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martes, 15 de mayo de 2012

CORDIALIDAD



Desde que se inauguraron hace años los edificios que forman el impresionante complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Tenía yo in mente dejarme caer por Valencia. Si bien han existido visitas profesionales, de ir y venir en el día, por unas causas u otras, la visita turística y familiar se ha ido posponiendo hasta este fin de semana en que, con un tiempo espléndido, demasiado caluroso, hemos podido disfrutar de unos días inolvidables. Y no tanto por la ciudad en sí, que tiene numerosos encantos aparte de este complejo, sino por la amabilidad de sus gentes. Amabilidad hasta rayar lo indescriptible.

En este mismo blog comentábamos en una entrada titulada AMABILIDAD una serie de actitudes que podíamos utilizar para ser amables. Parece como si los valencianos, al menos con los que hemos tratado, se las hubieran aprendido de memoria y no solo eso, sino que las ponen en práctica. Las numerosas interacciones que hemos tenido con gente, bien por acceder a algunos servicios como restaurante u hotel, bien por estar simplemente sentados al lado en una cafetería ha sido gratificante y te hacen pensar que todavía queda raza humana capaz de realizar buenas acciones. Bien es verdad que el hecho de viajar con una niña celíaca favorece ciertas cuestiones a la hora de las comidas, pero en otras zonas y lugares no hemos tenido la respuesta que en Valencia.

Normalmente se suelen escribir las cosas negativas y se hace poco énfasis en las positivas, por considerar estas últimas como “normales”. Pero llegan momentos en que se nota que las actitudes están muy por encima de lo normal y si, encima, son reiteradas y continuadas, uno no tiene por menos que sorprenderse y dar fe de ello, a pesar de que pueda resultar cansino. Y es que tuve la precaución de ir tomando notas para que no se me olvide ninguna.

Nada más llegar, el recepcionista del hotel Beatriz Rey Don Jaime hizo su trabajo de forma impecable pero lo aderezó con un “qué hacer” en Valencia que ya quisieran para sí muchas oficinas de turismo. Recomendaciones de traslado al centro en autobús, visitas, donde estaban ubicados los restaurantes especiales para celíacos que le mostramos… y no sigo por no aburrir. Buscando la parada del autobús 19 para desplazarnos al centro, un conductor de autobús de otra línea de la EMT valenciana paró el autobús, lleno de viajeros, se bajó, caminó unos metros y nos indicó donde estaba nuestra parada. Ya en el autobús una señora se bajó unas paradas antes para indicarnos donde estaba la Estación del Norte y la Plaza de Toros y acompañarnos a un quiosco a comprar una tarjeta de diez viajes, que “salía más barata”. Bien es verdad que en Valencia, atención Madrid, los billetes de los autobuses sirven durante una hora desde su primera utilización, por lo que se pueden estar haciendo trasbordos sin gastar un nuevo billete. La señora simplemente se subió al siguiente autobús sin coste pero el tiempo que nos dedicó nos vino de perillas.

El desayuno en el hotel, sin paragón. Una selección de pan y bollos para celíacos que hicieron que mi hija se quisiera quedar a vivir y desayunar siempre allí, además de un camarero, Antonio, que el último día, ya lunes y con menos trabajo, estuvo haciéndola juegos con palillos que la encantaron.

Dentro del Oceanographic no hay restaurantes especiales para celíacos, pero en uno de ellos, Océanos, hablamos con el maître y en todo momento se mostró dispuesto a “hacer lo que fuera necesario” para que no hubiera ningún problema, como así ocurrió. Mencionar aquí la cordialidad de Arantxa y Manolo, el submarinista, respondiendo a las preguntas de los niños sobre delfines y peces en general. Por la noche, de vuelta al hotel muy cansados intentamos ver si podíamos cenar en el restaurante del propio hotel. Otro Antonio se ocupó personalmente de que la prepararan a mi hija una tortilla de patatas con unas lonchas de jamón que hicieron las delicias de la niña y de los padres al encontrar tantas facilidades.

En la tarde del domingo quedamos con nuestros buenos amigos Félix y Gema para tomar una cervecita en la playa de la Malvarrosa y después nos desplazamos a la Albufera, llegando a disfrutar de una puesta de sol verdaderamente espectacular. Siempre teníamos la posibilidad de volver a cenar al hotel, dado la experiencia del día anterior, pero en uno de los pocos restaurantes que estaban abiertos en El Palmar, el Llar de Pescadores, fue hablar con el camarero y le preparó a mi hija una pechuga de pollo a la plancha con verduras y patatas fritas en aceite limpio solo para ellas que tenía una pinta espectacular, como los platos que degustamos nosotros. Tanto es así que volvimos al día siguiente a comer, sin ningún problema para mi hija y pudiendo degustar nosotros un arroz caldoso que estaba para chuparse los dedos. Por si fuera poco, al preguntar al dueño del restaurante que aceite usaba para la ensalada de tomate que nos puso como aperitivo, se brindó a vendernos una garrafa pues las traía de una cooperativa de producción reducida donde no salían al público.

En suma, cordialidad a raudales, amabilidad por todos lados, un placer y un gusto el tratar con la gente. Así los viajes son de otra manera, teniendo en cuenta el pequeño problema que supone el momento de las comidas con un celíaco.