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domingo, 28 de enero de 2018

@correos.es




El correo electrónico lleva ya muchos años funcionando entre nosotros. Aunque en los últimos años se ha popularizado de forma exponencial con los teléfonos inteligentes, el hecho de que en la mayor parte de los sitios sea obligatorio facilitar un correo electrónico como identificación de usuario ha forzado que cualquiera que quiera registrarse en una página web necesite disponer de un usuario de correo. Una herramienta excelente que tiene sus matices porque, como todo en esta vida, su uso indebido la puede convertir en un arma arrojadiza que nos complique la vida en más ocasiones que nos la facilite.


Hace más que veinte años que en mi caso personal trabajo con correo electrónico pues llegó muy pronto al ámbito de las empresas y para la que yo trabajaba fue una de las pioneras en ofrecer a todos sus empleados un usuario que en sus primeros momentos permitía usar a título individual. Como es sabido, es necesaria una conexión a internet que en aquella época no había llegado todavía a los domicilios particulares. Algunos la usábamos desde casa con la línea telefónica clásica, pero la lentitud era insufrible y hacía que su utilización se circunscribiera solo a casos muy puntuales.


Con el tiempo algunos consideramos que no era lógico facilitar una dirección de correo electrónico de una empresa para asuntos personales. Indagando en el mercado de aquellos años de finales de los noventa del siglo pasado, encontramos una solución que permitía hacer un «puente», de forma que podíamos disponer de una dirección personal pero los correos dirigidos a ella acababan en el nuestro de empresa. La empresa se llamaba www.globalmail.com y por una pequeña cantidad anual se encargaba de redireccionar los correos a donde tú le indicases. La solución era perfecta porque con esa dirección virtual podías recibir finalmente los correos en la que desearas. Aquello duró poco porque Globalmail fue engullida por una de las grandes.


En los primeros años el siglo XXI empezaron a llegar las conexiones específicas a internet a los domicilios particulares. Con ello, las empresas suministradoras del servicio facilitaban a los usuarios una o varias cuentas de correo. El problema era que si te cambiabas de empresa perdías tus cuentas y tenías que preparar otras nuevas que comunicar a tus contactos, que no siempre tomaban buena nota y algunos de ellos seguían mandando correos a la antigua.


En todo este maremágnum, aparecieron las empresas generalistas dando servicios de correo gratuitos. Yahoo, Hotmail, Gmail... como las principales pero algunas más. Ya se sabe que lo de gratuito es una falacia, pues a cambio las estás facilitando una enorme cantidad de datos sobre tus andanzas que en estos tiempos son muy valiosos. Por el contrario, tu dirección personal era prácticamente eterna y sobre todo independiente del servidor de internet que tuvieras en casa. A modo de ejemplo, mis cuentas de correo de Gmail y de Yahoo son las mismas desde hace más de una decena de años.


Estamos llegando al meollo de lo que quiero traer a la luz en esta entrada. No tenemos ninguna garantía del funcionamiento de esas cuentas que, poniéndonos en lo peor, pueden dejar de funcionar de un día para otro sin que tengamos posibilidades de reclamar nada. No parece lógico, pero sí posible. Así pues, la utilización masiva por todos los usuarios de cuentas de Hotmail o Gmail favorece su continuidad en el tiempo pero de forma no garantizada.


Algunas de las comunicaciones por correo electrónico hoy en día son importantes. Y pueden contener datos que no parece muy lógico que estén en manos de empresas como Google o Microsoft que precisamente no se distinguen por su, digamos, discreción. Sin entrar en el mundo de los «amigos informáticos de lo ajeno», hackers, los datos de nuestros contactos y nuestros correos son guardados yo diría casi que de forma eterna por estas empresas, parece incluso que aunque los borremos.


Le propongo una prueba. Entre en su correo de Gmail a través de la página web www.gmail.com. Haga login con su usuario y clave y en la columna de la izquierda verá una entrada titulada «todos». Si no aparece de primeras, pulsando en «más» aparecerá. Pulse en esa entrada «todos» y verá sus correos desde hace años. En mi caso hay ahí cerca de 9000 correos desde diciembre de 2009. Los correos y todos los documentos o fotos adjuntas. La capacidad de guardar cosas de Google parece infinita.


Por todo lo anterior, parece que debiéramos de tomar conciencia y para algunas cosas más importantes u oficiales disponer de una dirección de correo más segura o garantizada de alguna forma. Aparte de las empresas o particulares que disponen de una página web personal y pueden gestionarse esto con mayor efectividad, los ciudadanos de a pie que no la tenemos nos vemos obligados a confiar en alguna empresa más o menos seria que nos gestione nuestro correo electrónico. Buscando hace años encontramos varios amigos una más o menos oficial en www.correos.es.


La cuenta que se puede abrir en correos.es, de forma gratuita, va asociada de alguna manera al DNI del solicitante y por ello supone unas ciertas garantías en cuanto a la identidad de la persona. Pero seguimos sin tener seguridad en su funcionamiento. Yo la tengo pero no la utilizo mucho, la verdad, aunque un buen amigo la utiliza para todas sus gestiones oficiales con bancos, compañías de la luz, etc. etc. Una buena medida. Pero hace unos días ha estado sin funcionar al menos una semana. Al final me decidí a poner una reclamación que nunca ha sido contestada, pero curiosamente a las pocas horas de hacerla la cuenta volvió a funcionar.


Creo que es urgente que los ciudadanos dispusiéramos de una cuenta oficial y verificada por el Estado que tuviera garantías de control, uso y funcionamiento, no solo para el propio titular sino de cara a terceros. Esto sería extensivo a las personas jurídicas, muchas de las cuales confían sus comunicaciones electrónicas vitales a Google, Yahoo o Microsoft. Claro, a lo mejor pasaríamos a ser vigilados por el Estado en lugar de por esas empresas y tampoco nos interesaría. El dilema está servido.



domingo, 21 de enero de 2018

MERECIMIENTO




El acrónimo IBM responde a las siglas en inglés de International Business Machines, una multinacional conocida a lo largo y ancho del planeta, pues no es sino una de las empresas de tecnología más grandes del mundo y cuya creación con este nombre data de 1924, si bien fue resultado de una fusión de varias empresas anteriores entre la que podemos citar la fundada en 1896 por un inmigrante alemán llamado Herman Hollerit y denominada «Tabulating Machine Company». Eran las primeras máquinas tabuladoras, calculadoras, que suponían una gran ayuda en procesos masivos de conteo u operaciones matemáticas a gran escala.

Estamos en 2018, con lo que dentro de seis años cumplirá cien años de existencia resistiendo los bandazos de los mercados empresariales, extremadamente violentos en los últimos tiempos. Me viene a la cabeza el caso de Kodak, otra multinacional dedicada al mundo de la fotografía que no ha resistido los avatares del paso de los años. Es de suponer que el modo de enfocar el negocio, uno de cuyos aspectos es el eje central de esta entrada, habrá tenido algo que ver en que IBM siga pujante en el mercado en la actualidad. Aunque en los últimos años el mundo de las computadoras ha sufrido una revolución, no se puede hablar de informática sin pensar en IBM. De hecho, los computadores personales empezaron su andadura cuando el 12 de agosto de 1981 esta empresa comercializó el primer PC personal.

Pero retrotrayémonos mucho antes, a 1964, cuando IBM puso en el mercado sus modelos S/360 que tenían un máximo de 8 Mb de memoria principal. Cualquier teléfono que llevamos en nuestros bolsillos hoy en día tiene más. Estas máquinas supusieron un salto cualitativo en el mundo empresarial por lo que muchas grandes empresas apostaron por ellas y comenzaron su andadura en el mundo de la informática. Banca, industria, comercio, telecomunicaciones, transporte, servicios… fueron equipando sus centros de procesos de datos con estas máquinas IBM. Se requería personal especializado en tareas de programación y explotación y ahí, en 1973, es donde aparezco yo como miembro el entonces servicio electrónico de la llamada Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid.

Hoy, enero de 2018, cuarenta y cinco años después sigo lidiando con programas informáticos de este mundo de computadoras «grandes», conocidas en el mundillo como mainframes. Un programa de propósito especial, bauticémosle como SVC245, realizado a mediados de los 80 en la Caja, sigue funcionando correctamente hoy en día, sin ninguna modificación. El trabajo que me ocupa estos días, posiblemente uno de los últimos en mi vida laboral dedicada a este asunto, es la necesidad de realizar una modificación a ese programa para un gran banco español que lo mantiene en funcionamiento en sus sistemas operativos centrales. Esto es lo que quiero resaltar aquí: han evolucionado enormemente las máquinas y los sistemas operativos pero IBM ha mantenido a lo largo de los años, más de treinta en este caso, la posibilidad de que la inversión que en su día realizó una empresa siga siendo válida con el paso del tiempo. No es una cosa frecuente en este mundillo. He de decir que SVC245 fue codificado en lenguaje ensamblador, muy cercano al código máquina, por un compañero cuyo nombre completo recuerdo perfectamente pero del que solo diré Nacho. Y es curioso que tuviéramos dos Nachos en el departamento en esas fechas.

Este no es un caso aislado. Decenas sino cientos de programas realizados en aquellas fechas siguen funcionando hoy en día, en esa empresa que ya ha cambiado de nombre o en otras porque había reuniones colaborativas inter empresas en aquella época bajo una organización llamada GUIDE que favorecían el intercambio de experiencias y programas. 

Así pues, considero de gran mérito y un verdadero hito que IBM haya resguardado la inversión de sus clientes y haya tenido siempre en cuenta a la hora de evolucionar sus ordenadores y sistemas que lo «viejo» tenía que seguir funcionando sin modificación, evitando dolores de cabeza a sus clientes y protegiendo la inversión.

Y al igual que el de SVC245, dispongo de otro ejemplo que ha cumplido las mismas expectativas y además es personal. Su nombre es un poco raro para los ajenos a este mundillo: «MDPOACC» y fue codificado por mí en 1978. Son pues cuarenta años de funcionamiento ininterrumpido sin ninguna modificación y sin ningún fallo que yo sepa. A principios de los noventa, cuatro de los cinco integrantes del departamento de sistemas dejamos la Caja y buscamos nuevos desafíos en otras empresas. Uno de los que allí quedaron cuyo nombre recuerdo pero no mencionaré, obsesionado por borrar el rastro de nuestro paso, se dedicó a erradicar nuestros nombres de los comentarios de las cabeceras de los programas, por lo que si alguien que lee esto tiene contacto con la actual Bankia y su centro de proceso de datos e intenta localizar a «MDPOACC» no lo encontrará: ahora se llama INPOACC salvo que lo hayan vuelto a cambiar de nombre.

Para finalizar, mi más significativa felicitación a IBM por todo lo comentado y que aunque parezca mágico, no lo es; simplemente es una manera de trabajar bien, como se debe, con tino y con visión de futuro.



domingo, 14 de enero de 2018

multi... CHAPUZA





Los usuarios del transporte público en la Comunidad de Madrid nos hemos desayunado en el nuevo año con un cambio drástico en los títulos de transporte que ha sido bautizado por el vulgo de forma generalizada como la «multichapuza». El Consorcio Regional de Transportes de Madrid ha lanzado su tarjeta «Multi» y ha retirado de la circulación, sin posibilidad de cambio o recuperación, los títulos de transporte en cartón que llevaban funcionando desde hace muchos años. Ha sido una medida advertida con profusión en los medios de comunicación, pero sería interesante conocer cuántos euros han perdido los sufridos viajeros por no poder gastar a tiempo sus billetes viejos en cartón.

Es de suponer que un ente de la importancia del Consorcio haya estudiado con cuidado el diseño y la implementación de esta nueva forma. Como en otras muchas cosas, da la impresión de que los departamentos dedicados a estos menesteres están muy lejos de ser usuarios y por lo tanto de saber cómo se bate el cobre en el día a día del transporte. La medida ha sido anunciada a bombo y platillo como una mejora sustancial, pero lo cierto es que por el momento para algunos usuarios entre los que me encuentro la peora ha sido significativa.

Durante un tiempo, las nuevas tarjetas, una por domicilio, han podido obtenerse de forma gratuita; la siguiente o siguientes tienen un coste de 2,50 euros cada una. Lo normal es que un mismo domicilio, familiar por ejemplo, convivan varias personas que viajen y que necesiten más de una tarjeta, aunque convendrá conmigo que lo que no es normal es que un único usuario necesite dos o más tarjetas. Hombre, tampoco es tanto, y sirve se supone para muchos años. La tarjeta es moderna, se lee por contacto y presenta muchas ventajas en comparación con los billetes de cartón, pero es una lástima que, al menos por el momento, no hayan previsto los inconvenientes.

Los usuarios que utilizan el transporte a diario no se han visto afectados por esta nueva medida porque desde hace tiempo disponen de una tarjeta personal, con fotografía, que les permite cargar bonos mensuales o anuales. Los que utilizamos el transporte de forma esporádica aunque frecuente, queremos no tener que andar con los billetes, las monedas y los cambios y funcionamos con bonos de diez viajes. En mi caso concreto y a tenor de mis desplazamientos utilizaba tres bonos: dos de autobús y uno de metro. Los llevaba todos en mi cartera y en su parte trasera, simplemente a base de contar los viajes realizados impresos por la canceladora, podía saber cuántos me quedaban y comprar los nuevos cuando hicieran falta. En la nueva tarjeta no se sabe el saldo salvo que le preguntes al conductor cuando la utilices y consigas que te conteste si no está de humos. Otra solución es ir a un estanco o un puesto de venta y pedir por favor que la lean y te digan la situación. Como se puede ver en la imagen, yo me las he apañado con una pegatina por detrás donde voy apuntando de forma manual cada utilización que hago. Un método muy moderno, tan moderno o más que la tarjeta.

Antes he comentado que necesito dos tarjetas. Como son iguales físicamente, he tenido que identificarlas con otra pegatina para saber lo que tiene por dentro cada una. Si en un trayecto corto en autobús paso la que internamente tiene trayecto largo, dinerito que pierdo. Y es que esta es otra de las magias de la «moderna» tarjeta: solo se pueden cargar dos trayectos diferentes en la misma tarjeta. Menos mal que admiten que se carguen dos bonos de cada trayecto. Como yo he dicho que utilizo tres trayectos, las cuentas son claras: necesito dos tarjetas.

Otros que se han visto impactados de lleno por la medida son los visitantes esporádicos de Madrid, españoles o turistas. A modo de ejemplo, antes se compraban un bono de diez viajes de metro y lo iban utilizando sin problemas para uno o varios viajeros. Ahora tienen que empezar por comprar la tarjetita, cargarla y llevar las cuentas de los viajes realizados con cuidado. Y cuando abandonen Madrid… ¿conservan la tarjeta de recuerdo por si vuelven? ¿Hay posibilidad de recuperar el importe?

Como todo no pueden ser maldades con las nuevas tecnologías, mi amigo Manolo me ha dicho que hay una posibilidad de saber los viajes que te quedan: una aplicación para el móvil llamada «Mi tarjeta TP» tiene la funcionalidad de decirte el saldo de viajes, con lo que me ahorraría el andar apuntando a mano en la pegatina de detrás. La instalo en mi teléfono inteligente, pulso la opción de «Consulta de saldo» y se abren ante mí dos posibilidades. Una de ellas es introducir manualmente los datos de la tarjeta, opción que no es válida para este tipo de tarjetas sino sólo para las personalizadas. La otra opción es a través de la funcionalidad denominada «NFC-Near field comunnication», pero mi móvil es una patata vieja con cinco años y no dispone de esa tecnología. Al final tendré que darle las gracias al Consorcio por darme una razón para cambiar de teléfono. No hay mal que por bien no venga.

domingo, 7 de enero de 2018

RECLUSIÓN





Es este un tema recurrente, pero a medida que pasa el tiempo surgen nuevas variantes que no dejan por menos de sorprender. Como dice el buen amigo Murphy en sus conocidas leyes, todo es susceptible de empeorar. Lo lógico es que con el paso del tiempo mejorara y no quiero yo ser tan agorero que niegue que eso ocurre, pero otros aspectos suponen peorar manifiestamente aspectos que se creían superados.


Desde hace años se viene incrementando de forma gradual la venta por internet de todo tipo de archiperres. Un amigo mío ha comprado de esta forma los muebles de un salón para un pueblecito perdido en la provincia de Ávila donde se los han llevado y casi instalado sin ningún problema. Es de suponer que este sistema de ventas vaya ganando en adeptos de manera progresiva de forma que mucha gente se vea abocado a utilizarlo. No sólo en pueblos retirados donde no hay o se han ido cerrando los comercios tradicionales sino en las grandes ciudades para evitar los desplazamientos y recibir en casa aquello que deseemos sin movernos del sillón.


Hay varios puntos ásperos que subyacen a este entramado y que con el paso del tiempo se van limando. Uno de ellos es la confianza, que se va ganando o perdiendo a medida que se incrementa su uso y los comentarios proliferan en las redes sociales. ¿Recuerdan Vds. PIXMANÍA? Fue una de las primeras en manejarse en este asunto de las ventas por la red, con ofertas muy buenas e incluso con presencia física mediante tienda en algunas ciudades como Madrid. Yo la utilicé en alguna ocasión hasta que tuve un problema que no me solucionaron satisfactoriamente, con lo que la puse la cruz y nunca más. Otros portales o distribuidores, no hace falta decir nombres, se van ganando credibilidad a base de sus actuaciones, especialmente cuando hay problemas y hay que gestionar garantías o devoluciones. Por ejemplo, yo no tengo ningún problema, al menos por ahora, en comprar por internet en conocidas como AMAZON o PCCOMPONENTES y si tengo algunos respetos, no voy a entrar en detalles aquí, en IBERLIBRO o APPINFORMÁTICA.


Pero el aspecto que a mi juicio sigue candente y no solucionado todavía de forma global y definitiva es el de los sistemas de envío de los productos. Cualquier solución que no obligue al receptor a estar secuestrado en su casa sería satisfactorio. Muchos compradores emplean el truco de poner como ubicación su empresa, donde los días laborables hay alguien que se encarga de los paquetes, pero ya sé de alguna empresa que ha prohibido está práctica por resultar problemática en sus sistemas de control de accesos o negarse los empleados de recepción a hacerse cargo de más y más paquetes. Yo en alguna ocasión he empleado el truco de enviarlo a una residencia geriátrica a nombre de mi madre, pero se han dado cuenta de que mi madre no hace compras por internet dada su edad y en realidad eran para mí, por lo que me han dado un aviso.


La mejor solución a mi modo de ver es utilizar establecimientos de apertura continuada al público tales como tiendas, supermercados, oficinas de correos o gasolineras donde puede uno dirigirse a la hora que más le convenga a recoger el paquete cuando por mensaje o correo electrónico le avisen de que está disponible. También están surgiendo las taquillas inteligentes ubicadas en estaciones de tren, metro o autobús donde puedes dirigirte con la clave remitida y recoger el envío.


Pero quedan algunas empresas recalcitrantes que siguen instaladas en el sistema clásico de envío por mensajería al domicilio puro y duro. Algunas como PCCOMPONENTES tuvieron disponible durante un tiempo el envío a una oficina de Correos, sistema que yo utilicé en varias ocasiones. Sin embargo, en un momento dado lo retiraron y volvieron al de mensajería. Por más que por correo y sugerencias les insistí en que no retiraran el sistema, lo hicieron, por lo que desde entonces no he comprado nada allí: no estoy dispuesto a estarme secuestrado, recluido, en mi casa un día o más a la espera de que llegue el mensajero, que además llama al timbre justo en el momento en que has salido un momento a por el pan o estás haciendo algo y no le puedes abrir. Y lo digo por experiencia, porque me ha ocurrido.


Pero al final acabas dándote de bruces con lo que a toda costa quieres evitar. Hace unos días he encargado un trabajo a una imprenta que me han recomendado. Es un trabajo delicado y me han dicho que utilice esa, que está nada más y nada menos que en Italia. Todo se hace a través de una excelente  página web donde tienen cuidado hasta el más mínimo detalle. Cuando tienes todo preparado llega el momento de establecer el sistema de envío y entonces constatas que es solo mensajería, ¡mensajería! La opción está en abandonar y buscar otro sitio pero para este asunto concreto no es fácil. 


Parecía que el sistema de envíos lo tienen muy controlado pues incluso te ofrecen precios diferentes según la celeridad con que quieras el trabajo. A más tiempo más barato, con lo que de forma indirecta te dan la fecha exacta en que te llegará. Para el caso concreto que he sufrido, ponía que sería entregado el día 4 de enero. Estamos en vacaciones y o bien yo o bien alguien de mi familia podría cubrir la reclusión el jueves 4 de enero de 2018. Adelante con el pedido, pues.


El 29 de diciembre recibo una comunicación que me indica que el pedido ha salido de origen y me facilitan un número de seguimiento de la empresa ENVIALIA. Al visualizarlo constato que la fecha de entrega está fijada en el 2 de enero; revolución familiar de turnos para cubrir el día 2 en lugar del 4. En la mañana del 2 accedo al seguimiento y la fecha había cambiado al 3, lo que forzó un nuevo reajuste familiar de la guardia. Pero el 3 volvió a cambiar al 4 y el 4 ya no teníamos escapatoria pues habíamos planificado estar fuera de casa toda la mañana y hasta las cuatro de la tarde no llegaría alguien. ¡Qué sea lo que Dios quiera! se decía antaño confiando en la suerte.


Es mejor no leer las cláusulas de entrega de la empresa de mensajería. Todo es a favor de ellos, como no podía ser de otra manera. Al final, renuncié a mi escapada y me quedé en casa, estando a las ocho de la mañana —no hay horarios— preparado para abrir al mensajero. Llegó a las 17:26, lo que supone nueve horas y media de secuestro en mi propio domicilio. Al final di por bien empleada la reclusión, aunque me podría haber evitado el perderme la actividad familiar programada.


El trabajo ha llegado a mi entera satisfacción en todo menos en el sistema de envío. ¿Qué hacer si en el futuro decido encargar otro trabajo a esta empresa? Salvo que cambien las cosas, tendré que estar dispuesto a admitir una nueva reclusión, que como reza en el diccionario, es un «encierro o prisión voluntaria o forzada».