El nivel de tecnología existente dota al ser humano de una capacidad impensable hace unos pocos años a la hora de dar rienda suelta a su imaginación y su creatividad. Los ordenadores se han colado de tal manera en nuestras vidas que ahora prácticamente cualquier utensilio tiene alojado en su interior un circuito impreso, un procesador y un software que a poco que nos esforcemos en su control y manejo nos proporcionarán unos resultados increíbles.
Mientras tomaba el aperitivo tras asistir a la misa dominical en una terraza situada al borde de un embalse, he observado como una pareja ha emplazado dos cámaras digitales en sendos trípodes, con un disparador automático sofisticado en cada una de ellas. Tras unos ajustes precisos, las han puesto en marcha y se han sentado a tomar una cerveza, mientras
las cámaras, ellas solitas, hacían su trabajo. Hablando con ellos, me han informado de lo que estaban haciendo, que no era otra cosa que tomar múltiples fotografías del mismo motivo, un monte y el cielo nublado, desde dos ángulos distintos, con vistas a crear video conocido con el nombre técnico de “timelapse”. El hecho de yo supiera de que se trataba les ha sorprendido un poco pues no es un concepto todavía muy extendido y que consiste en generar un vídeo a base de muchas fotografías casi idénticas, con ligeras variaciones, con lo que el resultado es animado. Algo parecido a aquellos efectos especiales en el cine en los que se veía amanecer en un pispás, con el sol subiendo en el cielo a toda velocidad en tres o cuatro segundos.
Las fotos se tomaban de forma automática cada tres segundos y pensaban estar dos horas tomando fotos, lo que supone un total de cuatro mil ochocientas fotografías. El resultado del trabajo podrá verse el año próximo en la exposición sobre Leonardo Da Vinci que tendrá lugar en Madrid.
Si nos retrotraemos unos años atrás, no muchos, esta operación sería impensable e imposible. Con carretes de 36 fotografías, que habría que estar cambiando en un tiempo record de tres segundos, sin mover un ápice la cámara, cada 108 segundos, por no hablar del coste de revelado y procesado. Como digo, no se podría hacer. El “timelapse” se hacía de forma manual, con muchas menos tomas y más espaciadas.
Las facilidades que nos aporta la tecnología llegan a todos los rincones a poco que dediquemos nosotros o alguien de nuestra confianza un poco de tiempo a indagar, preguntar, hacer, construir y preparar. Este es el caso del párroco de la iglesia donde asisto a misa los domingos. Sacerdote ya entrado en años, no por ello deja de utilizar las nuevas tecnologías como apoyo a sus misas dominicales. Aprovechando elementos ya existentes en su iglesia ya centenaria, ha colocado su proyector inalámbrico y proyecta durante la misa y los actos religiosos el correspondiente powerpoint creado “ad hoc” para el evento, de forma que todos los fieles puedan seguirlo mucho mejor, con los textos de las oraciones y de los cánticos. También se ayuda en su homilía, según el tema que vaya a tratar, con fotografías que le ayudan e hilvanar y comentar sus cuitas. Y lleva ya varios años haciéndolo. Es de suponer que con tantas misas que lleva a cuestas en sus muchos años de pastor, la gran mayoría de ellas sin ayudas “powerpointorizadas” , sea capaz de dar la misa sin ayuda, pero el día que le falla la tecnología se le nota que no está a gusto, como que le falta algo. Y algunas veces ha fallado. Amigo Florentino, chapó.
Esto del apoyo con powerpoint es una constante en muchas de las conferencias o charlas a las que asisto. Es infrecuente que alguien se ponga a hablar sin estar pasando imágenes que en muchos casos le sirven de guía ya que se limita a leer su contenido, que es de suponer previamente habrá preparado él o alguien de su confianza. Tanta es la dependencia que en un par de ocasiones he llegado a ver como se suspendía la charla al fallar el proyector, el ordenador o alguno de los elementos, negándose rotundamente el ponente a darla. ¿No se lo sabía? ¿No se acordaba de los textos? El truco es tener las diapositivas impresas para poderlas leer en caso de fallo.
Mientras las cosas funcionan a nuestro alrededor, no tomamos en consideración nuestro grado de dependencia de ellas. ¿Qué haría yo sin mi lector electrónico de libros o mi recientemente estrenado teléfono móvil con “android”?
.