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jueves, 30 de abril de 2009

CUCO

Hace ya casi una treintena de años tuve la suerte de poder realizar un viaje en coche por centroeuropa, un viaje inolvidable. En una de sus etapas recalé en la ciudad o pueblo de Triberg, en pleno corazón de la Selva Negra alemana. Dos imágenes permanecen en la memoria, a pesar del paso del tiempo, de esta preciosa ciudad. Una de ellas es una hermosa y alta catarata que forma el río, de cuyo nombre no puedo acordarme, y otra es la preciosa calle central, en cuesta, plagada de tiendas, muchas de las cuales estaban especializadas en el producto estrella de esta zona: los relojes de cuco. Recuerdo con deleite el entrar y salir casi de todas ellas y admirar las excelentes piezas de talla de madera, las formas y los colores, los péndulos y pesas de cientos y cientos de relojes que han adoptado el nombre de este simpático pajarito por utilizar una imitación de su canto para darnos las horas y las medias.

Parece ser que el reloj de cuco no fue inventado allí, pero desde hace cientos de años la zona de la Selva Negra es un foco de fábricas y artesanos que se dedican a la construcción de este tipo de relojes. Recuerdo de muy pequeño que existía uno sencillo en casa de mis padres, y sigue existiendo. La función de dar la hora no es la primordial en este tipo de relojes, sino más bien la de acompañar a los habitantes de la casa con sus trinos a lo largo del día…. y de la noche. Se dice, y en mi caso es así, que te llegas a acostumbrar a estos sonidos repetitivos. Lo que también es cierto es que, cuando no suenan, se produce un vacío y se nota la ausencia de ellos. Parece que te falta algo, se echan de menos. Los relojes de cuco acompañan.

En esta época del todo automático y que funcione por si solo durante el mayor tiempo posible, gracias a las pilas y baterías, el reloj de cuco pone su impronta y con su corazón mecánico huye de los automatismos y cultiva una relación especial con sus dueños. Normalmente están pensados para que la cuerda que permite su marcha y sus cantos sea suficiente durante veinticuatro horas como máximo. Para ello es necesario situarlos en una zona alta de la pared de modo que las cadenas que soportan las pesas y contrapesas tengan recorrido suficiente hasta el suelo de la habitación. En mi caso he optado no situarlo tan alto con lo que es necesario acercarse a él en dos ocasiones al día.

El viajar en tu propio coche desde tu domicilio permite realizar algunas compras sin tenerse que preocupar de cómo se van a acomodar en la maleta. Con solo situarlas estratégicamente en el fondo del maletero, se dejan de ver hasta el regreso. Compré el reloj que se ve en la fotografía en aquel viaje. Si bien no recuerdo el precio, si recuerdo que fue bastante dinero, máxime teniendo en cuenta la relación entre la peseta y el marco, monedas de aquellos tiempos hoy relegadas por el euro. EL reloj ha pasado por muchas vicisitudes a lo largo de los años. Como puede apreciarse en la fotografía, en alguna de ellas perdió el “tejadillo” que decoraba su parte superior.

Los tradicionales relojes tenían los mecanismos interiores realizados en madera. Ya más adelante se optó también por realizarlos en metal, que permitía una mayor producción y una mayor durabilidad y precisión. Esto está en el interior y yo opté, con vistas a largo plazo, por uno con tripas y huesos metálicos para asegurarme una mayor duración. Realmente la belleza está en el interior pero el interior no se ve.

Aunque durante un período de estos años lo perdí de vista, el reloj lleva dando vueltas unos cuantos. Sufrió una reparación y puesta a punto hace unos diez años y desde entonces ahí sigue. Como puede verse en la fotografía, este reloj tiene además del cuco un mecanismo circular que se activa en las horas y en las medias y presenta unos muñecos que dan vueltas bailando al tiempo que se oye una melodía, distinta para las horas que para las medias. Primero sabe el cuco por la ventanilla superior y a continuación danzan los figurantes y los pájaros situados en la parte inferior realizan un movimiento en el que simulan alimentar a sus crías que están en el nido.

Cualquiera que tenga una relación con este tipo de relojes sabe que es una misión imposible mantenerlos en hora. La forma de hacerlo es subir una hoja de parra que llevan en el péndulo de forma que corran más o menos, esto es, que adelanten o atrasen. Evidentemente, este adelanto o atraso se va incrementando con el paso de las horas y hace que en poco tiempo, días, el reloj empiece a dar las horas “cuando le da la gana”.

Hay una frase que reza así “Como no sabían que era imposible, lo hicieron”. Yo sabía que era imposible mantener a raya un reloj de este tipo, pero desde hace más de un año llevo intentando meterlo en vereda. Estoy realmente contento porque lleva un par de semanas en que la diferencia con uno digital de esos que llevan la hora a reglamento y pitan presenta una desviación arriba y debajo de más menos diez segundos. Lo de que sea arriba y abajo es un triunfo ya que demuestra que el reloj tiene su corazoncito y responde a las fluctuaciones de temperatura en la habitación entre el día y la noche pero no se desvía.

Intente subir durante días la parra arriba y abajo sin éxito, así que opté por adherirle en la parte posterior del péndulo un mecanismo casero consistente en un tornillo sin fin con una tuerca. Tras semanas y semanas de micro ajustes a base de subir y bajar la tuerca, he llegado a poner tres tuercas y conseguir que se mantenga. Otra cuestión que he averiguado y que es muy importante es que el reloj esté fijado a la pared de forma que al limpiarlo o darle cuerda no se desplace horizontalmente. En las fotografías de más abajo, malas de solemnidad, se puede apreciar la fijación a la pared y el mecanismo que he adosado al péndulo.