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domingo, 12 de octubre de 2025

TILDE


No descubro nada si digo que el español —a veces se nos escapa lo del castellano— es un lenguaje muy rico, no solo por el número de vocablos sino por los muchos intríngulis que supone utilizarlo correctamente tanto por los nativos como por los extranjeros que intentan aprenderlo. Y cuando hablamos de utilización nos referimos tanto al lenguaje hablado como al escrito.

Masculino, femenino, neutro, singular y plural, verbos y sus conjugaciones, la «b» y la «v», la «ñ», la «h», signos de puntuación… Por si todo esto fuera poco… las tildes o acentos. Para volverse loco. Dice el diccionario que la tilde, además de otros usos, es «el acento, ese signo ortográfico español» que, apostilla el diccionario panhispánico de dudas, «es un signo auxiliar con el que, según determinadas reglas, representa en la escritura el acento prosódico, también gráfico y ortográfico». Siguiendo con el Panhispánico… «En español consiste en una rayita oblicua que, colocada sobre una vocal, indica que la sílaba de la que forma parte es tónica. La tilde debe descender siempre de derecha a izquierda —descendente—, esto es, como acento agudo (´), y no de izquierda a derecha (`), trazo que corresponde al acento grave, que carece de uso en español. El uso de la tilde se atiene a las reglas que se detallan a continuación y que afectan a todas las palabras españolas, incluidos los nombres propios». Y añado, que muchas veces se olvida, que las mayúsculas también se tildan.

Las normas de acentuación ocupan varias páginas. Por ejemplo, ¿quién se preocupa de la tilde diacrítica? Diacrítica es aquella que permite diferenciar en la escritura ciertas palabras de igual forma, pero distinto valor, siendo una de ellas tónica y la otra átona. En escritura, no es lo mismo número, que numero, que numeró: los acentos son vitales si queremos escribir bien. Esto es especialmente importante en los monosílabos, pues no es lo mismo «el» (artículo) que «él» (pronombre) o «más» (adverbio, adjetivo o pronombre) que «mas» (conjunción adversativa).

Todo esto nos lleva a un galimatías de proporciones descomunales, ya digo, siempre que queramos escribir bien. Es verdad que hoy en día hay multitud de ayudas en la red siempre que nos queramos preocupar. Por ejemplo, en esto de los acentos, ante alguna duda, utilizo la página https://llevatilde.es/ donde se pueden encontrar las soluciones y numerosas aclaraciones sobre este asunto de las tildes.

Ante todo, siempre nos queda el inconformismo y la rebeldía. Porque, además, las reglas no son inmutables y la Real Academia de la Lengua se encarga, de vez en cuando, de marearnos. ¿Se acuerdan cuando nos cambian el paso con la acentuación de «solo», entre otras? En 2010 quitaron la norma de su acentuación y, ante las críticas, poco tiempo después volvieron a la norma original. Por entonces, recuerdo, un conocido autor de nombre Arturo y de apellido Pérez y algo más, académico él de la Lengua por más señas, se declaró en rebeldía y dijo que él no iba a cumplir la normativa. ¿Nos devolvieron los acentos «solo» por esto?

Yo también tengo mi rebeldía particular con el acento de «tí». El otro pronombre, «mí», se debe acentuar cuando es pronombre y no acentuar cuando es posesivo. Pero «ti» solo hay uno y por lo tanto no hay que acentuar. Bueno, pues lo siento, yo pongo acento, me declaro en rebeldía contra las normas de la Academia. ¿No lo hace un diario tan prestigioso como «El País»? (véase la entrada del pasado 27 de julio de 2025 titulada «CRUZADA» en este enlace ).

Hay que decir que la tilde no es exclusiva del español, aunque otros idiomas no la utilizan con tanta profusión como nosotros. Bueno, el inglés no la utiliza para nada salvo algún extranjerismo incorporado.

¿«Qué» o «que»? ¿«Sólo» o «solo»? ¿«Rio», «río» o «rió»? ¿«Guión» o «guion»? ¿«Dónde» o «donde»? ¿«Cúal» o «cual»? ¿«Cómo» o «como»? La lista es interminable y la repuesta… pues depende, ¡de qué depende!, como decía la canción. Un verdadero rompecabezas para aquellos que se quieran ocupar y preocupar.

Pero hoy escribimos muy poco, casi nada, y además con rapidez en sitios en los que no es para nada importante una correcta escritura: ¿quién se preocupa en Whatsapp, Tiktok, Facebook u otras de escribir bien? ¿Incluso en los correos electrónicos? Es verdad que hay correctores automáticos pero muchas veces son más estorbo que ayuda, ignorando algunas y cambiando completamente otras palabras de las que nos daríamos cuenta si revisásemos el mensaje, cosa que normalmente no hacemos. Salvo en ambientes universitarios —una cruz para los estudiantes—, escritores y editores de libros, prensa —donde los gazapos son más que frecuentes— o artículos en revistas, lo de escribir bien ni está ni, casi, se le espera.

Para finalizar y como curiosidad decir que los lapsus linguae ─errores involuntarios que se cometen al hablar─ se los lleva el viento, aunque hoy en día parece que todo queda grabado. Sin embargo, los lapsus calami ─errores mecánicos que se cometen al escribir─ son más delicados y se quedan en el papel o en la pantalla. Espero no haber cometido muchos en esta entrada. En todo caso, pido disculpas anticipadas por ello y me comprometo a revisarla una y otra vez, ya que lo electrónico siempre es susceptible de ser arreglado.
 



 

domingo, 5 de octubre de 2025

«INTERRUMPIDORES»

¿Clases presenciales o telemáticas? He ahí la cuestión.

Ya sé que la palabra utilizada para el título de esta entrada no existe en el diccionario. Pero uno puede elegir retrotraerse a su más incipiente niñez y jugar a construir palabras siguiendo la lógica, como cuando decíamos rompido en lugar de roto. La lengua española es muy rica, pero tiene sus cositas. ¿Cómo se llama —en un solo vocablo— a la persona que interrumpe? Pues eso, que diría un niño, interrumpidor o interrumpiente. La base de esta construcción inventada es el verbo interrumpir, que en su segunda acepción significa, referido a personas, «Atravesarse con su palabra mientras otra está hablando».

Hace ya una decena de años, en 2015, el desaparecido profesor, maestro y amigo Antonio Rodríguez de las Heras hablaba en sus cursos de estas materias, cuando las clases telemáticas ni estaban ni se las esperaba. La pandemia por COVID aceleró y de qué manera las clases telemáticas que nos permitieron, en época de confinamiento, seguir las clases y participar en reuniones y foros desde nuestras casas. Pero… ¿Estábamos todos deseando volver a la «normalidad» de las clases presenciales?

En  un curso de la Universidad Carlos III que había nacido como telémático y así tenía que concluir, los alumnos, una vez pasado el confinamiento, manifestaban su deseo de vuelta a la presencialidad. El profesor y amigo de aquel curso, Eduardo Juárez Valero impartía las clases de 16:00 a 19:00 horas desde su casa en La Granja de San Ildefonso, cómodamente y sin desplazamientos. Tanto insistieron algunos —yo no— que el profesor se avino a dar clases mixtas, presenciales y a la vez telemáticas, desde el Campus de Colmenarejo. Para él suponía un esfuerzo en desplazamiento —60 kms. de ida y otros tantos de vuelta— además de un gasto de tiempo y gasolina. ¿Saben cuantos alumnos asistimos a esa primera clase mixta? No llegamos a 10 de más de un centenar matriculados. El profesor, impertérrito, programó una segunda clase con idéntico resultado. Desistió. Mucho abogar por las clases presenciales pero cuando llegó el momento todo fueron excusas.

Aunque las telemáticas no se han ido del todo, son testimoniales. En estos días sigo una de la Universidad Carlos III de Madrid, otra de una academia local y otra de la UNED en Segovia (que es en modalidad mixta). Además atiendo otras tres presenciales: dos en la Universidad Carlos III y otra en la Universidad Complutense de Madrid. Diré que somos todos alumnos mayorcitos, muy mayorcitos, y que debiéramos mantener una etiqueta de comportamiento en las clases. Debiéramos. Deberíamos. Pero… suena el teléfono, se descuelga, incluso se contesta o se sale a hablar fuera, se chuchichea molestosamente... y se interrumpe sin pedir permiso al profesor.

Las clases telemáticas se prestan menos a los interrumpidores, aunque siempre hay quién anda jugando con los micrófonos —sin levantar la mano para pedir permiso— o lanzando preguntas o disquisiciones en el chat. En general, los profesores hacen caso omiso y siguen a lo suyo, dejando unos minutos al final para contestar preguntas o tener un debate.

Esto último es la esencia de las clases presenciales: el debate, las preguntas, las interacciones con el profesor. Algunos profesores mantienen como pueden el orden pero otros han abogado —yo estoy completamente de acuerdo— en no admitir preguntas ni interrupciones en la clase y dejar unos minutos al final. Pero otros, en aras a mantener el debate y haciendo gala de una paciencia y educación encomiables, sufren las interrupciones desmañadas de alumnos —siempre son los mismos—. Muchas veces con comentarios, aseveraciones o incluso disertaciones que no vienen a cuento o distraen al resto de la clase que ha venido a escuchar al profesor y no al alumno interrumpiente.

Y esto me ocurre actualmente en las dos universidades, la UC3M y la UCM. Yo levanto la mano para pedir intervenir pero espero a que el profesor me conceda el uso de la palabra. Miestras espero, tengo que ver que otros —y otras— se insmiscuyen una y otra vez sin pedir permiso. Al final, el profesor se olvida de quienes educamente han levantado la mano. Y esto no ocurre una sola vez, ya digo, con cierta frecuencia. Es lamentable.

Por ello, en mi caso, benditas sean las clases telemáticas. Tengo la pantalla con la presentación para mí solo, sin luces que molestan y que no se pueden apagar porque algunos alumnos no ven a escuchar… jajaja. No suenan teléfonos, no hay cuchicheos, el profesor y la presentación para mí solito. Ya es cosa mía prestar atención. Algunos alumnos manifiestan que «en casa, se distraen mucho», con lo que prefieren desplazarse al campus, invirtiendo tiempo y dinero, para que les distraigan otros. «Ca uno es ca uno y ca seis media docena», de todo hay en la viña del señor.

El mencionado profesor Antonio Rodriguez de las Heras abogaba en sus clases por un tipo mixto. Varias piezas telemáticas y luego, cada cierto tiempo, una presencial ya con el marchamo de preguntas e intercambio de opiniones. Pero claro, hay preguntas que no son tales, sino que algunos aprovechan ese momento de gloria para lanzar una disertación, una opinión, un comentario. He visto en algunas ocasiones, con gran alegría por mi parte, que tras acabar con el rollo, el ponente o profesor pregunta: ¿me puede aclarar cual es la pregunta, por favor? Es que no hay tal.

Vivimos en un mundo con cada vez más posibilidades pero con cada vez más malos modos y mala educación. Cuando acaba la clase, varios alumnos se tiran como bab… —omito explicitar el calificativo que me viene a la mente por inadecuado— a hablar con el profesor, reteniéndole e impidiendo de paso que acceda a la clase el siguiente profesor, con la consiguiente pérdida de tiempo para todos los alumnos. Hay más situaciones comentables, criticables, de este tipo… No aprendemos y eso que somos mayores y se supone que con experiencia. Pobres profesores, lo que tienen que aguantar con sus alumnos de todas las edades.