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jueves, 4 de diciembre de 2008

MarioAlonsoPuig

Esta misma mañana y bajo el patrocinio de Orange, empresa a la que no tengo muchas simpatías por la que me armó hace un par de años cuando se llamaba Wanadoo, he tenido la oportunidad de vivir en vivo y en directo una de las conferencias más apasionantes, y productivas, que recuerdo en mi vida, que ya es un poco dilatada. Mi más sincero agradecimiento a esta empresa, rencillas olvidadas, por la fenomenal organización de este acto, gratuito, con sus cafés, sus zumos y sus bollitos y un coctel final al que no he podido existir por el tiempo que se ha prolongado nuestro ponente. Pequeños y Medianos Empresarios, Pymes, hemos podido asistir a un acto que ha sido el sexto de un ciclo en el que han participado otros ponentes de talla a los que me he quedado sin poder escuchar por enterarme a última hora y coger el tren, quiero decir una plaza, por los pelos.

El Palacio de la Bolsa de Madrid ha sido un marco de lujo para esta alocución que por espacio de cuatro horas y cuarto con un intermedio de apenas veinte minutos ha sido pronunciada por Mario Alonso Puig. Como se suele decir en el argot, le tenía yo ganas a este señor, médico cirujano con una gran experiencia, además de en medicina, en lo que ahora se llama Coaching, en mi opinión viejos temas con nuevas y rimbombantes palabras. Le tenía ganas en el buen sentido, no se me entienda mal, de conocerle y verle en directo. Su carnet profesional pondrá lo de médico pero tiene un poco bastante de otras muchas cosas, entre ellas de psicólogo.

Me encontré con escritos de este hombre hace unos años por una página que publicaba en la revista del Race, que consistía en historias, supongo que reales aunque dé igual, cuya lectura tenía, y sigue teniendo, la característica de hacerle pensar a uno. Al final de esta entrada reproduzco una, por no hacerlo muy largo, de las que más me gustan, aunque ha sido difícil hacer la elección.

Si bien acaba de publicar su segundo libro, he podido encontrar pocas de estas historias que divulgo y utilizo citando su autor. Hoy, al comentar una de ellas con uno de los asistentes a la conferencia me ha respondido, muy ufano y muy negativo: “Eso son americanadas” a lo que le he contestado que las llame como las llame a mi me sirven para mi mejoramiento personal, y si me sirven, son buenas aunque para él no lo sean. Cada uno utiliza las herramientas que puede y cree conveniente sin fijarse quién se las aporta.

Siempre he sido de la opinión de que no es bueno poner muchas expectativas en algo, pues así luego es relativamente fácil salir defraudado. Pero no ha sido el caso. ¡Como habla este hombre¡ Yo, cuando sea mayor, y tengo la misma edad que él por lo que ha mencionado, quisiera ser capaz de hablar solo un uno por ciento de bien de cómo lo hace él. Dueño absoluto de la situación, manejando a los asistentes a su antojo, inoculando ideas positivas y de mejoramiento personal una tras otra, jugando, riendo, explicando con ejemplos y acciones multitudinarias lo que es un hipocampo, una amígdala, una célula madre, la neurología, el cerebro, el corazón, la dopamina, serotonina o adrenalina ….. Y como se relaciona todo con nuestros pensamientos y emociones.

Solo un detalle. La persona que estaba al lado mío, a la que no conocía de nada y que seguramente no volveré a ver en mi vida, me ha dado un masaje relajante en los hombros y posteriormente yo se le he devuelto. Ni esa persona, mujer por más señas, ni yo, somos masajistas profesionales, pero la atmósfera que ha creado este hombre nos ha hecho comportarnos como tales al darlo y disfrutar del mismo cuando lo estábamos recibiendo como si nos lo diera el masajista más cualificado del mundo. Y repito, no nos conocíamos de nada. Hay que saber manejar al personal para romper esas barreras que nos marcamos los españolitos y para hacernos hablar a todos por los codos, intervenir incluso más de la cuenta y preguntar sin inhibición por el sexo de los ángeles, que también nos ha sido explicado.

Ahora solo falta aplicar a nuestra vida lo mucho de positivo que nos ha transmitido y quitarnos de encima esa carga de negatividad que arrastramos sin rebelarnos y que acaba afectándonos sin remisión con somatizaciones de mayor o menor intensidad cuyo origen son, únicamente, nuestros propios pensamientos y acciones.

Ahora hace falta otra oportunidad de volver a escucharle y asentar ideas. Las catorce cuartillas por una cara llenas de apuntes y notas me darán para pensar, meditar y pasar a la acción durante un buen número de días. Y cuando pase el tiempo, bueno será volverlas a revisar y ver cuántas estoy llevando, de verdad, a la práctica.

UN MUNDO ENTRE MIS OREJAS.

"Hace ya muchos años, pero que muchos años, se irguió sobre la superficie de la Tierra una criatura singular. No era grande ni tampoco fuerte, apenas corría y desde luego no podía volar. Cuando miró a su alrededor, sin duda tuvo que estremecerse al contemplar con quién había de compartir el suelo que pisaba. Viéndose tan insignificante, sintió como su corazón enloquecía, cómo su tranquila respiración se entrecortaba y sus relajados músculos se ponían en tensión y así, tuvo por primera vez conciencia de lo que hoy llamamos estrés. Pero en lugar de desesperarse y pasarse el resto de su vida huyendo, utilizo su principal arma de supervivencia, el mundo entre sus orejas, no sólo para sobrevivir a sus enemigos sino para además progresar, utilizando a la misma Naturaleza para crear lo que hoy conocemos como La Cultura.

Han pasado miles de años, ya no vivimos en cuevas sino en grandes estructuras a las que llamamos casas y, aunque ahora ninguna bestia nos persiga, nuestro mundo cambiante nos sigue exigiendo por encima de todo una cosa, capacidad de adaptación. Los acontecimientos se suceden sin parar y nuestra propia existencia depende de la forma en que reaccionemos frente a ellos. Nos exigen que aprendamos con rapidez para asimilar conocimientos que se duplican cada diez años, que seamos hábiles para lograr la cooperación de aquellos que poseen conocimientos de los que nosotros carecemos.

Pero a veces el ser humano si siente sin recursos para hacer frente a todas estas exigencias, simplemente no se siente capaz y entonces queda prisionero de una tensión emocional que acaba arruinando su salud y bienestar. A partir de ese momento ya no luchará por convertirse en todo lo que puede llegar a ser, porque lo único que le preocupará será que los demás lleguen a descubrir dicha incapacidad. Sin apenas darse cuenta, irá bajando su nivel de conciencia y se situará en una zona de confort donde el bien supremo no es otro que mantener cierta sensación de seguridad.

Dado que casi todos somos en alguna medida esclavos de las prisas y expertos en el arte de engañarnos a nosotros mismos, no nos paramos a pensar ¿de donde proviene esa falta de control sobre aquello que nos sucede? A lo mejor no es la consecuencia de una falta de talento o de inteligencia innata.

Durante mucho tiempo se ha considerado que la creatividad era exclusiva de los denominados genios y que quien brillaba en los estudios triunfaría en la vida. Las personas hemos dado por hecho que los resultados que obtenemos en la vida son una clara expresión de lo que nosotros somos, y que lo que nosotros vemos, es la única realidad existente. Nada más lejos de la verdad.

Hoy como nunca conocemos la verdadera realidad de nuestro cerebro. Las neurociencias nos han dado el soporte necesario para echar por tierra muchas de nuestras creencias más arraigadas y han respaldado las opiniones de tantos filósofos, científicos, teólogos y literatos que a lo largo de la Historia nunca perdieron su fe en el hombre y en sus posibilidades.

Conocemos las vías de las emociones arraigadas en le complejo sistema límbico y sabemos por que, cuando aquellas se disparan, se oscurece la razón. Conocemos que una situación emocional de una persona influye en su salud y en su capacidad de defensa frente a las infecciones y frente al cáncer. Sabemos que la creatividad no depende ni de las musas ni tampoco en exclusiva de los genes, sino de la interacción excepcional entre nuestros hemisferios cerebrales. Hemos penetrado en las bases de la memoria, del aprendizaje y de la comunicación y sin embargo, por fascinantes y útiles que puedan parecernos estos conocimientos, no serían de ningún valor si no fuera por la extraordinaria plasticidad de nuestros cerebros. Es precisamente esta plasticidad la que nos permite acceder con nuestro pensamiento a todos esos recursos que el ser eso, el hombre acaba convirtiéndose en la que piensa, porque con su pensamiento moldea su cerebro y luego éste moldea su realidad.

Son la falta de creencia en nuestras propias capacidades, el miedo acérrimo al fracaso y a la crítica, la búsqueda compulsiva de la respuesta exacta y de la seguridad, los elementos que estrechan el pensamiento y atrofian la mente. Sólo con fe en nosotros mismos, con determinación, entusiasmo, disciplina y paciencia, conseguiremos cosas que hasta ahora nos parecían imposibles. No es malo sentir miedo o sentir inseguridad, lo malo es dejarnos arrastrar por estos sentimientos, dejar que nuestra conducta sea controlada por ellos.

Hagamos que nuestras actuaciones sean acordes con nuestros objetivos, soportemos la tensión que produce cambiar un hábito nocivo y así conseguiremos llevar las riendas de nuestra vida. Tarea de semejante envergadura para nada ha de asustarnos, porque la fragmentaremos y cada uno de esos pequeños fragmentos se convertirá en el objetivo fundamental de cada día. Trabajemos con el absoluto convencimiento de que alcanzaremos aquello que nos propongamos, y que esté en línea con nuestra misión personal.

Como médico y como consultor, veo a diario cuántas cosas nos roban la alegría, porque no nos decidimos de una vez por todas a controlarlas. Esa inercia, esa pereza, esa esclavitud de la opinión ajena, esa tendencia a la huida, esa propensión a la ira y al enfado. Factores todos ellos que nos manipulan como si fuéramos marionetas de trapo. La Naturaleza, Dios, nos dio un gran regalo, nuestra capacidad de pensar. Ahí está la base de nuestra verdadera libertad.

No dejemos que nada ni nadie nos prive de ella".

Dr. Mario Alonso Puig