En el pasado mes de Mayo escribí una entrada en este blog con algunas reflexiones sobre el tiempo. “No tengo tiempo” es una frase que se escucha por doquier, a todo tipo de personas en todo tipo de situaciones. Las veinticuatro horas al día siete días a la semana son una convención que hemos aceptado todos y medimos con unos aparatos, a veces odiosos, llamados relojes que nos hacen ir muchas veces a un ritmo frenético y endiablado, especialmente cuando nos relacionamos con otros.
Estando de visita hace años en un pueblo de Soria, cuyo número de habitantes podía contarse con los dedos de las dos manos, descubrí una acepción del tiempo. Era un sábado por la
tarde y estábamos hablando con una señora ya mayor acerca de la posibilidad de poder visitar por dentro un preciosa iglesia románica de las muchas que existen por los pueblos de Soria. Nos dijo que la posibilidad estribaba en asistir a misa que precisamente se celebraba los sábados por la tarde. ¿A qué hora es la misa? Le preguntamos. Con una sonrisa fina nos contestó: ¡Cuándo venga el cura!. En estos tiempos que corren la misa no era a una hora fija. Seguimos hablando con ella y al cabo de un rato empezaron a sonar las campanas de la iglesia. Las pocas personas del lugar acudieron a la llamada y se celebró la misa. Sin horario. Increíble, pero una gozada este tipo de vida, aunque tiene otras facetas que seguramente no nos gustarían.
Releyendo de nuevo el estupendo libro “Vivir con plenitud las crisis” de Jon Kabat-Zinn me he encontrado con un párrafo que describe esta sensación de sentirnos envueltos por el tiempo sin poder resistirnos. El libro está escrito originalmente en 1.990 aunque la edición que yo tengo es de 2.003. Desconozco si ha habido revisión. Si no ha sido así este párrafo que más abajo incluyo tenía algo de visionario.
El doctor Kabat-Zinn nos propone cuatro formas de rebelarnos contra esta tiranía:
1. Recordemos que el tiempo es solo un producto de nuestro pensamiento.
2. Vivamos más el presente.
3. Dediquemos un tiempo al día a “ser”, a “meditar”, a “no hacer nada”.
4. Simplifiquemos nuestra vida.
A continuación el párrafo extraído del libro. La frase final no tiene desperdicio.
“En el pasado, las actividades humanas se adaptaban mucho más al ritmo de los ciclos de la naturaleza. Nuestros antepasados no se desplazaban tanto ni viajaban tan lejos. La mayoría moría en el mismo lugar donde había nacido, y todo el mundo conocía a todo el mundo. El día y la noche dictaban los diferentes ritmos vitales. Eran muchos los trabajos que no podían ser llevados a cabo por la noche por falta de luz. Sentarse por la noche alrededor del hogar, única fuente de luz y de calor, proporcionaba a la gente la oportunidad de relajarse. Tenía un efecto calmante además de calorífico. Contemplando las llamas y las ascuas, la mente podía concentrarse en el fuego disfrutando de ese momento, noche tras noche, mes tras mes, año tras año, a lo largo de todas las estaciones, y el tiempo se detenía en el fuego. Quizás el rito de sentarse alrededor de una hoguera haya sido la primera experiencia de meditación que tuvo la humanidad.
En el pasado, la vida de nuestros antepasados estaba regida por los ciclos de la naturaleza. El agricultor solo podía arar una determinada cantidad de tierra al día a mano o con un buey. Una persona solo podía recorrer una determinada distancia andando o a caballo. La gente estaba en contacto con los animales y con las necesidades de estos, y los animales eran los que imponían los límites del tiempo. Si el caballo era realmente valioso para su dueño, este sabía que no podía obligarle a recorrer largas distancias.
Hoy en día, vivimos alejados de los ritmos de la naturaleza. La electricidad nos ha proporcionado luz en la oscuridad, lo que ha generado una distinción mucho menos clara entre el día y la noche, y podemos trabajar después de ponerse el sol si estamos obligados a ello, o si queremos hacerlo. Nunca tenemos que ir más lentos por falta de luz. También contamos con automóviles y tractores, teléfonos y aviones a reacción, radios y televisores, maquinas fotocopiadoras y ordenadores personales y fax. Todos estos aparatos han hecho el mundo más pequeño y reducido de forma exorbitante el tiempo que nos lleva hacer las cosas, encontrarlas, comunicarnos, ir a algún lugar o acabar un trabajo. Los ordenadores han aumentado hasta tal punto nuestra capacidad de trabajo que, aunque por un lado sean liberadores, por otro, nos vemos sometidos a más presiones que nunca para realizar un trabajo de forma más rápida. Las expectativas propias y de los demás aumentan al tiempo que la tecnología nos proporciona el poder de hacer las cosas más deprisa. En lugar de sentarnos por la noche alrededor del fuego en busca de luz y de calor y para mirar algo, ahora podemos abrir y cerrar interruptores y seguir haciendo lo que tentamos que hacer. Después, también podemos mirar la televisión y creer que nos relajamos y que ralentizamos nuestro ritmo, pero la verdad es que viendo la tele nos sometemos a lo que podríamos llamar un "bombardeo sensorial".
Y en el futuro, con los teléfonos móviles en los coches e incluso en nuestros bolsillos, con los ordenadores portátiles, con el correo electrónico, con las compras por Internet, con la televisión inteligente y la televisión restringida, y con los robots personales, tendremos muchas más maneras de permanecer ocupados y de hacer más cosas en el mismo tiempo, con lo que aumentaran proporcionalmente las expectativas. Podemos conducir un coche y cerrar un negocio, podemos hacer ejercicio y procesar información, podemos leer y mirar la televisión en pantallas divididas en las que podamos ver simultáneamente tres o cuatro programas. Jamás perderemos el contacto con el mundo, aunque... ¿estaremos alguna vez en contacto con nosotros mismos?
Estando de visita hace años en un pueblo de Soria, cuyo número de habitantes podía contarse con los dedos de las dos manos, descubrí una acepción del tiempo. Era un sábado por la
tarde y estábamos hablando con una señora ya mayor acerca de la posibilidad de poder visitar por dentro un preciosa iglesia románica de las muchas que existen por los pueblos de Soria. Nos dijo que la posibilidad estribaba en asistir a misa que precisamente se celebraba los sábados por la tarde. ¿A qué hora es la misa? Le preguntamos. Con una sonrisa fina nos contestó: ¡Cuándo venga el cura!. En estos tiempos que corren la misa no era a una hora fija. Seguimos hablando con ella y al cabo de un rato empezaron a sonar las campanas de la iglesia. Las pocas personas del lugar acudieron a la llamada y se celebró la misa. Sin horario. Increíble, pero una gozada este tipo de vida, aunque tiene otras facetas que seguramente no nos gustarían.
Releyendo de nuevo el estupendo libro “Vivir con plenitud las crisis” de Jon Kabat-Zinn me he encontrado con un párrafo que describe esta sensación de sentirnos envueltos por el tiempo sin poder resistirnos. El libro está escrito originalmente en 1.990 aunque la edición que yo tengo es de 2.003. Desconozco si ha habido revisión. Si no ha sido así este párrafo que más abajo incluyo tenía algo de visionario.
El doctor Kabat-Zinn nos propone cuatro formas de rebelarnos contra esta tiranía:
1. Recordemos que el tiempo es solo un producto de nuestro pensamiento.
2. Vivamos más el presente.
3. Dediquemos un tiempo al día a “ser”, a “meditar”, a “no hacer nada”.
4. Simplifiquemos nuestra vida.
A continuación el párrafo extraído del libro. La frase final no tiene desperdicio.
“En el pasado, las actividades humanas se adaptaban mucho más al ritmo de los ciclos de la naturaleza. Nuestros antepasados no se desplazaban tanto ni viajaban tan lejos. La mayoría moría en el mismo lugar donde había nacido, y todo el mundo conocía a todo el mundo. El día y la noche dictaban los diferentes ritmos vitales. Eran muchos los trabajos que no podían ser llevados a cabo por la noche por falta de luz. Sentarse por la noche alrededor del hogar, única fuente de luz y de calor, proporcionaba a la gente la oportunidad de relajarse. Tenía un efecto calmante además de calorífico. Contemplando las llamas y las ascuas, la mente podía concentrarse en el fuego disfrutando de ese momento, noche tras noche, mes tras mes, año tras año, a lo largo de todas las estaciones, y el tiempo se detenía en el fuego. Quizás el rito de sentarse alrededor de una hoguera haya sido la primera experiencia de meditación que tuvo la humanidad.
En el pasado, la vida de nuestros antepasados estaba regida por los ciclos de la naturaleza. El agricultor solo podía arar una determinada cantidad de tierra al día a mano o con un buey. Una persona solo podía recorrer una determinada distancia andando o a caballo. La gente estaba en contacto con los animales y con las necesidades de estos, y los animales eran los que imponían los límites del tiempo. Si el caballo era realmente valioso para su dueño, este sabía que no podía obligarle a recorrer largas distancias.
Hoy en día, vivimos alejados de los ritmos de la naturaleza. La electricidad nos ha proporcionado luz en la oscuridad, lo que ha generado una distinción mucho menos clara entre el día y la noche, y podemos trabajar después de ponerse el sol si estamos obligados a ello, o si queremos hacerlo. Nunca tenemos que ir más lentos por falta de luz. También contamos con automóviles y tractores, teléfonos y aviones a reacción, radios y televisores, maquinas fotocopiadoras y ordenadores personales y fax. Todos estos aparatos han hecho el mundo más pequeño y reducido de forma exorbitante el tiempo que nos lleva hacer las cosas, encontrarlas, comunicarnos, ir a algún lugar o acabar un trabajo. Los ordenadores han aumentado hasta tal punto nuestra capacidad de trabajo que, aunque por un lado sean liberadores, por otro, nos vemos sometidos a más presiones que nunca para realizar un trabajo de forma más rápida. Las expectativas propias y de los demás aumentan al tiempo que la tecnología nos proporciona el poder de hacer las cosas más deprisa. En lugar de sentarnos por la noche alrededor del fuego en busca de luz y de calor y para mirar algo, ahora podemos abrir y cerrar interruptores y seguir haciendo lo que tentamos que hacer. Después, también podemos mirar la televisión y creer que nos relajamos y que ralentizamos nuestro ritmo, pero la verdad es que viendo la tele nos sometemos a lo que podríamos llamar un "bombardeo sensorial".
Y en el futuro, con los teléfonos móviles en los coches e incluso en nuestros bolsillos, con los ordenadores portátiles, con el correo electrónico, con las compras por Internet, con la televisión inteligente y la televisión restringida, y con los robots personales, tendremos muchas más maneras de permanecer ocupados y de hacer más cosas en el mismo tiempo, con lo que aumentaran proporcionalmente las expectativas. Podemos conducir un coche y cerrar un negocio, podemos hacer ejercicio y procesar información, podemos leer y mirar la televisión en pantallas divididas en las que podamos ver simultáneamente tres o cuatro programas. Jamás perderemos el contacto con el mundo, aunque... ¿estaremos alguna vez en contacto con nosotros mismos?