Buscar este blog

sábado, 29 de octubre de 2016

TURNOS




De forma paralela a ir cumpliendo años, las personas nos vamos instalando en ciertas manías que nos hacen la vida un poco más llevadera. El ir teniendo determinadas cosas claras hace que se reaccione ante diferentes situaciones de una forma cuasi instintitiva, lo que supone ahorrarse los esfuerzos en estar sopesando las características de la tarea y tomar decisiones de forma rápida y casi instantánea. A modo de ejemplo mencionaré que cuando accedo a una página web cuyo fondo es negro o muy oscuro con los textos en blanco, mi acción inicial es de rechazo absoluto y muy interesado tengo que estar en el tema para seguir adelante. Algo parecido me ocurre cuando encuentro faltas de ortografía en un libro, que me entran ganas de cerrarlo ipso facto y un último ejemplo de los muchos que podría dar es cuando se me plantea la necesidad de tomar un vuelo, la compañía de bajo coste RyanAir queda automáticamente excluida: reconociendo sus precios imbatibles la evitaré a toda costa asumiendo el coste extra para mi bolsillo por elegir otra.

El tema que quiero comentar hoy es el de los turnos en los restaurantes. Tuve una época hace ya muchos años en que disfrutaba saliendo a comer o a cenar a un restaurante, porque te permitía conocer nuevos ambientes, salir de la rutina y pasar un rato agradable con amigos. Aquello ya pasó y como parece que todas las reuniones tienen que ser alrededor de una mesa con comida y bebida, la alternativa está en la propia casa de cada cual con una cervecita o refresco fresquito de la nevera y una bolsa de patatas fritas: si de lo que se trata de verse y charlar con alguien, el tema del restaurante o del bar entiendo que es accesorio.

Pero no siempre se puede evitar el restaurante, especialmente si se trata de un grupo, lo que supondría un pequeño follón para una casa particular. Cuando telefoneo o voy presencialmente a un restaurante para reservar y me salen con aquello de que tienen turnos, mi predisposición inicial es al rechazo inmediato, sin contemplaciones. El domingo pasado me encontré con la situación y como se trataba de un grupo de cinco parejas me tuve que armar de paciencia, tragarme mis planteamientos y reservar.

Es complicado el asunto de los turnos. Por los horarios en España, el primero suele ser a la una y media, una hora ciertamente pronta para comer según nuestras costumbres, pero tiene la ventaja de que llegas a tu hora, te sientas y empiezas a comer. Como no todo son ventajas, ya te indican de forma educada en la propia reserva que al haber segundo turno se espera de ti que no te recrees en la mesa para dar paso a los del segundo turno. En algunos restaurantes, me encontré uno hace poco en Llanes, Asturias, te niegan el café de forma explícita para que te levantes lo antes posible y dejes libre la mesa, que hay mucha gente esperando y además te están mirando de forma que puedes leerles sus pensamientos de «a ver si os levantáis ya, pesados, y dejáis la mesa libre». Es muy angustioso estar finalizando tranquilamente una comida con la presión en tu cogote de saber que hay gente esperando que tú te marches cuanto antes.

El segundo turno te lo plantean con la lacónica frase de «a partir de las tres, mejor sobre las tres y media, porque tienen que comprender que deben finalizar los del primer turno y no podemos echar a nadie…». Con estos planteamientos, tanto si eliges el primer turno como si eliges el segundo estás fastidiado pues la comida no va a ser todo lo tranquila y relajada que debería. Tengo que añadir que sobre todo esto sobrevuela la categoría y el precio del restaurante. En descarga del restaurante antes mencionado de LLanes, manifiesto que es un restaurante barato, con comida casera muy apetecible y en el que realmente no hay dos turnos, pues no reservan, hay que personarse y esperar la cola que haya en ese momento si tienes interés en comer allí.

El domingo pasado fue el colmo, una experiencia más para reafirmarme en un NO rotundo a los turnos. A mis amigos les apeteció comer un cocido madrileño en Madrid. A diario hay multitud de posibilidades de comerse un buen cocidito en Madrid sin agobios, pero en un domingo la oferta se reduce bastante. De hecho el restaurante que yo hubiera elegido, Casa Jacinto, cierra los domingos. Elegimos uno afamado, «La Taberna de la Daniela» y en qué hora. Por aquello de disfrutar de la mañana aunque en un Madrid lluvioso a cántaros, elegimos el segundo turno, a las tres y media. Personados en el restaurante, uno de los cuatro que tiene esta cadena en Madrid y que está situado en Cuchilleros, tuvimos que esperar casi media hora en la entrada junto a una multitud de comensales a que salieran los del primer turno y los camareros, desbordados, pudieran limpiar y preparar las mesas.

Nos sentábamos a las cuatro de la tarde, cansados y hambrientos. La sopa vino rápido y fue lo único que se salvó del cocido. Casi sin poder terminar el último sorbo, nuestra camarera nos dejó en la mesa el tercer vuelco, las carnes, nada del otro mundo y sin ni siquiera una pieza para cada comensal, por ejemplo de tocino, que tuvimos que repartir. La camarera que nos atendía se marchó, supongo que por haber acabado su turno y el único camarero que quedaba, ayudado esporádicamente por la maître, al cabo de un buen rato nos trajo el segundo vuelco, los garbanzos, fríos, duros y a destiempo, tanto que no sabíamos si estábamos comiendo un cocido madrileño, maragato o de nueva creación. En resumen, un completo desastre, tanto que cuando nos levantamos para marcharnos cerca de las cinco y media de la tarde, y no éramos los últimos, nos fuimos con la sensación agridulce de haber sido unos turistas más de los muchos que pululan por la zona.

No daré más detalles de los postres que sirvieron de fuente de discusión por su escasez y poca categoría. Para rematar, decir que el menú escogido importaba la friolera de 37 euros, todo incluido, cantidad que en mi modesta opinión me parece respetable como para no hacer turnos. Pero ya se sabe, la demanda justifica todo y aunque yo no vaya a volver nunca por allí, por los turnos y por lo demás, hordas de turistas seguirán rebosando los dos turnos de este restaurante.


domingo, 23 de octubre de 2016

l-COMERCIO




Si nos asomamos a cualquier navegador en un ordenador y consultamos a Google con las palabras «comercio» y «local», recibiremos multitud de información y también multitud de imágenes referidas al tema como las que encabezan esta entrada del blog. He modernizado un poco el título anteponiendo la letra «l» queriendo significar «local».

Si en algún momento nos planteamos hacer una reforma en casa, de esas en las que intervienen varios oficios, podemos optar en principio por dos acometidas iniciales básicas. Una de ellas es dirigirnos a alguna empresa que se encargue totalmente del tema, dar las instrucciones concretas, obtener un presupuesto, fijar unas condiciones, estimar una duración, darles la llave y marcharnos de casa a la espera de que cuando volvamos a entrar esté todo correcto y como los chorros del oro. Esto funciona porque conozco varios amigos que han tomado esta opción, con empresas serias y solventes, y realmente han quedado satisfechos, con alguna demora en la entrega eso sí y sin entrar en consideraciones de costes y bolsillos. Y la segunda es por la que he optado yo en estos días, cual es encargarte personalmente de contactar y coordinar a todos los operarios, hacer acopio de los materiales y estar pendiente siguiendo aquella máxima que dice que «el ojo del amo engorda el caballo», que no siempre es cierta porque al final no dejas de estar en manos de unos supuestos profesionales que son los que realizan el trabajo.

Una vez tomada esta opción, en el asunto de los materiales se abren nuevas posibilidades: compra por internet, grandes superficies o… comercio local, tiendas de proximidad, tiendas del barrio o como queramos denominarlo. Tras unas pequeñas disquisiciones y por aquello de ser sensible a todas las razones esgrimidas por las imágenes comentadas, decidimos optar por comprar en los comercios locales, eso sí, sin entrar en temas de comparaciones de precios. En qué hora.

Empezaré diciendo que en alguna de las compras en la que no habíamos dejado señal alguna, ante la demora y la falta de atención, optamos por coger el coche, irnos a una gran superficie, elegir, comprar y volver a casa con el material en el maletero y el asunto zanjado. Pero voy a comentar otros dos sucedidos, uno de los cuáles finalizó ayer tras traernos de cabeza unas semanas. Comentar que la obra a realizar consistía en cambiar la bañera del cuarto de baño por un plato de ducha, que nos vamos haciendo mayores y hay que minimizar, antes de que sea tarde, los riesgos de caídas.

Como digo, en un comercio local adquirimos el plato de la ducha y los pavimentos y materiales necesarios. Cumplieron con una pequeña demora en los plazos con casi todo pero una de las partes del pedido no llegaba y el albañil tenía que comenzar a meter la piqueta, retirar la bañera y alicatar los muros. En vista de que el material finalmente no iba a estar disponible, la solución estuvo, como en el caso anterior, en coger el coche el día previo al comienzo de la obra y dedicarnos a recorrer las grandes superficies del ramo en los polígonos industriales de la periferia de la ciudad hasta encontrar un material con el que, aunque no era exactamente lo que queríamos, nos podríamos apañar con tal de no retrasar la obra. «A la fuerza ahorcan». ¡Viva el comercio local!

Y el otro caso ya es de juzgado de guardia, donde no he acabado por los pelos. En una cristalería cercana encargamos una mampara para la ducha lo más sencilla posible, tanto que es un simple cristal fijo, de medida estándar y sin ninguna complicación. En vez de cristal debe ser oro transparente por su precio, pero bueno, no vamos a cuestionarlo una vez que hemos decidido dar a ganar unos eurillos al comerciante cercano. Para ponernos en fechas, la solicitud se hizo el día veintinueve del mes pasado. Hay que tener en cuenta que a pesar de que se trata de un cristal sencillo que no requiere ningún tipo de ajuste, el tendero insistió en que tenía que ver el sitio para hacerse una idea y que hasta que no lo viera no podría tramitar el pedido. Quedamos para el lunes siguiente, tres de octubre pero un problema que me surgió a mí hizo imposible la visita que tuvo lugar de forma efectiva el miércoles cinco de octubre a las nueve de la mañana. Todo quedó conforme, el pedido era firme y quedó constancia del mismo con la petición de una señal, la famosa señal, de cien euros que aboné puntualmente en mi propio domicilio. Como tengo por costumbre, le pregunté el plazo estimado de disponibilidad, obteniendo por respuesta, como si fuera lo normal, una semana.

No había problema, estábamos en plazo, el albañil acabaría la obra el domingo día nueve de octubre y a los tres días podría estar la mampara colocada y toda la obra finalizada, pudiendo disfrutar en casa de nuestro nuevo sistema de aseo personal. Pero hete aquí que ese día doce, cuando se cumplía la semana estipulada, era festivo. Entendí, incauto de mí, que el jueves trece o el viernes catorce a lo sumo estaría todo finiquitado, pero…, quía, ni una palabra, ni una llamada, ni nada de nada. ¿Esto es lo que se conoce como la atención personalizada que ofrece el comercio local?

Para evitar el teléfono y ya que estamos en ámbitos cercanos, me desplacé personalmente a la tienda, donde no estaba el tendero y la dependienta no sabía nada de nada. Supongo que debió de notarme bastante ofuscado, porque tomó nota y se comprometió a que me llamaría a lo largo de la tarde para comunicarme como estaba el tema. ¿Piensan Vds. que lo hizo? Atención personalizada…

Me llamó, menos mal al día siguiente sábado día quince para decirme que no estaba disponible la mampara y no voy a detenerme en dejar aquí constancia de las razones peregrinas que esgrimió, que no se las cree ni él. Ante mi insistencia de una nueva fecha me dijo que sin lugar a dudas el lunes diecisiete o a lo más tardar el martes dieciocho estaría colocada. ¿Creen Vds. que se cumplió el plazo?

No solo no se cumplió sino que ni una llamada de disculpa ni nada. El jueves veinte, quince días después de un pedido en firme que tardaría siete, decidí pasarme por la tienda a última hora, a ver qué cara ponía y que disculpas esgrimía suponiendo que lo encontrara allí. Iba dispuesto a perder los cien euros si no me los quería devolver a pesar de estar incumpliendo claramente, coger el coche, irme a una gran superficie, comprarla, traerla, ponerla yo y olvidar el asunto. Por fin me llamó anteayer y ayer sábado la instaló, pero por el secado de la silicona empleado en los sellados no la podré utilizar hasta hoy. 

Sin comentarios adicionales acerca del comercio local. Al menos cuando acabe estas líneas me podré duchar en mi nueva instalación.

.

domingo, 16 de octubre de 2016

DESCONCHÓN




Cuando elijo un título para la entrada que comienza por el prefijo «des» me viene a la cabeza una de mis entradas favoritas de este blog, escrita en hace ya más de ocho años, en febrero de 2008 y que lleva por título «DESAPARCAR» la cual he aprovechado para leer de nuevo y de paso recomponerla estéticamente un poco, sin modificar su contenido. Y entrando ya en materia, el dicho popular «a la cama no te irás sin saber una cosa más» cobra cada vez más una vigencia inusitada a la luz de los vertiginosos cambios a los que estamos asistiendo en los últimos tiempos.

Tuve una época de «bricolero» en la que pasaba muchas horas enfrascado en los mantenimientos de la casa y en hacer trabajillos para amigos y compañeros. Me divertía trasteando con herramientas y materiales y en su día llegué a tener una cierta presteza en todos estos asuntos. Serían incontables los agujeros realizados para poner tacos y colgar cuadros y estanterías. El tiempo ha pasado y mis condiciones actuales de vida no requieren ni permiten estos trabajos, además de que ocupo mi tiempo y me preocupo de otros asuntos. Pero de vez en cuando hay que retomar viejas aficiones y desempolvar el nivel y la taladradora.

Hace unos años se puso de moda en las casas de nueva construcción el dotar a los cuartos de baño con bañera y bidet. En mis tiempos de chiquillo contábamos en casa con un plato de ducha y gracias, que no todos mis amigos disponían de él. De estos cuadrados añadidos a un rincón en el cuarto de baño de la casa y con su cortina de plástico que había que pegar a las paredes de azulejos para evitar que se saliera el agua. Parece que un signo de modernidad y de más nivel es contar con bañera en casa, aunque en los más de veinte años que llevo viviendo en la mía jamás he utilizado la bañera y evidentemente tampoco el bidet.

Las bañeras son un peligro a la hora de entrar y salir de ellas, especialmente para la gente mayor. Sin entrar en si yo lo soy o me considero, este verano tuve un buen trompazo al engancharme en la toalla que se saldó sin consecuencias, pero una caída en un cuarto de baño es muy peligrosa pues cualquier golpe en la cabeza con alguno de los elementos como lavabo o wáter puede resultar en una lesión grave. La solución es erradicar la bañera y sustituirla pon un plato de ducha, mucho más funcional y sobre todo menos peligroso a la hora de entrar y salir. No hay más que ver los anuncios en los periódicos donde multitud de empresas ofrecen el cambio sin obras prácticamente y en el día.

Esta semana le ha llegado el turno a mi bañera. De paso, hemos aprovechado para alicatar las paredes hasta el techo con un nuevo pavimento que contrasta algo pero no mucho con las paredes antiguas del resto del baño. Pero aquí viene lo bueno, los azulejos clásicos han pasado a mejor vida, han quedado anticuados, y ahora lo que se lleva son los pavimentos porcelánicos. Dicho así no parece que haya diferencia pero lo de «porcelánico» incluye unas vicisitudes que no conocía y que a punto han estado de ocasionarme una buena avería.

Ya cuando estaba alicatando el albañil comenté que tendría que hacer unos agujeros para colocar una estantería y el soporte de la ducha, a lo que contestó advirtiéndome que era muy delicado, pero que muy delicado, hacer agujeros en el pavimento porcelánico, que a pesar de su extrema dureza podía saltar con mucha facilidad y hacerse añicos. Me dejó mosca el asunto y me lancé a consultar en internet y además a mi amigo ferretero, que me avisó de que no se podían utilizar brocas normales,  las de vidia de toda la vida, que nada de poner el percutor en la taladradora, además de que había que utilizar velocidades bajas y refrigerar con agua o aceite la broca con frecuencia. Al final me procuró una broca especial que costaba más de cinco euros y me advirtió que probablemente no fuera capaz de hacer los cinco agujeros con ella antes de que la fundiera. Y me comentó que las brocas que se utilizan normalmente por los profesionales cuestan alrededor de veinte euros y con ellas consiguen hacer como mucho diez o doce agujeros. Estamos apañados, cada agujerito, si no te cargas el pavimento, sale por dos euros en concepto de desgaste de broca.

Ayer me tiré cerca de dos horas para hacer los cinco agujeros y como me había advertido mi amigo ferretero tuve que ir a comprar una segunda broca, quedando las dos para el arrastre, fundidas como la cabeza gastada de una cerilla. Y para remate de fiesta, en uno de los agujeros, como puede verse en la imagen, saltó un trozo del pavimento, menos mal que se queda casi oculto detrás del soporte de la estantería y así se disimula.

Yo que estaba harto de hacer agujeros en paredes de todo tipo, he descubierto que hay una nueva forma y un nuevo pavimento donde las concepciones tradicionales no sirven y además si las utilizas puedes armar una avería que para qué, cargándote la pared flamante que te acaban de poner. Así que lo que hemos dicho, «a la cama no te irás sin saber una cosa más».

domingo, 9 de octubre de 2016

IGNOMINIA




Hace justamente dos años escribía en este blog la entrada «CHORIZOS» con mis opiniones sobre el asunto conocido por «Tarjetas black» que sigue en plena actualidad con el inicio esta semana del juicio multitudinario a varias decenas de aspirantes a próceres que no tenían bastante con su abultado sueldo y obtenían menudencias extraordinarias con este sistema. Desde tiempos inmemoriales, la medicina ha tenido que buscar nuevos términos para describir enfermedades al ser los suyos secuestrados por el vulgo para utilizarlos como insultos. Así, locura o esquizofrenia son términos que en sus inicios fueron puramente médicos pero que se han convertido en insultos cuando se dirigen a gente sana. Sería este un tema interesante para desarrollar pero lo traigo a colación porque lo que verdaderamente ha producido en mí esta noticia aparecida en el diario El Mundo el pasado miércoles 5 de octubre de 2016 es una indignación supina. Pero hay que tener mucho cuidado porque el término indignado tiene en nuestro país España, y también en alguno vecino, connotaciones adicionales, no reflejadas en el diccionario, desde las manifestaciones del 15-M.

La noticia reza, como puede verse en la imagen adjunta, «Acusados del PP, PSOE e IU atribuyen a un gestor fallecido el origen de las tarjetas "black"». Con demasiada frecuencia, sospechosa e insultantemente, la responsabilidad de un accidente aéreo, ferroviario o de autobús recae respectivamente en el piloto, el maquinista o el conductor especialmente cuando se da la circunstancia de que hayan fallecido. Lo de «echarle la culpa al muerto» se utiliza profusamente y en algunos casos me da en la nariz que habría más responsabilidades que investigar y depurar. Claro, como los muertos no hablan ni pueden defenderse, asunto cerrado.

Como digo, la bilirrubina se me ha puesto por las nubes cuando he leído el nombre del fallecido al que atribuyen el comienzo del entramado de las tarjetas: Ángel Montero. Como dicen ahora los políticos aunque luego no lo hacen, yo pongo la mano en el fuego por Ángel Montero porque me parece imposible que participara en hechos como estos. A b s o l u t a m e n t e  imposible como dicen ahora.

A finales de los setenta del siglo pasado, el señor Montero era uno de los cinco subdirectores que había en la fenecida Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid, esa empresa que fundara el Padre Piquer en 1702 y que se han cargado directivos como estos que nos ocupan. Yo trabajaba allí como un incipiente técnico informático que fue adscrito a una comisión de negociación salarial para sacarnos de las asimilaciones administrativas y crear una escala técnica específica para nosotros. Ante una de nuestras propuestas, don Ángel nos contestó, y valoró fehacientemente con datos y hechos, que nuestros planteamientos eran inasumibles porque colapsarían en 2015 y serían imposibles de mantener por la Entidad. ¡Una persona, un directivo, pensando en sucesos a más de treinta años vista!, cuando ahora se planta un jardín y la única preocupación es que llegue en estado de revista a la foto de inauguración aunque se agoste al día siguiente. Ángel Montero era muy aficionado a los temas informáticos y yo recuerdo muchas conversaciones amistosas sobre el particular e incluso liarme para desarrollar ciertas aplicaciones informáticas para su departamento previo «convencimiento» de mis jefes para que me autorizaran a realizarlas ya que se trataban claramente de cometidos fuera de mis funciones.

Yo dejé la Caja a principios de los noventa para buscar nuevos rumbos y pasé personalmente a despedirme de él. Se echó las manos a la cabeza ante mi marcha y trató por todos los medios de convencerme para que no me marchara, cosa que no consiguió y le rogué que no intentara porque mi marcha era un hecho consumado. Desde la nueva empresa en la recalé, continué mi participación en unas reuniones técnicas mensuales inter empresas en las que participaban empleados de grandes centros informáticos de empresas de alto nivel. A finales de los noventa tuvo lugar una reunión de estas en León. Lo normal era que, tras la reunión que duraba toda la mañana, fuéramos a comer todos juntos de forma que podíamos seguir tratando temas y hablando de lo divino y de lo humano. En León nos llevaban a un restaurante que era de tipo escuela de hostelería donde nos habían atendido muy bien en años anteriores. Cuando íbamos a salir para el restaurante una vez finalizada la reunión, el anfitrión de CajaEspaña, Paco, me dijo que yo no iba a comer con ellos y que le acompañase. Tras quedarme estupefacto me condujo al despacho del director general de CajaEspaña en aquellas fechas, que no era otro que Ángel Montero, que se había enterado de que yo asistiría a la reunión y modificó según me dijo su agenda para recibirme y comer conmigo.

Al verme y ante mi sorpresa, pues yo no sabía que él estaba allí, me dió un abrazo efusivo y estuvimos hablando y recordando tiempos pasados y formas y maneras de actuar. Me contó cómo se había tenido que marchar de lo que ya era CajaMadrid antes de que lo echaran, pues los nuevos tiempos y los nuevos dirigentes no eran «trigo limpio» en sus propias palabras y él no hubiera podido mantener sus principios ante los desaguisados que un día sí y otro también se empezaban a propiciar. Su valía personal y profesional le llevó a la dirección de CajaEspaña.

Si participó o no en el inicio de las tarjetas es un hecho que desconozco pero sí que estoy seguro de que en caso de ser cierto, ni los modos ni los funcionamientos de las tarjetas hubieran sido consentidas por don Ángel Montero, un señor íntegro y cabal, un caballero, un profesional como la copa de un pino al que esta banda de «indesharrapados», alguno de los cuales ha llegado a llorar en el juicio en su declaración ante el fiscal, se permite mancillar y vilipendiar con tal de salvar sus distinguidos culos. No tienen ni la más mínima vergüenza ni respeto, y estos personajes y adláteres son el prototipo de lo que tenemos rigiendo los destinos de España.

Apañados estamos en manos de tanto sinvergüenza que, no tengo ninguna duda, escaparán a la mano de la justicia y el resto de sus vidas se mofarán de todos nosotros gastando en un desayuno con caviar y champán lo un obrero no alcanzará a ganar trabajando todo un año.





sábado, 1 de octubre de 2016

FANGAL




En el argot popular se utiliza la expresión «meterse en un charco» para referirse a iniciar alguna actividad cuyo fin no alcanzamos a determinar pero que prevemos que va a conllevar una cierta dificultad e incluso que puede no llegar a realizarse por mucho que nos lo propongamos. Rescato aquí una de mis frases preferidas: «como no sabían que era imposible, lo hicieron». Los charcos, como los fangos o las ciénagas, suelen estar turbios y no se ve el fondo, con lo que entrar en ellos puede terminar en un simple mojado de los bajos del pantalón o una inmersión total.

La mayoría de las personas cuando huele el cieno y salvo que sea perentorio para ellas, elude el mancharse y como mucho busca ayuda en algún conocido, amigo o amiguete, al que soltarle el problema y esperar la solución con las manos en los bolsillos. En variadas ocasiones he sufrido esto con amigos que con el pretexto de vernos e invitarme a una cerveza en su casa me ponían delante del ordenador para comentarme cosas que no funcionaban o novedades de las que habían oído hablar pero, claro, no entienden de esas cosas. Cuando me veo en esta situación, la pregunta que les hago es invariable: ¿tienes algún amigo mecánico, albañil, carpintero, fontanero o pintor? ¿Les invitas a tu casa a tomar una cerveza para que te arreglen el coche, te cambien la bañera por un plato de ducha, te hagan un mueble, te cambien un radiador o te pinten el pasillo? Esto es, claro, una declaración de guerra pero tiene el trasfondo de la valoración del trabajo y del tiempo de los demás. Es que como tu entiendes más que yo de estas cosas… La vieja historia de que yo no quiero aprender a pescar, prefiero que pesque otro que yo ya me comeré el pez.

La capacidad humana de aprender es casi infinita. Desde que nacemos hasta que morimos estamos aprendiendo día tras día, pero hay una palabra mágica complementaria a esto del aprendizaje: INTERÉS, o lo que es lo mismo, inclinación de nuestro ánimo a una cuestión. En función de los logros que esperemos obtener, y también la necesidad que tengamos de los mismos, nuestra dedicación será distinta. Es necesario también tener en cuenta que nuestras anteriores exploraciones de temas relacionados, si las hemos tenido, nos habrán dotado de un bagaje que nos permitirá acometer con más facilidad y más posibilidades nuevas tareas. Ahora ya no hago nada, pero tuve mis tiempos de darle a fondo al bricolaje: una de las actividades que más me gustaba era la carpintería-ebanistería. Compré herramientas adecuadas la estrella era una fresadora que aún conservo, tenía sitio en el garaje y pasaba mucho tiempo investigando, haciendo, rompiendo cosas… hasta llegar a tener una cierta habilidad y terminar incluso muebles con una cierta prestancia. Ello me llevó a no pocos sinsabores por el dicho aquel que reza «en comunidad no demuestres habilidad». A más de un amigo le hice un completo laboratorio de fotografía y a otros diversas estanterías y muebles auxiliares hasta que me cansé de poner mi tiempo y mi dinero a veces tenía que comprar herramientas o reponer las mías— y empecé a perder amigos. Ahora me pasa casi lo mismo con los temas informáticos…

En mi casa tengo un NAS, acrónimo de «Network attached storage» o sistema de almacenamiento en red, destinado a contener fotos, vídeos y demás elementos multimedia de la familia y que permite que desde cualquier ordenador conectado inalámbricamente se puedan ver y utilizar sin tener que estarlos copiando. Una solución muy versátil y práctica que implanté hace ya más de dos años y a la que todos los miembros de la familia nos hemos acostumbrado y utilizamos cuando es menester. A nadie se le oculta que en su día hubo que dedicarle tiempo al asunto pues un NAS no es un aparato que se saca de la caja, se enchufa y ya está. ¿Es fácil o difícil poner un NAS en tu vida? Pues como hemos comentado anteriormente, depende del interés y las ganas que tengas de tenerlo y usarlo. No es que sea complicado, siempre en función de los conocimientos anteriores de cada cual, pero hay que administrarlo, «customizarlo» como también se dice aunque a mí me gusta más personalizarlo, definir usuarios, definir la estructura de los ficheros, copiarlos, establecer políticas de seguridad y copiado, etc. etc. Nada complicado ahora para mí pero lo fue en sus inicios.

Pero hete aquí que uno de los miembros de la familia está residiendo por un tiempo fuera de casa. Se ha llevado su ordenador portátil pero, claro, al no estar en el domicilio familiar, el NAS queda inalcanzable y las funcionalidades de las que disfrutaba estando en casa le están vedadas. Así que hace un par de semanas la pregunta fue ¿puedo acceder al NAS desde aquí? Lo primero que provocó en mí fue una mueca de risa y una contestación de que lo miraría. No hay cosa peor que te metan el dedo en el ojo para ponerte en marcha y empezar a funcionar.

No han pasado dos semanas y tras muchas horas dedicadas creo que estoy en condiciones de ofrecer una solución para que este familiar, y los demás incluido yo, estemos donde estemos, podamos ver nuestros ficheros multimedia. No ha sido un camino fácil y ha habido que dedicarle muchas horas, muchas pruebas y una pequeña inversión monetaria. También hay que decir que no existe una única solución, pues cuando inicias el camino surgen encrucijadas a cada paso; algunas de ellas se exploran y se abandonan, se transita por otras, se retoman algunas abandonadas y así poco a poco se van atisbando posibles soluciones además de aprender muchas cosas nuevas que seguramente valdrán en el futuro para adoptar otra solución (o para echar una mano a algún amiguete… jajaja).

Como todo en esta vida, además de la dedicación personal están los medios de los que se disponga y las ganas de inversión en nuevos cachivaches. En mi caso, una de las mayores dificultades a resolver era el no desear tener el aparato permanentemente encendido, sino contar con la posibilidad de encenderlo, usarlo y apagarlo de forma remota esté donde esté. Mi aparato lo permite, pero no todos tienen esta posibilidad por lo que pudiera haber sido necesario abandonar el asunto o cambiar de NAS. Pero donde mayores dificultades he tenido ha sido en la pelea con mi Router, que ya tiene más años que matusalén y aunque trabaja a la perfección, determinadas funciones necesarias para esto del encendido y acceso remoto estaban de aquella manera. Con mucho internet, mucha consulta al dr. Google ese, mucha información leída, probada y desechada, he llegado a una solución que funciona y me satisface por el momento. Un día de esta semana que estaba en la universidad charlando con un amigo al que le gusta esto de las nuevas tecnologías pero no se mete mucho, cuando saqué mi móvil del bolsillo, encendí mi NAS y le enseñé las fotos de una excursión que habíamos hecho juntos hace años, me preguntó: ¿Las llevas en el móvil? No hombre, no, es una historia muy larga…

He salido del charco, pero mojado y sucio. Me ha quedado claro que me tengo que meter en uno nuevo: cambiar mi Router por uno más moderno que tenga implementadas las funcionalidades que necesito y mayores posibilidades, pero por el momento aparco esta posibilidad, aunque yo mismo me pregunto ¿cuánto tiempo resistiré?