Allá por mediados de los años setenta del siglo pasado, uno de mis cometidos en el departamento de informática de una gran entidad bancaria española era ocuparme de las impresoras, esas máquinas que estaban todo el día vomitando papel continuo, ese con agujeritos a los lados y generalmente pautado para una mejor legilibilidad dada su anchura, que era considerable, 12 pulgadas nada menos. Aunque el modelo es lo de menos para el conocimiento general, dejaré constancia aquí de que se trataba de una 1403 de IBM.
Las posibilidades de adaptación y de personalización de la impresora eran muy pocas. Teniendo en cuenta que la fabricación era americana, el juego de caracteres estaba formado por las letras, mayúsculas y sin acentos, los números y algunos de los signos del alfabeto inglés o internacional como se daba en llamar en aquellas fechas. Estaban la arroba (@), el signo del dólar ($) y el que los americanos llamaban “number” (#) y que aquí recibía toda clase de acepciones quedando como más popular la de almohadilla. Pero hubo una cosa que me llamó la atención desde el principio, y no fue otra que la inexistencia de la letra, mayúscula, “Ñ”, tan española y con tanto derecho como las demás.
Con un poco de prurito más personal que profesional, empecé a interesarme por el tema. La contestación que obtuve de mis superiores y de los responsables de IBM es que las cosas eran así y que no tenía el asunto mayor importancia. Uno de los trabajos que mayor imagen externa era la impresión de la correspondencia de los clientes, entre los que había algunos en cuyos apellidos figuraba la letra “ñ”. Supongo que para las personas que recibían sus comunicaciones sin su nombre correctamente escrito sí que tendría alguna importancia.
Al no existir la “ñ” en el juego de caracteres de la impresora, se había tomado como medida el sustituirla por la anteriormente mencionada almohadilla, aunque también durante algún tiempo se utilizó el “slash” e incluso el signo del dólar, a juicio y criterio del empleado que tecleaba los datos en los teclados de los terminales bancarios que, lógicamente, tampoco disponían de la controvertida “ñ”. Así, apellidos tan corrientes como PEÑA u OCAÑA podían verse escritos en la correspondencia de los clientes como PE#A, OCA/A o PE$A. Eso cuando el empleado, en un arrebato de que las cosas se parecieran lo más posible a la realidad sustituía la “ñ” por una simple “n”. En el caso de OCAÑA se vería como OCANA pero en el caso de PEÑA el resultado era PENA, cuyo significado era muy distinto al original.
Tomándomelo como una cuestión profesional, indagué la posibilidad de disponer en el juego de caracteres de las impresoras de la letra “Ñ”. Incluso involucré a mis jefes para tomárnoslo como una cruzada contra esa imposición absurda. La andadura fue larga, difícil y costosa, ya que hubo que hacer un encargo especial a la fábrica de IBM en Estados Unidos para que nos mandaran cadenas adaptadas que contuvieran la “Ñ” para nuestras impresoras y además hubo de modificarse el programa de control interno de la máquina para que reconociera e imprimiera el carácter o carácter que decidiéramos con la “Ñ”. Otro problema. Teniendo en cuenta que en la mayoría de los ficheros con titulares, antes no se llamaban bases de datos, las eñes se había puesto como “/” parecía lógico imprimir el “/” como “Ñ” pero esto no se podía hacer, puesto que el slash también se empleaba para otras cosas, tales como los números de expediente que tenían la forma 207/1976, por lo que no podíamos desvestir un santo para vestir otro.
Al final se optó por imprimir la almohadilla como “Ñ”. Recordemos que solo había mayúsculas en aquellos años. La tarea enorme era ahora buscar por todos los ficheros de datos donde hubiera símbolos utilizados como “eñes”, y cambiarlos por almohadillas de forma que al llegar a la impresora tuvieran su “Ñ” además de instruir a los empleados de las oficinas para que a partir de ese momento se utilizara la almohadilla en lugar de la ñ en los datos que se introdujeran a través de los terminales.
Aquello fue un trabajo enorme y supongo que nunca se llegó a acabar del todo. También desconozco si los PEÑA y los OCAÑA se alegraron un poquito cuando les empezaron a llegar sus cartas con su apellido correctamente escrito. Si una entidad bancaria de primer orden no se preocupa de estas cosas, que parecen nimiedades pero que no lo son, quién se va preocupar de ello.
A finales de los setenta empezaron a llegar a los departamentos de informática las primeras impresoras con caracteres programables. Ya que hablamos de modelos diremos que fue la laser 3800, con lo cual cada instalación podía generarse los caracteres que quisiera a su gusto. Incluso diseñamos signos raros que combinados debidamente eran firmas. Aún se tardó un tiempo en empezar a hablar de los juegos de caracteres nacionales y ahí empezó otra lucha para asignar un código binario a las eñes, tanto la mayúscula como la minúscula, a nivel internacional. Pero recordemos que el inglés no tiene acentos, por lo que hubieron de asignarse códigos también a las letras mayúsculas y minúsculas acentuadas.
Para un ordenador es un símbolo completamente diferente la “a” que la “á” . Pero ahí no acababa la cosa, dado que ciertas lenguas disponían de caracteres tan especiales como podía ser nuestra “ñ”, tales como la “Ç” presente en Francia y Cataluña. En fin, un verdadero galimatías hasta que todos los países se pusieron de acuerdo para buscar incluir su letra o signo especial en el código binario. Diré aquí que el código empleado en los grandes ordenadores IBM, y que se sigue empleando, es el EBCDIC que consta de un máximo de 256 posibles códigos, pero no olvidemos que además de las letras y los signos hacen falta códigos para otras muchas cosas, por lo que no había tanto sitio para colocar todos los caracteres que se derivaron de la internacionalización del EBCDIC.
Luego, con la llegada de los ordenadores personales y caseros la cosa estaba un poco más clara, aunque hasta el propio gobierno español se involucró en una cruzada porque los teclados que se vendieran en España tuvieran la “ñ” que al principio ninguno la tenía. La cosa ha avanzado y la prueba es que hasta los dominios en internet pueden tener la “ñ” aunque no hace tanto de esto.
Sin embargo, la cosa no está solucionada del todo. Y si no que se lo digan a los hijos de un buen amigo, Miguel, que se llaman de apellidos SARIÑENA OCAÑA. Todavía no han conseguido que todos sus documentos, incluso los bancarios que reciben, vayan correctamente escritos.
Las posibilidades de adaptación y de personalización de la impresora eran muy pocas. Teniendo en cuenta que la fabricación era americana, el juego de caracteres estaba formado por las letras, mayúsculas y sin acentos, los números y algunos de los signos del alfabeto inglés o internacional como se daba en llamar en aquellas fechas. Estaban la arroba (@), el signo del dólar ($) y el que los americanos llamaban “number” (#) y que aquí recibía toda clase de acepciones quedando como más popular la de almohadilla. Pero hubo una cosa que me llamó la atención desde el principio, y no fue otra que la inexistencia de la letra, mayúscula, “Ñ”, tan española y con tanto derecho como las demás.
Con un poco de prurito más personal que profesional, empecé a interesarme por el tema. La contestación que obtuve de mis superiores y de los responsables de IBM es que las cosas eran así y que no tenía el asunto mayor importancia. Uno de los trabajos que mayor imagen externa era la impresión de la correspondencia de los clientes, entre los que había algunos en cuyos apellidos figuraba la letra “ñ”. Supongo que para las personas que recibían sus comunicaciones sin su nombre correctamente escrito sí que tendría alguna importancia.
Al no existir la “ñ” en el juego de caracteres de la impresora, se había tomado como medida el sustituirla por la anteriormente mencionada almohadilla, aunque también durante algún tiempo se utilizó el “slash” e incluso el signo del dólar, a juicio y criterio del empleado que tecleaba los datos en los teclados de los terminales bancarios que, lógicamente, tampoco disponían de la controvertida “ñ”. Así, apellidos tan corrientes como PEÑA u OCAÑA podían verse escritos en la correspondencia de los clientes como PE#A, OCA/A o PE$A. Eso cuando el empleado, en un arrebato de que las cosas se parecieran lo más posible a la realidad sustituía la “ñ” por una simple “n”. En el caso de OCAÑA se vería como OCANA pero en el caso de PEÑA el resultado era PENA, cuyo significado era muy distinto al original.
Tomándomelo como una cuestión profesional, indagué la posibilidad de disponer en el juego de caracteres de las impresoras de la letra “Ñ”. Incluso involucré a mis jefes para tomárnoslo como una cruzada contra esa imposición absurda. La andadura fue larga, difícil y costosa, ya que hubo que hacer un encargo especial a la fábrica de IBM en Estados Unidos para que nos mandaran cadenas adaptadas que contuvieran la “Ñ” para nuestras impresoras y además hubo de modificarse el programa de control interno de la máquina para que reconociera e imprimiera el carácter o carácter que decidiéramos con la “Ñ”. Otro problema. Teniendo en cuenta que en la mayoría de los ficheros con titulares, antes no se llamaban bases de datos, las eñes se había puesto como “/” parecía lógico imprimir el “/” como “Ñ” pero esto no se podía hacer, puesto que el slash también se empleaba para otras cosas, tales como los números de expediente que tenían la forma 207/1976, por lo que no podíamos desvestir un santo para vestir otro.
Al final se optó por imprimir la almohadilla como “Ñ”. Recordemos que solo había mayúsculas en aquellos años. La tarea enorme era ahora buscar por todos los ficheros de datos donde hubiera símbolos utilizados como “eñes”, y cambiarlos por almohadillas de forma que al llegar a la impresora tuvieran su “Ñ” además de instruir a los empleados de las oficinas para que a partir de ese momento se utilizara la almohadilla en lugar de la ñ en los datos que se introdujeran a través de los terminales.
Aquello fue un trabajo enorme y supongo que nunca se llegó a acabar del todo. También desconozco si los PEÑA y los OCAÑA se alegraron un poquito cuando les empezaron a llegar sus cartas con su apellido correctamente escrito. Si una entidad bancaria de primer orden no se preocupa de estas cosas, que parecen nimiedades pero que no lo son, quién se va preocupar de ello.
A finales de los setenta empezaron a llegar a los departamentos de informática las primeras impresoras con caracteres programables. Ya que hablamos de modelos diremos que fue la laser 3800, con lo cual cada instalación podía generarse los caracteres que quisiera a su gusto. Incluso diseñamos signos raros que combinados debidamente eran firmas. Aún se tardó un tiempo en empezar a hablar de los juegos de caracteres nacionales y ahí empezó otra lucha para asignar un código binario a las eñes, tanto la mayúscula como la minúscula, a nivel internacional. Pero recordemos que el inglés no tiene acentos, por lo que hubieron de asignarse códigos también a las letras mayúsculas y minúsculas acentuadas.
Para un ordenador es un símbolo completamente diferente la “a” que la “á” . Pero ahí no acababa la cosa, dado que ciertas lenguas disponían de caracteres tan especiales como podía ser nuestra “ñ”, tales como la “Ç” presente en Francia y Cataluña. En fin, un verdadero galimatías hasta que todos los países se pusieron de acuerdo para buscar incluir su letra o signo especial en el código binario. Diré aquí que el código empleado en los grandes ordenadores IBM, y que se sigue empleando, es el EBCDIC que consta de un máximo de 256 posibles códigos, pero no olvidemos que además de las letras y los signos hacen falta códigos para otras muchas cosas, por lo que no había tanto sitio para colocar todos los caracteres que se derivaron de la internacionalización del EBCDIC.
Luego, con la llegada de los ordenadores personales y caseros la cosa estaba un poco más clara, aunque hasta el propio gobierno español se involucró en una cruzada porque los teclados que se vendieran en España tuvieran la “ñ” que al principio ninguno la tenía. La cosa ha avanzado y la prueba es que hasta los dominios en internet pueden tener la “ñ” aunque no hace tanto de esto.
Sin embargo, la cosa no está solucionada del todo. Y si no que se lo digan a los hijos de un buen amigo, Miguel, que se llaman de apellidos SARIÑENA OCAÑA. Todavía no han conseguido que todos sus documentos, incluso los bancarios que reciben, vayan correctamente escritos.