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sábado, 28 de agosto de 2010

VERTIGINOSOS

Acepción 3 del Drae: “Apresuramiento anormal de la actividad de una persona o colectividad”.
Desconozco si la actividad de una determinada persona es apresurada en mayor o menor medida, ya que es una cuestión que la propia persona deberá determinar en función de muchas cosas, todas ellas relativas a sí misma, al momento que vive y al entorno que la rodea. Mucho más difícil es determinar si la colectividad está apresurada. Aunque creo que sí.
Tenía pendiente entre otras muchas cosas la lectura de este libro a raíz del comentario de mi buen amigo Miguel Angel en su / nuestro blog http://alqs2d.blogspot.com/2010/08/todo-va-cambiar-enrique-dans.html . Tras una conversación con otro amigo de los que rondan por aquí, Jose María, en el que salió a colación el libro, la prioridad de lectura se puso en inmediata y en un par de días me lo he liquidado. El libro no es otro que “Todo va a cambiar” de Enrique Dans, cuya portada acompaña a estas líneas.
Aparte de ser un libro que se lee con mucha facilidad a poco tiempo que le dediquemos, me ha encantado la sistematización y el enfoque de un montón de ideas sobre la tecnología en general, los ordenadores en particular e internet en detalle, que en mayor o menor medida todos conocemos, la verdad es que desde hace muy poco tiempo, y que hace que al menos los aspectos tecnológicos de nuestra existencia, y por ende el resto, cambien de un día para otro a un ritmo trepidante.
No se trata aquí de hacer una referencia al libro, pero si el comentar un par de ideas concretas que han llamado mi atención en aspectos del día a día de nuestra existencia.
En muchos aspectos puedo ser considerado un “tocapelotas”, perdón por la palabra, en mis relaciones con las empresas que pululan a mi alrededor y con las que no tengo otro remedio que establecer relaciones, que ya me gustaría fueran cordiales, porque suministran diferentes productos que son fundamentales en nuestra vida. Me estoy refiriendo a bancos, eléctricas, proveedoras de telefonía y servicios de red, agua, ayuntamientos y entidades públicas, aseguradoras, colegios profesionales y otras con las que me veo obligado a interaccionar y no siempre a mi gusto. Por ello me puedo aplicar una definición extraída del libro que dice que pertenezco a “un subconjunto de clientes extremadamente poco representativos” a los que las compañías no atienden en lo que creemos justas peticiones ya que no les merece la pena e incluso consideran el echarte como cliente. Supongo que todos o muchos saben a lo que me estoy refiriendo. Yo me pregunto cómo es posible que empresas como Timofónica traten mejor a sus potenciales nuevos clientes, con ofertas maravillosas, que a los antiguos para conseguir su permanencia y fidelidad. Lo ideal sería cambiarse cada tres meses de compañía, pero las cosas no son tan fáciles y ya se protegen ellas y entre ellas para dificultar estos movimientos que no les convienen.
Las cosas han cambiado mucho. Recuerdo cuando antiguamente te atraían a una presentación de libros o productos con propaganda a la puerta de tu empresa en la que solo por asistir te hacían un buen regalo. Y realmente te lo hacían, asumían el coste como gasto de publicidad. Yo iba a muchas con la intención manifiesta de no comprar nada, escuchaba la perorata, cogía el regalo y a otra cosa mariposa. Ahora, por poner un ejemplo real, te invitan con tu pareja a una reunión donde pretenden que decidas en media hora comprarte un apartamento en la costa, firmando un préstamo bancario y tanto si lo haces como si no te regalan una estancia de una semana en un apartamento. Cuando sales aguantando sus malos modos por no haber “picado” te dan efectivamente el talón y las instrucciones para disfrutar de esa semana. Pero amigo, los problemas son tantos que optas por tirarlo a la basura. Que si tienes que pagar algo en concepto de gastos de gestión, los apartamentos solo están en tres sitios a los que por supuesto no le apetece ir a nadie, tienes que estar la semana completa, no puedes ir solo el fin de semana y, si has vencido todas estas trampas te rematan con que la única semana disponible es la segunda de febrero del año que viene. Vaya regalo envenenado.
Otro concepto que ha llamado mi atención es el de “átomo” y “bit”. En el ejemplo de un libro, la parte “átomo” sería el libro físico en sí, con sus tapas y sus hojas, mientras que la parte “bit” sería solo el contenido, que sería posible almacenar en un disco duro, leerlo, transmitirlo y borrarlo. Cuando Vd. lee un libro “atómico” está interesado sin ninguna duda en la parte “bit” pero puede que no tanto en la parte “átomo” sobre todo si va en el metro y el libro es un tocho que pesa como un demonio. Si leemos la parte “bit” en un libro electrónico y tenemos nostalgia de las hojas en papel, siempre podemos coger un libro “átomo” que nos guste mucho por su tamaño y textura, poner encima el lector electrónico y cada vez que pasemos página en el electrónico pasar página en el de papel, para no perder las sensaciones.
Pero el problema viene en la obtención de estos recursos que podemos diferenciar entre sus partes “átomo” y “bit”. Libros, música, revistas, periódicos, películas, fotografías y algunos otros tiene ya su parte “bit” muy conseguida y están almacenados en lo que se ha dado en llamar la “nube”, traduzcamos por internet. El concepto de “fricción en la obtención” y los “costes de búsqueda” de algo de este tipo hoy día ha cambiado drásticamente. Para leer este libro podemos hacer un click y bajarlo de internet, en este caso de forma legal por que el autor así lo ha querido, o desplazarnos a una librería, interaccionar con el vendedor y comprarlo o encargarlo si no lo tienen. La esencia del libro, su contenido, su parte “bit” es la misma en ambos casos pero nuestro esfuerzo es bien diferente. Y para la crítica fácil, si decido descargarlo y empezarlo a leer, nadie me quita de a continuación darme un paseo a la librería y preguntar por él al librero. Otra cosa es que no lo haga y dedique ese tiempo a otra cosa.
Esto es un peligro porque puede llegar a individualizarnos tanto que nuestras relaciones sean a través de medios electrónicos y no físicos. Pero el que yo haga “chat” con un amigo a través de la red, no me quita el llamarle por teléfono, como hasta hace unos años, o tener que desplazarme físicamente a verle como cuando no había teléfono. No confundamos las cosas.
Para terminar, pienso que este libro debería ser leído una vez al mes de forma obligatoria por dirigentes de empresas y políticos. Algunos de ellos, como se dice en el libro, son personas expertas en hacer las cosas como se hacían ayer, pero desconocen cómo se hacen hoy y bastante de cómo es probable que se tengan que hacer mañana.
Como ejemplo, esta entrada del blog ha sido creada en un ordenador portátil con batería, en lo alto del monte Corona, en Cantabria, España, corregido con un par de diccionarios y transmitido a la red a través de modem inalámbrico con conexión vía satélite. Podría haber sido traducido de forma automática a varios idiomas con traductores que están disponibles en la red. Y una vez publicado, se emiten avisos a personas que estén suscritas y al igual que lo está leyendo Vd., lo puede estar leyendo alguien en una cabaña perdida en medio de Canadá o en cualquier otra parte del mundo. Esto es como se pueden hacer cosas hoy en día, aunque se puede elegir seguir haciéndolo como antiguamente, en una máquina de escribir, corrigiendo con el typex, sacando copias con ciclostil, metiéndolo en sobres y mandándolo por correo ordinario …
Y si Vd. tiene interés en saber donde está el monte Corona o Cantabria, con unos pocos clicks en servicios como Google Map o Google Earth lo puede averiguar en un pispás.

martes, 24 de agosto de 2010

CONFIRMING

El estricto significado de este término inglés, gerundio del verbo to confirm, es confirmando. Pero su significado, aquí y ahora, va mucho más allá de eso. Lea, lea.

Hasta principios de este año del señor de dos mil diez, yo desconocía el verdadero significado de este término, en el mundillo financiero, y todo lo que se cuece detrás de él. Empezaré la historia por el principio, que así se adereza un poco y se hará más amena, o al menos eso pretendo.

Desde hace tres años desarrollo mi labor como, ya que estamos con las palabrejas inglesas, “freelance” que es el equivalente a “autónomo” en nuestro lenguaje coloquial. En julio del pasado año de dos mil nueve, con prisa y premura, un departamento de un gran banco nacional me encargó un trabajillo vamos a tildar de delicado. Me afané en los dos meses del estío y a mediados de septiembre lo tenían disponible, aunque luego por causas ajenas a mi voluntad no se pudo empezar a hacer efectivo hasta diciembre. El departamento quedó contento con el trabajo y santas pascuas por lo que respecta al trabajo en sí.

Ahora viene la parte crematística, que no es cuestión de trabajar por amor al arte y menos para un poderoso. Pues resulta que este gran banco cuyo nombre omito porque tampoco tiene mayor importancia, como otras tantas grandes empresas de este país, ha centralizado sus relaciones con proveedores en un departamento que casi de forma generalizada se denomina “COMPRAS” o algún término parecido. Ya sabemos que ciertas modas y tendencias se extienden con rapidez. Como autónomo yo no puedo siquiera aspirar a resultar homologado por el departamento de compras de este gran banco ni otras empresas, con lo que no puedo tener relación directa, vamos, que no puedo emitirles una factura a su nombre.

Para todo hay soluciones y para eso están los intermediarios. El departamento no contrata el servicio conmigo sino que lo hace con una empresa que si está homologada y que a su vez me lo contrata a mí. Yo no tengo ningún inconveniente, en principio, ya que valoro mi trabajo y cobro por él. Pero a nadie se le escapa que la empresa intermediaria no hace las cosas gratis. Eso es problema del banco que pagará un tanto más por el trabajo que será lo que se reserve la empresa intermediaria por sus gestiones, aunque en este caso concreto por no hacer nada, o casi nada, aparte de poner el nombre.

A lo que vamos y según parece, el banco ha abonado a esta empresa intermediaria la totalidad del trabajo con fecha de noviembre del año pasado. En esa fecha, el que había hecho TODO el trabajo era yo y no había visto un euro. Realicé una primera factura por la mitad del importe a principios de enero que me fue abonada a primeros de abril por medio de, ahora sí, del famoso “confirming”. Ahí nació para mí el “confirming”. La empresa intermediaria a la que he facturado delega el pago en otra empresa que me manda una carta ordinaria a mi dirección, que le ha sido facilitado por la intermediara sin mi consentimiento, anunciándome el pago y poniendo en mis manos la posibilidad de, por un módico interés, adelantar el cobro. Si lo adelantas, con el consiguiente pago por la operación, te mandan el dinero a toda velocidad mediante transferencia a cualquier cuenta que les indiques sin más ni más.

Si no te importa esperar, el pago se realiza mediante un talón bancario nominativo cruzado, que te envían por correo ordinario a tu domicilio y que, si lo recibes, te ves obligado a ingresar en tu cuenta bancaria, con el consiguiente cargo por comisión que no es moco de pavo. Si sabes que te van a pagar mediante confirming deberás tenerlo en cuenta a la hora de establecer tus honorarios. Bueno, hasta ahí todo funcionó para el pago de la mitad del trabajo.

Procedo a emitir la factura por la otra mitad con fecha de primeros de abril. Pasan los meses y mi persona de contacto en la intermediaria me lanza toda clase de disculpas con que si le habían cambiado la aplicación informática, que no les funciona y similares. Esto lo sabe poca gente, pero al cumplirse el trimestre, el autónomo tiene que ingresar el IVA de todas las facturas que haya emitido, las haya cobrado o no. Así que a primeros de julio, ya de este año, sin haber cobrado el segundo plazo, me veo obligado a adelantar a Hacienda unos no pocos euros . No solo no cobro por mi trabajo, sino que además tengo que soltar dinero. ¿Se puede entender?.

A mediados de julio me llega un aviso del pago del segundo plazo, pero esta vez la empresa que realiza el “confirming” ha variado, con lo cual deduzco que mis datos han sido facilitados de nuevo a otra empresa. El vencimiento del pago se anuncia para el treinta de julio y decido esperar al vencimiento y a la carta con el talón correspondiente.

Se pasan los ocho primeros días de este caluroso agosto en el que estamos y la carta no aparece. Como es por correo ordinario no hay manera de seguir la pista. El servicio de confirming dispone de un teléfono, como no, un 902 pagando yo, donde me informan que hay que esperar un mínimo de quince días antes de hacer la reclamación por no haber recibido el talón. Dejo pasar veinte y vuelvo a llamar y aquí empieza mi calvario, en el que me encuentro inmerso todavía.

Me dicen que tengo que mandar un correo electrónico a una dirección indicando todos los datos y manifestando no haber recibido el talón. Me indican que les facilite un número de cuenta donde, previas comprobaciones me remitirán el dinero. Uno está puesto un poco en esto de las tecnologías modernas y sabe mandar un correo electrónico pero de aquí se deduce que las empresas que vayan a disfrutar de las ventajas del confirming hoy día no pueden existir si no tienen correo electrónico, web y esas cosas.

Cuando estoy a la espera de recibir los cuartos, recibo un correo donde me dicen que les tengo que remitir nueva documentación. Y esta vez no dicen cómo, si vía electrónica o en papel. Me piden una carta en la que renuncie a cobrar el talón que me han remitido en caso de que finalmente le reciba y un certificado de que soy titular de la cuenta que les facilito. Una comunicación oficial del banco de cargo de un recibo no sirve, tiene que ser un certificado de titularidad expedido exprofeso por el banco.

Así que así estamos, peleando con el servicio de confirming de BANESTO por una factura emitida a INDRA de un trabajo que he hecho para el banco XXXX. El mundo del revés, pero sin cobrar y adelantando dinero.

sábado, 21 de agosto de 2010

INEFABLE


«Que no se puede explicar con palabras»

Aunque lo intentaré. Acabo de regresar de pasar tres días .…diferentes, imborrables. Hacía tiempo que me rondaba la idea en la cabeza y los lectores que hayan leído la entrada anterior en este blog titulada “Lugares” ya tendrán una idea de por dónde van los tiros.

Muchos conventos y monasterios tienen abiertas hospederías donde, con ciertas limitaciones, se pueden alojar huéspedes por un período de días para vivir en el interior de sus muros cumpliendo unas mínimas obligaciones y reglas y generalmente a cambio de muy poco dinero.

Acabo de regresar de pasar tres días en la Abadía de Santo Domingo de Silos, como huésped de los monjes benedictinos. Tres días es el mínimo que se plantea inicialmente y se puede estar hasta un máximo de ocho. A cambio de 38 euros diarios se dispone de una habitación individual con baño en el interior del monasterio y las tres comidas del día. Las obligaciones que te imponen son pocas por no decir casi ninguna: acudir con puntualidad a las tres comidas. Resultan evidentes algunas otras como el decoro en el vestir, un comportamiento correcto de no importunar a los monjes o a otros huéspedes y guardar el silencio y respeto debido. Nada más.

Los monjes, aunque no lo prohíben, no desean que la hospedería se utilice como una base para excursiones, turismo o actividades similares, sino para disfrutar del sosiego y la paz que emanan a raudales por todos los rincones del cenobio y que bien pueden ser utilizados para huir de nuestra ajetreada vida, pasear, meditar, leer, intercambiar experiencias y vivencias con otros huéspedes o con los monjes, etc. etc.

Los monjes están a lo suyo, que bastante tienen, y por lo general no interaccionan con los huéspedes salvo los encargados de atenderlos o por petición expresa. El principal es el padre Jose Luis, hospedero en estos momentos, que te recibe amablemente a la llegada, te facilita la habitación, te hace entrega de dos llaves y te recuerda las instrucciones que como ya hemos comentado son casi inexistentes. Una de las llaves es para acceder a tu habitación y la otra es una llave maestra que te abre muchas puertas que te permiten una circulación casi libre por todo el monasterio, con excepción de los espacios reservados para los monjes, entre los que se incluyen la afamada biblioteca y el claustro alto. Sin embargo, el propio padre Jose Luis nos los mostró a los huéspedes, además de la cripta y las excavaciones realizadas bajo el suelo de la actual Iglesia, del siglo XVIII en la que aparecen restos románicos y visigóticos. El padre Jose Luis llegó al monasterio con 12 años y lleva 60 allí, con lo que es una enciclopedia viviente de todo lo acontecido en los últimos años. Además del hospedero, hay contacto con los monjes encargados del comedor de huéspedes a las horas de las comidas, que son sencillas y muchas de ellas realizadas con productos recogidos de la propia huerta del monasterio. Las ensaladas son para no perdérselas así como la fruta recién cogida del árbol.

Dependiendo de la disposición y las intenciones de cada uno, una buena idea es participar de forma activa en los rezos de los monjes, que hasta en número de siete ocupan todas las horas del día. La regla “Ora et Labora” se cumple a rajatabla y los monjes se reúnen ordenadamente las siete veces en la iglesia para rezar, cantar los salmos en gregoriano y leer las escrituras. Todos los actos son públicos, pudiendo asistir, y participar, tanto los huéspedes como quien lo desee. Los monjes han impreso unas guías para seguir de forma puntual todos los rezos que facilitan la comprensión cabal de todo lo que cantan y leen. En cinco ocasiones y debido a que o bien estaba yo solo o eran pocos los asistentes, he sido invitado por el Padre Julián a subir al coro e integrarme como si fuera uno más de los monjes, con total naturalidad, tratando de imitar de forma humilde su canto gregoriano, ya que nos dotaba del misal correspondiente para ello y nos explicaba la secuencia de himnos y salmodias que no es nada complicado a la segunda vez o tercera que lo haces.

La treintena de monjes que actualmente viven en Silos con su abad al frente se reúnen las siete veces al día e invierten en sus oraciones conjuntas tres horas y media aproximadamente. Comienzan a las 06:00 con Vigilias, (40 min.) seguidas a las 07:30 con Laudes (30min.), tras lo cual llega el momento del desayuno. A las 09:00 tiene lugar la Eucarístia que incluye la oración de Tercia (50min.) dejando tiempo de trabajo hasta las 13:45 donde tiene lugar Sexta (15min.). Tras el almuerzo y un breve tiempo para descanso, a las 16:00 nuevamente acuden a la iglesia a Nonas (20min.). Tras un nuevo paréntesis para laborar, a las 19:00 tiene lugar Vísperas (40min.), la cena y ya a las 21:45 la última oración del día, Completas (20min) tras las cuales el monasterio queda en silencio hasta el amanecer del nuevo día.

Me he extendido quizá más de la cuenta y no he hecho honor al título de esta entrada. Lo realmente difícil de explicar son las muchas e intensas sensaciones vividas en estos tres días. Regresé al monasterio buscando un instante vivido en el claustro hace años y vuelvo con él corregido y aumentado, rodeado de otros muchos momentos que quedarán grabados en mi mente de forma imborrable de por vida. Ya he comentado la participación activa en el coro, como un monje más, en algunos de los rezos, pero los mejores momentos han estado en relación con el famoso claustro de la abadía. El estar hospedado te permite acceder al mismo cuantas veces desees, a lo largo del día o de la noche. A lo largo del día, en las horas normales, está literalmente invadido por grupos de turistas que todo lo fotografían y poco o nada atienden a las explicaciones de los guías que tratan de comunicar su mensaje. Pero hay muchos momentos en los que reina una especial quietud, un sosiego, una paz y una tranquilidad que son difíciles de describir. El claustro por el que han pasado miles y miles de personas en el milenio de su existencia, en su silencio, resulta sobrecogedor. Entre Vigilas y Laudes, he visto estos tres días amanecer, he oído las campanas tañer, he podido escuchar la algarabía de los cientos y cientos de pájaros que acuden al ciprés a pasar la noche y lo abandonan en la amanecida. Por la tarde cuando el claustro recobra su sosiego tras las huestes turistas, un paseo en solitario o en animada charla con otro huésped al que no conoces de nada son experiencias intensas y reconfortantes, así como ver lentamente la marcha de la luz del día y como las sombras cubren los capiteles que varios maestros tallaron hace ya mil años.

sábado, 14 de agosto de 2010

LUGARES



A lo largo de nuestra vida hemos ido acumulando en nuestra mente innumerables situaciones y vivencias que sin duda han ocurrido en lugares determinados. Con independencia de su intensidad, unas habrán sido positivas y nos habrán procurado sensaciones de paz y bienestar mientras que otras habrán sido negativas y habrán servido para quebrar nuestro ánimo y hacernos pasar unos malos momentos.

Con motivo de nuevos aconteceres, muchas serán rememoradas por asociación y nos harán trasladarnos de nuevo a ellas como si las estuviéramos viviendo de nuevo, especialmente en los sueños, donde la realidad y la ficción se confunden y las sensaciones y emociones se viven con tal intensidad que pueden llegar a despertarnos, especialmente si son negativas.

Las que nos han procurado estados anímicos positivos pueden ser revividas de forma intencionada para auto-generar en nosotros mismos y de forma rápida un estado de bienestar y sensaciones de tranquilidad, paz y relajación. De hecho, los profesionales de de la psicología, medicina, o nuestro profesor de yoga o tai-chi, cuando nos están enseñando a relajarnos, nos instan a cerrar los ojos y evocar en nuestra mente algún lugar y situación que nos haya resultado especialmente agradable y que podamos recordar para iniciar rápidamente nuestro “abandono” a ese estado placentero y relajado.

A lo largo de mi vida he tenido varios lugares y situaciones que me han impactado de forma positiva y que utilizo prácticamente a diario cuando quiero evadirme durante unos instantes del trajín que me envuelve. Unos momentos al día de “pararse” y meditar un poco sirven para recargar las pilas y seguir de nuevo en la tarea. Aquello que siempre se ha dicho de respirar hondo antes de seguir, pero realizado de forma más consciente y buscando una mayor profundidad.

Entre mis lugares preferidos he escogido tres para comentar aquí. Uno está en un lugar muy determinado y concreto, que a todo el mundo sonará, y no es otro que el magnífico claustro del Monasterio de Santo Domingo de Silos. He tenido la oportunidad de visitarlo en varias ocasiones, pero en una de ellas que no fue la primera ni la última, quedó grabado en mi mente asociado a un estado profundo de paz y tranquilidad. Las visitas al claustro y dependencias anexas se hacen siempre en grupo y con un guía que muestra las maravillas, comenta los pormenores y sobre todo vigila y controla al grupo para que no se desmande.

En esta ocasión, yo acudía con muletas por haber sufrido recientemente una operación de menisco. Una de las dependencias anexas al claustro es un pequeño museo, al que se accede bajando unas escaleras. Con este motivo me dirigí a nuestro guía pidiéndole que me relevara de bajarlas para visitar el museo, aduciendo mi estado y que yo lo había visitado con anterioridad. Concedido el permiso, tuve el enorme privilegio de quedarme a solas en el claustro, sin nadie y sin ningún ruido, salvo el gorjeo de algún pajarillo y el gorgoteo del agua de la pequeña fuente. El ciprés se erguía recto hacia el cielo, el césped brillaba en un verde intenso bajo los rayos de un sol espléndido, los magníficos capiteles románicos me vigilaban mudos y en todo ello reinaba una quietud que se me quedó grabada para siempre. La vuelta del guía y del grupo al salir del museo me robó el ensimismamiento aunque la sensación permanece y la recupero de forma frecuente para “marcharme” allí en la imaginación y auto-inducirme estados de relajación de forma rápida e intensa.

El segundo lugar que voy a comentar se encuentra en un punto indeterminado del mar Mediterráneo entre las islas de Mallorca y Menorca. Habíamos alquilado un velero entre varios compañeros de trabajo para estar una semana navegando. Habíamos partido de Sitges e íbamos a visitar las famosas calas de las islas, esta vez desde el mar, anclando el barco en las ensenadas y nadando hacia la costa en lugar de cómo hasta entonces lo habíamos hecho. Serían las tres de la mañana de una noche tranquila en la que hacíamos la travesía entre las islas. Yo estaba de guardia en ese momento mientras los otros dormían, al mando del timón, con un ligero viento que escoraba el barco, pendiente de los catavientos y de mantener el rumbo según me había instruido el patrón. Por unos momentos, que fueron varios minutos, un grupo de delfines me acompañó en mi travesía saltando y jugando con el reflejo de la luna llena en el mar, mientras el viento se colaba por la botavara y producía unos sonidos agradables cual si de una flauta de tratara. Lamenté siempre estar solo y no compartir con ninguno ese momento, amén de no poder dejar el timón para ir a buscar mi cámara fotográfica e intentar lo imposible que hubiera sido plasmar ese instante. En todo caso, en la mente ha quedado grabado para siempre.

El tercer y último lugar se encuentra en el Retiro de Madrid y pertenece al instante en que concluí mi primera maratón en compañía de mi gran amigo Miguel Angel. Un momento muy corto pero intenso que ha dejado grande huella en mi.

A ti, curioso lector que has llegado hasta estas líneas, te animo a remover tus recuerdos, rebuscar y rebuscar, para tratar de encontrar esos dos o tres momentos en tu vida que han sido placenteros y embriagadores. Y cuando los encuentres, vuelve a ellos de vez en cuando, incluso a diario, para inducir en tu cuerpo y tu ánimo estados de relajación que te serán de gran utilidad en tu devenir diario.

domingo, 8 de agosto de 2010

DRIVING ...



… on the left. En estos días he tenido la oportunidad de disfrutar de las “delicias” de conducir por la izquierda durante unas vacaciones en el Reino Unido. Siempre que se produce este hecho y se comenta con los amigos, aparecen las claras divergencias de opiniones. Un asunto importante a la hora de opinar en esto, como en todo, es haber tenido o no la experiencia.

Un punto fundamental, a mi modo de ver, es el tipo de vehículo con el que se va a circular, en cuanto a si lleva el volante a la derecha o la izquierda. Si llevamos nuestro coche desde un país como España, en el que se circula, normalmente, por la derecha y por lo tanto el volante está a la izquierda, tendremos algunos inconvenientes pero también algunas ventajas, lo mismo que se si alquilamos un coche allí pero en este caso el volante estará a la derecha.

Esta ha sido mi tercera experiencia. La primera, hace veinte años, fue visitar con mi propio coche las altas y lejanas tierras de Escocia. Tomé el “ferry” en Santander, desembarqué un día después en Plymout y cuando hice el camino de vuelta habían quedado atrás alrededor de cinco mil quinientos kilómetros por las carreteras del Reino Unido. En un coche con el volante a la izquierda. Ningún problema.

Al año siguiente fueron algo más de tres mil los kilómetros realizados por Irlanda, otro país en el que se conduce también por la izquierda, pero esta vez con un coche alquilado. Esta vez si hubo algún problemilla que luego comentaré.

Para esta última vez, tozudo que es uno, intenté llevarme mi coche en el “ferry” pero ni había plazas ni nos cuadraban las fechas, por lo que no tuve más remedio que optar por el coche alquilado, nuevamente con el volante a la derecha. Algo más preparado y mentalizado esta vez no ha habido ningún incidente, menos mal.

Para salvar los iniciales recelos de aquellos que no han tenido la experiencia, manifiesto que no hay ningún problema en conducir por la izquierda. Una experiencia más en la vida y por lo demás interesante y que nos puede sorprender a nosotros mismos. Algunas cosas nos pueden inducir a error, como los giros a nuestra derecha en los que tenderemos a ponernos a la derecha en lugar de a la izquierda, pero solo en los momentos iniciales. En las rotondas o “roundabaouts” hay que atender a los nos llegan por nuestra derecha, al revés que aquí, pero la propia entrada en la rotonda ayuda a ello.

Las personas que no han tenido la experiencia de conducir con los dos tipos de vehículos abogan claramente por los vehículos del país, con el volante a la derecha. Es lo lógico, sobre todo para los adelantamientos en carreteras de doble sentido en que la posición del conductor a la derecha del vehículo es ventajosa a la hora de tener visibilidad. Para todo lo demás, lo único que veo son inconvenientes. Y menos mal que lo que es la posición de conducción es idéntica, pues tanto los pedales como los mandos del volante están en la misma posición.

Lo que no está en la misma posición son otras cosas. Por ejemplo y muy importante la palanca de cambio, que si bien las marchas están igual deberemos manejar con la mano izquierda. No es complicado, salvo cuando necesitemos hacerlo rápida e instintivamente. También podemos optar por un coche automático que nos alivie este problema. Más de una vez, y sobre todo cuando reaccionemos de modo instintivo, daremos un manotazo a la puerta que tenemos a la derecha intentando encontrar la palanca de cambios y veremos la esquina del coche al querer localizar el espejo retrovisor. Los mandos centrales, tales como radio, lunetas, aire acondicionado, etc. deberán de ser manejados con la mano izquierda.

Pero el principal problema y serio, y que sufrí en mi viaje por Irlanda viene derivado de nuestra posición espacial dentro del coche. En nuestro coche con el volante a la izquierda tenemos “poco o nada coche” a nuestra izquierda y “mucho coche” a nuestra derecha, Estamos acostumbrados a ello y estas distancias las usamos continuamente, incluso sin darnos cuenta, para todo tipo de movimientos de conducción incluso aquellos instintivos como reacción a alguna situación inesperada. ¿Qué ocurre cuando estamos circulando por la izquierda, al volante en la zona derecha, y nos cruzamos repentinamente con un autobús en una carretera estrecha? Nuestra reacción instintiva es pensar que el autobús va a arrollar el “mucho coche” que en realidad no tenemos a nuestra derecha y podemos dar un volantazo a la izquierda para evitar la supuesta colisión y acabar en el sembrado. Y esto no es teoría, porque fue lo que me ocurrió a mí, menos mal que el sembrado era un sembrado real y estaba al mismo nivel que la carretera, con lo que pude volver a ella. Esta misma situación se produce en los primeros momentos a la hora e aparcar. A pesar de estar tranquilos y con los cinco sentidos puestos en la maniobra, es muy frecuente acabar subidos a la acera o muy separados de ella según el lado.

Y aunque es tangencial, la foto que se adjunta responde a la señal de aviso de la existencia de “radares”. Carreteras, ciudades, autopistas y autovías están plagadas de ellas, todo lo contrario que de señales de indicación de velocidad, que se suelen ver pocas y muy pequeñas a la entrada de pueblos y ciudades. En carretera y autopista, nada de nada, hay que saberlo. Y la máxima de todas es 70, pero no kilómetros por hora, sino millas por hora. El equivalente es 112. Y aquí nos quejamos del 120.