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domingo, 7 de abril de 2019

CONFERENCIAS



Aparte de las enseñanzas regladas, la oferta de conferencias y charlas sobre los más diversos temas es hoy en día enorme. Numerosas fundaciones, asociaciones, empresas e incluso ayuntamientos organizan con profusión actos divulgativos que son por lo general gratuitos y que pueden atraer la curiosidad del público. Por ejemplo, la concejalía de cultura del pueblo en el que resido organiza de forma sistemática conferencias los sábados por la mañana de los temas más variopintos, como pueden ser, historia, astronomía, libros, vida sana o similares. La posibilidad de que estas exposiciones sean retransmitidas en directo a través de internet utilizando plataformas gratuitas está al alcance de cualquiera, lo que facilita que puedan visionarse en cualquier momento con posterioridad e incluso descargarlas para tenerlas guardadas en nuestro ordenador si nos interesa. Volviendo al ejemplo, las aludidas en mi localidad pueden verse a través de Facebook.

Ayer no pude asistir a la presentación de un libro titulado «Esencial», de los autores Javier Ruescas, Andrea Compton, y Lola Rodríguez. Ahora, cuando acabe estas líneas, me conectaré a la página de Fundación Telefónica y disfrutaré del evento. No es lo mismo que en directo, pero por lo menos no me lo pierdo.

Pero hoy me quiero referir a las charlas a las que asisto de forma presencial. Hay una serie de cuestiones y actitudes que se repiten de forma machacona en muchas de ellas y da igual que sea en una universidad que en la biblioteca de la Casa de Cultura de un ayuntamiento. Comentaré algunas de ellas que son achacables a la organización, al ponente o al público. 

Una de ellas es la falta de respeto a los horarios. Es frecuente que algunos minutos después de la hora programada de comienzo, el presentador o alguien de la organización se dirija a los presentes con el latiguillo de… «vamos esperar cinco minutos de cortesía…». En algunas ocasiones, ya cada vez menos, no me puedo remediar y digo aquello de que la «cortesía» para los que no han llegado es una «descortesía» para los que nos hemos preocupado de estar a la hora.

Otra cuestión es la de los presentadores. Por lo general se limitan a dar las gracias a las entidades que colaboran en el acto y efectuar una breve reseña del ponente. Pero hay veces que no se cortan un pelo y sueltan su propia conferencia de forma que además de consumir un tiempo precioso aburren a la concurrencia que no ha ido a otra cosa que escuchar al conferenciante, no al presentador.

Es normal que en las salas o lugares donde se celebran las conferencias, la puerta de acceso esté atrás, aunque hay algunos sitios —la casa de cultura de Guadarrama (Madrid) por ejemplo— en los que la puerta de acceso está en un lateral del propio escenario. Una vez empezado el acto, las personas que llegan tarde no se cortan un pelo y avanzan por el pasillo hasta sentarse en los primeros lugares, molestando al que habla y a los que escuchamos. También los hay que aburridos por el tema o porque tienen alguna cosa que hacer, se levantan a media conferencia y se largan. Digo yo, al menos yo así lo hago, que los que llegan tarde se podían quedar atrás del todo, así como los que planean irse antes de la finalización. Por lo general, esto no ocurre.

El tema de poner los móviles en silencio es un asunto imposible. Aunque lo ponga en un cartel bien grande en la entrada, aunque lo ponga en la diapositiva inicial del PowerPoint o Prezzi que está un buen rato a la vista de todos, aunque insista en ello el presentador…, es raro que no suene un teléfono móvil. Y lo peor de todo, es que, ante esa molesta intromisión, el resto de asistentes no compruebe si tiene el suyo en silencio. Hay veces que suena otro. Y luego están los que se levantan sin ningún pudor, descuelgan y sueltan un sonoro «espera un momento» a su interlocutor mientras salen a toda prisa de la sala.

Yo he sido ponente en algunas ocasiones. Lo primero que hago es obtener información de los organizadores acerca de la duración del acto, el tiempo que tengo para mi intervención, si hay posibilidad de preguntas de los asistentes al final y en general todo lo relacionado con un buen desarrollo del acto. Esto no debe ser normal porque es frecuente que los ponentes se alarguen en sus intervenciones hasta un punto que resulta ya cansino. Un ejemplo ocurrido esta misma semana; estaban programadas dos charlas de una hora de duración cada una, la primera a las 18:00 y las segunda a las 19:00. La primera empezó a las 18:10 y a las 19:20 el ponente seguía largando rollo que no voy a calificar si interesante o no. ¿Qué pensaría el ponente de la segunda conferencia? ¿Por qué no intervenía alguien de la organización para reconducir el tema? El caso es que la segunda conferencia empezó a las 19:35. Los que acudieron a la segunda tuvieron una demora de más de media hora. Es una falta de respeto a los tiempos que tiene lugar con una frecuencia enorme.

Y ya para rematar la faena, el «asuntito» de las preguntas de los asistentes. Un horror, porque el asistir a preguntas interesantes es una tarea casi imposible. Desde los que preguntan algo que se ha dicho claramente en la conferencia, pero que se ve que no se han enterado o incluso han llegado tarde y no estaban cuando se habló del tema, hasta los que se tiran un buen rato hablando y hablando y realmente no están preguntando nada, están soltando su conferencia particular. En alguna ocasión, el propio ponente, cuando termina la perorata, tiene que preguntar, valga la redundancia, ¿cuál es la pregunta? Porque realmente no hay tal.

En alguna ocasión ha visto soluciones al tema este de las preguntitas finales, pero se requiere infraestructura que no todas las salas y organizaciones tienen. Un sistema es el distribuir tarjetas para que los asistentes pongan las preguntas por escrito y las pasen a alguien de la organización que las filtre y unifique antes de pasarlas al ponente para su contestación. Esto ya supone un esfuerzo para el que quiere preguntar algo, porque necesita una concreción ya que no es lo mismo escribir que hablar. Y lo mejor que he visto, esto ya muy moderno, es que los asistentes se conecten con sus móviles a una página web y utilizando un código de la propia conferencia facilitado al inicio hagan sus preguntas de forma electrónica: lo mismo que la tarjeta escrita, pero utilizando nuevas tecnologías.

Avanza el tiempo y las situaciones como las descritas se repiten machaconamente. Y algunas corregidas y aumentadas. Por ejemplo, hay conferencias que son ciclos, esto es se repiten durante varias semanas. Pues bien, como los asistentes ya saben que se empieza tarde de forma sistemática, se quedan en la cafetería de enfrente de tertulia alrededor de un café. He visto al organizador salir a buscarles para decirles que entren, que quieren empezar. El colmo de los colmos.