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sábado, 26 de abril de 2008

MORERUELA






No recuerdo claramente si en mis estudios de bachillerato, en aquel libro de historia con algunas, pocas, fotos en blanco y negro, aparecía el Monasterio de Santa María de Moreruela.

Con ocasión de un periplo corto, de fin de semana, por tierras zamoranas, cuando me encontraba perdido en carreteras interiores a la búsqueda del lagunar de Villafáfila, una desvencijada señal de tráfico de las antiguas anunciaba un desvío a un monasterio, a poco más de tres kilómetros. Había que desviarse y hacer siete kilómetros de más entre ida y vuelta pero por aquello de explorar y descubrir nuevos sitios nos dirigimos hacia allí.

El conjunto es sorprendente, grandioso. Como en todas estas tierras, lejanas de la civilización y del bullicio, reina la paz y la tranquilidad. El silencio solo se ve roto por el crotorar de las cigüeñas, muy abundantes, o de los múltiples pajarillos que pululan por allí. El monasterio está enfrascado en una restauración que se me antoja imposible, pero hace que su entorno este cuidado, disponiendo de un espacioso aparcamiento donde dejar el coche.

Cuando accedo a este tipo de lugares, que debieron de tener una vida intensa en otros tiempos, trato de imaginarme como podía ser el lugar en todo su esplendor, con sus monjes “ora et labora” con la iglesia y el claustro a pleno funcionamiento en un oasis de paz y tranquilidad que se palpa hoy día y que en la época de construcción del monasterio, allá por el siglo XXIII debió de ser espectacular. Se le atribuye el ser la primera construcción de la orden del Císter, los monjes blancos, en España aunque como sobre todo se investiga esto ha sido objeto incluso de una tesis doctoral. La sencillez y esbeltez del románico se puede contemplar aún en medio de estas ruinas que solo son un vestigio de lo que en su día debió de ser.

Las cigüeñas, en gran número, han tomado posesión de las alturas y han ubicado allí sus nidos, no solo en los muros y torres del monasterio, sino en arboledas cercanas. Que mejor sitio para vivir, en el fondo un poco de envidia si aflora a mis pensamientos. Rodeando el monasterio podemos llegar al ábside que es una de las zonas mejor conservadas. Un prado verde amplio permite la contemplación desde varios ángulos de esta magnífica obra arquitectónica, característica del románico palentino pero que aquí se ha llevado a su máxima expresión. La piedra está perfectamente trabajada y conjugada para formar un conjunto agradable y armonioso que alegra la vista y el espíritu.

El deambular sin rumbo entre las ruinas, apreciando detalles de lo que existe y de lo que pudo existir es una forma estupenda de relajación y reencuentro con uno mismo. Nada salvo el canto de los pajarillos perturba la armonía del lugar, armonía que penetra en el interior de uno mismo y genera un estado de bienestar casi olvidado por el trajín de la vida.


domingo, 20 de abril de 2008

CONSUMISMO


Hemos llegado al final de una época de relativa bonanza económica. Aunque cada uno en su intimidad valora de forma particular como le han ido las cosas en los aspectos económicos, en general, con salir a la calle, parece que vivimos muy bien. O vivíamos.
Hace algunos años las prioridades de las familias eran muy concretas y se resumían, a mi entender, en dos aspectos básicos, como eran la comida y el vestido. Aparte de esto, la cosa no daba para mucho más. Aspectos hoy comunes como pueden ser el coche, las vacaciones, los puentes, salir a cenar a un restaurante, etc. etc. eran ciencia ficción en una época donde se vivía con lo justo. Bien es verdad es que no estábamos bombardeados por la publicidad instándonos a proveernos de cosas y cosas que “harían más feliz nuestra vida”.
Si revisamos hoy en día las economías familiares, quizá las partidas más importantes de gasto no sean relativas a la comida y al vestir. Cada uno tenemos nuestras preferencias y destinamos el sueldo a lo que nos interesa. La partida de la ropa, si no somos unos exquisitos en marcas y prendas no supone un gasto importante en relación con el gasto mensual. Otra cuestión es la partida de la alimentación, que sí que lo supone y mucho más ahora con los niveles que están alcanzando los precios de los productos básicos, pero en comparación con el total mensual no alcanza, ni mucho menos los porcentajes de hace unos años.
Todos decimos que no llegamos a fin de mes, que la vida está muy cara, que los precios están por las nubes y que si tal y tal, pero seguimos viviendo y si somos objetivos no demasiado mal. Habrá de todo, pero los niveles básicos de comodidad y bienestar se han elevado. Lo que tendremos que valorar es que son para nosotros esos niveles básicos comodidad y bienestar.
El desarrollo de la economía y las formas de compra a crédito han llevado a muchos a una espiral de gasto que puede llegar a ahogarles. Es muy frecuente ver en medios los anuncios de empresas, curiosamente no bancos, que ofrecen una reunificación de deudas para poder llegar a fin de mes. No deja de ser una falacia, porque nadie regala duros a pesetas que se decía antes, y lo que generalmente va a suponer es una vuelta de tornillo más y un alargamiento a más años de nuestras deudas.
Pero es difícil resistirse a tantas y tantas cosas que se ponen delante de nuestros ojos. La televisión que compramos hace pocos años ya no es LCD o TFT y además su poca cantidad de pulgadas la hacen pequeña además de no tener la calidad que tienen las nuevas. Total, la compramos a plazos, si solo son unos euros al mes. Y así con tantos y tantos cachivaches que metemos en nuestras casas y en nuestras vidas y que suponen un coste elevado.
Me viene a la cabeza el pensamiento de un amigo sobre este aspecto. Decía que el tenía mucho cuidado en que las cosas que comprara no le supusieran un gasto por su uso. El hecho de comprar un “tocadiscos” suponía tener que habilitar un presupuesto para comprar discos o el hecho de comprar una cámara de fotos implicaba el destinar unos dineros a la compra de carretes y revelado de fotos. Hoy día las cosas han cambiado mucho con los soportes digitales y estos dos aspectos no se verían de la misma manera, pero la filosofía queda ahí.
Los precios se han disparado, los sueldos se han estancado. La bonanza económica parece que va a sufrir un frenazo y habrá que irse quitando de algunas cosas y mirar con mucho cuidado las imprescindibles. En una economía globalizada esto puede suponer desajustes que pueden dar al traste con la marcha de muchas empresas, dejar sin trabajo a muchas personas y por lo mismo dejar sin clientes a muchas empresas y así perpetuar el círculo.
La cuestión es resistir de forma espartana y con cabeza esta embestida, que no es nueva y que ya hemos sufrido los que contamos con algunos años. Pasará, pero tenemos que aguantar para poderlo contar. Quizá sea necesario parar un poco y reflexionar. Decidir qué es lo que realmente nos hace felices y seguramente eso lo tendremos que buscar en nuestro interior y auto-educarnos a disfrutar con las cosas sencillas. Acostumbrarnos y asumir el no tener lo último en aparatitos, hacer vacaciones sencillas, comer sano y disfrutar del momento presente.

domingo, 13 de abril de 2008

CORREO


¿Electrónico o convencional?
Hace ya muchos años que dispongo de un apartado de correos en una estafeta relativamente cercana a mi domicilio. Casi me vi abocado a ello en una época en la que estaba suscrito a varias revistas las cuales excedían en su tamaño de los buzones que suelen estar ubicados en los portales de las viviendas. Nunca supe si era el cartero, algún vecino “listo” o el repartidor de butano el que se apropiaba indebidamente de lo ajeno, en este caso, de algunas o varias de mi revistas.
El apartado de correos solucionó el tema, ya que al estar situado en el interior de la oficina de clasificación y repartos, solo quedaba la posibilidad de que o bien los editoriales no la habían enviado o era personal de la estafeta. De hecho nunca volvió a faltar ninguna, pero estaba el inconveniente de tener que ir de vez en cuando, generalmente una vez por semana, a recogerlas.
Con el tiempo fui derivando todo mi correo al apartado. Casi tenía a gala que no me llegaran cartas de índole profesional o empresarial a mi domicilio particular. Carta que llegaba ya estaba llamando al remitente para que efectuara una variación del domicilio e indicara el apartado.
Pero todo no iba a ser tan bonito. Algunas empresas de servicios tales como el teléfono, la luz o el agua no admitían tener un domicilio de contrato y otro de correspondencia, cuestión que es ahora muy normal. Por ello las cartas de ese tipo continuaban llegando a mi domicilio.
En esto, se puso de moda el envío masivo de propaganda en papel por correo. Yo tuve muy claro de donde sacaban estas empresas de envíos mi domicilio porque me había tomado la molesta de cambiar ciertos aspectos de mi dirección en las empresas que solo me admitían mi domicilio. En unas ponía Portal-1, en otras Bloque-1 y en otras PRTL-1 por ejemplo. Así descubrí que, en mi caso, la principal “suministradora” de direcciones era la de telefonía. Ni que decir tiene que mis protestas, documentadas y razonadas, ante ella resultaron inútiles.
Hoy día parece que las cosas han cambiado y ha remitido hasta casi desaparecer el envío indiscriminado de propaganda. Se utilizan otras técnicas de tipo telefónico o por correo electrónico más selectivas e innovadoras. Por otro lado, la supresión por parte de las empresas de los envíos postales, dando opciones cada vez más amplias al usuario de la utilización del correo electrónico o el mantenimiento en la web de recibos y facturas, hace que el papel físico que llega al apartado sea cada vez menor. Alguna revista y algún papel “oficial” y poco más.
Lo poco que recojo y abro en casa suele ir dirigido a mí. Algunas veces me he encontrado con sorpresas, derivadas de una equivocación del cartero a la hora de depositar la correspondencia por la cual me ha entregado una carta del vecino de apartado. La devuelvo y ya está, eso sí, algunas veces abierta por no haber reparado en que no iba dirigida a mí.
Pero esta semana la sorpresa ha sido mayúscula. Una carta de un “gran” banco de este país que no iba dirigida a mi nombre pero sí y de forma correcta a mi apartado y a mi localidad. La abrí de forma rutinaria sin reparar en ello y me encontré que la información acerca de transferencias y saldos no era de mi incumbencia sino de otro señor y de otra oficina bancaria que yo no sé ni donde está.
Ahora queda esperar. ´¿Seguirán llegando cartas de ese tipo? ¿Habrá sido un error puntual de la informática de ese “gran” banco? ¿Se habrá equivocado el otro señor al facilitar su número de apartado al empleado? ¿Lo ha tecleado mal en el terminal del ordenador? Algunas preguntas que seguramente se quedarán sin respuesta.
Esto de la informática …….

domingo, 6 de abril de 2008

DST



Cada vez estamos más acostumbrados a los acrónimos, o también siglas, esos resultantes de juntar palabras o de juntar sus iniciales con más o menos gracia. En el caso de nuestro título, DST es la abreviatura o convención para la frase inglesa “daylight saving time” que en español traducimos generalmente por “horario de verano”. Allá por 1916, a un señor llamado William Willett se le ocurrió la idea y desde entonces se emplea casi de forma regular muy a pesar de lo que muchos pensamos. Hay que aclarar que no en todos los países del mundo se utiliza, siendo más generalizado en el hemisferio norte como puede verse en el plano adjunto extraído de la socorrida Wikipedia, esa enciclopedia activa en internet donde todos podemos aportar pero que generalmente usamos para obtener información.

Las razones aducidas son de índole económica derivadas de un mejor aprovechamiento de la energía solar, y siempre referidos a los humanos. Me imagino que los animalitos del campo se seguirán rigiendo por sus propios relojes biológicos y les traerá al fresco el cambio horario, salvo que vivan en granjas y sus dueños adapten los horarios en los que les entregan la comida y se vean por ello afectados.

Algo parecido sucede con nuestros niños pequeños e incluso con nosotros mismos, que andamos unos cuantos días que no sabemos si nos levantamos pronto, o nos acostamos tarde pero que parece que vamos por la vida un poco “descolocados” mientras ajustamos, ponemos en hora, nuestro reloj biológico, cuestión que es un poco más difícil que ajustar la ristra de relojes que tenemos en casa, si es que no son de esos modernos que se autoajustan cuando pasa el satélite.

A mí me parece muy bien lo del ahorro económico, pero podían calcular lo que me corresponde y, si no es mucho, que no lo sé, pagaría gustosamente la parte alícuota para conseguir que a mí y a mi familia nos dejaran en paz ese par de veces al año, una a principios de primavera cuando “nos quitan” la hora y otra a principios de otoño cuando nos la devuelven. Vaya, que casualidad, siempre primero quitar y luego devolver, debe ser consecuencia de que la norma la implantan los gobiernos, bien por convencimiento o bien dejándose llevar por la tónica general, aplicándonos los mismos parámetros que con otros asuntos, como por ejemplo el dinero que pagamos a Hacienda, que no sé cómo se las apaña pero al final tiene que devolver a muchos ciudadanos el dinerillo que les ha cobrado de más cuando se pone en claro la declaración de la Renta.

En fin, que en mi opinión el amigo Willett, puesto a pensar, podría haber pensado e inventado alguna cosa más práctica y nos podía haber dejado en paz un par de veces al año. Todos los años hay encuestas de la opinión pública y hay que reconocer que hay división de opiniones aunque en general no nos gusta el cambio. Personalmente no estoy convencido de su utilidad y de su ahorro, ya que lo que no se va por tardes se va por las mañanas. Para ser efectivo habríamos de estar ajustando una determinada hora del día, en la que todos más o menos nos levantáramos, para que coincidiera con la salida del sol, con lo que tendríamos montones de horas en cada país y estaríamos cambiando de hora cada semana. A lo mejor así se acababa el asunto de una vez para siempre.