No
hay nada como tener por delante dos horas de un tranquilo viaje en coche para que
aniden en nuestra azotea superior las ideas más peregrinas. Con la familia
dormida o durmiendo, que no es lo mismo como ya dijera Camilo José Cela en una
de sus geniales intervenciones, y sin la posibilidad de poner en la radio mis
podcast a los que últimamente soy adicto para no despertarles, un plácido
momento de conducción por una autopista tranquila activan los pensamientos en
direcciones insospechadas.
No
sabría explicar porque me vino a la mente la siguiente idea aunque quizá sea
una consecuencia de mi reciente afición por la historia; no se trata de
aprender fechas pero si es interesante ubicar cada período para tener un mapa
esquemático de lo acontecido desde que hace 4.500 millones de años empezó a
desarrollarse el planeta Tierra hasta nuestros días. Todo lo que ocurrió hace
más de cinco o seis mil años queda un poco en la nebulosa, pues en esos momentos
cuando al parecer se inicia la escritura y nuestros antepasados empiezan a
dejar testimonios fehacientes de lo que ocurría. Para saber lo ocurrido con
anterioridad tenemos que atenernos a los restos fósiles y conjeturar e
interpretar mediante teorías y dataciones que era lo que estaba sucediendo.
La
idea a la que me refiero es cómo y en qué momento se determinó establecer las
fechas por delante o por detrás del nacimiento de Cristo. En ese preciso
momento, en el día del nacimiento… ¿se dejaron de utilizar los calendarios
existentes y se empezó uno nuevo? ¿Había calendarios? Una idea tonta pero que
no me supe responder.
La
facilidad de acceso a internet hoy en día, algo de tiempo y un mucho de interés
pueden ser los ingredientes necesarios para enterarse casi de cualquier cosa.
Cierto es que hay mucha morralla en la red, pero también hay piezas
interesantes que profundos conocedores de los temas ponen a nuestra
disposición. Un poquito de cuidado y olfato al seleccionar los temas y uno
puede si no convertirse en un experto en el tema si al menos enterarse bastante
bien de cualquier idea que vaya buscando.
Los
calendarios más antiguos eran egipcios. Trataban por todos los medios de
congeniar la vida diaria, especialmente de la agricultura, con el devenir del tiempo.
La verdadera reestructuración y toma en serio del asunto de los calendarios
corrió a cargo de Julio César, emperador romano, que dos años antes de su
muerte, en el 44 «antes de Cristo» reordenó el asunto de los años, los meses,
las nonas y demás aspectos de este mundillo. Pero ¿cómo podemos decir que fue
en el año 44 antes de Cristo si este no había nacido ni se conocía nada de él
aparte de algunas profecías? De estos reajustes queda la curiosidad de que los
meses de julio y agosto tengan ambos 31 días, pues dedicados como estaban a los
emperadores romanos Julio César y Augusto, no podían ser menos el uno que el
otro. Julio César fue asesorado por Sosígenes de Alejandría que ya determinó
que un año constaba de 365,25 días y además tuvo claro que había que renunciar
a todo intento de hacer coincidir los meses con las fases lunares.
El
hecho del nacimiento de Cristo pasó completamente desapercibido para la
humanidad y más concretamente para romanos y judíos. Los hechos posteriores de
su vida y el nacimiento de una nueva religión se fueron desarrollando durante
los cinco siglos siguientes sin que a nadie se le ocurriera hablar en términos
de «antes de Cristo» o «después de Cristo». Fue el papa Juan I quien alrededor
del año 540 «después de Cristo» puso en manos de Dionisio, apodado el exiguo
por su pequeñez, la tarea de poner un nuevo orden en estos asuntos. Tratábase
de un matemático y astrónomo que supo fijar con bastante precisión el concepto
de año estableciendo en 365,24219879 los días que la Tierra tardaba en dar la
vuelta al sol. Pero …¿no quedamos en que la Tierra era el centro del universo y
no se movía?
Tras
las disquisiciones y estudios de este reputado matemático y por imposición de
uno de los poderes fácticos de la época, el del papado, se impuso este sistema
de hablar del tiempo fijando la existencia del 1 de enero del año 1 como base
para todo lo relacionado con la datación, ajustando desde momento todas las
fechas a este nuevo sistema. Bien es verdad es estudios posteriores plantean
errores de cálculo y Jesús no nació ese teórico veinticinco de diciembre sino
cuatro años antes, muriendo en el año 30 y no en el 33.
Tuvieron que transcurrir otros mil años hasta que otro Papa,
Gregorio XIII, tomara cartas en el asunto y se decidiera de una vez por todas a
arreglar los desajustes en el calendario y fijar el que tenemos en la
actualidad, conocido como calendario gregoriano en su honor. La estructura
sería la misma pero dejaría establecidos los años bisiestos y su forma de
determinarlos. Por ello el día siguiente al 4 de octubre de 1582 fue el 15 de
octubre de 1582, pero no en todos los países. Algunos adoptaron la «orden»
papal de forma inmediata, como nuestro rey Felipe II que en aquella época lo
era también de Portugal, por lo que en estos dos países, además de los Estados
Pontificios, las fechas del 5 al 14 de octubre de 1582 simplemente no
existieron. Algunos países tardaron años, siglos, en aceptar este calendario y no lo hicieron hasta bien entrado el
siglo XX.
Estos desplazamientos en la aceptación de la orden papal
plantean situaciones curiosas. Es por todos conocido el hecho de que dos
grandes de las letras universales murieron un mismo día, 23 de mayo de 1616, en
referencia a Miguel de Cervantes y William Shakespeare. Pero técnicamente esto no
es cierto, dado que en ese año el calendario gregoriano estaba implantado en
España pero no así en Inglaterra donde no fue adoptado hasta 1752. Por ello, el
23 de mayo de 1616 no era físicamente el mismo día terrestre habida cuenta de la
discrepancia entre los calendarios que regían en ambos países.
Y todas estas curiosidades más algunas más que no transcribo
para no aburrir al lector han sido consecuencia de una idea que me vino a la
mente en un momento de soledad y aburrimiento en un viaje por una autopista
tranquila mientras la familia dormitaba…