Aunque inglesa, es difícil que alguien no conozca el significado de esta palabreja. Por si acaso, aclararé brevemente que es el nombre de un conocido programa informático que se utiliza con profusión para preparar presentaciones de “diapositivas” para mostrar a una audiencia o bien ser enviadas por correo electrónico “urbi et orbe”. Lo de diapositivas es una reminiscencia del pasado, cuando se utilizaban en verdad diapositivas fotográficas.
De forma casi generalizada, en las salas de reuniones o de conferencias, los auditorios, incluso pequeñas salas de cine o en el propio salón familiar, se dispone de un cañón o proyector al que podemos conectar un ordenador, generalmente portátil, y proyectar a un tamaño grande y con bastante calidad no solo presentaciones sino incluso películas. De hecho las presentaciones realizadas con esta herramienta informática pueden llegar a alcanzar una alta calidad, al permitir incorporar en las mismas toda una pléyade de colores, fotografías, tipos de letra, música e incluso fragmentos de películas. Un mundo de posibilidades que se abre al alcance de quién haya querido dedicar su tiempo y su esfuerzo a aprender a manejar este programa que, queramos o no, forma parte de nuestras vidas.
Esta semana he asistido a unas interesantísimas jornadas tituladas “La Inteligencia Emocional en el ámbito de la Salud”. Es de agradecer a la
Mutua Madrileña Automovilista a través de su
Fundación Médica la organización de estas jornadas y la cesión de sus magníficas instalaciones en su sede central el Paseo de la Castellana de Madrid para acogernos a todos, conferenciantes y asistentes, de una forma casi increíble si tenemos en cuenta los tiempos de crisis en los que vamos navegando como podemos.
Entre ponentes y moderadores, una treintena de profesores de universidades, españolas y del extranjero, directores de revistas, “coachers”, catedráticos de instituto y hombres y mujeres de empresa nos han transmitido sus valiosos y actualizados conocimientos sobre la materia….. sustentados en vistosas y atrayentes presentaciones realizadas con, claro está, powerpoint o alguna otra herramienta similar, que también existen. Aunque no todos, como luego comentaré.
De una manera simplista, podemos dividir una comunicación de este tipo en continente y contenido. Lo más importante, desde mi modesto punto de vista, es el contenido pero qué duda cabe que el continente, con sus colores, sus tipos de letra, sus animaciones, sus fotografías o su música también ayuda. ¿Ayuda o distrae? Algunas veces también distrae. Por experiencia propia, yo también hago presentaciones y utilizo esta herramienta, con independencia del tema que vas a comunicar, siendo harto difícil establecer un diseño sobre el que plasmar nuestras ideas.
En unas jornadas de este tipo se pueden ver como los ponentes eligen y muestran sus preferencias en el continente. Desde un fondo obscuro neutro con letras en blanco, pasando por tonos suaves con juegos de letras normales, hasta animaciones agresivas de letras que aparecen de la nada dando vueltas sobre fondos degradados con fotografías de un bosque o jardín, todo puede ser utilizado para comunicar una idea. Aunque no nos demos cuenta, este tipo de cosas influyen, en forma de atracción o rechazo, en la atención que dispensamos a la conferencia. Siempre además se pueden sacar ideas acerca de lo que nos resulta interesante para nuestras propias colecciones de diapositivas a realizar en el futuro, pues una muestra vista de casi una treintena en dos días da para escoger.
Lo que me viene resultando curioso en este tipo de eventos apoyados en esta tecnología es la actitud del público asistente. Me gustaría saber que pasa por la cabeza de los ponentes cuando captan, seguro que lo hacen a pesar de su más que seguro estado de nervios y activación emocional, determinadas actitudes en las personas que atienden su charla y que son cada vez más frecuentes. Algunas de ellas son charlar con el compañero de forma insistente, mandar o recibir mensajes por el móvil, atender incluso llamadas por el móvil con la consiguiente molestia para los oyentes que están alrededor, entrar y salir de la sala, molestando y distrayendo a toda la fila de butacas o, no se trata de ser exhaustivo, una última actitud que prolifera: tomar fotografías con cámaras digitales de lo que se está proyectando en pantalla. ¿Recuerdan la imagen tópica del japonés con una cámara de vídeo pegada permanentemente a su ojo y que va de vacaciones viendo el mundo a través de la cámara? Pues algo similar es lo que ocurre. Pero hay un agravante: gran parte de las personas que realizan estas conductas no se toman la molestia de quitar el flash a las cámaras, con lo que el ponente y el resto de los oyentes nos vemos fusilados de forma continua y reiterativa por fogonazos de luz que molestan y distraen. Lo que es peor, los autores de semejantes atentados solo quieren llevarse todo, fusilarlo, y en lugar de tomar sus apuntes de forma silenciosa, como hacemos los demás, se dedican a molestar y no atender de forma activa lo que se está diciendo. Llegarán a casa, guardarán las fotos en el disco duro del ordenador, quizá algún día las revisen, pero muy probablemente no se habrán enterado de nada.
Gracias a Dios, tres de los ponentes no han utilizado powerpoint. Lo han hecho a la antigua usanza, supongo que algunas notas en papel con el hilo conductor y a comunicar lo que se quiere comunicar. Y como solo son tres, aquí los cito en justo reconocimiento a su valentía de conferenciar “a pelo”: Jose Antonio Marina, Alfredo Fierro y Margie Igoa. Los de las cámaras se han quedado compuestos y sin objetivo que retratar, con lo que posiblemente no les haya quedado otro remedio que prestar atención a lo que se estaba diciendo y les habrá aprovechado en buena medida el asunto comunicado, que ha sido altamente interesante y atrayente en los tres casos. Aunque siendo malpensado, quizá llevaran en el bolsillo de su chaqueta o camisa un dispositivo de grabación para grabar lo que se está diciendo.
Vivimos en la cultura del “copia” y “pega”. La ley del mínimo esfuerzo: me llevo todo lo que se dice y se proyecta y ya dispongo de una información que no me ha costado nada elaborar pero que ha supuesto arduo esfuerzo al ponente.
¿Se imaginan un teatro o cine en el que el público asistente esté continuamente tomando fotografías con flash de lo que sucede en el escenario o pantalla?
¿Por qué aquí tenemos que soportar esos fogonazos que distraen al ponente y a los que le queremos escuchar?