Aparte de las enseñanzas regladas, la oferta de conferencias
y charlas sobre los más diversos temas es hoy en día enorme. Numerosas
fundaciones, asociaciones, empresas e incluso ayuntamientos organizan con
profusión actos divulgativos que son por lo general gratuitos y que pueden
atraer la curiosidad del público. Por ejemplo, la concejalía de cultura del
pueblo en el que resido organiza de forma sistemática conferencias los sábados
por la mañana de los temas más variopintos, como pueden ser, historia, astronomía,
libros, vida sana o similares. La posibilidad de que estas exposiciones sean
retransmitidas en directo a través de internet utilizando plataformas gratuitas
está al alcance de cualquiera, lo que facilita que puedan visionarse en
cualquier momento con posterioridad e incluso descargarlas para tenerlas
guardadas en nuestro ordenador si nos interesa. Volviendo al ejemplo, las
aludidas en mi localidad pueden verse a través de Facebook.
Ayer no pude asistir a la presentación de un libro titulado «Esencial»,
de los autores Javier Ruescas, Andrea Compton, y Lola Rodríguez. Ahora, cuando
acabe estas líneas, me conectaré a la página de Fundación Telefónica y disfrutaré del evento. No es lo mismo que en directo, pero por lo menos no
me lo pierdo.
Pero hoy me quiero referir a las charlas a las que asisto de
forma presencial. Hay una serie de cuestiones y actitudes que se repiten de
forma machacona en muchas de ellas y da igual que sea en una universidad que en
la biblioteca de la Casa de Cultura de un ayuntamiento. Comentaré algunas de
ellas que son achacables a la organización, al ponente o al público.
Una de ellas es la falta de respeto a los horarios. Es
frecuente que algunos minutos después de la hora programada de comienzo, el
presentador o alguien de la organización se dirija a los presentes con el
latiguillo de… «vamos esperar cinco minutos de cortesía…». En algunas
ocasiones, ya cada vez menos, no me puedo remediar y digo aquello de que la
«cortesía» para los que no han llegado es una «descortesía» para los que nos
hemos preocupado de estar a la hora.
Otra cuestión es la de los presentadores. Por lo general se
limitan a dar las gracias a las entidades que colaboran en el acto y efectuar
una breve reseña del ponente. Pero hay veces que no se cortan un pelo y sueltan
su propia conferencia de forma que además de consumir un tiempo precioso
aburren a la concurrencia que no ha ido a otra cosa que escuchar al conferenciante,
no al presentador.
Es normal que en las salas o lugares donde se celebran las
conferencias, la puerta de acceso esté atrás, aunque hay algunos sitios —la
casa de cultura de Guadarrama (Madrid) por ejemplo— en los que la puerta de
acceso está en un lateral del propio escenario. Una vez empezado el acto, las
personas que llegan tarde no se cortan un pelo y avanzan por el pasillo hasta
sentarse en los primeros lugares, molestando al que habla y a los que
escuchamos. También los hay que aburridos por el tema o porque tienen alguna
cosa que hacer, se levantan a media conferencia y se largan. Digo yo, al menos
yo así lo hago, que los que llegan tarde se podían quedar atrás del todo, así
como los que planean irse antes de la finalización. Por lo general, esto no
ocurre.
El tema de poner los móviles en silencio es un asunto
imposible. Aunque lo ponga en un cartel bien grande en la entrada, aunque lo
ponga en la diapositiva inicial del PowerPoint
o Prezzi que está un buen rato a la vista de todos, aunque insista en ello
el presentador…, es raro que no suene un teléfono móvil. Y lo peor de todo, es que,
ante esa molesta intromisión, el resto de asistentes no compruebe si tiene el
suyo en silencio. Hay veces que suena otro. Y luego están los que se levantan
sin ningún pudor, descuelgan y sueltan un sonoro «espera un momento» a su
interlocutor mientras salen a toda prisa de la sala.
Yo he sido ponente en algunas ocasiones. Lo primero que hago
es obtener información de los organizadores acerca de la duración del acto, el
tiempo que tengo para mi intervención, si hay posibilidad de preguntas de los
asistentes al final y en general todo lo relacionado con un buen desarrollo del
acto. Esto no debe ser normal porque es frecuente que los ponentes se alarguen
en sus intervenciones hasta un punto que resulta ya cansino. Un ejemplo
ocurrido esta misma semana; estaban programadas dos charlas de una hora de
duración cada una, la primera a las 18:00 y las segunda a las 19:00. La primera
empezó a las 18:10 y a las 19:20 el ponente seguía largando rollo que no voy a
calificar si interesante o no. ¿Qué pensaría el ponente de la segunda conferencia?
¿Por qué no intervenía alguien de la organización para reconducir el tema? El
caso es que la segunda conferencia empezó a las 19:35. Los que acudieron a la
segunda tuvieron una demora de más de media hora. Es una falta de respeto a los
tiempos que tiene lugar con una frecuencia enorme.
Y ya para rematar la faena, el «asuntito» de las preguntas
de los asistentes. Un horror, porque el asistir a preguntas interesantes es una
tarea casi imposible. Desde los que preguntan algo que se ha dicho claramente en
la conferencia, pero que se ve que no se han enterado o incluso han llegado
tarde y no estaban cuando se habló del tema, hasta los que se tiran un buen rato
hablando y hablando y realmente no están preguntando nada, están soltando su
conferencia particular. En alguna ocasión, el propio ponente, cuando termina la
perorata, tiene que preguntar, valga la redundancia, ¿cuál es la pregunta?
Porque realmente no hay tal.
En alguna ocasión ha visto soluciones al tema este de las
preguntitas finales, pero se requiere infraestructura que no todas las salas y
organizaciones tienen. Un sistema es el distribuir tarjetas para que los
asistentes pongan las preguntas por escrito y las pasen a alguien de la
organización que las filtre y unifique antes de pasarlas al ponente para su
contestación. Esto ya supone un esfuerzo para el que quiere preguntar algo,
porque necesita una concreción ya que no es lo mismo escribir que hablar. Y lo
mejor que he visto, esto ya muy moderno, es que los asistentes se conecten con
sus móviles a una página web y utilizando un código de la propia conferencia
facilitado al inicio hagan sus preguntas de forma electrónica: lo mismo que la
tarjeta escrita, pero utilizando nuevas tecnologías.
Avanza el tiempo y las situaciones como las descritas se
repiten machaconamente. Y algunas corregidas y aumentadas. Por ejemplo, hay
conferencias que son ciclos, esto es se repiten durante varias semanas. Pues
bien, como los asistentes ya saben que se empieza tarde de forma sistemática,
se quedan en la cafetería de enfrente de tertulia alrededor de un café. He
visto al organizador salir a buscarles para decirles que entren, que quieren
empezar. El colmo de los colmos.