Pasa el tiempo y parece que ciertos asuntos deberían irse arreglando, pero un día tras otro se constata, lamentablemente, que no es así. Estamos a punto de cumplir dos años de la fatídica toma de contacto con las alteraciones de nuestra vida «normal» derivadas de la pandemia de la COVID-19. Las excusas siguen valiendo como patente de corso para que la gente nos apuntemos al «ajo, agua y resina», es decir, «a jorobarse, a aguantarse y a resignarse». Lo de jorobarse es por ser educado y no emplear la palabra que normalmente se utiliza en este dicho popular.
Muchas veces se echa de menos aquello de ir a un sitio a hacer una gestión o una compra y decir aquello de «por favor, quién da la vez». Podía ocurrir que no hubiera nadie esperando o que hubiera mucha gente, ante lo cual siempre se tenía la opción de marcharse y volver en otro momento, dependiendo de la prisa que se tuviera en gestionar el asunto o comprar la fruta. Pero esto son historietas del pasado, porque ahora, para todo, hay que sacar cita previa en internet y no se te ocurra acudir a ningún sitio si no vas con ella. Hasta para bajar a la piscina de la urbanización, el pasado verano hubo que sacar cita previa, esta vez por los asuntos de la pandemia y para evitar aglomeraciones de personas y poder guardar las distancias.
Tengo algunos zapatos de los de cordones guardados en el armario. Los cordones, en principio, son magníficos, resistentes, apropiados. Lo que ocurre es que estando en el armario, los cordones no serán probados y, por tanto, como en la mili, su valor «se le supone». Cuestión no baladí es cuando te pones los zapatos, tiras de los cordones y… se rompen. No eran tan buenos pero hasta que no los has usado no lo has podido constatar.
Me vienen dos ejemplos a la cabeza: la Banca Española y la Seguridad Social. Estuvimos años llenándonos la boca de lo buenos que eran estos servicios, de la fortaleza de los mismos. Como los cordones, cuando se pusieron a prueba ya sabemos lo que pasó. La Banca son empresas privadas y deberían haberse ido al guano por su mala gestión como ocurrió en otros países acabando sus directivos y dirigentes en la cárcel. Aquí no, aquí somos de los de los beneficios para mí y las pérdidas a repartir: Papá Estado, con el dinero de todos, saneó las finanzas de los Bancos inyectando miles de millones de euros con una promesa de devolución de los dineros que me atrevo a asegurar que nunca veremos. Mientras algunos «listos» disfrutan de planes de pensiones y buenas cuentas repletas de los euros sustraídos —la palabra sería robados— la población en general vemos como los impuestos cada vez llegan en menor cantidad a los servicios públicos, menoscabando sin pausa el conocido como estado del bienestar. Entre tanto político, tanto asesor y tanta administración, administracioncitas y administracioncillas no hay dinero para servicios esenciales para la ciudadanía (que no tiene sus cuentas repletas de euros) como la educación o la sanidad.
El otro ejemplo es la Seguridad Social, un ente público y por tanto no equiparable a la Banca. Pero aquí, en España, tenemos 17+2 entes públicos, por aquello de las competencias completas cedidas por el Estado a las Comunidades Autónomas. Desconozco el control, si es que era posible alguno, realizado por el Estado, pero cada Comunidad ha campado a sus anchas —están facultadas para ello y es su obligación— en la gestión de Centros de Salud, Ambulatorios, Hospitales y Servicios. Pues eso, que cuando llegó la pandemia de la COVID-19… todo patas arriba: no hay que repetir aquí los problemas de falta de material, de plantillas, de… todo. Cada cual (Autonomía) hizo lo que pudo, se buscó las habichuelas dentro y fuera del país (por ejemplo, para comprar trajes y mascarillas) y como resultado tuvimos, y seguimos teniendo, un descontrol bastante generalizado.
Otro día hablaremos de ello, pero se necesita receta médica casi hasta para comprar aspirinas. No es broma, el medicamento ADIRO que es como una aspirina, no te lo dan en la farmacia si no aportas una receta médica y además «oficial», no vale cualquier papel. Por poner otro ejemplo de medicamento que he necesitado, un simple enema para un vaciado intestinal, tampoco te lo dan sin receta. Y unos cuantos más, insospechados, que hace que parezca que hasta las Juanolas necesitan receta. Y las recetas las dan los médicos. Y los médicos… se les espera, pero no están… disponibles.
El
miércoles de esta semana 9 de febrero de 2022 he necesitado recetas. A través
de la maravillosa aplicación en el teléfono móvil de la Comunidad Reino de Taifas de Madrid, solicito una cita telefónica
con mi médico de cabecera y me ofrecen la primera cita, telefónica, disponible para el 22 de febrero de 2022
¡¡¡14 días!!! Pensé que pudiera estar funcionando mal la aplicación y me
acerqué al mostrador de mi Centro de Salud a pedir la cita personalmente y… ¡¡¡mismo
día y hora!!! La aplicación estaba funcionando bien. Lo que funciona condenadamente mal es el servicio.
¡Para unas prisas! Al final, en la farmacia de toda la vida, donde me conocen, he mostrado la cita en mi teléfono y me han dado los medicamentos, a su precio original que he tenido que abonar comprometiéndome a volver cuando mi médico me haya cargado en la tarjeta las recetas, porque ellos no pueden despachar medicamentos sin recetas. La pescadilla que se muerde la cola, el huevo y la gallina: tu médico no te hace las recetas hasta dentro de 14 días —espero que me las haga— y en la farmacia no te pueden dar los medicamentos sin ellas. Por lo menos me han sellado las cajas de las medicinas lo que supondrá que me devuelvan algunos euros cuando presente las recetas, si es que las consigo.
No alcanzo a comprender cómo personas que tengan cuestiones médicas urgentes pueden soportar esta dilación, demora o tardanza en conseguir acceder a su médico. Desde luego, la medicina privada no puede tener mejor anunciante que el desastroso funcionamiento de la medicina pública. O a lo peor es que yo tengo mala suerte, debe de ser eso.