Lo mío con Tráfico y su Dirección General ya raya lo patológico. Vaya tres semanas que llevo, y lo malo es que todavía no he acabado. Gasto en euros importante, y además gasto en horas y desplazamientos. La parte positiva es que me da para ir escribiendo en este blog aún a riesgo de cansar a quién lo lea con estas historias.
Esta mañana nueva visita a las dependencias. Menos mal que he tenido noticia de la existencia de esas otras oficinas de Alcorcón, que aunque están más lejos que las de Arturo Soria son más manejables y las colas son aceptables. Eso será hasta que se vaya enterando la gente y empiecen las aglomeraciones. Hoy era el segundo día que iba, por lo que ya me considero un veterano con cierto dominio de la situación.
Se trataba de arreglar los domicilios de mi mujer y mi hijo, que también tienen sus “relaciones” con esa institución. A diferencia de la semana anterior, el empleado que me ha atendido era masculino y, siento decirlo, bastante desagradable. Yo era el primer “cliente” que atendía, ya que he entrado directo, con todos los papeles rellenos y sabiendo a donde iba. Por cierto, mencionar aquí que los impresos se pueden rellenar directamente en el ordenador antes de imprimirlos descargándolos desde la web de la propia DGT.
Como digo, a pesar de ser el primer “cliente” la persona que me ha atendido no estaba de muy buen humor. He intentado explicarle el asunto de lo extraño de mi domicilio y de lo ocurrido la semana anterior, pero no he apreciado que me hiciera mucho caso, lo que ha dado como resultado que me haya hecho mal la modificación. Se lo he hecho ver y entonces para que queremos más, que si el programa no lo admite, que es un lío, que a ver si alguien arregla el programa, que esto no hay quién lo resista….. Ha tenido que anular el permiso recién impreso y hacerlo de nuevo. A mi pregunta de si la modificación surtía efecto no solo en la dirección del vehículo sino también en la asociada al conductor, ha respondido con una especie de gruñido que he querido interpretar como un sí. No estaba el horno para bollos.
Por supuesto no le ha parecido bien lo que puso su compañera la semana anterior y ha puesto de su cosecha propia. Esencialmente es similar, pero me ha extrañado el esfuerzo y el tiempo que ha gastado en escribirlo de forma diferente, dado que las veintiséis posiciones disponibles dejan pocas posibilidades.
A diferencia de la semana anterior, solo me ha entregado los nuevos permisos de circulación. Ni el resguardo sellado del impreso que he presentado ni la impresión fehaciente de los datos de conductor que sí me fueron entregados la semana pasada. Debe ser que cada funcionario, perdón, empleado, tiene su forma de hacer las cosas y que no hay nadie que vigile que todos las hagan igual. Cuando salía he dicho un sonoro y rotundo adiós con la intención de no volver más en unos años por estas u otras oficinas similares. Pero según reza la ley de Murphy, todo lo que está mal es susceptible de empeorar, lo hará.
Focalizado como estaba en el asunto del domicilio, que sí he revisado, no lo he hecho con el resto de campos y anotaciones que ha realizado el empleado. Al llegar a casa y proceder a escanear los documentos en el ordenador me he dado cuenta: tengo que volver de nuevo otro día. Me han arreglado los domicilios pero en uno de los dos casos me ha estropeado la población, vamos que me ha puesto en otro pueblo.
Es casi imposible atinar. Iré dentro de unos días con los cinco sentidos puestos y revisaré hasta la última coma de lo que ponga en el papel. Hasta que no esté todo correcto no me levantaré de la silla, se ponga el empleado como se ponga. Aún así me iré con la mosca detrás de la oreja por lo que pudiera pasar.