Buscar este blog

sábado, 23 de enero de 2010

MOVILES

Aunque últimamente se ha generalizado su uso como sustantivo, la palabra móvil es un adjetivo que en una de sus más amplias acepciones significa “que puede moverse o se mueve por sí mismo”. El uso actual al que me refiero es la abreviatura aplicada a un dispositivo que cada día de forma más frecuente nos acompaña a todos y a todas incluso en los momentos más íntimos y delicados. No en vano ha habido alguna indicación atribuida a operadores de centros de atención al cliente de que las personas tengan a bien no atender el teléfono cuando están en el excusado, ya que los “ruidos” se escuchan también a través de los sofisticados micrófonos de que están dotados estos aparatos y no son nada agradables como fondo de una conversación.

Así pues cuando decimos “móvil” estamos ahorrando saliva evitando decir “teléfono móvil” o aparato portátil de un sistema de telefonía móvil. También podríamos decir CAU o CAC cuando nos referimos a un centro de atención a clientes o usuarios pero esto está menos generalizado.

De siempre he sido alérgico al aparatito ese. Me he resistido todo lo que he podido a portar uno de forma permanente pero los nuevos usos y costumbres y además un cambio en mi actividad profesional me han casi forzado a llevar uno acoplado al cinturón de forma permanente. En sí el trasto no es malo, como tampoco es mala una pistola, estribando el problema en el uso que le demos según en qué circunstancias o contextos. Reconozco que brinda al usuario unas posibilidades enormes de hablar y conectarse con el mundo pero a la vez brinda a los demás la posibilidad de “disponer” de mí en cualquier momento y lo que es peor, en cualquier lugar como ya he comentado anteriormente. ¿O es Vd. de los que deja el móvil encima de la mesa cuando va al servicio? Si se lo lleva al servicio o sitio similar, ya sabe que según la conocida ley de Murphy será en el momento exacto en el que suene.

Suelo utilizarlo con toda la mesura que puedo, tanto cuando llamo yo como cuando me llaman a mí. Más que nada por las exorbitadas y guadianesas tarifas que han marcado las operadoras. Sin embargo hay situaciones en las que he caído en la trampa. No siempre se puede atender el teléfono en cualquier momento, ya que hay algunos en los que la educación para con los que te estás relacionando exige no prestarle atención. El otro día sin ir más lejos estaba en una reunión cuando recibí la llamada de un cliente. Me enteré por la vibración, que listos son con esto de la vibración pues en otro caso estaría apagado, pero no pude y no quise prestarle la más mera atención, así que vibró y vibró hasta que el interlocutor de otro lado se cansó o comprendió que no podía atenderle. Esto es un poco frustrante y tendemos a pensar que nuestro destinatario ha identificado la llamada y simplemente no quiere cogerlo.

Pero ya se encarga de recordarte que “hay una llamada perdida” de tal o cual número y o persona. Así que al salir de la reunión llamé y tuve que estar, con todo el dolor de mi corazón, más de veinticuatro minutos hablando, lo que supondrá unos cuantos euros en la factura de fin de mes, factura que la gente paga alegremente sin protestar y sin hacer nada en pos de una rebaja en unas tarifas a todas luces abusivas y desorbitadas.

Estos “paratos” se han colado en todos lados. Es relativamente frecuente estar asistiendo a los oficios religiosos del domingo o a una conferencia o incluso en el cine y ver como la gente se levanta y se sale comenzando la conversación antes incluso de abandonar el recinto, eso cuando no hablan sin moverse. Es de suponer que son llamadas urgentes, ineludibles e inexcusables y que les va la vida en ello. Yo me pregunto cómo se hacía antes cuando uno se iba al cine y disfrutaba de la película de principio a fin sin que nadie tuviera la posibilidad de interrumpirle, ni siquiera mediante una sugestiva vibración. Yo simplemente apago el aparato cuando me veo en situaciones como las comentadas y otras que surgen como estar dando clase durante varias horas o estar en procesos de terapia de grupos donde no parece ni medio educado atender una vibración o una llamada, ni siquiera para ver quién llama.

Me gusta aprovechar mi desplazamiento diario en el transporte público para dedicarme a mi afición favorita: la lectura. Pero cada vez es más difícil, pues la gente aprovecha para darle a la lengua, generalmente en tonos de voz más altos de lo normal, y contar sus interioridades para que todo el mundo las oiga y a mí me distraiga de mi lectura. Antes esto solo ocurría en el autobús, pero las empresas se han debido dar cuenta de que la gente se aburre en los transportes públicos y ha dotado al metro también de cobertura por lo que tampoco en este medio se puede leer con tranquilidad. Suele ser frecuente la llamada inicial a la persona con la que se quiere contactar diciendo que acaba de iniciar el viaje y que le devuelva la llamada. ¿Quién paga estas llamadas? Me temo que no siempre los que hablan y hablan minutos y minutos.

Otra de las cosas a las que asocio el aparatito este es la improvisación. A modo de ejemplo, cuando antiguamente en mi trabajo había que preparar cosas con antelación para que las llevaran a cabo otros, la minuciosidad y el detalle si se quería que todo funcionase rayaba en lo espartano. Con la llegada de los teléfonos móviles y la posibilidad de estar localizado en cualquier momento y lugar, la improvisación ha llegado: si ocurre algo no previsto se llama y se soluciona en el momento.

Para las citas ocurre lo mismo, “quedamos en el móvil” o “cuando llegue te hago una perdida” son frases de lo más corriente en lugar de establecer una hora y un lugar como se hacía antaño. En esto hemos….. ¿mejorado?

Y luego está todo el negocio alrededor de ellos: servicios, ofertas, posibilidad de comprar y pagar, etc.etc. Yo llevo varios días recibiendo un mensaje diciendo que tengo disponible un mensaje MMS que no puedo recibir porque no tengo activo el servicio, por lo que debo de mandar yo uno de ese tipo para activarlo. Van listos, se van a gastar un tiempo y un dinero en seguir mandándome el mensajito, pues yo ni sé lo que es un mensaje MMS ni, lo que es peor, quiero saberlo, por lo que me extraña mucho que intente mandar uno. Pero reconozco que soy un espécimen raro en este asunto y que fomento mi alergia hasta límites que se vuelven en contra mía al no “disfrutar” de las posibilidades que me ofrecen estos “paratos” y que van mucho más allá de la pura telefonía y que yo me empeño en rechazar.