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lunes, 31 de diciembre de 2007

PUNTUALIDAD


Es esta una palabra que va evolucionando con los tiempos. Inclusive entiende de nacionalidades. Hemos oído muchas veces hablar de la “puntualidad alemana” haciendo referencia a una exactitud que raya en lo patológico. Por algunos ejemplos la cosa no debe ser tan exacta hoy en día.
Muchos de mis amigos se sonríen cuando tienen que establecer una cita conmigo. Mi contestación suele ser del tipo “a las ocho y siete”. Este tipo de aseveración es posible desde que se pusieron de moda los relojes digitales. Mi primer reloj digital era de aquellos de los “números rojos”, comprado a mediados de los setenta del siglo pasado. No nos fijamos en ello, pero una de las “maldades” que aportan los digitales es la pila, tanto en cuanto a su coste y consumo como a su posterior reciclaje. Teníamos un sistema de saber la hora totalmente ecológico, cúal era el sistema de cuerda de toda la vida, y ganamos una “peora” con los digitales y sus pilas.
Con los relojes analógicos, que recuerdo fueron siendo paulatinamente sustituidos en las decenas finales del siglo XX, se quedaba a horas en punto, medias o cuartos. También empleábamos preposiciones, tales como “hacia” las siete o “entre” siete y siete y cuarto.
Ahora todo ha cambiado. Por principio, la puntualidad es una virtud que no se lleva. El uso de los teléfonos móviles ha venido a añadir una visión nueva y unas maneras nuevas a la hora de establecer un horario. Frases tales como “quedamos en el móvil”, “cuando llegues me haces una llamada perdida”, “si ves que no puedes me llamas al móvil” y similares son frecuentes y denotan un dejar las cosas en el aire, un dejar las cosas para después y no establecer compromisos. Parece que teniendo la posibilidad de utilizar el teléfono móvil, los compromisos son más o menos amoldables a las situaciones.
Yo sigo en mis ocho-cero-siete. Suelo llegar puntual, incluso generalmente antes, porque valoro mi tiempo y el tiempo de los demás como si fuera oro. Y me parece muy bien cuando llego tarde que se hayan marchado y no me esperen. Por ello, en las citas me hago acompañar de algo para leer, libro revista o periódico, que me permita entretener la espera en caso de que se produzca. Utilizo una técnica para decidir el tiempo de espera, antes de marcharme tranquilamente. Dependiendo de la persona con la que he quedado, decido hasta que momento voy a estar esperando…. Sin acritud y sin enfadarme. Cumplido ese plazo me voy, pero evito el desasosiego que produce la incertidumbre de si vendrá.
Como he dicho antes, la puntualidad es una cuestión que está pasada de moda. Y me voy a referir a tres ejemplos, personalmente constatados de situaciones en las que la relajación en la asistencia se produce, y solo en una de ellas con consecuencias negativas para el, digámoslo así, infractor.
La primera es la misa dominical. El sacerdote suele ser puntual, pero no así los fieles. Personalmente me gusta llegar cinco minutos antes, lo que deporta múltiples ventajas, tales como tener un momento para estar a solas con uno mismo, elegir sitio, evitar aglomeraciones de última hora en la entrada y algunas parecidas. Es normal que empiece la misa con “cuatro gatos” pero poco a poco va llegando el personal y se van completando los bancos. Siempre hay alguien que llega a última hora y quiere tener buen sitio, no dudando en apretujar a los que ya estábamos instalados. Suelen ser, cosas del destino, personas mayores que según dicen lo que más tienen es tiempo. Estos hechos, constatados desde dentro, también se observan desde fuera. El pasado domingo andaba yo comprado el periódico en el quiosco frente a la iglesia, alrededor de las doce. La misa había empezado y seguía llegando gente. Opté por esperarme a observar como se producía el acceso y aguanté hasta las 12:19, momento en que mi capacidad de sorpresa se colmó: en esa hora entraron una pareja por un lado y otro matrimonio con un niño por otro. Teniendo en cuenta que la misa suele durar treinta y cinco o cuarenta minutos …. ¿No sería mejor que dieran un paseo y oyeran misa de una completa? ¿o que incluso no fueran a misa?. Porque asistir a misa a esa hora, cuando probablemente el evangelio haya sido leído y la plática del sacerdote esté a punto de finalizar, no tiene mucho sentido. La solución es fácil y aquí queda propuesta: en el momento en el que el sacerdote empiece la misa, cerrojazo a las puertas. Con hacerlo un par de veces la gente aprendería lo que significa puntualidad, de una forma gráfica, y sin tener que comprarse un diccionario.
La segunda situación a la que me voy a referir es un espectáculo de teatro. La ubicación de los asistentes en sus butacas numeradas necesita un tiempo, tiempo que hay que minimizar asistiendo cuanto antes. Pero tampoco aquí hay problema. A la hora de comienzo de la representación, de la que se había vendido todo el aforo, más de la mitad de las butacas estaban vacías. Pasados siete minutos, todavía con la platea clareada, suena una musiquita que nos anuncia “señoras, señores, faltan cinco minutos para que comience la representación”. Echando cuentas y sabiendo sumar, sería entonces a las siete y doce cuando realmente se apagarían las luces y daría comienzo el espectáculo. A esa hora ya se encontraba todo el mundo acomodado, pero aún así la representación empezó a las siete y catorce. Ventajas de los relojes digitales a la hora de controlar el tiempo. Lo peor de todo fue tener que contestar a la pregunta de mi hija pequeña: ¿papá, porqué venimos tan pronto si hasta que no están todos no empieza?.
La tercera supuso una cierta satisfacción personal, una victoria pírrica, si bien me enteré a la salida por un amigo. Se trataba de un concierto de órgano que se celebraba en una iglesia. El concierto empezó con puntualidad exquisita, digna del pitido más largo de Radio Nacional que fija académicamente la hora. Y en ese momento se cerraron las puertas de la Iglesia. Esto me lo comentó mi amigo a la salida, puesto que como he dicho no pudo escuchar el concierto. Además, para que el aprendizaje fuera rápido e intenso, no permitieron la entrada en el descanso que hubo a mitad de concierto, dado que según comentaron no estaba programado.
Sería muy interesante el sistema este del cerrojazo. Aprenderíamos todos rápidamente. Aunque no soy aficionado, creo que en los eventos taurinos también se utiliza. De paso descubriríamos que ir tranquilamente a los sitios, con tiempo, relajados, dando un paseo, es una práctica sana y buena para la mente y el espíritu.
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jueves, 27 de diciembre de 2007

CELIACOS


¡Cuan diferente es hablar por referencias que hablar con conocimiento de causa!
Muchas veces habremos oído la frase esa de “que osada o atrevida es la ignorancia”. Normalmente, todos tenemos formada una opinión sobre cosas que no hemos sufrido directamente, sino que hemos oído o comentado sin tener una experiencia directa. En alguna ocasión hemos manifestado nuestra opinión, con absoluto convencimiento, sobre lo que haríamos o dejaríamos de hacer si nos encontrásemos en una situación determinada … sin haber estado nunca en ella.
Afortunadamente cada vez más se va extendiendo el conocimiento de lo que es la “enfermedad” celíaca, en gran parte debido a los esfuerzos de las asociaciones de “enfermos” que realizan una labor ímproba “dando la lata” en diferentes estamentos para hacerse oir. Poco a poco se van consiguiendo cosas, muy lentamente, en temas de sanidad, etiquetado de productos, restaurantes, colegios … ¡Ah, perdón! Quizá Vd. que está leyendo esto no sabe lo que es, un error imperdonable por mi parte el empezar a hablar de cuestiones sin ponerle en antecedentes.
Las personas celíacas sufren una intolerancia al gluten. ¿Qué es el gluten? Pues es un alimento mucho más común de lo que por su nombre pudiera parecer, ya que se encuentra en el trigo, avena, cebada y alguno más menos conocido. Vamos, que todo lo que tenga harina de trigo o sus derivados no puede, no debe, ser ingerido por el celíaco. El riesgo si se come algún producto que lleve una mínima, incluso minimísima cantidad, es la pérdida muy rápida de las vellosidades intestinales, lo que conlleva una incapacidad para absorber los nutrientes alimenticios. Ello deriva en problemas gástricos, diarreas y sobre todo carencias, lo que genera todo tipo de enfermedades y deficiencias a corto y largo plazo.
Claro, no es una “enfermedad”. Total, si un día una persona celíaca se come una pizquita de pan, o toma un Cola-Cao, un donuts, una sopita de fideos … no se muere, pero su estabilidad gástrica e intestinal se verá afectada tardando mucho tiempo en recuperarse. Durante ese tiempo no se estará alimentando correctamente, aunque coma bien, ya que su organismo no podrá absorber los nutrientes necesarios.
Y entonces, la diatriba: ¿Es enfermedad o no es enfermedad? Depende que definición de enfermedad utilicemos. Si usamos la ya denostada y abandonada, cual es definir la enfermedad como “ausencia de salud” pues no, técnicamente una persona celíaca puede tener una perfecta salud, claro está, si tiene mucho cuidado, un exquisito cuidado, con la alimentación. Pero el tener cuidado con la alimentación no es fácil, todo lo contrario, es muy difícil. Sencillo en su concepción básica, que ya hemos comentado: “no comer ningún alimento que contenga gluten”.
Para conseguir esta alimentación equilibrada, yo distinguiría entre dos macro contextos: cuando se come en casa y cuando se come fuera.
En casa, las cosas parecerían relativamente fáciles, pero no lo son. Es conveniente tomar decisiones drásticas, como son reducir al máximo la utilización de productos elaborados, que son un problema, veamos porqué. Supongamos que vamos a tomar unas patatas fritas de bolsa compradas en el supermercado. Realmente, unas patats fritas solo son patatas, fritas en aceite, y sal. Comestible todo por un celíaco. Pero … ¿y si esas patatas fritas, industriales, han sido fritas en un aceite en el que previamente se han frito croquetas? El aceite de freir croquetas, filetes empanados o empanadillas ha recogido fragmentos y restos del pan, gluten, y estos elementos son transmitidos a las patatas fritas. Ya sé que parece un cuento de ciencia ficción, pero los estudios realizados hablan de lo que conocemos por “contaminación cruzada” y estas patatas fritas, por la transmisión a través del aceite, dañarán las vellosidades del enfermo.
Hasta hace bien poco las empresas fabricantes de productos, no tenían obligación de hacer constar en los ingredientes la existencia o uso de harina. Este antiguo alimento era usado con profusión, de forma autorizada y sin hacerlo constar, en multitud de productos, como espesante, para dar volumen o incluso para conseguir mayores cantidades de producto de forma más barata. Por ejemplo, y esto es solo un ejemplo, si yo fabrico tomate frito, como la ley me lo permite, en cada kilo de tomate que envaso puedo poner 900 de tomate y 100 de harina. Y también me permitía no hacerlo constar en los ingredientes del etiquetado. Esto, que es inocuo para la mayoría de las personas, es letal para un celíaco.
Por ello, incluso en el contexto de casa, debemos extremar el cuidado, tendiendo a utilizar productos naturales y comprando en cuanto a productos elaborados aquellas marcas que nos han certificado que no contienen gluten. Pero no solo que no lo contienen, sino que en el entorno donde se fabrican hay una total ausencia del mismo, para evitar totalmente la contaminación cruzada.
Esto en cuanto a los productos manufacturados más comunes, como pueden ser tomate frito, mahonesa, carnes tratadas tipo adobo, jamón de york o embutidos y un sinfín de productos que compramos y que no elaboramos en las casas. Pero también los celíacos, y especialmente los niños, quieren y deben comer macarrones, magdalenas y, porque no en estas fechas, Roscón de Reyes. Estos productos son elaborados por unas pocas empresas con harina de maíz y con ausencia de gluten. Pero claro, no está extendida su venta en todos los comercios y, lo que es más importante, a un precio desorbitado, aunque lógico según la ley de la oferta y la demanda. Un ejemplo: una determinada magdalena para celíacos cuesta 1 euro y mi hija de seis años se come dos para desayunar. Calculen Vds. Y obtendrán una suma de 60 euros al mes solo para esa parte del desayuno. Los macarrones para celíacos cuestan un promedio de seis veces más que los normales. Y así con todo, amén de la dificultad de obtener estos productos, teniendo que acudir a tiendas especializadas tipo herbolario, si bien últimamente algunas grandes superficies están haciendo un esfuerzo por incluir en sus ofertas estos alimentos. Por mencionar, la que más esfuerzo denota es Mercadona, que incluye gran surtido de alimentos sin gluten en su oferta, pero también otras, aunque en menor medida.
Con todo ello, volvemos a si es o no una enfermedad. Realmente hay una limitación de tipo orgánico, como pudiera tener por ejemplo un diabético. Lo que ocurre es que para el celíaco la “medicina” es la propia alimentación, con lo que no hay receta médica ni subvención por el sistema de la Seguridad Social. Algunas empresas, públicas y privadas, en sus ayudas tiene en cuenta esta “enfermedad” y dotan de unas cantidades que sirven de ayuda en la carestía que supone el hacer la compra. En este aspecto, y haciendo un pequeño chascarrillo, los hijos cuando nacen traen un pan debajo del brazo … excepto si son celíacos.
Y nos falta el otro contexto, el de fuera de casa. Como puede Vd. Suponer, es un contexto amplio, que incluye multitud de situaciones, donde el control sobre los alimentos es muy escaso o incluso nulo por nuestra parte, teniéndonos que fiar y confiar en terceras personas. Bien es cierto que cada vez hay más conciencia y sensibilidad en general sobre estos asuntos, pero la casuística es tan variopinta que marea. Pongamos algunos ejemplos. El comedor del colegio, donde comen cientos de niños, tiene un programa para celíacos e intolerancias. Nos consta que se preocupan todo lo posible en la elaboración de la comida y en mantener un entorno limpio de gluten, pero en alguna ocasión falla. Por ejemplo, un caso real, un niño vecino de mesa cuando mi hija está distraída moja un trozo de pan en su sopa. La niña se come la sopa y luego en el recreo otro amiguito la dice que fulanito, cuando ella estaba distraída ha mojado el pan. O cuando hay una auxiliar de comedor nueva que no está muy puesta por la novedad y pone a la niña una sopa de fideos con fideos “normales” en lugar de los suyos.
El colegio es un diario que puede ser más o menos estructurado, con estos pequeños fallos que hemos comentado, y otros de los que a veces ni nos enteramos. Pero los niños salen al recreo donde llevan sus bollos y comparten, van a cumpleaños, donde a pesar de las advertencias y de que se tienen que llevar sus propias chucherías y/o pedazo de tarta, hay muchas posibilidades de que “pequen”, en fin, se encuentran inmersos en multitud de situaciones, lejos de nuestro control, donde pueden echar por tierra un montón de días y meses de esfuerzo en mantener una alimentación correcta. El mejor control son ellos mismos, que poco a poco van sabiendo más y sabiendo controlar, y controlarse.
Dentro de este último contexto están los restaurantes. Todo un mundo. Existen restaurantes con un apartado específico para celíacos. Pero claro, por ejemplo, en Madrid se pueden contar con los dedos de las manos. Es lógico. Y cuando estás de viaje, o bien te tienes que llevar la comida en la tarterilla o bien confiar en encontrar un maitre y/o cocinero que sean sensibles, si no conocen el tema, a tus explicaciones. Y en esto hay de todo, sobre todo en restaurantes de los que no eres cliente, que te pilla de paso. Muchas veces te encuentras con aquello de que “hay mucho follón y no le puedo hacer excepciones” cuando lo único que estas pidiendo es que en una sartén limpia, con aceite limpio, te frían unas patatas fritas y un filete, que es lo más socorrido cuando estás de viaje.
Por eso, ayer de paso por Burgos, cuando entramos al restaurante GAONA, enfrente de la catedral y la señora que estaba a cargo del restaurante y que no sabía nada de la celiaquía, nos atendió amablemente, siguió con atención y cariño nuestras explicaciones, se esforzó por atendernos e incluso tuvo que conseguir unas naranjas para postre, ves que poco a poco hay personas que trascienden de lo puramente comercial para ayudarte, minimizar tus problemas y hacerte un poco más feliz.

sábado, 22 de diciembre de 2007

NAVIDAD

Escribo esto mientras mis oídos captan en la lejanía la cantinela del Sorteo Extraordinario de la Lotería de Navidad. En otras épocas, lejanas pero no tanto, este soniquete marcaba el verdadero comienzo de la Navidad. Solía ser el último día de colegio antes de las vacaciones y al llegar a casa todos sabíamos que empezaba esa época que tenia, entonces, algo de maravillosa y mágica, dependiendo siempre de la edad que tuviera cada uno.

Esa misma tarde, recuerdo, con mi padre y mis hermanos, dar un largo paseo hasta las inmediaciones de la Ermita a recoger el musgo necesario para hacer el belén. Siempre ha habido Belén en casa y lo sigue habiendo, más pequeño o más grande, con más o menos luces, con molinos que se mueven o están estáticos, río de agua, cristal o papel de plata … y el “caganet”. Recuerdo que esa figurilla, típica catalana le hacía mucha gracia a mi padre y lo ponía siempre con el trasero al río, con el frío que debería hacer. Recuerdo especialmente el belén del año 1978. En ese año falleció mi abuela y su habitación quedó libre. Mi padre consiguió figuritas prestadas y montamos un belén enorme, que ocupaba casi toda la habitación. Nos tenemos que contentar con los recuerdos: no había máquina de fotos en casa ni video para “guardarlo”.

Inmediatamente había que hacer la carta a los Reyes Magos, debidamente aconsejados por los padres. Las peticiones solían ser cortas, una o dos cosillas, a elegir y ya veríamos que es lo que ponían en el lejano día 6 de Enero. Rápidamente se metía en un sobre dirigida a los Reyes Magos de Oriente y se iba a depositar al buzón especial, en forma de Paje Real, que una juguetería de la localidad ponía en su puerta. Muchos años más tarde me enteré que aquellas cartas eran quemadas cuando acababan las fiestas.

En esas fechas había cosas extraordinarias, entendiendo por tales que no se podían hacer el resto del año. Alguna cena o comida con viandas o verduras que no veíamos ni en televisión, que no había, año, asistencia a algún espectáculo de circo o similar y el largo viaje a Madrid, todos en autobús a pasar el día a casa de la tía Julita. La Navidad traía cosas novedosas, no vistas ni disfrutadas en todo el año. Eran pocas y contadas, pero se valoraban mucho.
También el cine del pueblo había sesiones de cine para los pequeños. En aquella época el cine costaba 90 céntimos, pero de los de la ya desaparecida peseta, ahora bien, las funciones de Navidad eran gratis. Ponían varias veces la misma película y el truco era ir a todas las sesiones haciendo creer al portero que era la primera vez que ibas. De las vistas aquella época una se me quedó como de mis favoritas: “101 Dálmatas”.

Actualmente, el día 22 no marca nada. Con tantas grandes superficies y tanta publicidad, la Navidad empieza casi el día de los Santos, las luces de ciudades y pueblos llevan encendidas desde primeros de Diciembre, no se puede dar el paseo a por musgo porque ya está prohibido coger musgo, en las cenas y comidas lo que apetece es comer huevo frito con patatas, no se acude a uno sino a varios espectáculos, no recibimos un solo regalo sino varios y los niños no digamos, nos apuntamos a Papa Noel, Santa Claus, Los Reyes Magos y dentro de poco con la globalización a cinco o seis más que haya por ahí.

¿Dónde está ahora la magia y la ilusión de la Navidad? Yo, al menos, no la encuentro y aunque me resisto a no “estar” en Navidad hasta oir a los niños de San Ildefonso, cuando llega por fin, estoy tan harto que lo único que deseo, de verdad, es que se acabe.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

GENERACION SANDWICH

A nadie se nos escapa que el devenir diario nos arrastra a toda velocidad en una espiral de cambio del que la gran mayoría de las veces no somos conscientes. Solo cuando ha pasado un tiempo y volvemos la vista atrás, podemos apreciar la profundidad de lo ocurrido y el grado en que nos hemos visto implicados.

En tiempos pasados, cada cual puede determinar el cuando, el ritmo era mucho más pausado y pasaba tiempo y tiempo sin que “ocurriera” nada. No solo las personas sino el propio contexto que nos rodeaba permanecían inalterables por muchos años. Ahora todo cambia, las obras en calles y casas son continuas, los negocios cambian de dueño y de cometido con gran celeridad, las leyes se suceden sin que haya dado tiempo a aplicarlas y así tantas y tantas cosas.

Siempre han existido diferencias entre padres e hijos en el modo de ver y acometer el devenir diario. Quién no ha tenido, hasta que conseguíamos abandonar el hogar de los padres, discusiones por horarios, estudios, relaciones, etc. etc. Estas “diferencias” nos han marcado y ahora, cuando nos toca a nosotros tenerlas a nuestra vez con nuestros hijos comprendemos y valoramos el pasado.

Hace no mucho ha circulado por internet y prensa una entrevista a un juez de menores de Granada, que ponía el punto sobre las íes en el tratamiento y conducción de estas relaciones, fijando las posiciones de padres e hijos de una manera clara y contundente: los hijos necesitan límites claros, precisos y definidos y los padres no sabemos ponerlos, quizá recordando sin recordar, inconscientemente, nuestro pasado.

También hace unos días se ha publicado una carta al director en un semanal nacional, bajo el título “De un extremo a otro”. Creo que es un resumen absolutamente centrado y práctico de este asunto. Citando a su autor, al que felicito por su concreción, Angel C. Gómez de la Torre, de Cádiz, reproduzco su texto:

  • “Somos una de las generaciones de padres más preparados, decidida a no cometer con los hijos los mismos errores que pudieron haber cometido nuestros progenitores. En el esfuerzo de abolir los abusos del pasado, ahora somos los más comprensivos, pero a la vez los más débiles e inseguros que ha dado la historia. Nuestra dedicación sigue sin ser buena. La sociedad de consumo obliga a que madres y padres tengamos que trabajar y, de esa manera, dedicar menos tiempo a los hijos, Aún así, pensábamos que era mejor la calidad que la cantidad. Lo grave es que tratamos con los niños más igualados, beligerantes y poderosos que nunca existieron. Parece que en nuestro intento por ser los mejores padres del mundo pasamos de un extremo a otro. Así que somos los últimos hijos regañados por los padres y los primeros padres regañados por nuestros hijos. Los últimos que crecimos bajo el mando de los padres y los primeros que vivimos bajo el yugo de los hijos. Y lo que es peor, los últimos que respetamos a nuestros padres y los primeros que aceptamos que nuestros hijos no nos respeten. Si el autoritarismo aplasta, esta igualdad ahoga. Solo una actitud firme les permitirá confiar en nuestra idoneidad para gobernar sus vidas mientras sean menores.”

domingo, 16 de diciembre de 2007

DOS COMA SIETE GRADOS CENTIGRADOS


Domingo, siete y media de la mañana. Cuando sonó el despertador, me pilló desprevenido. Normalmente le apago antes de que suene, pero esta vez, el cansancio acumulado y el precio que se paga el fin de semana por dormir poco a lo largo de la misma, me vencieron y ese enemigo infernal y matutino cobró venganza como queriendo decirme. -¡Esta vez te he pillado, majo!
No es esta la cuestión. Me tenía que levantar para no faltar a mi semanal cita con un poco de ejercicio físico. Impelido por la necesidad fisiológica que se tiene a primera hora de la mañana, me levanté y tras aliviarme me dirigí al termómetro, que indicaba dos-coma-siete grados centígrados en el exterior. Frío, cerca de cero grados que como dice el buen amigo JuanLu “ni frío ni calor”.
El cansancio, la temperatura, lo bien que se está en la cama, el no haber quedado con el amigo que me acompaña normalmente, eran una serie de excusas que mi mente valoraba a toda velocidad casi obligándome a abandonar mis ideas de ejercicio y quedarme en la cama. Felizmente vencí estas ideas y me puse la ropa de correr.
Al salir a la calle, el frío y el vientecillo que ululaba me dió en la cara, única parte del cuerpo que llevo al descubierto y me hizo subir la autoestima y afianzarme en mi determinación de haberme levantado.
Un paseo de uno-coma-cuatro kilómetros a través de las calles desiertas del pueblo en estas primeras horas de día, cuando empieza a amanecer, me situaron al comienzo del Camino Horizontal, una estupenda senda de dos kilómetros y medio, plana, de tierra, jalonada de pinos, retamas, jaras, algún que otro riachuelo y de vez en cuando algún animal tipo urraca, cuervo, paloma, caballo, vaca e incluso una partida de cuatro corzos que últimamente se dejan ver cada vez más. El sitio ideal para empezar la mañana en contacto con la naturaleza y expandir el espíritu y la imaginación hasta donde podamos alcanzar.
A pesar de lo temprano del momento, nunca se está solo. Un habitual, todos los días del año es Javier, que con su viejo can blanquinegro se anda y desanda el camino a diario apenas empieza a amanecer e incluso antes. A cualquier hora del día siempre hay alguien paseando y en esas ocasiones nos volvemos educados. No falta un “hola”, un “adiós” o incluso esa modernidad cuyo significado no acabo de entender del “que tal”.
Al comenzar a correr, el mal llamado astro rey despuntaba perpendicular a mi izquierda. Una incipiente y roja circunferencia comenzaba a elevarse en el horizonte, proyectando alargadas sombras sobre un fondo de jabugo seco teñido de rojo por la especial luz de esos primeros momentos. A pesar de encontrarse a la respetable distancia, en media según la época del año, de ciento cincuenta-millones de kilómetros, parece como si lo tuviéramos a mano y lo pudiéramos alcanzar en cualquier momento. En estos instantes, podemos tutearlo, mirarlo de frente, disfrutar de su compañía y de su vista ya que su esfera roja no muestra una intensidad que pudiera herir nuestra retina. A la vuelta, cuando se “des-anda” o mejor dicho se “des-corre” el camino, con el sol situado a la derecha, ya no podemos mirarle de frente y hay que aprovechar el escudo protector que suponen las ramas de los pinos, para admirar su imagen tamizada, y aún así hay que hacerlo con cuidado y respeto.
Tras media hora de carrera, nos encontramos de nuevo en el principio, con algo de fatiga física y copiosamente sudado, pero con los deberes hechos. En alguna ocasión en tiempos pasados, para mitigar eso que llaman la soledad del corredor de fondo, me hacía acompañar de algún “aparatejo” tipo radio o similar que me distrajera e hiciera más llevadero el sufrimiento. Sufrimiento, porque si no se sufre no se mejora. Ahora prefiero ir con mis pensamientos, dedicar esos instantes a reflexionar sobre las muchas cosas que revolotean por mi cabeza acerca del pasado, el presente y el futuro. Es bueno que aprendamos y sepamos dedicar cierto tiempo a nuestro propio interior, a revisarnos y valorar y reflexionar sobre las cosas. Es también un entrenamiento que nos reportará pingües beneficios a medida que nos vayamos haciendo mayores, cuando dispondremos de muchas horas por el día y por la noche sin actividades tan continuadas e intensas como las que podemos desarrollar ahora.
Un alternativo paseo me devuelve a casa, esta vez por calles no tan vacías porque la cola de la churrería, la gente tomando café en los bares y los puestos de periódicos en plena actividad dan otro aire al pueblo. Tras los ventanales del Miranda, ávidos lectores devoran la prensa dominical a la par que un café calentito con bollería recién hecha en alguna de las muchas pastelerías. Confieso sentir un poco de envidia pero no lo cambio por las agradables sensaciones que me proporciona el ejercicio y la inminencia de la ducha que me espera.

jueves, 13 de diciembre de 2007

INTENTO DE ...


Me dirigía a las seis y cinco de la mañana desde mi domicilio a tomar el autobús para desplazarme al trabajo. Es una rutina diaria aunque en esta ocasión se daban dos circunstancias que la hacían diferente a días anteriores: era una hora más pronto y se trataba de un día de puente.
La zona era cercana a la estación de autobuses. A diario confluimos varias personas en ese punto dirigiéndonos a tomar el autobús.
El día de los hechos, un viernes siete de Diciembre, solo una persona se cruzaba en mi camino, e iba en dirección contraria. Cuando nos aproximamos se desvió, se acercó a mí y me cogió de la pechera en un ademán que, ahora desde la distancia, no sabría definir como amenazante o petitorio. Solo pude oirle un gruñido, todo ocurrió muy rápido.
Reaccioné dándole un empujón a un lado y empezando a correr hacia la estación.
Realmente no sabía en ese momento de que se había tratado.... pero por si acaso mejor no quedarse a averiguarlo.
Miré hacia atrás y ví que no me seguía, sino que se encaminaba calle arriba en la dirección que llevaba. Pensé que probablemente habría querido pedirme algo, no sé, tabaco, algo de dinero, cualquier cosa, pero eso no cuadraba con su actitud amenazante.
Estando en estos pensamientos, se aclaró el asunto. Desde lo alto de la pasarela que dá a la estación de autobuses, un mujer gritó:
-!Socorro, por favor, me acaban de atracar¡
Tan sólo nos encontrabámos otra persona y yo esperando el autobús. Subimos rápidamente a su lado y nos contó que un individuo, mostrando una navaja, la había sustraído el bolso cortándo la cinta de la bandolera y la había amenazado golpeándola con la navaja en la mano, que por suerte estaba protegida por unos guantes de cuero, conminándola a no chillar y estarse calladita.
Rápidamente llamamos por teléfono al 112 para que dieran aviso a los servicios policiales y tratamos por todos los medios de tratar de calmarla. Encima que te dirijes al trabajo, a esas intempestivas horas, un día de puente .... te roban todo lo que llevas encima, teléfono móvil, documentación, tarjetas, abono de transporte y todo lo que normalmente, y una mujer más, llevamos encima para nuestras necesidades y devenir diario.
La mujer quedó allí, acompañada de un empleado y conductor de la estación, a esperar a los servicios de seguridad. Tanto yo como la otra persona que habíamos acudido a su llamada nos dirigimos al autobús para hacer nuestro viaje al trabajo, cuestión que ella entendió.
Una vez en el trabajo, contacté telefónicamente con la Policía Municipal para interesarme por el caso. No habían localizado al atracador, y la mujer habia puesto la correspondiente denuncia.
La Policía le sugirió que llamara a su móvil, que estaba activo en el bolso robado, cosa que la mujer hizo en su presencia. El atracador tuvo la desfachatez de descolgar y hablar para decirla que no la iba a devolver ni el dinero ni el móvil ni el abono de transporte, pero que el resto de cosas se las llevaría a Correos, donde las podría recuperar. Anduvieron atentos, pero no lo hizo, quizá por miedo o simple precaución.
Me identifiqué a la Policía como la persona que un minuto antes había sufrido el intento, ahora si que pudiera haber sido de atraco, minuto o minutos antes de que ocurrieran los hechos, por si fuera necesaria mi declaración. Pero ya la cosa empezó mal. Yo no me fijé en la cara del individuo pero no me pareció que llevara bigote, cuestión que sin lugar a duda definió la mujer. Yo le ví un instante y la mujer interaccionó más tiempo con él, por lo que lo más probable es que lo llevara y yo no me fijara.
Una cosa si es cierta: era extranjero, de rasgos árabes .... yo diría que marroquí.
Nunca en este pueblo, porque de un pueblo se trata había tenido noticia de ocurrir atraco directo a la persona. Robos de casas, coches, chalets, como en todos lados supongo. Las cosas que parece que no van a llegar nunca acaban llegando y nos acaban tocando.