Ya no tienen ningún miramiento. Son unos desalmados. Les importa un bledo. Y lo que es peor, ya ni siquiera los ciudadanos intentamos perder un poco de nuestro tiempo en comprender sus decisiones. Las acatamos y las sufrimos en silencio porque no nos queda otro remedio para seguir viviendo y tirando “pa’lante”.
El pasado verano, La Comunidad de Madrid o quien tenga esa responsabilidad procedió a una subida de los precios de los bonos de transporte, esos que usan las personas más necesitadas, que no tienen otro remedio para acudir a sus quehaceres o trabajos, y que no se pueden costear el combustible para el coche. Hay personas como yo que siempre han sido unos defensores a ultranza del sistema de transporte público, con sus ventajas e inconvenientes. Desde mi época de estudiante he tenido la necesidad de desplazarme fuera de mi localidad a la capital. Ya en época laboral, he tenido la suerte de disponer de vehículo propio y de dinero para costear el combustible, pero siempre he utilizado el servicio público en mis desplazamientos, a pesar del coste horario que suponía y que era más o menos el doble que si realizara los traslados en mi coche. Aún así tengo que reconocer que además de la tranquilidad relativa que supone el que te lleven, he aprovechado para dormir, leer libros, estudiar inglés o incluso echar partidas de mus con los compañeros de viaje. Menciono lo de “tranquilidad relativa” porque me vienen a la cabeza episodios variopintos sufridos en los trenes, generalmente con motivo de heladas o nevadas, cuando no incluso de accidentes, en los que hemos acabado los viajeros andando por las vías unos cuantos kilómetros para poder llegar a nuestros destinos. Es un buen tema para otra entrada en el blog.
Pero volvamos al meollo de nuestra cuestión. Es verdad que en el pasado verano los derivados del petróleo estaban con los precios por las nubes y el coste de los gastos de explotación, como nos dicen, estaban subiendo peligrosamente.
Podíamos hacer un esfuerzo y llegar a entenderlo. Lo de compartirlo es más difícil porque atenta y ataca directamente a nuestro bolsillo en una época en que a pesar de no tener agujeros, lo que en ellos caía de volatilizaba como por arte de magia. Todo está carísimo, claro, es que el petróleo está por las nubes y dependemos de una manera enfermiza de él.
Ahora ha llegado fin de año. Y con él la subida ya típica del abono de transportes. Pero ahora se da un dato curioso: los combustibles están a unos precios muy por debajo de lo que estaban en estas fechas del año pasado y no digamos ya si nos molestamos en efectuar comparaciones, que como ya se ha dicho, son odiosas. El 1 de Enero de 2008 el gasoil normal costaba 1,099 euros, mientras que en Julio de ese mismo año su coste era de 1,322 euros. Al fin del 2008 el coste había descendido hasta los 0,837 euros, casi un 40% menos que en verano.
Son embargo ya nos hemos acostumbrado a la subida de las cosas. Y, lo que es peor, el índice del coste de la vida, ese que publica el INE y que a todos nos parece que está mal, es ignorado por los propios gobernantes en temas de subidas de precios a la vez que es argumentado de forma contraria u opuesta en subidas de salarios. Nos hablan de que contengamos precios y salarios pero ellos mismos los que no se aplican su propia medicina y se saltan a la torera esas contenciones por ellos recomendadas.
Solo nos queda pensar que tendrán sus razones, que obran por nuestro bien y nuestro futuro y que además, como nos queda otro remedio, ajo, agua y resina, que son las referencias populares y educadas de “a joderse”, “aguantarse” y “resignación”.
Bien podrían haber tenido un detalle y dar por buena la subida del verano pasado pero, quía, hay que aprovechar, que las economías de los gobiernos, comunidades y ayuntamientos, tras un época de vacas gordas, de desarrollo económico e impuestos engrosando las arcas, ahora se ven vacías y no se sabe cómo mantener el ritmo que, con muy poca previsión, se habían impuesto.
Dios nos coja confesados con direcciones como las que disfrutamos en Comunidad y Ayuntamiento de Madrid. Se meten y nos meten en obras faraónicas que nadie discute son de utilidad para los ciudadanos, pero ….. ¿a qué precio?
El pasado verano, La Comunidad de Madrid o quien tenga esa responsabilidad procedió a una subida de los precios de los bonos de transporte, esos que usan las personas más necesitadas, que no tienen otro remedio para acudir a sus quehaceres o trabajos, y que no se pueden costear el combustible para el coche. Hay personas como yo que siempre han sido unos defensores a ultranza del sistema de transporte público, con sus ventajas e inconvenientes. Desde mi época de estudiante he tenido la necesidad de desplazarme fuera de mi localidad a la capital. Ya en época laboral, he tenido la suerte de disponer de vehículo propio y de dinero para costear el combustible, pero siempre he utilizado el servicio público en mis desplazamientos, a pesar del coste horario que suponía y que era más o menos el doble que si realizara los traslados en mi coche. Aún así tengo que reconocer que además de la tranquilidad relativa que supone el que te lleven, he aprovechado para dormir, leer libros, estudiar inglés o incluso echar partidas de mus con los compañeros de viaje. Menciono lo de “tranquilidad relativa” porque me vienen a la cabeza episodios variopintos sufridos en los trenes, generalmente con motivo de heladas o nevadas, cuando no incluso de accidentes, en los que hemos acabado los viajeros andando por las vías unos cuantos kilómetros para poder llegar a nuestros destinos. Es un buen tema para otra entrada en el blog.
Pero volvamos al meollo de nuestra cuestión. Es verdad que en el pasado verano los derivados del petróleo estaban con los precios por las nubes y el coste de los gastos de explotación, como nos dicen, estaban subiendo peligrosamente.
Podíamos hacer un esfuerzo y llegar a entenderlo. Lo de compartirlo es más difícil porque atenta y ataca directamente a nuestro bolsillo en una época en que a pesar de no tener agujeros, lo que en ellos caía de volatilizaba como por arte de magia. Todo está carísimo, claro, es que el petróleo está por las nubes y dependemos de una manera enfermiza de él.
Ahora ha llegado fin de año. Y con él la subida ya típica del abono de transportes. Pero ahora se da un dato curioso: los combustibles están a unos precios muy por debajo de lo que estaban en estas fechas del año pasado y no digamos ya si nos molestamos en efectuar comparaciones, que como ya se ha dicho, son odiosas. El 1 de Enero de 2008 el gasoil normal costaba 1,099 euros, mientras que en Julio de ese mismo año su coste era de 1,322 euros. Al fin del 2008 el coste había descendido hasta los 0,837 euros, casi un 40% menos que en verano.
Son embargo ya nos hemos acostumbrado a la subida de las cosas. Y, lo que es peor, el índice del coste de la vida, ese que publica el INE y que a todos nos parece que está mal, es ignorado por los propios gobernantes en temas de subidas de precios a la vez que es argumentado de forma contraria u opuesta en subidas de salarios. Nos hablan de que contengamos precios y salarios pero ellos mismos los que no se aplican su propia medicina y se saltan a la torera esas contenciones por ellos recomendadas.
Solo nos queda pensar que tendrán sus razones, que obran por nuestro bien y nuestro futuro y que además, como nos queda otro remedio, ajo, agua y resina, que son las referencias populares y educadas de “a joderse”, “aguantarse” y “resignación”.
Bien podrían haber tenido un detalle y dar por buena la subida del verano pasado pero, quía, hay que aprovechar, que las economías de los gobiernos, comunidades y ayuntamientos, tras un época de vacas gordas, de desarrollo económico e impuestos engrosando las arcas, ahora se ven vacías y no se sabe cómo mantener el ritmo que, con muy poca previsión, se habían impuesto.
Dios nos coja confesados con direcciones como las que disfrutamos en Comunidad y Ayuntamiento de Madrid. Se meten y nos meten en obras faraónicas que nadie discute son de utilidad para los ciudadanos, pero ….. ¿a qué precio?