«Las críticas no serán agradables, pero son necesarias»
Winston Churchill
La soberbia es cosa mala. Así, de entrada y sin paliativos. Pero como en todo hay grados y pudiera ser que en pequeñas dosis, según las circunstancias y los contextos, fuera de utilidad tener algo de ella. Aunque suene a religión, es uno de los siete pecados capitales, esos vicios que nos asaltan y que nos pueden llevar a otros y que son: lujuria, gula, avaricia, pereza, ira, envidia y el que nos ocupa en la entrada de hoy, soberbia, que de forma sucinta podríamos considerar como que estamos en un estatus superior y podemos mirar al resto desde arriba, con una mayor o menor prepotencia según los casos. En el diccionario de la RAE podemos encontrar hasta cinco acepciones que son las siguientes: 1) Altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros, 2) Satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás, 3) Especialmente hablando de los edificios, exceso en la magnificencia, suntuosidad o pompa, 4) Cólera e ira expresadas con acciones descompuestas o palabras altivas e injuriosas. 5) Palabra o acción injuriosa.
Los comportamientos soberbios se dan generalmente en relación con los demás. Aunque al final cambiaré el ritmo, voy a referir a continuación un hecho que ocurrió en las postrimerías del ya lejano siglo XX y principios del actual. Internet empezaba a desarrollarse, especialmente en el mundo empresarial y las posibilidades de su aplicación efectiva y práctica a la vida diaria crecía de forma exponencial. Cada vez más personas en los ambientes laborales, y de manera progresiva en sus hogares, disponían de esta maravillosa posibilidad, utilizando con más o menos profusión los correos electrónicos y los accesos a páginas web, muchas de ellas todavía a nivel informativo y de consulta.
Uno de los negocios que se abría era el bancario, la posibilidad de que los propios clientes a través de internet realizaran sus operaciones sin tener que desplazarse a una oficina de forma presencial. La cosa estaba todavía muy verde, y muchas cuestiones, sobre todo de seguridad y confidencialidad, planeaban en el ambiente y hacían ver la cuestión de una forma cuando menos delicada. Los grandes bancos de entonces que omitiré mencionar, algunos de los cuales siguen ahora y otros han sido absorbidos o comprados por los anteriores, despreciaron olímpicamente su entrada en este mundo, alegando de forma prepotente, soberbia, que los clientes no iban a confiar en estos sistemas y que siempre preferirían el contacto directo en las oficinas y/o cajeros, de los que existía una amplia red en todo el país.
Pero hubo un banco de nueva creación, ese naranja al que todos estamos muy acostumbrados a ver en los medios, que apostó por llevar el negocio bancario hasta sus extremos, es decir, hacerlo todo por internet sin ninguna o casi ninguna oficina abierta al público. La idea fue vista como descabellada por los grandes, que previeron un batacazo enorme a la idea o cuando menos que la parte del pastel que iban a llevarse era ínfimo. La cosa fue a mayores y cuando quisieron reaccionar, el trozo de tarta que ya estaba en manos del advenedizo banco naranja era cuantioso. Y como además lo hacía bien y el progreso de internet con el paso de los años ha mejorado sustancialmente y lo sigue haciendo bien, los otros van a la cola. Si en su día hubieran sido menos soberbios, o más humildes, podrían haber aprovechado toda su fuerza en entrar en esta parcela.
Lo anterior era solo un ejemplo para entrar en materia. En la política hay mucha soberbia. A raudales y en cantidades ingentes. Cuando uno se sube a la tarima se olvida de un plumazo de ejercer la humildad, de servir a los que le han elegido y… Hace unos años, cuando todas aquellas «perroflautadas» del 15-M, los movimientos en las calles empezaron a devenir en altercados públicos, aunque muchas veces provocados por personas entrenadas y ajenas al propio movimiento. En todo caso, nuestros políticos se llenaron la boca de decirnos por activa y por pasiva que en una democracia los ciudadanos disponemos de una herramienta válida, la única, para cambiar las cosas: los votos. Hay otras, como las I.L.P. que en la práctica se ha visto que son puro humo. No entraron más a fondo en el asunto y omitieron cuestiones paralelas como pudieran ser los períodos, cada cuatro años, o la posibilidad de ciertos controles a lo largo de esos periodos que pueden antojarse largos en según qué circunstancias.
Los ciudadanos, obedientes en mayoría a estos planteamientos, se plantean hacer caso a eso que les han dicho y pronto. El año que viene, 2015, podrán manifestar su opinión en las urnas para optar por aquella formación, —política y en listas cerradas, de eso no se habla— que más concuerde con sus planteamientos. O también, ese puede ser el caso, optar por alguna que NO SEA la que actualmente ostenta o ha ostentado en pasado reciente el poder. Es recuperar aquello de #NOLESVOTES que tanto sonaba hace unos años. Pues bien, las recientes encuestas dicen que una tercera fuerza política, inexistente hasta hace poco, puede convertirse en una opción más que posible que desbanque del poder o al menos de la mayoría a los actuales o anteriores, que llevan treinta y cinco años haciendo de las suyas, buenas o malas, en eso no entro, según se comentaba en la entrada MEDROSÍA de este blog.
La cosa ya no es como para no tenerla en cuenta y los políticos se han puesto manos a la obra para intentar contrarrestar el tsunami que se les viene encima, no olvidemos que precisamente porque la ciudadanía ha hecho caso de sus indicaciones y parece que al ir a votar pueden escoger una opción diferente. Pero, claro, aunque estamos en democracia, esto no se puede consentir, con lo que en vez de comprar aunque sea en el Rastro un poco de humildad que les permita revisar sus actuaciones y adecuarlas a la «normalidad», se están empleando a fondo en una campaña de tipo puerta giratoria, que antes se llamaba ventilador, a fabricar toneladas de infundios y maledicencias en contra de todo lo que rodea a esa nueva formación: líderes, parejas, padres de las parejas, vecinos, simpatizantes y hasta el perro del portero. Nadie quiere hablar de ella pero está en boca de todos, unos esperanzados y otros asustados. ¿Qué mayor gesto de desprecio que llamar a una persona “el coletas” de forma reiterada y pública?
Todos sabemos lo que es la democracia, pero si la podemos ajustar, aunque sea bordeando la ley, a nuestros intereses, pues mejor, será una democracia más bonita, será «mi» democracia.