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Es mejor no acudir a los sitios con demasiadas expectativas, ya que es muy probable que la cosa no sea para tanto como se idealizaba y en lugar de disfrutar uno acaba autogenerándose una desilusión. Siempre me viene a la memoria el ejemplo de mi primera visita a Cuenca, a comienzos de los años setenta del siglo pasado, donde acudí pensando en las maravillosas casas colgadas y en el espectáculo que suponía la famosa Ciudad Encantada. Ni una cosa ni otra, las casas colgadas eran dos y no era para tanto, pues en muchos pueblos perdidos y sin fama había cosas parecidas y en cuanto a la Ciudad Encantada, pues bueno, mucha propaganda, pero seguro que en un paseo por los alrededores de cualquier pueblo de montaña pedregosa y pelada, puestos a poner nombre a la forma de las piedras se encontraban unas cuantas. No quiero con esto desmerecer a la bellísima ciudad de Cuenca, que lo es por otras innumerables razones, pero lo pongo como ejemplo de que no conviene preconcebir ideas desmesuradas.
Ayer viernes se anunciaba un día lluvioso en la costa de Cantabria. Últimamente, los hombres del tiempo aciertan y así ocurrió. La playa quedaba descartada y una idea que venía rondando la cabeza era hacer una excursión a lo largo de la N-611, entre Torrelavega y Reinosa, visitando pueblecitos e iglesias mozárabes y románicas con encanto. Ya he comentado en otras entradas de este blog que mi hija es celíaca, con lo que uno de los problemas en estas escapadas es el tema de la comida en restaurantes. Felizmente, cada día son más los que conocen el problema y se prestan a colaborar en la medida de sus posibilidades. En alguna ocasión decidimos salir de casa con la tartera y dejarnos de indagaciones, pero también es una fuente de relación con la gente, como así queda demostrado en lo que voy a relatar a continuación.
Eran la una y media cuando llegamos al imponente edificio y anexos del monasterio de Nuestra Señora de las Caldas de Besaya, cerrado a cal y canto ya que según nos informaron solo se abre durante los actos religiosos, como así fue en muchas de las iglesias visitadas, cerradas a machamartillo y que la única manera de visitar es dar con algún vecino que tenga la llave y se avenga a acompañarte y mostrarte. Algunas ermitas, como la de San Román de Moroso, a cuatro kilómetros de Bostronico por una pista de tierra, son una casa cuadrada por fuera sin mayor vistosidad y seguro que encierran intramuros todo su esplendor.
Pero como decía, aunque el monasterio de Las Caldas estaba cerrado, no así su Hostería anexa al mismo, en cuya puerta conversaban animadamente dos mujeres vestidas con lo que podía ser un uniforme de cocina. Dolores y Vice, que así se llamaban, mostraron gran interés a nuestra pregunta acerca de la intolerancia al gluten, nos demostraron que el asunto no era ni mucho menos nuevo para ellas y se ofrecieron a preparar unas rabas, calamares, con rebozo de maicena en lugar de harina, para que mi hija las pudiera tomar.
Aunque era un poco pronto, la perspectiva de comer en un sitio donde la celiaquía no fuera un problema acabó de convencernos. Mi hija acaba la mayoría de las veces con el clásico filete a la plancha acompañado de patatas fritas cuando en la cocina acceden, al menos lo dice el camarero, a freírlas en un aceite limpio. Y de postre, fruta.
Todo fueron facilidades proporcionadas por Víctor, que hacía las veces de camarero y maître, hincha confeso del Real Madrid, hermano y primo de las cocineras y que llevaba más de veinte años oficiando en el lugar. El menú del día, a elegir entre ocho o diez platos en primeros y otros tantos en segundos, es el de mejor calidad precio que recuerdo. Los postres, todos ellos caseros, de sobresaliente con matrícula de honor, aunque solo probé tres: flan, leche frita y tarta de manzana.
Lo mejor de todo fue el menú de mi hija: espectacular su primer plato de rabas, su segundo de carne asada con patatas fritas y un flan casero de huevo, en raciones más que amplias y de una calidad y preparación exquisitas.
Muchas veces pienso que sitios como estos no conviene recomendarlos, pues se acaban masificando y perdiendo, pero también es de justicia ser agradecido y hacer propaganda cuando te atienden bien, más que bien, en este caso. En las fotos se puede apreciar algo el entorno, las mesas, los cubiertos y copas, el candelabro con las velas…. Si a esto añadimos la atención, el que el menú incluye un vino más que aceptable y café y lo redondeamos con un precio de catorce euros en total, de lunes a sábados incluidos, me parece que no se puede pedir más.
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El QUIZOTE
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