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domingo, 14 de agosto de 2022

EXASPERANTE

Antaño, cuando finalizaba el Servicio Militar obligatorio, el licenciado recibía una cartilla en la que figuraba la leyenda… «el valor, se le supone». La autoridad, al no haberse producido situaciones de combate, no quería certificar  una cuestión que no había sido verificada. Cuándo uno abona 49 euros por la entrada a un concierto a 60 kms de su domicilio… la valía… ¿se le supone?

La mente humana es extremadamente complicada. Cuando toma una decisión, especialmente si es para conseguir algún suceso agradable, es muy probable que venza todas las dificultades para obtener lo pretendido. Supongamos que vemos en una agencia de viajes un anuncio a un precio muy asequible de un intinerario fabuloso a ese paraíso al que estamos deseando ir. Se nos hace la boca agua, nos vemos ya allí pero… La letra pequeña puede traer sorpresas que trataremos de vencer a toda costa porque ya nos habíamos hecho ilusiones.

Hace unas semanas, en una agradable cena con un matrimonio amigo, salió a colación la posibilidad de asistir a lo que se suponía sería un magnífico concierto en las «Noches Mágicas» de La Granja de San Ildefonso en el que se haría un homenaje a la música eterna de películas compuesta por Morricone, Zimmer y Williams. Un paseíto tardío por ese paraíso que es La Granja, un piscolabis y al concierto en el Patio Central de la Real Fábrica de Cristales, un lugar único como así se refiere en la propaganda oficial en internet.

Dicho y hecho, acordado… ¡Vamos al concierto! Puestos manos a la obra con la compra de entradas, las numeradas más asequibles tenían un precio de 45 euros, que luego se convirtieron en 49 por mor de los «gastos de distribución» que se te clavan en el alma como una aguja ardiendo. Estábamos hablando de 49 euros por persona a los que habría que añadir gasolina para los desplazamientos con su peaje de autopista que no es moco de pavo. ¿Qué hacemos? Hombre, un día es un día, seguro que con ese precio es que está muy bien, seguro que merecerá la pena… ¡Entradas compradas! A esperar que llegue el día.

La noche que pretendía ser mágica se materializó en un sufrimiento exasperante al acceder a nuestras localidades. Con su autorización, reproduzco el comentario en Facebook de mi buen amigo Manolo que resume magistralmente lo ocurrido:

Es lamentable que programando ustedes espectáculos de grandisima calidad los consigan estropear por su falta de organización. Ayer asistí con mi mujer y otro matrimonio al concierto Homenaje a Morricone, Zimmer y Williams con la intención de disfrutar de una noche mágica en un lugar emblemático y con una música deliciosa. Pero esa noche que se planteaba estupenda se transformó en un sufrimiento. Es incomprensible que después de pagar cada espectador 49€ los sienten ustedes en sillas de plástico atadas con bridas y separadas con las de delante por menos de 30 cm. Sillas que en nuestro caso estaban junto a personas con un volumen y tamaño tan considerado que hicieron que tuviéramos que pasarnos las dos horas de concierto sentados lateralmente. Con el codo del vecino en nuestros riñones y sufriendo un contacto físico que originaba un inaguantable calor. Y eso por no hablar de la absoluta ausencia de distancias de seguridad tan pregonadas para evitar los contagios por COVID. Por favor, en futuros eventos al menos establezcan una mayor y mejor separación entre asientos y filas si no pueden mejorar los mismos.

Mas claro… agua. La juntura de las sillas de plástico, normalitas y compradas a mogollón en cualquier hipermercado, resultaba un claro motivo de enojo al forzar los contactos, estrechos, con personas desconocidas. Mal, muy mal, se ponía la cosa ya desde antes del concierto, pues en previsión llegamos con bastante antelación.

Como desgraciadamente suele ser frecuente en estos eventos, no comienzan a la hora convenida ni por casualidad. El retraso fue al menos de veinte minutos. La crispación iba in crescendo y ahí pudieron ocurrir más desavenencias, porque no todas las personas tenemos la misma tolerancia y parece que nos aguantamos con todo lo que nos echen. Vean la imagen siguiente, justo en la fila anterior a la que ocupábamos...

Las sillas eran todas iguales pero los asistentes al concierto no: cada uno tenemos nuestra «orondidad» que nos acompaña a todas partes. El caballero que podemos ver en la imagen era de amplia estructura. Tuvo un conato de altercado con su compañero de asiento, que se quedó al final en palabras subidas de tono, no llegando la cosa a mayores porque una persona de la organización intervino y facilitó otras localidades para permitir al caballero estar sentado sin ninguna persona en las dos sillas adyacentes a la suya como puede verse en la imagen.

Lamentable es un calificativo muy benevolente para calificar esta ignominia a la que nos sometieron. El concierto se oía bien y fue magnífico pero al estar todas las sillas en el mismo plano y la orquesta en el escenario también en el mismo plano, la visión de los músicos era dificultuosa o inexistente, porque recordemos que no te podías mover sin incomodar a tus vecinos. Unas gradas, como al parecer hubo en ediciones anteriores, hubieran sido la solución.

He tratado en este blog en muchas ocasiones sobre la confianza en personas e instituciones. Hechos como este, inadmisible desde mi punto de vista, afilan mis antenas y tendré más cuidado la próxima vez, aunque es muy díficil, aquí hubiera sido imposible, comprobar estos extremos antes de comprar las entradas.