Los anuncios publicitarios
nos acosan por todas partes. Podría admitir que en algunos casos son
necesarios, pues contribuyen al mantenimiento de los medios y tenemos que tener
claro que las cosas cuestan dinero y si se nos ofrecen de forma gratuita es
porque alguien de alguna forma está aportando las cantidades necesarias. Habría
muchos ejemplos pero por acercarme a uno moderno de actualidad podríamos
mencionar las aplicaciones para teléfonos móviles, ya que muchas de ellas se
ofrecen de forma gratuita con anuncios aunque siempre podemos comprarlas y
evitar la publicidad.
Como ya he dejado
traslucir en algunas entradas de este blog a lo largo de más de siete años, — ANUNCIOS,
PROPAGANDA o PUBLICIDAD —, el mundo de los anuncios y yo estamos un poco
enfrentados. Admitiendo que son necesarios, procuro tenerlos lejos, entre otras
cosas por lo machacones y repetitivos que son y además porque al estar
dirigidos a un público en general, mucho me temo que en numerosas ocasiones mi
persona no se encuentra encuadrada entre ese público.
Cuestiones personales, no
es otra cosa, pues prefiero tomar mis decisiones y no dejar que me coman el
coco con anuncios muy bien hechos, los anuncios, pero que ofertan cosas que
luego pudieran no ser como las pintan. Recuerdo magníficos anuncios de Renfe
realizados por empresas que saben hacer muy bien su trabajo y que en mi modo de
ver las cosas servían para mantener engañada a una gran parte de la ciudadanía,
precisamente a la que no utilizaba los servicios ofertados. Solo los que vivían
y sufrían en carnes propias los servicios podían decidir si el anuncio era
acertado o engañoso; para el resto de la ciudadanía, la empresa funcionaba a
las mil maravillas pues se dejaban convencer por unos magníficos anuncios
perfectamente concebidos y realizados.
Esta semana, el
miércoles por aquello de que es más barato y haciendo una excepción por las
fechas en las que estamos, fui a ver una película al cine. Supongo que las
salas de cine se ven abarrotadas este día y aprovechan para extender unas
prácticas que no me gustan, aunque tendría que volver un día normal a ver la
misma película en la misma sala para poder comparar.
Pero como el aventurar
es gratis y yo puedo tomar mis propias decisiones y atenerme a ellas, digo que
lo ocurrido no me gusta. La función estaba prevista a las 18:40. Me gusta
llegar con tiempo a los sitios, especialmente a cines y teatros con localidades
numeradas por aquello de encontrar tu sitio con tranquilidad, máxime cuando los
antiguos acomodadores hace ya muchos años que desaparecieron. Pues bien, hasta
las 18:35, cinco minutos antes por lo tanto, no abrieron el acceso, que tiene
algunos momentos de lentitud porque la gente lleva las entradas en miles de
formatos: las de la propia taquilla, las de las máquinas expendedoras, las
impresas en casa compradas por internet e incluso, lo que es mi caso, en el
móvil directamente por aquello del ahorro de papel. He acabado sucumbiendo a
confiar en este sistema aunque por aquello de la seguridad y la posibilidad de
que el móvil no funcione las lleva también mi hija o mi mujer e el suyo. Toda
precaución es poca.
Hasta aquí todo
aceptable aunque justo a las 18:40 todavía estaba entrando gente cuando las
luces se atenuaron dejando el cine en penumbra, lo que dificultaba el acceso a
los sitios de cada cual con la consiguiente molestia para las personas que ya
estábamos correctamente sentadas.
Y ahí empezó lo bueno,
algunos tráilers de películas de futura exhibición en el cine pero MUCHOS
anuncios comerciales, uno detrás de otro. Reconozco que aproveché para echar un
vistazo al twitter y al correo en el teléfono. Fueron, medidos, dieciséis
minutos de continua sucesión de publicidad que me fue proyectada en contra de
mi voluntad y en una función cuya entrada había pagado religiosamente. Vamos,
que pagar por ver anuncios es algo que ya excede de mis planteamientos. La
película, lo que realmente yo iba a ver, dio comienzo a las 18:56, dieciséis
minutos más tarde de lo inicialmente planteado. Yo estaría dispuesto a
pagar diez o veinte céntimos más por la
entrada y ahorrarme esos quince minutos de machaque.
Ahora queda pensar si
las personas que llegan tarde a las sesiones lo hacen deliberadamente porque conocen
estas prácticas y no quieren tragarse los anuncios, una posibilidad que voy a
contemplar yo para mis futuras asistencias.