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sábado, 30 de agosto de 2014

SOSTRIBARSE



Hace un par de años escribía dos entradas en este blog tituladas «MOMENTOS» (1de2 y 2de2) en las que hacía referencia a cinco momentos especiales de mi vida. En estos últimos días he añadido uno más a esa colección tan personal de cada uno que puede servir como una fuente de relax instantáneo con solo evocarlos.

«Roque» es una palabra muy utilizada en las islas Canarias cuyo significado no podemos encontrar en el diccionario de la Real Academia, donde se hace mención a la torre como pieza del ajedrez o un carro de dos ruedas con lanza y varas. Internet brinda todo tipo de referencias, aunque no sean oficiales, y por ello podemos encontrar en la página de una Academia Canaria de la Lengua la siguiente definición: «elevación rocosa y muy escarpada, que puede encontrarse en tierra o en el mar» «Designa una especie de monolito natural, resto erosivo aislado que destaca sobre una cumbre. En otros topónimos canarios designa una especie de peñón sobre el mar». No existe constancia de que la palabra "roque" se emplee con este significado en algún otro territorio de habla española».

El que probablemente sea el más famoso de todos los roques se encuentra en la isla de Tenerife, al pie del Teide, y es conocido con el nombre de «Roque de García» aunque los más puritanos le dicen «Roque Cinchado». Figuró durante muchos años en los billetes verdes españoles, los de mil pesetas. En la isla vecina de Gran Canaria, el roque más afamado lleva por nombre “Roque Nublo”; un enorme pedrusco de 80 metros de altura situado en la cima de una elevación de mil ochocientos metros, que no parece mucho comparado con los tres mil setecientos dieciocho metros que presenta el Teide, la mayor elevación española. «Chicharreros» y «Canariones» andan siempre en una permanente disputa por todo lo que se menea, pero los que lo vemos desde la distancia apreciamos todas las bellezas de ambas islas sin detenernos a establecer comparaciones que siempre resultan odiosas.

El pasado quince de agosto de dos mil catorce, guiados por mi sobrino Javier, nacido peninsular pero afincado ya como canario, hicimos la preciosa ruta de cerca de dos kilómetros de distancia y ciento sesenta y seis metros de desnivel, perfectamente indicada, que separa el aparcamiento en la carretera GC600 de la base del Roque Nublo, una planicie en las alturas. La hora escogida era crucial, pues al llegar a la base faltaba algo menos de un cuarto de hora para el escamoteo del astro rey, una ocultación especial y espectacular. Tuvimos mucha suerte, pues el día estaba límpido y permitió ver con toda claridad la desaparición del sol tras un lateral del Teide, como puede apreciarse en la imagen que acompaña a esta entrada. Según mi sobrino, que ha subido multitud de veces en su vida en busca de momentos como este, no recordaba haberlo visto nunca con tanta claridad, siendo muy común que la neblina cuando no la niebla o nubes bajas impidan una visión tan limpia y clara. En la zona baja de la fotografía, entre las dos islas, donde está el océano Atlántico, lo que se aprecia es un mar de nubes que oculta el agua del mar.

Sabíamos que la distancia entre las dos islas era de unos cien kilómetros pero una vez más la red pone a nuestra disposición herramientas para calcularla con precisión, justo desde donde estábamos hasta el Teide. Solo hace falta conseguir las coordenadas GPS de ambos puntos para con unos cálculos sencillos y que se facilitan aquí saber que estábamos disfrutando del momento a ciento siete kilómetros y doscientos setenta metros de la cúspide de la montaña más alta de España.

Como digo, un momento precioso y sublime para recordar.


Por cierto, «sostribarse», palabreja que da título a esta entrada, tampoco existe en el diccionario. Un acceso a «san google» con la palabra escrita con «v» solo brinda dos únicas entradas, en las que no se aclara si su escritura correcta es con «b» o con «v». Se trata de una palabra usada en el «castellano jarandillano» y que significa «Apoyarse, debido al cansancio o edad. Ej. mi tío julio con 60 años, necesita un báculo para sostribarse». Como vemos, hace mención a un apoyo que es de lo que me servirá el recuerdo de esta puesta de sol memorable.


domingo, 24 de agosto de 2014

RESTAURANTES



Mis relaciones con el sector de la restauración han transitado por diferentes fases de cercanía y alejamiento a lo largo de mi vida. En estos momentos diría que en principio no me apetece mucho aunque las relaciones humanas, y más en España, casi siempre son alrededor de la bebida o la comida. Cuando uno está metido en diferentes mundillos, desde un club de lectura a una escuela de música, casi siempre todos ellos acaban, comienzan o se desarrollan alrededor de comidas y cenas. Por ello sigo visitando esos centros del comer y el beber sin mucho aprecio porque no queda más remedio que relacionarse con el personal salvo que quieras acabar como un ermitaño en un cenobio perdido en las montañas.

Hace ya muchos años, un buen amigo, Rafa, que sé por dónde anda pero hemos perdido el contacto, me metió en el mundillo de la restauración. Con nuestras respectivas parejas y dos veces por mes, escogíamos alternativamente un restaurante dentro de la provincia para ir a comer o cenar: unas veces acertábamos y otras no, pero a lo largo de varios años, mientras nuestras economías no lo permitieron, fuimos conociendo multitud de sitios de todo tipo y condición.

Hoy en día me he convertido en una persona quisquillosa cada vez que voy a comer fuera de casa. Los restaurantes son oficinas de venta, de ganar dinero, pero los hay con estilo y los hay con artimañas para sacarte los cuartos. Algunas acciones surgieron en el pasado y ya van siendo erradicadas pero de vez en cuando te topas de bruces con ellas. Hay varias, pero me voy a referir a dos que me enervan sobremanera cuando las sufro, eso por no mencionar la existencia de cartas con los precios sin I.V.A. que te sorprenden al final con un añadido.

Hace muchos años, en 1981, cuando íbamos camino del Cabo Norte en las lejanas tierras de Noruega, paramos en un restaurante de carretera del País Vasco por aquello de hacer una última comida sana antes del periplo que iba a durar casi un mes. Tras leer la carta y decidir lo que íbamos a comer, el maître nos salió con aquello de… «Además de lo que figura en la carta tenemos fuera de ella esto, eso, y aquello…». Caímos en la trampa y pedimos dos platos de bacalao con tomate. Estaba buenísimo, pero se nos indigestó al recibir la cuenta; nos cobraron un dineral y no pudimos protestar porque no sabíamos el precio al no figurar en la carta. Recuerdo que nos cobraron al tuntún, pues fue una cantidad del orden de dos raciones, seiscientas quince pesetas, con lo cual cada plato salía a trescientas siete con cincuenta, muy raro lo de los cincuenta céntimos en el precio de un plato. Pagamos, callamos, nos fuimos y… no aprendimos. Algún tiempo después volví a caer en la trampa, está vez en un restaurante de Albarracín, en la provincia de Teruel. Nos ofrecieron cordero asado fuera de la carta, picamos, lo pedimos y… nos clavaron de lo lindo.

Hay restaurantes que añaden a la carta un «papelito» con los platos especiales del día, pero por lo general sin el precio. Como uno ya está escamado, si a mí o a alguno de mis acompañantes les da por pedir alguno de esos platos cuyo importe desconozco, salto como un resorte y solicito al maître el precio. Las reacciones han sido de todos los tipos, desde el darme amablemente la razón por una petición lógica a todas luces hasta mostrarse contrariados por semejante solicitud, más que nada porque ni ellos mismos lo saben, ya que ahora lo hacen todo las maquinitas y se tienen  que marchar temporalmente a preguntarlo. Y encima cuando vuelven con el precio, si es para mí, no pido ese plato, con lo cual su cabreo es doble y se lo toman como una ofensa.

Otra práctica, con la que me he encontrado recientemente es la de los aperitivos que te ponen al principio mientras llega la comida, que te crees que es una deferencia de la casa y luego al revisar la cuenta te los encuentras debidamente cobrados y facturados, como es el caso de la nota cuya imagen acompaña a esta entrada. Para cinco comensales trajeron junto con el pan y los cubiertos, que también cobraron, cuatro tapas de alioli que tengo que decir que estaban muy ricas. Me pregunto porque cuatro y no tres o cinco. Al final, en la cuenta, nos cobraron las tapas a ochenta céntimos de euro, a los que hay que añadir un siete por ciento de impuesto. La broma de los aperitivos servidos y no solicitados nos costó unos tres euros y medio que no es moco de pavo. Debido al tipo de comida que se trataba y por ser un sitio donde no voy a volver seguramente en mi vida, no monté el numerito negándome a abonar, con toda educación, los más o menos tres euros y medio facturados por un plato no solicitado por nosotros.

De todos es sabido que los restaurantes controlan los precios en los platos y se ceban en todo lo demás, especialmente bebidas y postres. Aunque pidas una botella de agua, el sablazo en la misma está asegurado. Por eso, cuando me huelo estas prácticas, agua del grifo, que en muchos sitios te niegan alegando cuestiones sanitarias y de postre un café o nada de nada.

Sigo yendo a restaurantes con comidas de amigos, clubes, peñas, familiares y demás, pero me sigo cabre… digo enfadando cuando veo que ciertas prácticas siguen vivas. Pero ya digo que soy un quisquilloso…



sábado, 16 de agosto de 2014

PHISHING



Un término inglés de reciente acuñación, ligado al mundo de la informática casera, de los ordenadores personales y de los teléfonos inteligentes, cuya traducción normal al español sería «pesca» pero que en el argot informático tiene otras connotaciones muy peligrosas si no somos precavidos, nos dejamos llevar por su contenido por lo general atractivo y «mordemos al anzuelo» que nos tienden. Por más que lleva mucho tiempo en el «mercado», las nuevas y masivas incorporaciones de personas en todo el mundo a los procesos informáticos de correo electrónico, cuentas bancarias y demás aplicaciones mantienen está práctica en plena juventud. El hecho de que siga en activo es el mayor y mejor indicador de que sigue proporcionando beneficios a los cibercriminales que diseñan los engaños y se aprovechan de los incautos. 

Por más que uno haya visto cientos y cientos de formas de engaño, siempre aparece alguna nueva que nos sorprende. Que me vengan a la memoria son los correos electrónicos de una supuesta persona rica de un país africano que necesita tu ayuda para sacar fondos de su país y te recompensará adecuadamente, ofertas de trabajo maravilloso que empiezan por qué sueltes de entrada algunos dineros, promesas y ofertas de viajes o premios a los que no te puedes resistir, artículos de rabiosa actualidad a precios imposibles…

La forma más corriente es un correo electrónico en el que nos invitan a realizar una acción que comienza, ahí está el peligro, por un enlace en el que debemos de hacer clic para iniciar la operativa. El texto o las imágenes del enlace están cuidadosamente estudiados para que pensemos que estamos yendo a un sitio conocido y facilitemos nuestros usuarios y claves de acceso a diferentes servicios, principalmente bancos o entidades de manejo de fondos.

Por lo general, los usuarios son confiados y una vez que deciden que lo que han recibido tiene validez, entregan todo tipo de datos sin sospechar que le están buscando las vueltas. Aunque no es una caso que pudiera entrar en el término «phishing» voy a referir aquí un suceso real ocurrido hace unos años. Llegaron un día unos operarios debidamente vestidos e instalaron en el área de salidas internacionales de un concurrido aeropuerto un cajero automático con el logotipo de uno de los bancos más conocidos. Nadie reparó en ello y nadie verificó si esa operación había sido autorizada. Muchos pasajeros que estaban esperando la salida de su vuelo no encontraron otra forma de matar el aburrimiento que ir a este cajero automático a consultar el saldo de su cuenta. La respuesta era la misma: «por problemas técnicos no podemos atenderle en ese momento. Por favor, inténtelo más tarde». El «aparatito» apuntaba cuidadosamente las identificaciones de las tarjetas y los «pines» de los incautos, cuyas cuentas empezaron a vaciarse rápidamente mientras ellos estaban de viaje a un país extranjero y tardarían un tiempo en ver lo ocurrido con escasas posibilidades de relacionarlo con la consulta de su saldo en el aeropuerto. Cuando se descubrió el engaño, cientos de personas habían caído en la trampa.

Tras conocer relatos como este, cada uno es muy libre de operar en cajeros que no estén instalados en oficinas bancarias. Centros comerciales y de ocio cuando no áreas de servicio en cualquier autopista nos ofrecen como una mejora este tipo de servicios pero no tenemos ninguna garantía de que estén debida y realmente conectados a la entidad bancaria que dice patrocinarlo.

Lo más buscado son los datos bancarios y de tarjetas de crédito porque se traducen de forma rápida en un asalto a nuestros ahorros en cualquier parte del mundo, y muchas veces por mucho cuidado que tengamos nos la pueden jugar. Otro ejemplo: la mujer de un amigo mío estaba comprando en una tienda de una localidad cercana a Madrid y al pagar con su tarjeta el comercio recibió una llamada del centro autorizador de VISA solicitando que retuviera al cliente lo más posible hasta que llegara la policía que había sido avisada y se dirigía al establecimiento. En ese mismo momento otra persona estaba comprando con esa misma tarjeta, un duplicado, en un comercio de Valencia. Mi amiga que no sospechó nada y que tenía todo «en regla» sufrió la espera hasta que llegó la policía, mientras que la clienta de Valencia en cuanto vio que la cosa se complicaba dejó el asunto y salió zumbando. Con el tiempo se descubrió que a mi amiga le habían duplicado su tarjeta en una gasolinera próxima a su domicilio, pero mientras tanto sufrió «desperfectos» en su cuenta del orden de los dos mil euros que al final recuperó pero le llevó su tiempo y sus disgustos.

Por mucho cuidado que tengamos nos la pueden acabar jugando, pero si tenemos poco caeremos como unos lechuguinos. Ahora están de moda las redes WIFI gratis en muchos sitios, a las que la gente se conecta con sus teléfonos que interaccionan y reciben correos cuando no consultas y datos de las más variadas aplicaciones. Todo este tráfico de información es debidamente guardado por el «malo» que lo empieza a utilizar casi de forma inmediata para sus intereses, que no son precisamente caritativos ni convenientes con los nuestros.

Lo repiten por activa y por pasiva. Nada de correos ni operaciones de crédito desde nuestro teléfono o portátil conectado a una red WIFI que no conozcamos, aunque sea la del hotel en que nos alojamos. Nada de dejar fuera del alcance de nuestra vista nuestras tarjetas de crédito o nuestras tarjetas de identificación personal tales como el d.n.i. en ningún momento, ni siquiera en las recepciones de los hoteles; podemos ser previsores y llevar una fotocopia como la de la imagen, mejor en blanco y negro, en la que habremos sobreimpreso una marca de agua indicando el propósito o el nombre del establecimiento, de forma que no pueda ser usada de forma posterior en alguna acción malintencionada. Nada de hacer clic en ningún enlace que recibamos o veamos por ahí para acceder a una supuesta página web y mucho ojo al facilitar de forma online nuestros datos. Empresas que te venden un helado por internet te solicitan hasta el tamaño del calcetín que no sé para qué lo querrán. Nada de utilizar ordenadores desconocidos de recepciones de hoteles o «cibercafés» para otra cosa que no sea leer el periódico o buscar información de la hora de misa en la parroquia más cercana.

Mi familia y mis amigos me tachan de exagerado y habrá que ver cómo se parten de risa sin algún día me pillan, lo cual no tendría nada de extraño dado mi alto índice de uso de compras por internet y modernas tecnologías. Pero, mientras tanto, me preocupo por estar al día y minimizar en todo lo posible el riesgo.


sábado, 9 de agosto de 2014

VIAJAR



De siempre he sido, y aún lo sigo siendo, un viajero impenitente. Me ha vuelto loco el simple hecho de ponerme en marcha aunque sea para ir al pueblo de al lado, especialmente si era novedoso para mí. Cualquier excusa es buena para ponerse al volante y devorar kilómetros, habiendo sido este modo de transporte el que más especialmente utilizo, incluso por encima de lo estrictamente razonable hoy en día en que lo más cómodo, en teoría, es tomar el avión o el tren y alquilar un coche en el punto de destino caso de ser necesario.

El hecho de salir desde tu casa con tu propio coche tiene sus ventajas a la hora de llevar el equipaje y también a la hora de volver, donde es más sencillo transportar cosas que has podido ir adquiriendo por el camino y que solo tienes que dejar en el fondo del maletero y olvidarte de ellas hasta tu regreso. El reloj de cuco que da las horas en la pared de mi salón vino así hace más de treinta años desde una tienda en Triberg, un pueblecito en el corazón de la selva negra alemana. A modo de ejemplo, prefiero ir a Córdoba en mi coche que tomar el tren, aunque sea más cansado, pero no siempre es más rápido o económico, ya que hay que tener en cuenta los desplazamientos hasta y desde las estaciones y el coste del billete según el número de ocupantes. Otro ejemplo de más alcance es un viaje a Munich, distante dos mil quinientos kilómetros de Madrid y por lo tanto dos días de ida y dos de vuelta en coche. Parece que aquí la opción sería el avión más el alquiler frente a tu propio coche. Insisto, en mi caso, prefiero el coche porque me permite conocer ciudades en el itinerario. Incluso para ir a Escocia preferí embarcar mi coche en el ferry en Santander y atravesar todo el Reino Unido, aprovechando para ver sitios emblemáticos como Oxford y Stonehenge por poner un ejemplo, que no hubiera sido posible si hubiera tomado un avión directamente a Edimburgo. 

Empecé a deambular por Europa a principios de los ochenta. El cargar el coche con la tienda de campaña, latas de sardinas, leche y demás alimentos no perecederos y lanzarse a las carreteras europeas en viajes que en algún caso alcanzaron los catorce mil kilómetros fueron experiencias inolvidables. Alcanzar puntos como el Cabo Norte en Noruega o la isla griega de Mikonos en tu propio coche es algo que recomiendo aunque hoy en día se opte por las alternativas que hemos comentado. Y hay que recordar que en aquellos tiempos todo era mucho más complicado que ahora: no existía el euro, no había internet y por no poner más ejemplos había que cambiar el aceite del coche cada cinco mil kilómetros, con lo cual uno o dos cambios había que hacerlos en los talleres de países donde te pillara o en alguna gasolinera como en alguna ocasión hubimos de hacer sin más remedio. 

Siempre me quedé con las ganas de haber conducido mi coche por Rusia. Lo pensamos dos veces, una de ellas entrando desde Polonia y otra desde Finlandia pero la obtención de permisos era tan complicada que desistimos. Con ello ha sido el único país de la Europa continental que no he hollado con las ruedas de mis propios vehículos. En la parte insular, Islandia tampoco e Irlanda sí pero con coche alquilado. 

Otra cosa a la que me resisto es a los viajes organizados. Suelen llevarte a las partes más comunes y más turísticas pero no te permiten, salvo excursiones programadas, salirte de lo establecido, con lo cual puedes estar a un paso de sitios deliciosos y quedarte con las ganas. Por ejemplo, muy cerca de Innsbruck, en el Tirol austríaco hay un pueblecito encantador que conocí a principios de los ochenta que se llama Hall in Tirol. Estaba fuera de todos los planes de agencias pero yo pude visitarle y disfrutar de él al tener mi propio coche y tomar la decisión de ir a él. 

Hoy en día, y ese el quid de la cuestión de esta entrada, el preparar un viaje es casi coser y cantar. Ponerte al teclado del ordenador y empezar a tomar decisiones de vuelos, trenes, hoteles, alquiler de coches e incluso entradas a espectáculos es cosa de tiempo y paciencia. Tengo unos buenos amigos que se marchan dentro de unos días a Corea y se han preparado todo ellos mismos a base de internet, como ya habían hecho en ocasiones anteriores a Israel o Estados Unidos. Cualquier país del Mundo está a nuestro alcance a poco que dispongamos del dinerito suficiente y una conexión a internet que nos permita ir haciendo las reservas correspondientes. Las agencias de viajes son una comodidad pero no siempre resultan adecuadas ni baratas, además que no tenemos ninguna garantía de que la cosa vaya a funcionar bien, cuestión que digo por experiencias personales y de amigos, contratando viajes con agencias reputadas que luego estuvieron llenos de inconvenientes. 

Según con qué aerolíneas, podemos incluso imprimir desde casa los billetes de embarque y las etiquetas para la facturación del equipaje, que incluso algunas ofertan recogértelo de casa el día anterior para que vayas al aeropuerto con las manos en el bolsillo. Eso por no hablar de prescindir totalmente del papel y llevar un código QR en nuestro teléfono móvil que nos permita acceder al avión, tren o barco con solo mostrarlo. Yo lo he probado con las entradas al cine pero con el avión prefiero el papel además del QR por si acaso. Tanta modernidad es buena y encantadora cuando funciona, pero de vez en cuando falla y te quedas con una cara de haba que para qué. 

Siempre que uno se pone de nuevo a la caza y captura de ofertas y posibilidades se pueden descubrir nuevas posibilidades. En los últimos tiempos, por recomendaciones, he conocido dos sitios que me he utilizado y me han parecido eficaces y eficientes, a la par que sencillos: GOLDCAR para el alquiler de coches y BOOKING para la reserva de hoteles y apartamentos. Cada vez tenemos más posibilidades: se trata de explorarlas y usarlas en nuestro beneficio.


lunes, 4 de agosto de 2014

Colesterol



Toda la vida peleando con la dichosa palabrita. Un término médico que podemos encontrar en el diccionario definido como «Alcohol esteroídico, blanco e insoluble en agua. Participa en la estructura de algunas lipoproteínas plasmáticas y a su presencia en exceso se atribuye la génesis de la aterosclerosis». Lo que se nos queda es que un exceso de esta sustancia puede ir taponando poco a poco las «tuberías» internas de nuestro organismo por las que discurre la sangre y llegar a producir infartos o ictus que pueden acabar con nuestra vida, darnos un buen susto o dejarnos medio alelados. La cosa no es para tomársela a broma.

Siendo un viejo conocido, hace mucho tiempo que se habla de él en muchos sentidos y direcciones. Recuerda un poco aquellos vaivenes de la alimentación en que hubo momentos en que la ingesta de sardinas era malísima para la salud para pasar luego a ser muy recomendadas por contener aceites Omega-3. Con los niveles de colesterol en sangre ha pasado lo mismo. Hace años los límites estaban en 250, luego pasaron a 220 y más tarde se fijaron en 200. 

A lo largo de mi vida laboral, las empresas en las que he trabajado me han realizado una revisión médica, anual en los primeros tiempos y bianual en los últimos. Los índices de colesterol total han estado siempre por encima de la media. Hago hincapié en esto del colesterol total, porque desde hace un tiempo se subdivide este elemento en dos tipos: el llamado LDL o malo y el HDL o bueno. En mi caso, el HDL siempre ha estado bien pero no así el otro LDL que presentaba valores por encima de los índices fijados por la ciencia médica. El hecho de que estos índices varíen con el tiempo es una consecuencia de los avances médicos y por tanto mejores estudios sobre el particular. Pero uno se queda con la mosca detrás de la oreja: ¿es realmente esto así o se trata de que todos estemos «enfermos»? La deducción inmediata es que a mayor número de enfermos, más medicamentos a la venta.

Nunca he tomado ninguna medicación para bajar el colesterol hasta hace un par de años. En una revisión rutinaria, mi doctora, a la que no visitaba desde hacía por lo menos veinte años, me detectó un valor de 263 que estaba por encima del valor admitido entonces. Consideraciones acerca de la edad y el peligro que suponía me hicieron engrosar la lista de los muchos miles de personas en el mundo que toman de forma diaria las famosas estatinas. Los niveles de colesterol se han ido normalizando pero otros índices sanguíneos, que siempre habían estado bien, se han trastocado: ácido úrico, bilirrubina, glucosa y… CK (Creatinquinasa). En la última visita a conocer los resultados del último análisis, allá por marzo de este año, el valor de CK era de 348, muy por encima de los 204 que fijan los límites. A la vista de ello, la doctora me preguntó si sufría dolores musculares inespecíficos o problemas en las articulaciones, hechos que eran ciertos y que son detectados y consecuencia de ese índice tan alto.

Entramos en una espiral de violencia: me rebaja un poco la dosis de estatinas y me añade un medicamento, Ezetrol, para contrarrestar estos efectos. Yo soy muy contrario a la «medicación» sistemática y de por vida, por lo que esta doble pastilla diaria me encendió las alarmas. Convine con ella un período de seis meses hasta el siguiente análisis pero le dije claramente que prefería tener el colesterol alto a que se me dispararan otros índices sanguíneos.

Una vez un profesor nos dijo que tu mejor médico eres tú mismo, especialmente en «enfermedades» de larga duración. Si uno se lee los posibles efectos secundarios de las estatinas puede acabar de los nervios. Algunas de ellas me han surgido, como alteraciones en el sueño, durmiendo poco y mal, hinchazón de tobillos, cansancio generalizado, dolor muscular y aumento de índices sanguíneos especialmente en transaminasas. Si uno sigue investigando más y ve los efectos secundarios que pueden resultar de la combinación de estatinas con ezetimiba, principio básico del Ezetrol, la cosa es como para «mear y no echar gota» que decían los antiguos.

Si uno empieza a investigar un poco, tiene toda la pinta de que las reducciones en los índices de colesterol son promovidos por la industria médica para vender más pastillas. Otras voces preconizan que índices de hasta 300 e incluso 350 en deportistas son correctos. ¿Deportistas? Si, pues al parecer estos necesitan altos índices de cortisol en su organismo, que es una consecuencia del colesterol alto. Un colesterol bajo, como indican los efectos secundarios de las estatinas, implica cansancio generalizado, falta de energía, como consecuencia de la pérdida de cortisol.

Como muestra un par de ejemplos. En el libro «La mentira del colesterol», Walter Hartenbach insiste en este gran engaño facilitando opiniones de varios investigadores y sus propias conclusiones. Lo más significativo de este libro es que sus conclusiones coinciden con… mi propia experiencia personal a lo largo de varios años, en los que me he encontrado perfectamente, haciendo deporte, durmiendo como un lirón, con la tensión arterial correcta y con mis análisis de sangre limpios excepto colesterol. Otro ejemplo es la web titulada «The international network of Cholesterol skeptics», « La red internacional de los escépticos de colesterol» ( http://www.thincs.org/ ) donde se pueden leer, en inglés, montones de consideraciones acerca de los engaños y manipulaciones sobre el colesterol.

Por mi parte, se acabó la toma de medicamentos. Si los índices están altos, que le vamos a hacer, pero no quiero consecuencias secundarias, diarias por lo demás, que alteren mi vida, como el no dormir bien, cansancio generalizado o dolores musculares que no me permiten desarrollar una vida normal. Haré caso a mi buen amigo Juan e incluiré en mi alimentación las dosis correspondientes de lecitina de soja y aceite de germen de trigo, movilizadores naturales de las grasas en la sangre y mantendré la costumbre de tomar nueces de forma diaria. ¿Qué hacemos con los huevos fritos, ese manjar tan delicioso? Pues dan ganas de hacer caso al profesor Hartenbach que dice que « … y la renuncia a ingerir huevos no tiene ninguna influencia sobre el nivel del colesterol…»