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sábado, 28 de septiembre de 2013

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En esta semana mi coche, un Citröen C4 HDI 110, ha cumplido doscientos mil kilómetros. No es el primero de los que he tenido a lo largo de mi vida que alcanza esa cantidad pero si es el que más años ha estado a mi servicio: ocho años y medio en estos momentos…y lo que le queda si no ocurre alguna avería o accidente que lo deje fuera de la circulación. El coche está bien, con los achaques típicos de su edad, pero todavía puede prestar un buen servicio con el mantenimiento correspondiente, que cada día que pasa va siendo más exigente. Y es que los tiempos no están para bromas y aunque proporcionalmente los coches están más baratos que nunca, hay que condurarlos todo lo que se pueda.

El coche es uno de esos logros individuales que hemos ido alcanzando y que nos ha permitido disfrutar de una libertad que nuestros antepasados tenían vedada. No es que no se viajara en la antigüedad, que se hacía, pero no tanto ni tan deprisa. Recuerdo con el primer coche que tuve, un Seat 127, con el que empecé a recorrer la geografía española, como se tardaba prácticamente un día en alcanzar la costa desde el centro de España. Ahora, en pocas horas podemos desplazarnos un montón de kilómetros por autopistas y autovías y en media jornada alcanzar cualquier punto de la costa desde el centro.

Muchas veces he oído que es más barato coger un taxi cada vez que necesitemos desplazarnos que utilizar un coche propio. Quizá sea cierto pero la independencia que te otorga el tener tu coche a tu disposición no admite posible comparación con el uso de un taxi o del servicio público. Mis correrías por Europa hace ya algunos añitos, en las que alcancé en mi coche ciudades como Atenas, Budapest, Portree o Bodo, entre otras, no hubieran sido posible a base de taxi, con independencia de su coste.

Desde que me compré este último coche tomé la resolución de ir anotando todos los pormenores crematísticos que tuvieran lugar. Una tarea ardua y mantenida que he ido realizando y que me ha llevado a disponer hoy en día de unos datos que en la mayoría de los casos es mejor no conocer. Hay un dicho que reza como «ojos que no ven, corazón que no siente» que es muy aplicable a este asunto que nos ocupa hoy. Es mejor no saber lo que nos cuesta nuestro coche porque lo vamos a seguir intentando mantener de todas formas. Y es que hay cosas, como algunos caprichos, en los que no hay que reparar en gastos porque no podemos valorar el placer que nos reportan con independencia de su coste.

El título de esta entrada responde a lo que realmente me ha costado cada kilómetro de esos doscientos mil recorridos, incluyendo todos los gastos habidos y que he ido registrando en setecientos catorce apuntes. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos son variables y dependen de la suerte o de otros factores sobre los que tenemos poco o ningún control. Un ejemplo son las multas, que pueden ser cuantiosas. Hacía muchos años que no sufría una, pero hace poco me despisté en una carretera local abulense y ahí estaba el coche camuflado de la Guardia Civil que me registró a 71 km hora en un sitio en el que estaba permitido circular a 50 Km. Receta correspondiente de 150 euros, por buenas composturas y abono veloz, que pasa a engrosar los gastos provocados por el vehículo. Otros gastos detallados son los lavados, que han ascendido a poco más de ochenta euros, las averías, que se acercado a los quinientos euros o el más doloroso de todos, aparcamientos, O.R.A. y conceptos afines, como los peajes, que arrojan la significativa cifra de casi mil quinientos euros.

Como digo, es mejor no saber que cada kilómetro que recorro con mi coche me cuesta, en términos reales, casi veinticinco céntimos de euro por redondear. Cuando valoramos el coste de un viaje que proyectamos hacer, corremos el peligro de considerar solo el coste del combustible. Pongamos un ejemplo: en un viaje de 200 kilómetros, el coste del combustible, en mi coche, sería de 12,12 litros, unos 16,50 euros al precio actual, pero yo sé que realmente serían 50 euros según todo lo que estamos comentando. De 16,50 a 50 va un gran trecho. No solo es combustible. Aunque, insisto, es mejor no saberlo y no pensar en ello.

sábado, 21 de septiembre de 2013

COMILLAS


Hay un bonito pueblo en la costa Cantábrica con este nombre y al que me une una relación muy especial, pero no es de eso de lo que vamos a tratar. Esta semana, con motivo de revisar y efectuar unas correcciones en un texto escaneado de un libro antiguo, me he topado con un signo de puntuación que andaba por ahí bastante olvidado: las llamadas comillas latinas o españolas. Aunque es tangencial, el libro se titula «Un reinado en la sombra» y es parte de mi reciente y desmedido interés por la figura de su autor, don Pedro Sainz Rodríguez, al que le dediqué una entrada en este blog hace unos meses que puede consultarse aquí. En la época en que está escrito el libro, cuando todavía no se manejaban con tanta profusión los ordenadores personales y los procesadores de textos, me imagino que el autor le daría a la pluma o la máquina de escribir, ese elemento que ha desaparecido de la faz de la tierra.

Supongo también que el bueno de don Pedro o el cajista de la imprenta que compuso los textos no se encontró con el problema con el que me he encontrado yo. Una tontería, sí, pero que me llevó unas horas el hincarle el diente hasta encontrar una solución, no muy satisfactoria la verdad, pero con la que me puedo apañar. Para ir entrando en materia, una pregunta: en el procesador de textos «Word»… ¿se pueden escribir las comillas latinas o españolas? ¿En qué tecla están?

Parece una simpleza, pero no lo es. Si hacemos un poco de memoria en los textos que leemos, incluso en los que escribimos en los que debemos utilizar las comillas para indicar referencias, vemos que las comillas que se utilizan son las inglesas, bien rectas o bien itálicas o cursivas, que sí están en el teclado de los ordenadores encima del guarismo «2». Pueden ser así inclinadas [ “ ” ] o rectas [ " " ] según tengamos configurado nuestro procesador en el apartado de OPCIONES-REVISIÓN-OPCIONES DE AUTOCORRECCIÓN. Pero lo que es imposible, en un primer momento, es encontrar en el teclado una tecla que nos permita generar en nuestro documento las que vamos buscando [ « » ].

No nos hemos dado cuenta y estamos haciendo las cosas quizá mal, llevados por la tecnología global, de fuerte componente inglés o americano, donde ciertas peculiaridades van siendo asumidas y aceptadas en aras a no complicarnos la vida. Muy poca gente se acuerda de los inicios de la informática personal allá a comienzos de los ochenta del siglo pasado, e incluso de la profesional a comienzos de los sesenta. ¿Qué pasaba con nuestra querida letra «eñe»? ¿Y con los acentos? No quiero entrar en ello pero en otra entrada del blog de hace casi cuatro años titulada «Ñ» se comenta el asunto, que aún hoy en día no está resuelto del todo.

Si uno busca en internet por comillas angulares, españolas, latinas, e incluso francesas, obtendrá un aluvión de información que es imposible de digerir. Lo que sí parece es que las normas, o recomendaciones, de la Real Academia de la Lengua indican que debemos usar estas en nuestros escritos y no las rectas o inglesas. Mi muy querido Diccionario Panhispánico de Dudas también lo indica así. Pero las limitaciones se imponen y a nadie hoy en día, o a casi nadie, se le ocurre utilizarlas simplemente porque no están fácilmente disponibles en el teclado, con lo cual se ha aceptado internacionalmente el uso de las rectas o inglesas.

Hace unos días no tenía ni idea de este asunto. Debo agradecer póstumamente a don Pedro el haberme metido en él al intentar pasar el corrector ortográfico del procesador de textos a algún texto seleccionado de su libro y verme incapaz de arreglarlo. En un primer momento recurrí el clásico «corta y pega» pero la cosa tiene mucho más alcance si se quiere dedicar un tiempo a su investigación.

Textos se escriben en un ordenador en muchos lugares. De hecho es lo que se hace, escribir. En los correos electrónicos, en hojas de cálculo incluso en programas de procesadores de imágenes cuando queremos poner el título a nuestra fotografía preferida que vamos a mandar a los amigos. ¿Dónde están las dichosas comillas angulares?

Como norma general, cualquier carácter de la tabla de doscientos cincuenta y seis del código ASCII que gobierna nuestros ordenadores caseros se puede obtener a base de mantener pulsada la tecla ALT mientras tecleamos el número correspondiente. Así las comillas angulares de apertura [ « ] se obtienen manteniendo pulsada ALT mientras tecleamos 174, mientras que las de cierre [ » ] se obtienen con 175. Esto como norma general que teóricamente sirve para cualquier programa.

Este texto está escrito en el procesador más generalizado hoy en día cual es «Word». Lo de «ALT+174» o «ALT+175» funciona pero con una cierta peculiaridad, que me ha hecho emplear un buen tiempo hasta que la he podido descubrir «googleando» por la red: como hay dos teclas «ALT» en el teclado, hay que usar la que está a la izquierda de la barra espaciadora y los números, 174 o 175, hay que teclearlos, obligatoriamente, en el teclado numérico de la derecha, no sirviendo los que están en la parte superior, encima de las letras. Y además debemos tener cuidado de vigilar como tenemos configurado el teclado numérico, pues puede haber por ahí una lucecita encendida que no nos permita hacer esto.

Pero para cualquiera que esté escribiendo sus textos a toda velocidad el andar con «ALT» y números es cuando menos engorroso. En el caso de «Word» podemos utilizar una característica del sistema de autocorrección mientras vamos escribiendo, indicando al programa que cada vez que se encuentre dos signos de «menor» seguidos los sustituya por " « " y dos signos de «mayor» por " » ". Se trata de entrar en ARCHIVO – OPCIONES – REVISIÓN - OPCIONES DE AUTOCORRECCIÓN – AUTOCORRECCIÓN, activar «reemplazar texto mientras se escribe» y definir esta nueva conversión.


Pero lo mejor para no complicarse la vida, y que es lo seguirá haciendo el público en general, es dejarse llevar y seguir utilizando, como hasta ahora, las comillas inglesas. ¡Viva la globalización!

sábado, 14 de septiembre de 2013

DESCONOCIMIENTO



Somos poco aficionados a lo que se ha denominado “la letra pequeña” y si no que se lo digan, por ejemplo, a los compradores de las famosas preferentes por tocar un tema de actualidad. El “firme aquí” es una orden tan imperativa que nos hace descuidar la lectura detenida de lo que estamos firmando, obligándonos a confiar en ciertas personas y empresas que día tras día van demostrando que hay que tener mucho cuidado con ellas. Me viene a la memoria aquel refrán que dice algo parecido a “de mis amigos cuídeme Dios que de mis enemigos ya me cuido yo”.

Cierto es que la letra pequeña nos invade por todos lados y no siempre en contra nuestra: algunas veces es a favor, pero nuestra costumbre de no leerla nos hace muchas veces y por desconocimiento renunciar a cosas a las que tenemos derecho o por el contrario podríamos disfrutar. ¿Quién no tiene un sinfín de aparatos y cachivaches en casa, de los que no se ha leído de forma completa y detenida el folleto, y por ello ni conoce si disfruta de muchas de sus funciones y características? A modo de ejemplo, recuerdo hace un tiempo que se me encendía en el panel de mandos del coche la luz de “puerta abierta” estando todas ellas cerradas y bien cerradas. Fallo en algún sensor, pensé, pero cuando llevé el coche al taller para que me arreglaran la dichosa lucecita y se lo conté al mecánico, su cara dibujó una sonrisa al tiempo que me pedía el mando de apertura a distancia. Le abrió, le cambio la pila y me dijo: “ya está arreglada la avería de la lucecita” y añadió no sin cierta sorna “hay que leerse el libro de instrucciones que dan con el coche”. Efectivamente figuraba allí que en caso de encenderse la luz de puerta abierta estando todas cerradas era indicativo de que había que cambiar la pila del mando a distancia.

Este verano realicé un viaje en tren para el que compré el correspondiente billete con la suficiente antelación, que hay crisis pero en ciertos sitios no se nota. Lo que normalmente leemos del billete son las estaciones de origen y destino y las fechas y horas para verificar que es correcto y luego más tarde, cuando accedemos al tren, el coche y número de asiento para ubicarnos correctamente. Y poco más. Sin embargo, dos cosas perfectamente especificadas en el billete no habían suscitado mi atención, y no hubiera disfrutado de ellas si mi hijo no me hubiera advertido convenientemente. A saber si habrá más.

La primera figura arriba a la izquierda del billete. Es un texto que reza así: “Combinado FEVE/CERC: LE46M”. Los billetes de largo recorrido incluyen la posibilidad de viajar en la red de cercanías del origen y del destino sin coste alguno. Tan sólo hay que dirigirse a las máquinas automáticas o a la ventanilla de billetes y mostrar el código, en este caso “LE46M” para obtener un billete gratuito que nos permita desplazarnos hasta la estación de origen, pudiendo utilizar el mismo código para desplazarnos hasta donde deseemos desde nuestra estación de llegada. La expresión “CERC” significa “CERCANÍAS” mientras “FEVE” significa “FERROCARRIL DE VIA ESTRECHA” para aquellos núcleos que dispongan de ella, como por ejemplo Santander o Bilbao. Gracias al aviso de mi hijo pude ahorrarme más de cuatro euros en el trayecto en origen si bien luego en destino no lo utilicé ya que me fueron a buscar en coche. ¿Sabía Vd. esto? ¿Cuántos viajeros pagaron su trayecto de cercanías o no lo utilizaron por no saberlo?

Y la segunda ya es mucho más sibilina. Esta vez sí en “letra pequeña” figura el siguiente texto: “Renfe tiene establecidos diferentes compromisos de puntualidad y calidad en todos sus trenes. En caso de incumplimiento de estos, tendrá derecho a la indemnización correspondiente”. El tren salió con retraso, tuvo muchas paradas y al final llegó a la estación de destino cerca de media hora después de la hora establecida. Iba lleno hasta los topes, calculo que más de doscientas personas. Al día siguiente, mi hijo me pidió el billete, se conectó a internet, tecleó el localizador y… ¡magia potagia! Teníamos derecho a un reintegro de doce euros por el retraso, que fueron abonados en el momento en la tarjeta bancaria con la que fue adquirido el billete. Si se hubiera comprado en taquilla hubiera sido necesario pasar por la misma para cobrar. Ventajas de las transacciones electrónicas. Yo no sabía nada y no se me hubiera ocurrido reclamar importe alguno por el retraso, por lo que me hago las siguientes preguntas: ¿cuántos pasajeros de aquel tren sabían que podían reclamar una devolución por el retraso? ¿Cuántos la reclamaron al final? Para este caso concreto solo Renfe lo sabrá pero me atrevo a apostar que pocos reclamamos, lo que supuso un dinero de ahorro considerable para la compañía. Lo podían destinar a obras sociales, pero no creo que lo hagan, así que lo mejor es que vayamos aprendiendo, todos, nuestros derechos y los ejercitemos para que las cosas vayan mejorando.

jueves, 5 de septiembre de 2013

RECAMBIOS-2


Hay veces que uno se lleva pequeñas alegrías por cosas insignificantes y que se entienden solo de forma personal, pues otras personas podrían pensar que son tonterías, que no merecen la pena y que más valiera dedicar el tiempo y las ganas a cosas más productivas. Pero la gracia está en que la valoración de hechos cae dentro del terreno personal y cada persona es un mundo.

Hace ahora poco más de un año publicaba en este blog la entrada RECAMBIOS en que la se mostraban mis impresiones sobre el controvertido asunto de las piezas de recambio, en este caso concreto de un coche y más concretamente del mando a distancia de apertura de puertas y llave de contacto. Llevaba un mando andrajoso que se puede ver en la imagen que acompañaba aquella entrada y me ayudaba de un bolígrafo para poder abrir y cerrar el coche, sufriendo las inconveniencias por cabezonería y convicción personal y negándome a pagar casi doscientos euros por un mando nuevo.

La paciencia es cosa buena. Una frase que me ha gustado siempre y que en algunos casos puede resultar verdad es aquella de “las cosas grandes y buenas de la vida son para gente con paciencia”. Pero la paciencia debe ser activa y estar ojo avizor y con la antena puesta a las cosas que nos interesan. Yo había asumido seguir con el mando deteriorado pero mantenía la esperanza de encontrar una solución con el tiempo que no fuera la de pasar por taquilla y desembolsar.

Ebay o Dealextreme son dos portales de internet, entre otros muchos, donde se pueden encontrar las productos más variopintos a unos precios inconcebibles, absolutamente imposibles. Para cosas pequeñas, de poco montante económico, utilizo con profusión este tipo de portales teniendo cuidado en el asunto del pago, para el que me valgo preferentemente Paypal o una tarjeta VISA virtual a débito que me facilita mi banco por internet, que está con el saldo a cero permanentemente y que cargo con la cantidad exacta de la compra que estoy haciendo segundos antes de realizarla. Toda precaución es poca a la hora de facilitar un dato bancario como una tarjeta de crédito.

Tengo que reconocer que hasta ahora, y son varias compras y varios años, no he tenido ningún problema. Destaco un ejemplo. Un soporte de móvil para el cristal del coche, con su ventosa y sus sujeciones, que funciona perfectamente me costó menos de cinco euros, y además enviado desde Hong-Kong sin costes de envío ¿Cómo es posible? Bueno, lo que estamos comentando es casi lo mismo. La pieza del mando a distancia del coche que necesitaba, solo la carcasa la he adquirido por cuatro libras esterlinas, unos cinco euros con gastos de envío gratis desde Inglaterra. Hay que decir que es la carcasa, que no tiene el circuito impreso interno, pero la carcasa es lo único que necesitaba.

Para decirlo todo, comentar que no ha sido coser y cantar el poner en funcionamiento efectivo la llave. El cambio del circuito interno es abrir y cerrar pero el espadín-llave nos ha dado guerra a mi hijo y a mí, sobre todo a él, que es mucho más manitas que yo. Y es que resulta que sacar el fleje de sujeción que estaba metido a presión ha sido complicadillo pero lo peor de todo es que no coincidían los grosores, siendo el del mando antiguo superior, por lo que no era posible insertarlo en la cazoleta del nuevo. Aquí me he acordado de lo que contaba de los sufridos cubanos y me he dispuesto a convertirme en uno de ellos: gatos, maderita, lima y paciencia han sido las claves de ir rebajando poco a poco la pieza antigua, que es la que funcionaba hasta que se ha podido encajar en la carcasa nueva. Quizá en alguna ferretería donde dupliquen llaves se podría haber duplicado, pero he preferido usar la original y no llegar a ello. De todas formas lo preguntaré para no quedarme con la duda.

El resultado no ha podido ser más efectivo y de ahí la alegría que comentaba inicialmente por haber solucionado este inconveniente de una forma racional y a un coste más que razonable. En foros de coches, y especialmente de la misma marca y modelo del mío, hay multitud de usuarios con el mismo problema, lógico y normal, derivado del uso. Lo que no es de recibo es que por dos gomas y un trozo de plástico, que es lo que en realidad se deteriora, te hagan casi cambiar de coche.

Con mi flamante mando nuevo, que espero que me dure más de los siete años que aguantó el original, presionaré los pulsadores con más delicadeza, estoy más feliz que una perdiz con mi victoria pírrica sobre las directrices de la fábrica de automóviles en materia de piezas y recambios.

lunes, 2 de septiembre de 2013

ADMISIÓN


Acabamos de pasar unos días de vacaciones en tierras gerundenses, bien y en familia como diría mi buen amigo Miguel Angel, donde por cierto y aunque no viene a cuento nos han tratado de forma maravillosa y sin ningún problema. Debíamos de ser casi los únicos españoles turistas que andábamos por allí, pues estaba plagado de franceses, alemanes e incluso rusos. Aunque el viaje sea de vacaciones y placer, procuramos incluir aspectos culturales en nuestros desplazamientos que no todo es sol y playa y estar vagueando todo el día.

Pero la cosa no se la están poniendo fácil a los amantes de la cultura. Cada vez más se necesita más presupuesto para acceder a museos o sitios culturales, cuando no a simples iglesias o catedrales por las que el turismo manifiesta interés.

Empezamos el primer día yendo a visitar el museo Dalí en Figueras. Yo lo había visto hace una veintena de años pero mi mujer y mi hija no lo conocían y es un sitio que hay que ver para admirar el genio de Dalí, o sus extravagancias, que en ningún caso te dejan indiferente. Tras más de una hora de cola en plena calle, llegas a la taquilla y ¡zas!, sablazo que te crió. El precio de la entrada es de 12 euros. Como ya somos tres por la edad de mi hija, multiplicando salen 36 euros. ¿Es caro? ¿Es mucho dinero? Pues cada uno lo valorará a la medida de sus parámetros, pero 36 euros son 36 euros y hoy en día es un pequeño capital para muchas personas. El poner precios altos también es una forma de disuadir al visitante, porque si fuera más asequible ni siquiera se podría entrar por las aglomeraciones.

Así, día tras día, unos cuantos eurillos iban detrayéndose de nuestros bolsillos por asuntos culturales. En el monasterio de Sant Pere de Roda, más asequible, el montante subió a doce euros en total porque la visita guiada, que era en catalán, solo la hice yo mientras mi mujer y mi hija iban por libre. En la iglesia casi catedral de Castelló de Empuries otros 12 euros aunque ahí podías visitar un museo de harina y una cárcel medieval incluido en el precio. Pero ¿qué ocurre si solo quieres visitar una cosa? Pues que no hay entrada individual, así que ajo, agua y resina.

La imagen que acompaña a esta entrada es de la catedral de Gerona. La verdad es que los que accedan a la misma tienen la indulgencia ganada con solo subir la tanda de escaleras. Es mejor dar un rodeo y subir las cuestas, que también hay unas cuantas en Gerona. Como foco de interés, tenía intención de visitar el claustro de la catedral. Al llegar a la taquilla ya se me dispararon las alarmas y tras varios días de estar soltando euro tras euro para las visitas, me negué en rotundo. Había visto en internet que el precio de la entrada eran 5 euros, quince la familia, pero se ve que con la crisis lo que hay que hacer es subir las entradas, como han hecho prestigiosos museos nacionales como el Prado o el Reina Sofía en Madrid, para “mejorar su gestión” y seguir ofreciendo al público en general un “servicio de calidad”. Pues resulta que el precio era de siete euros porque… habían incluido de forma conjunta la visita a otra iglesia. Sopesé la posibilidad de entrar yo solo pero el cabreo fue tan grande que me di media vuelta y me marché. Quizá pagó el pato el menos indicado, pero es que después quería visitar los baños árabes, dos euros la entrada, y otro museo que estaba cerrado. Hay que tener en cuenta, además, que hay que comer, pagar el combustible y la no pequeña parte del aparcamiento del coche, que ya no es fácil por no decir imposible el aparcar gratis en las ciudades e incluso pueblos, que tienen todas las calles pintadas con rayas azules que ya sabemos lo que significa: pasar por taquilla. En Gerona nos empeñamos y dando unas cuantas vueltas conseguimos aparcar gratis aunque tuvimos que andar un rato hasta llegar al centro histórico.

Como colofón a las vacaciones y en el camino de regreso a casa habíamos pensado detenernos en Barcelona para visitar la Sagrada Familia, el famoso templo de Gaudí todavía en construcción. Cuando empecé a mirar por internet como estaba la cosa se me pusieron los pocos pelos que aún conservo como escarpias. Las entradas, que conviene obtener con anticipación pues las colas son de aquí te espero, rondan los 18 euros llegando a 19,20 en el caso de la visita guiada. Si multiplicamos por tres y añadimos el combustible y el aparcamiento la cosa se ponía en un pico, con lo que la visita a la Sagrada Familia ha quedado pospuesta para otra ocasión, si se produce.

Uno tiene la sensación de paga dos y tres veces por las cosas. No sé si la Sagrada Familia es un monumento estatal o privado, pero en el caso de museos estatales la técnica es muy aviesa: los costeaba el estado, pero ahora el estado no tiene dinero porque se lo gasta en mantener sus políticos y otras cosas que no sabemos, con lo cual se bajan los presupuestos y se vuelve a cobrar al contribuyente por lo que es suyo y por lo que ya ha pagado. Habría mucho que hablar del asunto y no es momento pero me quedo con la copla de que culturizarse un poco cada vez va ser más imposible.