Lo normal es que todos cumplan con este requisito, pero esto es un poco como los folletos de los medicamentos: ¿los miramos antes de…?
En España, todos los bares y restaurantes están obligados a exhibir la lista de precios de sus productos y servicios de forma visible y legible, según el Real Decreto 3423/2000. Esta obligación legal promueve la transparencia y protege los derechos de los consumidores, permitiéndoles conocer el coste de los productos antes de realizar cualquier consumo.
Además, la lista exhibida tiene que cumplir con criterios de visibilidad, legibilidad, ubicación, claridad, precios finales —incluyendo el IVA— y algunos detalles adicionales como la diferencia de precios, si la hay, entre consumir en barra, salón o terraza.
En este mundillo de la restauración—que poco me gusta esta palabra que me suena a otros menesteres— ha habido muchos «anteses» y muchos «despueses». Muchos recordaremos aquel paso de la peseta al euro cuando los cafés de los bares subieron de golpe más de un 50%. El café en la barra de un bar, que costaba una moneda de 100 pesetas pasó de la noche a la mañana a costar una moneda de euro o lo que es lo mismo 166,38 pesetas. Pero, ¿quién se acuerda ya de las pesetas?
Tras salir de la pandemia de COVID sufrida en 2020, ya se van a cumplir seis años, pareció que nos volvimos todos locos con salir de casa y recuperar la libertad para refugiarnos en bares, cafeterías y restaurantes. Lo de las terrazas fue una explosión en cualquier época del año y aún hoy en día podemos ver en pleno invierno, con temperaturas cercanas a los cero grados, la gente arrebujada de frío en terrazas exteriores. Es verdad que en algunos sitios prestan una manta y en otros siembran la terraza de estufas que calientan, un poco, al que está al lado.
Las costumbres cambian con los años. Viviendo como vivo en un sitio turístico, recuerdo de pequeño y joven como muchos de los turistas utilizaban los bancos de calles o parques para consumir a la hora de la comida sus tarteras, bocadillos o lo que trajesen. Había restaurantes y bares en las inmediaciones, pero muchas economías no daban para aquellos por entonces lujos o cuando menos fuertes dispendios.
Tengo que reconocer que yo y mi familia, en la actualidad, seguimos practicando esto del bocadillo, y no tanto por cuestiones económicas sino por resultarnos más agradable el comer en la naturaleza y no andar reservando, cuando se puede, en los restaurantes o haciendo cola para entrar al comedor. En viajes que realizamos con cierta frecuencia a la costa, conocemos varios sitios encantadores en medio de la nada. Cuando el tiempo es agradable y lo permite, un buen bocadillo de lomo, queso y tomate natural, una bolsa de patatas fritas, una tableta de chocolate con almendras y alguna fruta representan, devorados en plena naturaleza, un placer añadido lejos de agobios y ruidos ¿Por qué la gente habla tan alto en los restaurantes o bares? Después, ya cada vez menos, paramos en algún pueblo a tomar un café o la mayoría de las veces seguimos viaje.
Y es que, como reza el refrán, muchos quieren hacer el agosto en cualquier mes del año y «se están subiendo a la parra». Si uno se sube a la terraza superior de un hotel de lujo de Madrid a tomarse una Coca-Cola y disfrutar de un buen ambiente y magníficas vistas, tiene que estar dispuesto a que le «soplen» diez euros por el refresco e incluso más (sucedido). Pero que una terrazucha normal o ni siquiera llegando a eso te sacudan cinco euros por una tónica no es de recibo. Pero toca pagar y aguantarse, porque antes de pedirla no hemos echado un vistazo a los precios con lo que asumimos lo que nos pueda pasar.
Hablando de parecidos lances, ya escribía yo la entrada «FUERAdeCARTA» accesible en este enlace.
Esta semana me ha ocurrido. En la barra de la cafetería de un hospital, un sitio que debería tener una cierta mesura en los precios, porque muchos de los acompañantes de los pacientes se ven obligados a acudir para un tentempié rápido y volver a la habitación. Iba con prisa porque se me echaba encima la hora de la consulta, cuando vi en la misma barra una fuente de ensaladilla rusa que tenía muy buena pinta. Pedí una ración que resultó sino exigua casi, aunque es justo reconocer que estaba deliciosa. Lo malo fue cuando llegó la cuenta y vi lo que me iba a costar la racioncita de marras. Es verdad que en este mundo actual te pueden cobrar lo que quieran, pero siempre que figure en la carta de precios, esa que no miramos. ¿Quién iba a pensar en ese precio en la barra?
Nada me impide sentirme indignado y calificar de abusivo un precio como este de la ensaladilla. Se asumía antaño que en sitios turísticos se sableaba al turista, pero es que ahora esas prácticas son generalizadas seas turista o no. Lo de hacer reuniones con los amigos en las casas va a ser una opción a la que habrá que considerar muy seriamente volver. Uno no va a poder sentarse sin antes haber revisado la lista de precios o preguntar al camarero por el precio, especialmente si es un sitio que no frecuentas.
La próxima vez seré precavido y tanto en ese hospital como en otros —pagan justos por pecadores— miraré con cuidado los precios antes de dejarme llevar por la vista o me iré al bar de enfrente. O mejor, me llevo un sándwich desde casa y me lo como en el coche o en un parque. Hay que evitar estos productos tan dispendiosos.

