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domingo, 29 de julio de 2018

ENCERRONA



A medida que van pasando los años es conveniente hacer una revisión de las limitaciones de cada uno. Lo ideal sería hacerlo con informaciones de experiencias en carnes ajenas, pero muchas veces se experimentan, por desgracia, en las propias. Durante mi vida me han gustado algunos deportes que el paso del tiempo ha acabado por arrinconar. De los que todavía van quedando, el senderismo es uno de los que está todavía a mi alcance físico. Aunque las rodillas, con cuatro operaciones de menisco, van dando señales de degaste, todavía se pueden acometer algunas caminatas para disfrutar de entornos idílicos.


En este blog he contado algunas experiencias, como por ejemplo en la entrada «URDÓN» en la que comentaba la exigente subida que supone salvar la altura entre el desfiladero de La Hermida y el pueblo de Tresviso. Fue mucho peor la bajada por las piedras sueltas en numerosos tramos. También en la entrada «SENDERISMO» hablaba de algunas claves para acometer y disfrutar rutas novedosas utilizando la tecnología actual que nos permite llevar un ordenador con GPS en la palma de la mano.


Hace unos años, en una visita al pueblo de San Vicente del Monte, Cantabria, cercano a donde pasamos las vacaciones, vimos un panel informativo cerca de las escuelas que cantaba las excelencias de una ruta que llegaba hasta una calzada medieval denominada Cambera de los Moros. Quedó en la mente que podría ser una de las rutas a acometer. El año pasado localicé los trazados de la ruta en la aplicación WIKILOC, la cargué en el móvil y mi mujer y yo nos lanzamos tras ella. Tuvimos mala suerte, pues en un camino estrecho sin posibilidad de salida por los laterales nos encontramos con dos vacas, a las que fuimos «empujando» durante un buen trecho, hasta que llegaron a una valla que cortaba el paso, con lo que se dieron la vuelta. Lo mismo tuvimos que hacer nosotros y quedó abortada la expedición.


El runrún seguía y este año nos han visitado en nuestras vacaciones Manolo y Maribel, expertos andarines y buenos amigos, con los que comentamos la posibilidad de hacer la marcha. Nos animamos a ello y el pasado miércoles, donde se anunciaba lluvia a partir de las seis de la tarde, a eso de las once y media nos pusimos en marcha. Según la información de la ruta descargada, se podía hacer en algo más de cuatro horas, donde también se comentaba que no se hiciera en día de lluvia por la posibilidad de resbalones. Se veía algo de niebla en las alturas, pero pensábamos que no íbamos a llegar hasta ellas.


La caminata fue un suplicio. El desnivel a salvar, más de ochocientos metros, era prácticamente de frente, la calzada existía en un tramo de algo más de un kilómetro, pero en muchas zonas estaba oculta. A pesar de que no llovía, la humedad ambiental convertía las piedras en un cristal de hielo donde había que poner los pies con mucho cuidado. Nos metimos en la zona de niebla, donde gran parte de los tramos eran trochas abiertas por el ganado que estaban impracticables por el barro, lo que dificultaba enormemente el avance. Como resultado de todas estas dificultades, en las primeras cuatro horas habíamos cubierto seis kilómetros y aún llegados a lo más alto, la niebla impedía ver el paisaje que según informaciones y fotos de otros senderistas alcanzaba hasta el mar.


Reanudada la marcha tras una pequeña parada para tomar un tentempié y recobrar fuerzas, íbamos por una cuerda donde teníamos a nuestra derecha un precipicio cuando nos encontramos un rebaño de vacas que nos impedía el paso. ¡Otra vez las dichosas vacas! Nos miraban altaneras, desafiantes, y ni se inmutaban con nuestros chillidos y aspavientos. La posibilidad de volver para atrás estaba descartada a estas alturas y el tiempo iba corriendo: eran ya las seis de la tarde y quedaba camino por recorrer, así que había que pasar como fuera. No encontrábamos una piedra ni nada arrojadizo en aquella pradera verde. Por fin, saltando una valla pudimos hacer acopio de piedras y lograr que las vacas se apartaran de nuestro camino para poder pasar.


Todo lo que se sube… se tiene que bajar, especialmente cuando se trata de una marcha circular en la que tienes que volver al punto de partida. La bajada discurrió en gran parte por una torrentera seca, llena de surcos, piedras sueltas y enormemente resbaladiza. La lluvia anunciada en los pronósticos del tiempo hizo acto de presencia con lo que era un suplicio encontrar donde poner el pie en cada paso para poder avanzar, cuestión que hacíamos con gran dificultad y mucha lentitud. En un traspié, Maribel dio un resbalón y cayó a uno de los surcos golpeándose la cabeza con una piedra. Un batacazo tremendo que no tuvo consecuencias graves y que nos permitió seguir la marcha, pero extremando todavía más las precauciones. Tras algo más de nueve horas de marcha logramos llegar a nuestro destino. Eran casi las nueve de la noche y estábamos agotados, empapados, doloridos, Maribel magullada y todos pensando cómo nos habíamos metido en este fregado.


Lo positivo de todo ello es el aprendizaje de varias cuestiones por medio de esa experiencia. Un refrán popular, machista y perdón por utilizarle, dice que «al papel y a la mujer, hasta el culo le has de ver». En el futuro revisaré con mucho cuidado las condiciones de las marchas y las opiniones de los que las suben a WIKILOC y valorando por sus características la veracidad de los calificativos de fácil, moderado o difícil, que como ya es sabido van en función de las personas. Otra cuestión es que las baterías de los móviles se gastan si la ruta se alarga o hay dificultades, con lo que hay que llevar un buen repuesto. En suma, pueden surgir complicaciones que cuando se es joven se pueden solucionar de forma muy diferente que cuando ya se va teniendo una edad. Hay que hacer ejercicio físico, pero para disfrutar, no para sufrir o meterse en líos, especialmente en rutas de montaña donde las condiciones climatológicas pueden cambiar en minutos.


domingo, 22 de julio de 2018

AHÍTO




Ahora hace un año, en julio de 2017, reflexionaba en la entrada «VOLAR» de este blog sobre el asunto de los viajes en avión. Entresaco de ese texto la siguiente frase: «La saturación de pasajeros, la pelea por los precios, la competencia entre las compañías y cuestiones similares están poniendo el sistema al borde del colapso y entre tanto es el sufrido pasajero el que paga religiosamente en febrero por un vuelo que va a realizar en verano y se queda con la mosca tras de la oreja por si cuando llegue el día no habrá alguna «incidencia».

En muchas circunstancias, uno no se puede plantear la forma de realizar un viaje, pero en otras nos puede asaltar la duda. En desplazamientos nacionales por España… ¿avión? ¿tren? ¿coche? Cada uno tendrá sus propios planteamientos y también dependerá del tiempo del que se disponga. Si uno tiene una reunión de trabajo en Valencia, Zaragoza, Barcelona o Sevilla, y quiere ir y volver en el día, la opción del coche puede quedar descartada y en mi caso, sin ninguna duda, escogería el tren. Claro, hay truco, a estas ciudades llega el AVE y el tiempo de viaje es aceptable. Otro asunto sería si la reunión es en Bilbao, donde todavía no llega el AVE y la opción del tren queda descartada para un viaje en el día. En este caso… ¿Coche o avión? Tuve la experiencia hace unos años y me equivoqué al optar por el avión. No voy a relatar mis peripecias en aquel vuelo, pero me arrepentí de no haber optado por el coche: algunos colegas lo hicieron y madrugaron menos y llegaron antes a sus casas a la vuelta.

Cuando el desplazamiento es más largo, pongamos a París o Munich, la opción de ir y volver en el día es menos escogible, así como si tenemos mar por medio como sería un desplazamiento a las islas Canarias, con lo que el avión parece ser la única opción. Voy a decir aquí que he ido más de una vez a París y a Munich en mi coche, disfrutando del viaje y sobre todo no sufriendo los inconvenientes de los viajes en avión.

Algo cambió con los atentados terroristas a las Torres Gemelas en 2001. Si ya estaban bastante insistentes los registros en los aeropuertos, estos atentados los acabaron de convertir en un fastidio para los pasajeros, que en algunas ocasiones se tienen que quitar hasta los zapatos para pasar los controles. Llegará el día en que tengamos que pasar en ropa interior, quién sabe si desnudos, y soportar que incluso en esas condiciones te pasen el detector por todo tu cuerpo.

Algo tiene que cambiar para que los pasajeros no tengan que soportar, literalmente sufrir, en los desplazamientos en avión. Igual que uno llega a la estación a coger un tren dispuesto en una vía, debería poder llegar a coger un avión aparcado en una pista del aeropuerto, sobre todo en trayectos únicos. Ya sé que esto es imposible en el estado actual de las cosas, pero mientras sigan así, la opción del tren seguirá ganando adeptos, por la cercanía de las estaciones a las ciudades de origen y destino y por la mayor facilidad de acceso.

No voy a hablar de mi experiencia pero si de la de mi hija, reciente en esto de utilizar aviones, en los últimos dos años: cuatro desplazamientos en avión, los cuatro con incidencias. Cinco horas de retraso, cancelación de un vuelo hasta el día siguiente (en dos ocasiones), overbooking de pasajeros en un viaje en grupo que quedó partido en dos y la última hace unos días, pérdida temporal de la maleta, que ha llegado a los dos días y destrozada.

Uno compra un billete de avión en marzo, no precisamente barato, y desde ese mismo instante se pone a rezar para que todo vaya bien. Y si no que se lo digan en estas fechas a unos cuantos miles de pasajeros de RyanAir que tienen el billete religiosamente pagado desde hace varios meses y tiene toda la pinta de que en los próximos días se van a quedar en tierra. Y cuando todo va con «normalidad», uno no las tiene todas consigo. Se hace el check-in desde casa el día anterior para pillar plaza, que no está garantizada porque si hay overbooking pueden dejarte en tierra. Luego, aunque te dicen que en vuelos internacionales llegues dos horas antes al aeropuerto, dos horas y media antes estás allí y te encuentras con una cola tremenda porque prácticamente todos los pasajeros de tu vuelo han tenido la misma idea: véase la imagen que acompaña a esta entrada donde se aprecia un tercio de la cola que había a las cuatro menos diez de la madrugada, dos horas y media antes de la hora del vuelo previsto a las seis y veinte.

Cuando tras dos vuelos, una conexión intermedia y 15 horas de trajín llegas a tu destino, contento porque todo ha ido bien, te quedas con la cara de haba cuando ves a la cinta de las maletas dar vueltas y vueltas y la tuya no aparece. Más tiempo añadido para hacer la reclamación antes de salir del aeropuerto con lo puesto y rezando porque la maleta aparezca, lo que en este caso ocurrió a los dos días. Pero apareció destrozada, por lo que no sirve para el viaje de vuelta, con lo que hay que comprar otra, reclamar indemnizaciones, trámites y más trámites…Esto de viajar en avión es una gozada, cada día más.

El sistema está ahíto, empachado, no puede más. Cuando hacemos cosas que se hacen una vez en la vida, somos capaces de soportar los mayores inconvenientes, pero esto de volar se está convirtiendo, por nuestros modos de vida, en una cuestión de relativa frecuencia que acaba por hastiarnos cada vez que nos vemos obligados a pasar por ello. Demasiadas incidencias, cada vez parece que más, y lo peor es que las soluciones a las mismas son, cuando las hay, muchas veces inadecuadas y con retrasos y molestias para el sufrido pasajero que paga por un servicio que no recibe de forma adecuada. Lo que en los años 70 del siglo pasado era un placer, viajar en avión, ahora es una verdadera tortura… incluso cuando no hay incidencias. «Viajes en avión tengas... y llegues bien» dice la adaptación de una conocida maldición gitana.


domingo, 15 de julio de 2018

PERICIA




En una película española de 1958 titulada «Las chicas de la Cruz Roja» hay una escena que dura apenas un minuto en la que uno de los protagonistas, Tony Leblanc, llega en Vespa para intervenir como mecánico en un coche averiado en mitad de una calle madrileña. En pocos segundos, aprieta un tornillo y soluciona el problema. El dueño del coche se queda asombrado por la «factura» del arreglo, ¿Veinte duros ─de los de entonces─ por apretar un tornillo? El bueno de Tony responde: «Apretar un tornillo es gratis. Los veinte duros se cobran por saber qué tornillo había que apretar». Esta secuencia puede verse en la plataforma Youtube pulsando en este enlace.


Esta fábula tiene su reflejo en una historia real. Charles P. Steinmetz, un excéntrico ingeniero que trabajaba en General Electrics, cobró a Henry Ford 10.000 dólares por realizar una marca de tiza en un generador eléctrico averiado: era el punto de referencia para eliminar 16 vueltas de la bobina del generador. Henry Ford reaccionó con estupor ante el precio, pero abonó religiosamente la factura al conocer el detalle: «Hacer una marca de tiza: $1. Saber dónde hacer la marca: $9.999”. Como dato adicional decir que Steinmetz murió en 1923.


En estos días he puesto término a mi vida laboral como informático de grandes ordenadores, tras 45 años de brega continua. Por diferentes razones que no vienen al caso, la experiencia que haya podido acumular a lo largo de estos años va a pasar a desvanecerse como el humo. Las condiciones laborales han cambiado mucho y no se fomenta hoy en día el traspaso de experiencia de unos a otros.


Corría 1973 cuando realicé en IBM una serie de cursos de formación en informática de grandes ordenadores que permitieron mi incorporación a lo que entonces se denominaba Equipo Electrónico de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. Fueron seis meses de formación acelerada pero cuando me encargaron mi primer trabajo me pude dar cuenta de que la teoría no era suficiente: se requería un cierto conocimiento del sitio y de cómo estaban implementadas las cosas precisamente en ese sitio para aplicar la teoría generalista recibida. En aquellos tiempos las relaciones laborales eran de otra manera y los «viejos» del departamento se desvivían por enseñarnos y responder a nuestras preguntas de pipiolos. Y ello era porque tenían la conciencia de que estábamos allí para ayudarles, no como se piensa ahora que cuando el aprendiz esté disponible, al maestro le espera un despido inminente.


La experiencia en cualquier cometido se obtiene con el paso de los años, a base de solucionar problemas, acometer nuevos proyectos y capear el día a día. La colaboración entre personas de un mismo departamento es vital para ir enriqueciendo el acervo de cada uno. El que sabe mucho, pero se guarda sus sapiencias en el cajón bajo llave, poco aporta.


Con el paso del tiempo, es normal que las situaciones se repitan, aunque siempre pueden surgir matices lógicos por la evolución. También depende de la actitud de las personas que integren un departamento y de la dirección del mismo. Hace años ocurrió un suceso informático en una de las empresas en las que laboraba. Me tenían por aquel entonces arrinconado y sin participar activamente en los proyectos. El hecho tuvo en jaque al departamento durante casi dos semanas… hasta que tuvieron a bien preguntarme. Yo sabía el tornillo que había que apretar porque exactamente el mismo hecho me había ocurrido en una empresa anterior y lo habíamos solucionado. Experiencia, bendita experiencia.


La formación y la mejora de las capacidades del personal no está de moda en las empresas. Dedicar tiempo y dinero al mejoramiento del personal es un quebranto porque en cualquier momento se van a marchar, o los vamos a echar. El pensar, como se hacía antaño, que nos íbamos a jubilar en la misma empresa es una quimera. Por ello, el traspaso de experiencia de unos empleados a otros es un asunto que ni se cultiva ni se fomenta.


«En ocasiones se comete el error de juzgar el valor económico de un servicio prestado en función del tiempo que requiere realizarlo. En ciertos tipos de trabajos este método de valoración puede ser perfectamente válido, sin embargo, hay otra serie de actividades profesionales donde el verdadero valor no está en el tiempo empleado sino en los conocimientos que se poseen».


Hay una frase muy significativa de Sir Laurence Olivier que dice así: «La experiencia es algo que no consigues hasta justo después de necesitarla». Es mucho el tiempo y el esfuerzo que hay que emplear para enriquecer la experiencia personal. Y es una lástima el que se pierda sin podérsela transmitir a otros.