¿Clases presenciales o telemáticas? He ahí la cuestión.
Ya sé que la palabra utilizada para el título de esta entrada no existe en el diccionario. Pero uno puede elegir retrotraerse a su más incipiente niñez y jugar a construir palabras siguiendo la lógica, como cuando decíamos rompido en lugar de roto. La lengua española es muy rica, pero tiene sus cositas. ¿Cómo se llama —en un solo vocablo— a la persona que interrumpe? Pues eso, que diría un niño, interrumpidor o interrumpiente. La base de esta construcción inventada es el verbo interrumpir, que en su segunda acepción significa, referido a personas, «Atravesarse con su palabra mientras otra está hablando».
Hace ya una decena de años, en 2015, el desaparecido profesor, maestro y amigo Antonio Rodríguez de las Heras hablaba en sus cursos de estas materias, cuando las clases telemáticas ni estaban ni se las esperaba. La pandemia por COVID aceleró y de qué manera las clases telemáticas que nos permitieron, en época de confinamiento, seguir las clases y participar en reuniones y foros desde nuestras casas. Pero… ¿Estábamos todos deseando volver a la «normalidad» de las clases presenciales?
En un curso de la Universidad Carlos III que había nacido como telémático y así tenía que concluir, los alumnos, una vez pasado el confinamiento, manifestaban su deseo de vuelta a la presencialidad. El profesor y amigo de aquel curso, Eduardo Juárez Valero impartía las clases de 16:00 a 19:00 horas desde su casa en La Granja de San Ildefonso, cómodamente y sin desplazamientos. Tanto insistieron algunos —yo no— que el profesor se avino a dar clases mixtas, presenciales y a la vez telemáticas, desde el Campus de Colmenarejo. Para él suponía un esfuerzo en desplazamiento —60 kms. de ida y otros tantos de vuelta— además de un gasto de tiempo y gasolina. ¿Saben cuantos alumnos asistimos a esa primera clase mixta? No llegamos a 10 de más de un centenar matriculados. El profesor, impertérrito, programó una segunda clase con idéntico resultado. Desistió. Mucho abogar por las clases presenciales pero cuando llegó el momento todo fueron excusas.
Aunque las telemáticas no se han ido del todo, son testimoniales. En estos días sigo una de la Universidad Carlos III de Madrid, otra de una academia local y otra de la UNED en Segovia (que es en modalidad mixta). Además atiendo otras tres presenciales: dos en la Universidad Carlos III y otra en la Universidad Complutense de Madrid. Diré que somos todos alumnos mayorcitos, muy mayorcitos, y que debiéramos mantener una etiqueta de comportamiento en las clases. Debiéramos. Deberíamos. Pero… suena el teléfono, se descuelga, incluso se contesta o se sale a hablar fuera, se chuchichea molestosamente... y se interrumpe sin pedir permiso al profesor.
Las clases telemáticas se prestan menos a los interrumpidores, aunque siempre hay quién anda jugando con los micrófonos —sin levantar la mano para pedir permiso— o lanzando preguntas o disquisiciones en el chat. En general, los profesores hacen caso omiso y siguen a lo suyo, dejando unos minutos al final para contestar preguntas o tener un debate.
Esto último es la esencia de las clases presenciales: el debate, las preguntas, las interacciones con el profesor. Algunos profesores mantienen como pueden el orden pero otros han abogado —yo estoy completamente de acuerdo— en no admitir preguntas ni interrupciones en la clase y dejar unos minutos al final. Pero otros, en aras a mantener el debate y haciendo gala de una paciencia y educación encomiables, sufren las interrupciones desmañadas de alumnos —siempre son los mismos—. Muchas veces con comentarios, aseveraciones o incluso disertaciones que no vienen a cuento o distraen al resto de la clase que ha venido a escuchar al profesor y no al alumno interrumpiente.
Y esto me ocurre actualmente en las dos universidades, la UC3M y la UCM. Yo levanto la mano para pedir intervenir pero espero a que el profesor me conceda el uso de la palabra. Miestras espero, tengo que ver que otros —y otras— se insmiscuyen una y otra vez sin pedir permiso. Al final, el profesor se olvida de quienes educamente han levantado la mano. Y esto no ocurre una sola vez, ya digo, con cierta frecuencia. Es lamentable.
Por ello, en mi caso, benditas sean las clases telemáticas. Tengo la pantalla con la presentación para mí solo, sin luces que molestan y que no se pueden apagar porque algunos alumnos no ven a escuchar… jajaja. No suenan teléfonos, no hay cuchicheos, el profesor y la presentación para mí solito. Ya es cosa mía prestar atención. Algunos alumnos manifiestan que «en casa, se distraen mucho», con lo que prefieren desplazarse al campus, invirtiendo tiempo y dinero, para que les distraigan otros. «Ca uno es ca uno y ca seis media docena», de todo hay en la viña del señor.
El mencionado profesor Antonio Rodriguez de las Heras abogaba en sus clases por un tipo mixto. Varias piezas telemáticas y luego, cada cierto tiempo, una presencial ya con el marchamo de preguntas e intercambio de opiniones. Pero claro, hay preguntas que no son tales, sino que algunos aprovechan ese momento de gloria para lanzar una disertación, una opinión, un comentario. He visto en algunas ocasiones, con gran alegría por mi parte, que tras acabar con el rollo, el ponente o profesor pregunta: ¿me puede aclarar cual es la pregunta, por favor? Es que no hay tal.
Vivimos en un mundo con cada vez más posibilidades pero con cada vez más malos modos y mala educación. Cuando acaba la clase, varios alumnos se tiran como bab… —omito explicitar el calificativo que me viene a la mente por inadecuado— a hablar con el profesor, reteniéndole e impidiendo de paso que acceda a la clase el siguiente profesor, con la consiguiente pérdida de tiempo para todos los alumnos. Hay más situaciones comentables, criticables, de este tipo… No aprendemos y eso que somos mayores y se supone que con experiencia. Pobres profesores, lo que tienen que aguantar con sus alumnos de todas las edades.