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domingo, 29 de junio de 2008

INTERNET


Hay una famosa ley, conocida bajo el pseudónimo de “Murphy” que dice muchas cosas referidas a muchos sucesos, pero resumiendo quiere decir que todo acontece cuando menos se lo espera uno y más fastidioso es.
Hace unos días necesitaba tener disponibilidad de acceso a internet para conectarme a unos servidores de Estados Unidos y poder realizar mi trabajo. Como ya ocurriera justo el mismo día de la semana anterior, cuando voy a echar mano de la conectividad, simplemente esta no existe, no resuelve, no se conecta, vamos.
Como me dio por ser previsor la semana anterior y apuntar todas las pruebas y tests que me indicaron desde el servicio de asistencia, procedí a realizar de nuevo todas y cada una de ellas: que si apagar y encender el “router”, que si “resetear” el mismo durante 20 segundos, que si aplicar la configuración por defecto, etc. etc. y nada, que sigo igual, como la semana anterior, no es problema mío sino del servicio que den a partir de la conexión en la central telefónica, toda vez que la sincronización del “router” con la central se produce y es correcta. Lo que pase a partir de ahí, vete a saber.
Lo malo es que la llamada de nuevo al servicio de incidencias, a pesar de mis advertencias de haberlo realizado ya, me hace repetir de nuevo paso por paso todo lo que su protocolo indica, haciendo caso omiso de mis apreciaciones en el sentido de haberlo realizado ya. Realizado todo el proceso me dicen lo que yo ya sabía, que me tienen que llamar ellos para proceder a una comprobación exhaustiva. Quedan en llamarme a las 12:00, desde las 10:00 en que esta conversación se producía. Bueno, al fin y al cabo si llaman ellos, pagan ellos y a ver si lo resuelven. Se me ha olvidado decir que la semana anterior, el mismo día, se resolvió “solo”, como por arte de magia a las 21:00. Nadie llamó, nadie comunicó, nadie dijo nada y mi mujer, que nada sabía de la falta de conexión, simplemente encendió el ordenador y se puso a trabajar con toda normalidad, recibir correo, navegar, etc.
Hoy a las 12:00 no han llamado. Tampoco a las 13:00 ni a las 13:30, hora en la que me decido a no seguir esperando y hacerlo yo. Si no me pongo muy serio, la señorita que me atiende pretendía realizar todas y cada una de las pruebas de nuevo, a lo que me he negado, reafirmándome en que lo que tienen que hacer es llamarme como han quedado. Revisa sus notas o sus registros y me dice que la posibilidad de llamada es a las 15:00. Insisto en que me diga que ha pasado con la llamada de las 12:00 pero no me puede decir nada, así que o lo tomas o lo dejas, pues a las 15:00.
No sé si llamaran a las 15:00 pero lo bueno de esta llamada, como todas las anteriores es el diálogo inicial y final que se produce en la llamada, eso si, que queda claro, pagando yo porque la llamada se produce a un queridísimo y famosísimo teléfono que comienza por 902.
Al principio me informa, con buena voz, lenta y pausadamente, que soy bienvenido al servicio de atención de banda ancha de patatín y patatán; sigue informándome que el coste de la llamada es de 6 cts. de euro el minuto y no contento me informa que al final de la llamada no me retire que me van a realizar una encuesta, sigo pagando yo, sobre la calidad del servicio. No contento con tanta información me suelta una musiquita diciéndome que espere, que me están atendiendo… tendrán caradura… hasta que al cabo de un rato me atienden de verdad.
Estamos llegando a unos niveles de desfachatez que rayan lo inconcebible. La pregunta es ¿si pagaran ellos el coste de la llamada me informarían de tantas cosas y me pondrían tanta musiquita? Cada cual que conteste, sin temor a equivocarse.

martes, 17 de junio de 2008

NEFASTO


Amanecía un día de recados y vicisitudes que prometía ser intenso. El pasado miércoles fue uno de esos días reservados para hacer un montón de cosas, que implicaban relación con otros organismos, empresas o particulares y que ya anticipaba, por la naturaleza de los casos, que iban a surgir sorpresas.
A primera hora de la mañana establezco la conexión vía internet con el centro de Atlanta de IBM para la realización de las prácticas de un curso que estoy preparando. ¿Adivinan lo que pasó? Pues eso, que la clave era incorrecta, correo electrónico al canto dirigido al responsable y a esperar la contestación. El teléfono no sirve pues la generación de claves lleva sus trámites y su tiempo.
Acudo al centro de salud para solicitar un análisis de sangre para mi padre que se encuentra en una residencia y que por ello no puede desplazarse. La persona que me atiende no sabe como es el procedimiento, que ya se ha realizado otras veces. No me da ninguna solución, bueno, sí, que baje al Hospital, distante cuatro kilómetros y pregunte allí, aunque me recomienda ir a primera hora de la mañana que es cuando se están practicando las extracciones y allí me aconsejarán.
Se me ha roto un cristal de un marco de fotografías. Me acerco a la tienda de toda la vida y cuando entro en ella noto que ha cambiado el aspecto, incluso la dependienta de siempre ha cambiado también. Ahora se dedican a más cosas, es otra empresa, pero me pueden hacer el cristalito de marras, eso si, no sabe cúanto cuesta y no sabe lo que tardarán, no menos de diez días. Me recoge el teléfono y “ya me avisará”.
Me dirijo al apartado de Correos pues estoy esperando desde hace tiempo un paquete contra reembolso de unos calcetines que he pedido a una fábrica de Barcelona. No llega lo que espero pero me encuentro un papelito, que por mucho que lo leo no me entero, acerca de nuevas normas del apartado, contrato de nuevos titulares y la típica “amenaza” de que si no se hace no sé qué cosa, que no está claro, a partir del próximo 10 de Julio no podrán depositar …. Etc. etc. Me dirijo a la directora de la oficina pero a la vista del papelito, que se supone ha depositado algún empleado bajo su dirección, no sabe darme explicaciones, me dice que lo rellene de cualquier manera y que ya me avisarán.
Me tengo que desplazar a un pueblo distante diecisiete kilómetros a recoger una pieza de plástico que han enviado desde Bilbao para la silla de ruedas de mi padre. Tras llegar allí, la dependienta que normalmente atiende la tienda se ha tenido que marchar por asunto familiar grave y la persona que se encuentra allí no sabe nada de nada. Busca y rebusca la pieza por mil y un cajones escondidos y al final no la encuentra. Me vuelvo para casa, otros diecisiete kilómetros, al precio que está el gasoil, sin la pieza y con un cabreo que para qué. Vaya día.
Al mediodía, cuando estoy a punto de tomar el tren para asistir a una comida con antiguos compañeros, recibo la llamada telefónica correspondiente al móvil anulando la comida. En el último momento, cinco minutos más tarde habría estado con mi flamante billete montado en el tren camino de Madrid. Se proponen nuevas fechas pero no estoy de humor, con el día que llevo, de pensar en nuevas convocatorias, máxime cuando se anulan una y otra vez.
De vuelta a casa, y eso que no había llegado la una de la tarde, por si no tenía pequeña la historia de fracasos del día, decido hacer la última gestión, consistente en dar de baja el contrato de mis padres con Tele2 para llamadas telefónicas. La cuestión se proponía tan enrevesada que la dije a la señorita que me atendía por teléfono que no estaba de humor y que lo dejaba para otro día.
Menos mal que España va bien y el mundo va mejor. Viva la tuberculosis.

martes, 10 de junio de 2008

COMPRAS-2

Hace una semana escribía sobre las “bondades” de la compra por internet y todos los flecos asociados a esta nueva modalidad que no deja de ser una versión actualizada de las antiguas compras por catálogo y envío por correo ordinario generalmente contra reembolso.

La vida aporta muchos matices y la experiencia nos da una pátina que nos permite afrontar nuevos retos, pero muchas veces no es suficiente y volvemos a tropezar en la misma piedra. En mi defensa, eso sí, diré que forzado por las circunstancias.

Por motivos profesionales, necesito un libro que ya me habían advertido que iba a ser bastante difícil de conseguir. La tirada es pequeña al ser un libro dirigido a un público profesional y por ello limitado. De hecho he comprobado que prácticamente se ha reeditado en los últimos años una vez por año.

Tras visitar personalmente tres de las mayores librerías de Madrid, la respuesta fue la misma: “está agotado y no podemos precisar si estará disponible y en qué plazo”. En una de ellas me ofrecieron pedirlo, tomaron nota de mi número de teléfono móvil y quedaron en avisarme en un plazo no superior a diez días. Pasaron los diez días y no recibí ningún aviso ni en sentido positivo ni en sentido negativo. Será que lo están buscando todavía y no sé por cuanto tiempo.

Esta última librería tiene también una web de compra de libros por internet. Me conecté a ella y para mi sorpresa el libro si estaba disponible y en stock, cuestión que en principio me chocó ya que no coincidía con lo expresado verbalmente por el dependiente y por mi espera en el pedido realizado. No obstante, cerré la web y me dirigí personalmente a la tienda donde hice ver estos extremos al mismo dependiente que me atendió la vez anterior. La respuesta me dejó helado: “es que una cosa es la venta en la tienda y otra completamente distinta la venta por internet, somos la misma empresa pero no tenemos nada que ver”. Le sugería la posibilidad de que él lo requiriera de forma interna y me dijo que no estaban habilitados esos canales y que si quería el libro no tenía más remedio que pedirlo vía web o seguir esperando a que me avisaran de esa petición que tras más de un mes confirmó que seguía pendiente.

Entré en fase de autoconvencimiento. Realmente no es una cantidad importante, diecisiete euros, que ya está bien, el libro y seis más por gastos de envío. Bueno, al final y a pesar de mis puntos de vista en contra de la compra internauta, me decidí a pedirlo. Solventados los trámites de pago mediante tarjeta, la virtual por supuesto y cargada con el importe exacto para la ocasión, surge el tema del envío mediante mensajero, que supone facilitar el domicilio particular y estar pendiente de cuando llega, porque normalmente no estamos en casa de forma permanente. Bien es verdad que por lo menos dejaron elegir las preferencias de entrega entre la mañana y la tarde.

No todo es tan fácil. Mis datos registrados en esa empresa apuntaban como domicilio a un Apartado de Correos, normalmente utilizado por mí a efectos de dirección. El mensajero no puede entregar el paquete en el apartado de correos, por lo que al darme cuenta tuve que hacer una llamadita, eso sí a un 902 de esos que odio, para cambiar el domicilio y poner el real donde pueda ser entregado el libro.

Problemas al fin y al cabo. El hecho es que el libro se pidió y pagó hace ya casi una semana y todavía, por unas causas o por otras, no está en mis manos y no tengo muy claro cuando estará. No depende de mí sino de que venga el mensajero cuando estemos en casa …. por la tarde.

martes, 3 de junio de 2008

e-COMPRAS


Teniendo en cuenta mi edad, que no mencionaré, se podría decir que soy bastante proclive a utilizar los medios modernos, concretamente todo lo que rodea al ordenador y el enorme elenco de posibilidades que se nos brindan, derivadas la gran mayoría de ellas de nuestro acceso a internet. Aunque no nos paremos a pensarlo, el correo electrónico es una maravilla que nos transporta a un mundo de posibilidades de comunicación y envío de información como antes no habíamos ni siquiera llegado a soñar.
Otra cosa son las compras a través de internet. La cosa mejora a pasos agigantados y se van perfeccionando los mecanismos que nos posibilitan adquirir un producto en cualquier país del mundo y que en un breve plazo de tiempo, quizás menos de una semana, lo tengamos en nuestra propia casa. En mi caso he comprado libros y discos en la clásica Amazon o en editoriales en Estados Unidos, y a los pocos días lo he disfrutado. Y en este caso no hay alternativa, serían muy costosos o con un cierto grado de dificultad el encontrarlos en España.
La principal barrera que vamos teniendo que vencer es la forma de pago, verdadero caballo de batalla de las compras electrónicas. Van apareciendo variados y múltiples sistemas para evitar a toda costa facilitar nuestro número de tarjeta de plástico por lo que pudiera pasar. No somos conscientes que en cualquier tienda, gasolinera o comercio la damos sin pestañear y es muy fácil para ellos el disponer de la numeración y fechas de vencimiento. A mi particularmente, la opción que me gusta y utilizo es una que me proporciona mi banco, también vía internet, que es el uso de tarjetas virtuales, incluso sin identificación, y que puedo cargar y descargar en el preciso momento en que realizo la compra.
La verdad es que hasta el pasado mes de Febrero había hecho compras pequeñas, libros, discos, entradas de cine o teatro…. En fin, de poca monta y casi admitiendo que pudiera fallar el sistema y quedarme con dos palmos de narices y sin dinero. Pero siempre hay una primera vez y con motivo de un regalo, encima un regalo para hacer a otra persona, me comisionaron para adquirir concretamente un marco digital, otra modenidad, a través de una conocida tienda de venta por la red, concretamente Pixmanía.
Todo muy bien, muy moderno, muy accesible, muy cómodo y en pocos días, el producto en tu casa vía Courier. Hasta aquí la cosa es cómoda. No diría que barata pues la compra por internet no siempre es barata, a pesar de que debiera serlo si tenemos en cuenta el ahorro que supone para las empresas el no disponer de local, almacén, “stockaje” ¿se escribe así? y demás parafernalias. Pero si añadimos al precio los gastos de envío, que suelen ser elevados, la cosa no sale tan barata, pero en fin, por lo menos es cómoda.
Si la cosa va bien, miel sobre hojuelas. Pero … ¿Y si la cosa va mal? ¿Qué ocurre cuando el aparato recibido no funciona? En mi caso, lo que no funcionaba era el mando a distancia: se comía las pilas de botón de 3 euros cada una en un día. A la tercera que se comió literalmente decidí proceder a su devolución al servicio postventa para que me remitieran uno nuevo. Y aquí empiezan las tribulaciones de un chino en china. La opción de utilizar el teléfono queda descartada porque el numerito es un 807 de esos que pagas un riñón para que encima te digan, eso si muy amablemente y con musiquita de fondo, que esperes, que todos sus operadores están ocupados.
La alternativa es, como para la compra, internet. Cuesta un poquillo localizar el mecanismo, no es tan fácil como para comprar. Después de rellenar unos cuantos formularios, te tienes que imprimir en tu impresora dos folios, preparar el paquete correspondiente y enviarlo, a tu costa, solamente 14 euros y pico, a su centro de Barcelona, donde a los pocos días te confirman, si todo va bien, su recepción vía correo electrónico. A partir de ahí, a esperar. En mi caso, a los dos meses me han mandado un nuevo aparato. Teniendo en cuenta que pretendía hacer un regalo en el mes de Febrero, el recibir un nuevo aparato a finales de Mayo no cuadraba, pero bueno, parecía que todo estaba solucionado.
Pero no, la alegría en la casa del pobre se acaba pronto. Desembalo el aparato, lo pongo en marcha y… la primera en la frente: una raya roja cruza verticalmente la pantalla y para que no se quedara la cosa ahí, el mando a distancia, como la vez anterior no funciona. Funciona al principio cuando tiras del plástico que preserva la pila, pero a las pocas horas, otra vez deja de funcionar.
Otra vez a devolver. Ya es la segunda vez y con la experiencia y que me apunto las cosas, todo se hace más fácil, pero nadie te salva de tiempo empleado o perdido, los folios, la tinta de la impresora, papel de envolver, pegamento, celo y, lo mejor, otros 14 euros y pico de mandar el aparatito de nuevo a Barcelona.
Estamos en Junio, no tengo el aparato que pagué en Febrero, me he gastado 35 euros más de lo que pensaba en los dos envíos de devolución y la pilas devoradas por el mando. Esperemos y confiemos que en dos meses me manden uno nuevo y….. que esta vez funcione.
Resumiendo, “vivan las compras por internet”.