar a lucir una tableta, mantienen un cierto tono muscular en tripa y barriga incluso cuando por mi peso han estado con determinado volumen. La flacidez que puede apreciarse en ciertas personas cuando se les desborda el cinturón, bien puede ser arreglada o minimizada con ejercicios de abdominales que, ojo, hay que realizar bien y no de cualquier manera, a ver si nos vamos a provocar lesiones en lugar de beneficiarnos.

La tercera, flexiones de brazos, es para mí fundamental. Me gusta darme largas caminatas por el campo y las montañas, para las que siempre llevo dos bastones, en los que me apoyo en las subidas al ayudarme con la fuerza de los brazos y sobre todo en las bajadas, donde son de una ayuda inestimable en las articulaciones de las extremidades inferiores, sobre todo en las rodillas. En la vida diaria, una caída inesperada no tiene las mismas consecuencias, y lo digo por experiencia, si tenemos unas extremidades superiores fortalecidas que nos permitan amortiguar el golpe. Y también, porque no, unos brazos potentes nos ayudan a llevar la compra, subir escaleras mediante los pasamanos o cuando un amigo nos «contrata» para hacer la mudanza.

La cuarta, sentadillas, es mágica. Yo hago veinte, bien hechas, todas las mañanas. Como es fundamental agarrarse bien, cuando no dispongo de otro sitio mejor, el elegido es el borde del fregadero, del lavabo o incluso el canto de una puerta agarrando los picaportes. Con los años, uno de los problemas graves de las personas mayores es el tener enormes dificultades para poderse agachar, sentarse en el suelo o levantarse. Me resulta curioso cuando observo en los parques a personas ancianas o no tanto jugando al chito o la calva, porque casi todos ellos llevan un cable con un imán en la punta que les permite recoger las bolas sin doblar el lomo. Poder agacharse es bueno, como también lo es poderse poner los calcetines, cortarse las uñas de los pies o darse en los mismos una crema rica en urea que evite callos y durezas.

Y la quinta la pongo de mi cosecha, torsión troncal lateral. De pie, separado una cuarta de una pared, se trata de girarnos todo lo que podamos por un tiempo a ambos lados, manteniendo la torsión, sin rebotes. Al mismo tiempo y para fortalecer el cuello, giraremos la cabeza al lado contrario. Creo que este ejercicio me reporta movilidad y seguramente ayuda a minimizar problemas en la cintura y espalda al tiempo que el cuello mantiene su tonicidad, su capacidad de giro y nos aleja tortícolis y sensaciones indeseadas.

Así que ánimo, lector, son quince minutos a emplear a diario que, con el tiempo, supondrán una mejora significativa en tu calidad de vida. No lo dudes y… empieza hoy mismo.