El otro día la oí en una emisora de radio. Taquigrafía es una palabra que no se escucha mucho porque es una ciencia o arte que se debe de emplear muy poco hoy en día. Los medios electrónicos han sustituido a esta disciplina, que en la antigüedad tenía una enorme importancia. Se tienen datos de su uso desde los antiguos filósofos griegos. En mi caso los recuerdos se remontan a un verano de los años sesenta cuando yo debía de tener nueve o diez años.
Mi padre tenía y usaba en casa una máquina de escribir “Underwood” con sus preciosas teclas de cristal, duras como ellas solas, que a mí me gustaba usar, diríase mejor aporrear, con dos dedos de cada mano. La ciencia de escribir a máquina se denomina o denominaba mecanografía, aunque por aquellos años se solían ver muy unidas, no en vano en muchas academias se daban clases de taquimecanografía. Había exámenes oficiales para conseguir un título oficial de una o ambas disciplinas, necesario para ciertos trabajos en medios públicos o privados en los que era necesario llevar un diario pormenorizado de lo que se hablaba en sesiones o reuniones.
Los veranos eran largos y calurosos. Las casas eran pequeñas y con muchos miembros, hijos, padres y algún que otro abuelo o abuela. Realmente en casa no se podía estar, si tenemos en cuenta que el espacio era pequeño y no había comodidades del estilo de la televisión u otros aparatos que proliferan en cantidad en las casas modernas. La vida, sobre todo la de los chicos, se hacía en la calle.
A mi no me gustaba pasar el verano sin aprovechar el tiempo en algo, por lo que mi padre habló con una profesora de taquimecanografía de la capital que veraneaba en el pueblo para que me hiciera el favor de darme clases aquel verano. La recuerdo perfectamente, así como la casa donde vivía, un piso bajo, muy fresquito, cerca de la cuesta de San Pedro. La clase era a las cuatro de la tarde, en la mesa camilla de su sala de estar, y con ella me libraba de la temida siesta, obligatoria después de comer, cuando más apretaba el calor y no se podía estar por la calle.
Muchas veces he pensado en el error que cometí aquel verano. Mi padre quería que aprendiera mecanografía, pero a mí se me metió en la cabeza el aprender taquigrafía. Pensé que la máquina de escribir ya la utilizaba con mis cuatro dedos y lo de la taquigrafía me sonaba como una disciplina apasionante y nueva. Así que en aquellos dos meses aprendí taquigrafía, bastante según dijo al final mi profesora, que se afanaba en enseñarme tanto como yo en aprender. Al final del verano era capaz de tomar conversaciones de mi familia o programas de radio, que luego pasaba a la máquina de escribir. Fue una experiencia apasionante que se quedó en eso, en experiencia.
Cuando pasaron los años, fui olvidándola. Pasada la novedad y en una época de estudiante en la que no eran necesarios los apuntes, la taquigrafía se fue al olvido. Y hasta hoy.
Mucho mejor y más práctico hubiera sido aprender mecanografía, ya que el devenir de la vida me hizo tener que opositar a banca, donde se pedía un mínimo de trescientas pulsaciones que yo alcanzaba, con alguna dificultad con mis torpes dedos, dos de cada mano. Luego la máquina de escribir cayó en el olvido también, siendo reemplazada por los teclados de los ordenadores, que en el fondo son similares con algunos cambios.
Si pudiera contar las veces que he apretado una tecla, de máquina de escribir o de teclado, la cifra sería mareante. Por ello, si en aquel verano hubiera aprendido mecanografía en lugar de taquigrafía, otro gallo me hubiera cantado. Eso sí, la experiencia y los recuerdos quedan ahí.
Nota: La fotografía está tomada de Wikipedia y es la oración del Padre Nuestro en formato Gregg y en otros formatos del siglo XIX.
Nota: La fotografía está tomada de Wikipedia y es la oración del Padre Nuestro en formato Gregg y en otros formatos del siglo XIX.