En este caso, ciertas. Como todos los fines de semana, el despertador suena a las siete en punto, un poco más tarde, pero no mucho, que los días laborables. Unos primeros momentos directo a visitar al baño a permanecer allí un buen rato, en la necesidad de vaciar vejiga e intestinos, no vaya a ser que luego haya sorpresas. Es un buen momento para la lectura, recién levantado, despejado, como método de evasión antes de afrontar el día.
Tras estos momentos, seguir con la rutina. Un vistazo por la ventana a ver cómo está el día y una posterior visita a la estación meteorológica, que me informa de la temperatura exterior. Luego habrá que contar con la existencia o no de viento, una cuestión que tiene la capacidad de variar sensiblemente la sensación térmica. Hoy marcaba dos grados sobre cero pero el vistazo por la ventana ha servido para comprobar que el suelo estaba blanco y posiblemente helado, ya que la nevada se produjo ayer por la tarde y antes de acostarme ya estaba el suelo con ese color que antecede a la Navidad.
Estas visiones no me hacen desistir de mi particular carrerita matutina. En la cama se está a gusto y calentito, pero al igual que debemos de trabajar la mente, es necesario y conveniente hacer funcionar al cuerpo por corroborar aquello tan manido de “mens sana in corpore sano”. Por otro lado, el correr sobre la nieve y disfrutar del amanecer surcando un camino entre un bosque de árboles es un placer para los sentidos, aunque la mayoría piense que es de locos.
El amigo con el que quedo los fines de semana para este peculiar paseo tarda en aparecer en el punto y hora de encuentro. Cuando ya casi decido que me voy a tener que hacer el recorrido solo, aparece a lo lejos: un parque público por el que atraviesa desde su casa estaba todavía cerrado y ha tenido que dar un gran rodeo. Ahora los parques públicos de la localidad tienen rejas y horario, ya que hay que evitar a toda costa el uso indebido de los mismos en horarios nocturnos, principalmente por aquello de los botellones que no solo significan juerga y diversión, sino dejarlo todo hecho un asco y muy penosamente lleno de cristales rotos.
Llega mi amigo corriendo por lo que perdono la fase de calentamiento para ponerme a su vera y enfilar hacia las afueras. Contra lo que pudiera parecer, y a pesar de la hora tan temprana, no somos los primeros en horadar la nieve. Algunas pisadas nos preceden, de otros corredores o de personas que pasean, bien solas bien con sus canes. Hoy no hemos visto al “corredor ecologista”, una persona que además de hacer deporte va recogiendo los desperdicios que gente sin escrúpulos deposita en el campo. Pasamos a lo largo de algún coche aparcado, con el motor en marcha por aquello de la calefacción, donde una pareja aprovecha los últimos instantes de la noche, que ya son principio el día, para los últimos arrumacos.
Con la ropa térmica adecuada, solo se nota el frío del viento al golpear la cara. El cuerpo, tras las primeras zancadas, empieza a sudar y a entrar en calor. Hoy, por ir pisando la nieve, nos acompaña un ruido rítmico y cadencioso que provoca el propio pisar.
Una vez fuera del pueblo, el sol empieza a salir en el horizonte, bañando todo con un tono rojizo intenso. El camino nevado, flanqueado de árboles enormes ya pelados de hojas deja entrever al fondo el monte y el pueblo que acoge bañado en un tono que diríase de atardecer. Una visión sobrecogedora y espectacular.
Estamos chalados sí, pero las sensaciones, ciertas, que nos provoca este amanecer haciendo deporte, tonificando nuestro cuerpo y ensanchando nuestra mente con semejante visión de la naturaleza son un tesoro que guardaremos en nuestro interior y que podremos atesorar en nuestra mente como uno de esos instantes mágicos a los que recurrir cuando estemos necesitados de un momento de paz, tranquilidad y relajación.
Tras estos momentos, seguir con la rutina. Un vistazo por la ventana a ver cómo está el día y una posterior visita a la estación meteorológica, que me informa de la temperatura exterior. Luego habrá que contar con la existencia o no de viento, una cuestión que tiene la capacidad de variar sensiblemente la sensación térmica. Hoy marcaba dos grados sobre cero pero el vistazo por la ventana ha servido para comprobar que el suelo estaba blanco y posiblemente helado, ya que la nevada se produjo ayer por la tarde y antes de acostarme ya estaba el suelo con ese color que antecede a la Navidad.
Estas visiones no me hacen desistir de mi particular carrerita matutina. En la cama se está a gusto y calentito, pero al igual que debemos de trabajar la mente, es necesario y conveniente hacer funcionar al cuerpo por corroborar aquello tan manido de “mens sana in corpore sano”. Por otro lado, el correr sobre la nieve y disfrutar del amanecer surcando un camino entre un bosque de árboles es un placer para los sentidos, aunque la mayoría piense que es de locos.
El amigo con el que quedo los fines de semana para este peculiar paseo tarda en aparecer en el punto y hora de encuentro. Cuando ya casi decido que me voy a tener que hacer el recorrido solo, aparece a lo lejos: un parque público por el que atraviesa desde su casa estaba todavía cerrado y ha tenido que dar un gran rodeo. Ahora los parques públicos de la localidad tienen rejas y horario, ya que hay que evitar a toda costa el uso indebido de los mismos en horarios nocturnos, principalmente por aquello de los botellones que no solo significan juerga y diversión, sino dejarlo todo hecho un asco y muy penosamente lleno de cristales rotos.
Llega mi amigo corriendo por lo que perdono la fase de calentamiento para ponerme a su vera y enfilar hacia las afueras. Contra lo que pudiera parecer, y a pesar de la hora tan temprana, no somos los primeros en horadar la nieve. Algunas pisadas nos preceden, de otros corredores o de personas que pasean, bien solas bien con sus canes. Hoy no hemos visto al “corredor ecologista”, una persona que además de hacer deporte va recogiendo los desperdicios que gente sin escrúpulos deposita en el campo. Pasamos a lo largo de algún coche aparcado, con el motor en marcha por aquello de la calefacción, donde una pareja aprovecha los últimos instantes de la noche, que ya son principio el día, para los últimos arrumacos.
Con la ropa térmica adecuada, solo se nota el frío del viento al golpear la cara. El cuerpo, tras las primeras zancadas, empieza a sudar y a entrar en calor. Hoy, por ir pisando la nieve, nos acompaña un ruido rítmico y cadencioso que provoca el propio pisar.
Una vez fuera del pueblo, el sol empieza a salir en el horizonte, bañando todo con un tono rojizo intenso. El camino nevado, flanqueado de árboles enormes ya pelados de hojas deja entrever al fondo el monte y el pueblo que acoge bañado en un tono que diríase de atardecer. Una visión sobrecogedora y espectacular.
Estamos chalados sí, pero las sensaciones, ciertas, que nos provoca este amanecer haciendo deporte, tonificando nuestro cuerpo y ensanchando nuestra mente con semejante visión de la naturaleza son un tesoro que guardaremos en nuestro interior y que podremos atesorar en nuestra mente como uno de esos instantes mágicos a los que recurrir cuando estemos necesitados de un momento de paz, tranquilidad y relajación.