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sábado, 23 de junio de 2018

APAGÓN



Leí el libro que sirve de imagen a esta entrada a principios de los años 80 y le he vuelto a releer de nuevo al menos un par de veces. Recuerdo que me impactó sobremanera y como los tiempos han cambiado estoy convencido que una nueva lectura aportaría nuevas claves sobre el tema. La trama relata el devenir de una compañía de suministro eléctrico con grandes problemas para mantener su actividad y toda una pléyade de personajes y sucesos alrededor. En el fondo es una denuncia social y un SOS urgente al control de una de las fuentes básicas de energía hoy en día cuya ausencia crearía sin duda un clima de tensión inimaginable.

En los veranos de los años sesenta, mi abuela nos llevaba a mi hermano y a mí a pasar unos días en su pueblo toledano con motivo de las fiestas. Nos acoplábamos como podíamos en la pequeña casa de mi tía Palmira, donde además del matrimonio habitaban cuatro primos. El único suministro que llegaba a aquella casa era la luz eléctrica. El agua había que irlo a buscar con cubos a una fuente que la verdad estaba cercana, no como ahora seguimos oyendo hablar de africanos que tienen que recorrer varios kilómetros para obtenerla. Tampoco había baño, por lo que había que utilizar el corral de las gallinas en la parte posterior de la casa para eso que estamos pensando. La cocina se alimentaba con leña o carbón. Así pues, la subsistencia estaba asegurada de forma independiente del exterior porque cuando se iba la luz se encendían velas. El único aparato enchufable que recuerdo había en la casa era una vieja radio que estaba en una repisa en el comedor.

Al levantarme, tras el preceptivo y obligado saludo al Sr. Roca, lo primero que hago todos los días es encender el ordenador y echar un vistazo al correo electrónico, las cuentas bancarias, los periódicos y lo que se vaya terciando. En mi camino desde la habitación al ordenador paso por la zona de la casa donde se encuentra el rúter, que un día de esta semana presentaba uno de sus pilotitos led en rojo, concretamente el que indica la conexión exterior a internet, que estaba caída, con lo que mis primeras operaciones del día eran imposibles de realizar. La cosa parece simple, pero es algo más grave: el teléfono fijo desde la instalación de fibra telefónica depende de la conexión a internet, así que no podemos llamar al servicio de atención al cliente; menos mal que tenemos los móviles para suplir esta falta de teléfono.

Esta misma semana, también, las desgracias nunca vienen solas, hemos estado un día sin agua. Vinieron de la compañía a cambiar el contador de otro vecino y no sé qué hicieron que me dejaron sin agua y además sin querer saber nada en el servicio de averías en el que me indicaban que sería un asunto particular y que tendría que arreglar yo por mi cuenta. Tuve que llamar a un fontanero, conseguir que viniera con una cierta premura y sí, el problema era mío. porque tenía un resto de junta de goma obstruyendo mi tubería en el cuarto de contadores de la casa, donde nadie tiene acceso salvo los operarios que vinieron a cambiar el contador. ¿Cómo apareció ese resto de goma allí? Misterios de las tuberías que ya van teniendo unos años y acumulan basurilla en su interior. Pero centrándonos en el tema, un día sin agua en una casa actual es un verdadero problema. Y no hay fuente cercana a donde ir con los cubos a buscarla.

Los suministros que tenemos en las casas hoy en día son variados. Podríamos considerar como básicos tres: electricidad, agua y gas/gasoil, aunque el asunto del teléfono y la conectividad a internet no deja de ser tan importante o más que aquellos. Y para darse cuenta de su alcance nada como quedarse sin ellos. Los aparatos echufables y por lo tanto dependientes del suministro eléctrico son innumerables en una casa: sin luz no funciona prácticamente nada. Por ejemplo, aunque tengamos gas/gasoil y agua, la caldera sin luz no funcionará. Y así montones de aparatos de la casa, entre ellos el rúter y por ello la telefonía fija y la conexión a internet. Nos quedarán los móviles… siempre y cuando los tengamos con las baterías cargadas y el problema eléctrico haya sido en nuestra casa o zona, porque si es general…

Un apagón es un corte generalizado en el suministro eléctrico de una zona amplia o incluso de un país, aunque el diccionario lo define de una manera más ligera con «interrupción pasajera del suministro de energía eléctrica». Ya hemos hablado en otra entrada del blog de un asunto que está cobrando fama en estos días como son las «DISTOPÍAS». Una de ellas bastante lograda que he escuchado recientemente se titula «El gran apagón». Está disponible de forma libre en internet en formato «PÓDCAST» y son una veintena de capítulos en tres temporadas que tratan de los hechos que pudieran tener lugar si se produjera un apagón mundial generalizado. Hay fantasía a raudales, pero también enseñanzas que podemos asimilar por si nos tocara vivirlo.

Para estar preparado en esta vida para afrontar cualquier asunto, lo mejor es entrenar y eso lo podemos hacer a nivel individual. Yo esta semana me he entrenado unas cuantas horas a estar sin internet —aunque tenía en el móvil— y sin agua. Cuando nos falta algo o alguien es cuando realmente nos damos cuenta de nuestra dependencia de ello. Estar sin suministro eléctrico un tiempo sería catastrófico a nivel individual y mucho peor si es a nivel general. Podemos comprarnos un generador por si llega el caso, pero es tan remoto, o eso nos parece, que pocos particulares anidarán en su cabeza pensamientos de disponer de un generador por si acaso.

Para terminar y como mera curiosidad, he encontrado otros dos libros con ese mismo título: «El apagón». Uno de Connie Willis publicado en 2011 y otro que aparecerá el próximo dos de julio de 2018 y cuyo autor es Esteban Navarro Soriano. Habrá que echarlos un vistazo, porque seguro que aportan nuevos matices sobre el asunto. Pero, insisto, un apagón habría que vivirlo, aunque por el momento todos prefiramos no hacerlo.


domingo, 17 de junio de 2018

CRÉDITOS




«En la enseñanza universitaria, unidad de valoración de una asignatura o un curso, equivalente a un determinado número de horas lectivas» es la definición que figura en el diccionario relativa al tema que me interesa comentar hoy. No debe de llevar muchos años implantado porque cuando finalicé mis estudios universitarios en 2004, ya mayorcito, no se utilizaba este sistema sino el clásico de ir aprobando asignaturas a base de exámenes. De hecho y según he podido leer, algunas universidades dan este sistema por agotado y están estudiando formas alternativas.

De vez en cuando asisto a charlas y cursos en los que se otorgan créditos. Es un asunto al que no presto atención pues en mi caso concreto no me sirven para nada y me ahorro ciertos inconvenientes en los registros de asistencia por los que tienen que pasar los interesados. Y es que, en mi opinión, que puede estar equivocada, algunos asistentes están interesados únicamente en los créditos y no tanto o nada en el asunto sobre el que verse la charla, seminario o conferencia.

En las últimas semanas me he topado con dos casos claros. Uno de ellos consistía en una conferencia con ponentes internacionales en la universidad que dirigía un catedrático. El tema era un poco tangencial, aunque interesante, pero me sorprendió al asistir los dos días en que se desarrollaba que prácticamente todos los asistentes eran estudiantes, más preocupados por sus móviles salvo honrosas excepciones que en atender a lo que los ponentes exponían, por cierto, en inglés, con lo cual había que hacer un ejercicio extra de atención, aunque se supone que los estudiantes actuales esto del inglés lo tienen superado. Como digo, lo importante era a la salida, que no a la entrada, registrarse en la hoja de firmas para conseguir los créditos. Las entradas iniciales o tras los descansos y la actitud durante la charla no parecían ser controladas por nadie, con lo que los créditos obtenidos tendrían poca o nula relación con lo aprendido. Pero servían para la obtención del título.

La semana pasada me topé con otro caso claro de estas cosas de la vida moderna. La imagen que acompaña a esta entrada corresponde al apartado de los créditos en este «seminario» de dos días celebrado en una de las universidades públicas madrileñas. Como se puede ver, se ofertaba un crédito optativo, entiendo que para cualquier carrera. O más específicamente en humanidades. Para ello se requería asistir al 100% de las clases y la realización de un proyecto final. Las horas lectivas eran de cinco cada día, diez en total. Asistimos unos quince alumnos, de los cuales catorce eran estudiantes que en la presentación inicial manifestaron estar cursando ADE, economía, derecho o carreras similares. De entrada, hay que decir que el tema versaba sobre nutrición, un asunto que poco o nada tienen que ver con los estudios de los asistentes y al que yo asistí por mera curiosidad.

Para resumir de forma rápida, de las diez horas previstas se realizaron siete escasas y eso contando algún descanso. El segundo día, ya con más confianza, y a pesar de que la clase empezó con retraso, algún alumno, sin cortarse un pelo, llegó casi una hora tarde. El desarrollo de la charla fue dinámico y estuvo interesante, motivándonos bastante el ponente y consiguiendo la participación activa dado que el tema es de interés general. Al final, la realización del proyecto necesaria para obtener el crédito consistía en enviar un correo electrónico al profesor contestando a cuatro preguntas en un par de líneas. Crédito obtenido.

El curso me pareció interesante y pude tomar algunas notas que me fueron de utilidad y me sirvieron para investigar algo posteriormente. Algún día confeccionaré una entrada con las experiencias sobre alimentación que pueden ser interesantes, al menos a mí para reflejarlas en un escrito al que acudir de vez en cuando. El precio también era razonable para las diez horas ofertadas, aunque al quedarse en siete ya la cosa se encarecía. Pero me quedó claro que se trataba simplemente de cumplir el expediente y obtener el crédito por parte de los estudiantes. Lo de cumplir el horario y el temario estaba bien sobre el papel, pero el llevarlo estrictamente a la práctica ya era harina de otro costal.

Otro ejemplo pudiera ser un curso que realizo de forma mensual a través de internet. Consiste en leerse un tema y luego realizar online un cuestionario de 20 preguntas tipo test para el que se dispone de una hora. También está disponible de forma simultánea el documento electrónico en PDF, con lo que mientras estás haciendo el test puedes utilizar el buscador de forma paralela: como antaño hacer el examen con el libro delante, pero a lo moderno. Leer el documento y hacer el examen me lleva dos horas más o menos. Al acabar, el título electrónicamente expedido informa que «Este curso cuenta con 2 créditos (20 horas) y es válido para…»

Yo supongo que cuando una clase se suspende o se acorta, los estudiantes jóvenes se alegran, salvo honrosas excepciones, porque supone un tiempo libre extra en el que tumbarse en la pradera exterior o ir a la cafetería a charlar. Pero a los estudiantes mayores, es mi caso, la suspensión o acortamiento de una clase nos causa una profunda desilusión porque asistimos por convicción, con ganas de formación y de aprender.


domingo, 10 de junio de 2018

BILLETE





Hay que avanzar en el diccionario de la Real Academia hasta la acepción quinta para descubrir el significado que nos interesa relativo a la palabra que sirve de título a esta entrada: «Carta, breve por lo común». Tengo la impresión de que el término ha caído en desuso y más en los últimos años con la irrupción de las nuevas tecnologías, en las que las comunicaciones electrónicas han dado el finiquito a las cartas en papel. No sé si con el tiempo el diccionario incorporará una acepción nueva aludiendo a los wasaps que son la forma actual.

Este término era usado con profusión en las novelas clásicas del siglo XIX para mandarse mensajes entre enamorados clandestinos. Así, en «El conde de Montecristo» podemos leer «y bien, vuelva a leer el billete, examine la escritura y encuéntreme una falta o de lengua o de ortografía». También en otro clásico, «Anna Karerina», encontramos «Anna había pasado toda la mañana ocupada con los preparativos de la partida. Escribió billetes a sus conocidos de Moscú, estuvo haciendo cuentas y preparó el equipaje» o «Estas dos alegrías, una jornada de caza afortunada y el billete de su mujer, eran tan grandes que dos pequeños contratiempos que se produjeron después apenas afectaron a Levin».

De los lectores asiduos a este blog será conocida ni afición en los últimos años a los cursos MOOC. Recientemente he finalizado uno magnífico, de esos que exigen mucho tiempo y concentración y dan pena cuando se acaban, titulado «Caligrafía y paleografía: espacios históricos para su estudio y práctica» en la plataforma Edx y dirigido por profesores de la Universidad Carlos III de Madrid. Una maravilla el poder transitar, algunas veces entendiendo algo, por magníficos escritos de siglos anteriores. Uno de los apartados estaba dedicado a los ámbitos domésticos y allí aparecían magníficos billetes.

Como ya he comentado, las cartas manuscritas están desapareciendo progresivamente de la faz de la tierra, siendo sustituidas por la escritura electrónica y su visualización efímera en pantallas. Ya hace tiempo hubo una sustitución cuando se generalizaron las máquinas de escribir, especialmente en los ámbitos domésticos. Hablando de escrituras notariales del pasado siglo XX, tengo algunas de mis abuelos redactadas a mano, pero ya a mediados de siglo aparecen escritas a máquina y hoy en día impresas en papel procedentes de ordenadores. De escritura a bolígrafo o estilográfica solo se pueden apreciar las firmas y muchas veces ya ni eso porque empiezan a proliferar las firmas electrónicas: todo electrónico. Con la proliferación de asuntos hoy en día sería impensable el manguito de antaño. En mis primeros trabajos como laborante en una Caja de Ahorros a comienzos de los años setenta del siglo pasado, tampoco hace tanto, los asientos en las libretas de los clientes y en los libros de contabilidad se hacían de forma manual, escrita, con bolígrafo y apretando para que se leyera bien en las copias que se generaban utilizando papel carbón. ¿Alguien se acuerda del papel carbón?

Volviendo a los billetes, por lo general se trataba de papeluchos, doblados de cualquier manera, sin emisor ni destinatario, con comunicaciones breves y directas, que eran traídos y llevados por criados fieles, aunque no siempre discretos en los ámbitos domésticos, entregados en mano y la mayoría de las veces medio en secreto porque su contenido podía ser motivo de algún escándalo si llegara a ser revelado. Han llegado pocos hasta nuestros días porque por lo general eran hechos pedacitos en cuanto eran leídos, por si acaso. Algunos que fueron interceptados llegaron al ámbito judicial porque servían de prueba a maridos despechados que denunciaban a sus mujeres adúlteras con otros mancebos. La viceversa no estaba contemplada en aquellos años.

Muchos billetes eran de naturaleza amorosa, con gran intensidad emocional y alusiones personales, sin formulismos, intensos y directos. Aunque no se ven en la imagen que acompaña esta entrada, se podían leer frases como estas:

«Amores de mis ojos…»
«Amores de mi vida y de mi alma…»
«Amores de mi vida. He recibido un susto tan grande…»
«Mi amor y mi dueño. Estoy con una pena inmensa…»

Tengamos en cuenta que no había teléfono en aquellas épocas. No es como ahora, que las conversaciones telefónicas y mensajes de wasap, tuiter o similares son guardados «para siempre» aunque los borremos, pudiendo aparecer en cualquier momento pasados unos años, y si no que se lo digan a muchos políticos, por ejemplo, que han visto aparecer épocas pasadas de sus vidas donde decían cosas que les dejan, como se suele decir, con el culo al aire.

A lo mejor con el tiempo hay que volver al billete si queremos intentar no dejar rastro de nuestras comunicaciones, siempre que cumplamos con la máxima de hacerlos trocitos y no tirarlos todos juntos en la misma papelera, que ya se sabe que la papelera es el primer sitio donde buscan los espías o los investigadores. ¿Cuántos documentos se han visto en los papeles de carbón que hemos aludido anteriormente y que han sido arrojados a la papelera tras cumplir su misión?! Pero, claro está, podemos caer en la tentación de hacer una foto con el móvil al billete antes de destruirle y entonces…