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domingo, 20 de febrero de 2011

COJONES


Ya he comentado con anterioridad que este blog también me viene bien para recuperar cosas que andan guardadas por ahí y que considero interesantes, de forma que al quedar englobadas, pudiéramos inventar la palabra «blogueadas» se hace más fácil su búsqueda y localización en el futuro. Por otra parte se me habrá notado cierta debilidad por cuestiones que tienen que ver con el idioma y esta tiene que ver y mucho.

Hace años me topé con esta pieza literaria que, aunque un poco irreverente, es magistral a mi modesto entender. Hay muchas historias sobre ella pero al parecer fue escrita por un estudiante sevillano y publicada en un periódico de tirada nacional. Como bien se comentaba, demuestra la riqueza de nuestro idioma castellano, que es capaz de dar significados diferentes, específicos y muy concretos a una única palabra, según el modo y contexto en el que se utilice. Ahí va.



Un ejemplo de la riqueza del castellano es el número de acepciones de una simple palabra, como puede ser la muy conocida y frecuentemente utilizada, que hace referencia a los atributos masculinos, COJONES
 
Si va acompañada de un numeral tiene significados distintos según el número utilizado. Así, uno significa caro o costoso («valía un cojón»), dos significa valentía («tiene dos cojones») , tres significa desprecio («me importa tres cojones») mientras que un número muy grande y par significa dificultad («lograrlo me costó mil pares de cojones»).

El verbo cambia el significado. Tener indica valentía («aquella persona tiene cojones»), aunque en admiración puede indicar sorpresa («!tiene cojones¡»), poner expresa un reto, especialmente si se pone en algunos lugares («puso los cojones encima de la mesa»). Se los utiliza para apostar («me corto los cojones») o para amenazar («como hagas eso te corto los cojones»).

El tiempo del verbo utilizado cambia el significado de la frase. Así, el presente indica molestia o hastío («me toca los cojones»); el reflexivo significa vagancia («se toca los cojones») pero el imperativo significa sorpresa («tócate los cojones»).

Los prefijos y sufijos modulan su significado: «a» expresa miedo («estar acojonado»), «des» significa reírse («descojonarse de risa»), «udo» indica perfección («esto es cojonudo») pero «azo» refleja indolencia o abulia («es un cojonazos»).

Las preposiciones matizan la expresión: «de» significa éxito («me salió de cojones») o bien cantidad («hace un frío de cojones») , «Por» expresa voluntariedad («lo haré por cojones») , «hasta» expresa el límite de aguante («estoy hasta los cojones») mientras que «sin» la cobardía («era un hombre sin cojones»).

El color, la forma o la simple tersura o tamaño también aportan significados. El color violeta expresa frío («se me quedaron los cojones morados») la forma puede indicar cansancio («tenía los cojones cuadrados»), pero el desgaste conlleva una experiencia («tenía los cojones pelados de repetirlo»).

El tamaño y la posición también son importantes («tenía los cojones grandes y bien plantados»), pero hay un tamaño máximo de referencia que no puede superarse y que depende de la localidad («tiene los cojones como el caballo del Cid, en Sevilla», o «tiene los cojones como el caballo de Espartero, en Madrid»). Si se supera este tamaño máximo indica torpeza o vagancia («le cuelgan, se los pisa, se sienta sobre ellos, necesita una carretilla para llevarlos»).

La interjección significa sorpresa («¡cojones!») y cuando uno se queda perplejo los solicita («¡manda cojones!»). Por otro lado, en ellos reside la voluntad («me sale de los cojones»).


En resumen, se reta al lector a encontrar una sola palabra en castellano, o en otros idiomas con igual o mayor número de acepciones.

sábado, 12 de febrero de 2011

900


Dicho así no deja de ser un número cualquiera de los infinitos posibles que existen en el universo matemático. Pero aplicándolo al contexto telefónico español, a más de uno se le hincharán las venas del cuello, se le removerán las bilis y le subirá la bilirrubina a causa de la ira que genera.

Como ya hemos comentado en otras entradas de este blog, las empresas que deberían velar por el bien común, incluso manteniendo un compromiso entre sus servicios y sus ganancias, no dejan de inventar para sacarnos los cuartos y hacernos no solo ver sino comprobar los agujeros de nuestros bolsillos. La “pela” es la “pela” se decía antes y ahora se sigue diciendo, con mucha más intensidad, el “euro” es el “euro” y todo vale con tal de incrementar las cuentas de resultados y por ende las de beneficios. Los costes “morales” se soslayan con mucha facilidad cuando no se ignoran abiertamente y la “imagen” que tiene la compañía o empresa ante clientes y público en general importa poco y se valora menos.

Cuando gran parte de los usuarios disponemos de una tarifa, no gratuita por cierto, que nos permite hacer llamadas a teléfonos fijos nacionales sin un coste adicional, la “timofónica” se inventa los números 900 para que sigamos pasando por caja. Bueno, no todos los 900 ya que el propio prefijo 900 es gratuito pero no así el 901 y el tan temido 902. Sabemos que los números 901 y 902 son “virtuales”, esto es, no existen en realidad, estando apoyados en un número fijo convencional. Si conocemos el número fijo que se esconde detrás de uno de ellos, llamaremos sin coste adicional, repito que no gratis, pero si no somos capaces de dar con él nos costará unos dineros.

Las empresas se llenan la boca de decir que es por una mejora en su atención. Pero… ¿a quién engañan? La empresa que da servicio a la acometida de agua potable a mi domicilio, Aqualia, a la que yo y todos los vecinos hacían llamadas locales con o sin coste, cambió hace tiempo a un 902 alegando que era para una mejoría en el servicio. Se lo habrán creído ellos, porque lo que es los usuarios, no. Detrás de estos 90x están los ya conocidos como famosos CAU’s, traducido como centro de atención a usuarios, regidos y mantenidos incluso por personas externas a la propia compañía, ubicados en cualquier lugar del planeta donde salga más barato, y que en algún caso se hacen difíciles de entender, pues su castellano o español no es precisamente de España. Creo que todos sabemos a lo que me refiero.

Mantengo un particular cruzada contra los 902 y trato por todos los medios de averiguar el número de fijo se esconde detrás. Para ello me apoyo en búsquedas en Internet o accediendo directamente a una web dedicada específicamente a este asunto que es http://www.nomasnumeros900.com/ . en donde no siempre el teléfono obtenido es válido, ya que me ha ocurrido que llamando al fijo, la señorita “XXX” te dice que no te puede atender y que tienes que llamar al correspondiente 90x y cuando llamas a continuación a ese 90x que te ha indicado, la misma señorita “XXX” te atiende perfectamente.

En la empresa en la que estoy trabajando ahora, las llamadas a números 901 y 902 están inhibidas, no siendo posible realizarlas. Si el horario de trabajo coincide con el horario de atención al cliente, ya sabes, o buscas una cabina o un bar cercano si es que disponen de teléfono público, lo cual es muy raro, o te toca utilizar el móvil con lo cual es coste es, como decía mi abuela, para “mear y no echar gota”.

Porque no olvidemos que la rica lengua castellana tiene sinónimos para todo incluso para los números 902. Es broma esto de los sinónimos para los números aunque siempre el 15 ha sido “la niña bonita”, pero en mi caso el sinónimo para el 902 es “todos los operadores están ocupados, por favor espere… pagando vd.” que suele ser con demasiada frecuencia la realidad de lo que ocurre al llamar a un 902. Y cuando llevas cinco minutos esperando, te llevan los demonios y no sabes si colgar e intentarlo a otra hora mientras juras en arameo o seguir en la espera. Algunas empresas, pocas, informan del tiempo aproximado que falta para ser atendido e incluso te dicen los operadores que están en atención y las llamadas pendientes que hay en el momento antes de la tuya. Para que te hagas una idea, pero no dejan de ser meros parches al problema.

El último episodio de mi particular cruzada ha sido con la aseguradora ASISA. Les he dirigido un correo electrónico pidiéndoles expresamente el número fijo que esconden tras su 902.010.010. El informado en la web nomásnúmeros900 no lo cogen. Me han contestado con que son lentejas, que el 902 permite una mejor atención, y etc. etc. Lo de siempre, como si nos chupáramos el dedo.

Algunas empresas van entrando por el aro y facilitan los dos teléfonos, uno al lado del otro, para que sea el usuario el que decida a cual llamar. Un ejemplo es la conocida empresa de repostería Martínez que facilita en el envase de sus productos el 902.585.677 o 938.409.202 como teléfono de atención al consumidor y que si vas a su web te encuentras con la sorpresa de que te brinda el 900.101.968, totalmente gratuito. Mercadona también facilita un 900 gratuito. Hay más ejemplos y a ver si van aprendiendo todos y esto se convierte en una práctica común.

Pero también los hay que te tocan las narices en el sentido contrario. Por ejemplo, otra de las empresas del país que debieran dar ejemplo, Iberdrola, querida por algunos y odiada por los más, informa en su web de un 902 para atención al usuario pero justo debajo y pegadito aparece un 900 para atención al accionista. Que se os ve el plumero, majetes.

Seguiré con mi cruzada todo lo posible, y no tanto por el coste, que lo es, sino por erradicar de la factura de mis servicios de telefonía esas molestas líneas de información relativas a los odiados 90x que me veo forzado a utilizar.

domingo, 6 de febrero de 2011

CINE


Si hacemos una abstracción hasta lo más simple, el cine no deja de ser un trapo blanco colocado en una pared donde se proyectan luces, en blanco y negro o color, al tiempo que se emiten sonidos por unos altavoces. Técnicamente el asunto no da más de sí y de hecho, si suponemos la visita de unos extraterrestres que pudieran ver lo que está sucediendo en la sala durante una proyección, percibirían un montón de espectadores humanos sintiendo intensas emociones de alegría, miedo, asco u otras solo por estar mirando embobados las luces en el trapo y escuchando los sonidos ….

Desde muy pequeño me ha gustado el cine, en pantalla grande, ya que no en vano era casi la única actividad que en nuestra infancia e incluso adolescencia se podía hacer los domingos por la tarde en el pueblo. Daba igual la película que se proyectase, todos al cine a la función de las siete de la tarde. En las navidades se hacían jornadas especiales para los niños y ahí recuerdo haber visto por primera vez una de mis películas de culto: "101 dálmatas" en dibujos animados. Todos los años la ponían y yo me las arreglaba para ir a varias de las sesiones e incluso siendo ya más mayor, trataba de acompañar a mis hermanos pequeños con el fin de ver la película. Me la sabía de memoria. Ahora la sigo viendo con mi hija pequeña, pero ya es distinto: no es en el cine, en una pantalla grande, con las luces apagadas, sin sonidos extraños, aunque siempre están las palomitas de rigor. Ahora la vemos en casa, en la televisión, las veces que queramos solo con insertar el DVD o ya ni siquiera eso pues está grabada en un disco duro conectado a la televisión con lo cual no hay ni que levantarse del sofá para ponerla en marcha.

Esta introducción me lleva a una reflexión. Salvo algunas películas de esas que se llaman de arte y ensayo y en cines muy concretos, las películas comerciales que se estrenan están un tiempo en la cartelera de los cines y con el tiempo acaban siendo retiradas. Nunca se reponen.

Las televisiones en las casas han mejorado sobremanera en los últimos años. Ya están asequibles pantallas "enormes" en comparación con las de antaño, dotadas de tecnologías avanzadas como "plasma" y "led" e incluso con la posibilidad de visión en •3D. Y seguramente seguirán mejorando a medida que pasen los días. También existe la posibilidad, aquellos que dispongan de sitio en sus casas, de conectar un ordenador a un cañón de proyección y construirse un mini cine con tamaños de pantalla superiores a los que puede tener una televisión. Conozco un amigo que lo tiene montado en la buhardilla de su adosado y el efecto es parecido a un cine en pequeño, salvo cuando suena el teléfono o alguno se levanta a hacer algo, cosa que en el cine de verdad no se suele hacer por respeto a los demás.

Ahora retomaremos el tema, pero quiero comentar otro ejemplo. Siendo muy pequeño recuerdo haber ido al cine en Madrid, a un cine de esos que decían era de pantalla panorámica, donde se proyectaba una película que luego también ha sido de culto para mí: “BEN-HUR”. Recuerdo todavía como si fuera ayer la impresión que me produjo la historia, mi primer conocimiento de la enfermedad de la lepra y algunas escenas como la carrera de cuadrigas en la pantalla gigante del cine. Por supuesto que he comprado el DVD y veo la película una vez al año, normalmente por Semana Santa, pero no es lo mismo verla en la televisión que en el cine. Como curiosidad diré que hace unos años me enteré que la película estaba basada en el libro del mismo título, escrito por Lewis Wallace, que me encantó no solo por el libro en sí sino por aportar nuevos aspectos a la película que tan de memoria me sabía. Hay algunas cosas diferentes entre libro y película, como no podía ser de otra manera, pero en general la adaptación es muy fiel.

Hay en la actualidad soberbias pantallas de cine en algunas salas. Por mencionar una que me impresionó por su tamaño citaré la sala número 25 del complejo “Kinnepolis” en Pozuelo de Alarcón, en Madrid. He visto algunas películas allí y es impresionante.

Se me ocurre que podría ser interesante, repito utilizando el condicional “podría”, la reprogramación de películas escogidas en esa sala u otras de cine. Ahora se utiliza ya el cine para retransmisiones deportivas o de ópera. Hay películas que son para verlas en el cine: la ya citada de Ben-Hur, La Misión, El Último Mohicano, la saga de El Señor de los Anillos y seguro que otras muchas que se nos ocurrirán a cada uno. Si alguna vez me entero de que Ben-Hur, 101 Dálmatas o mi tercera película y última de culto “My Fair Lady” se proyectan de nuevo en una sala de cine, haré todo lo posible por ir a verlas. Ahí queda la idea.