Hace algunos años y durante un viaje de vacaciones por la zona central del Reino Unido tuve la oportunidad de entrar en contacto con un sistema de canales de navegación que allí utilizaban únicamente para temas de ocio. Mientras paseaba observé una barcaza en uno de estos canales, larga y estrecha como ella sola, que estaba maniobrando para entrar en una esclusa. Las esclusas son esos mecanismos ingeniosos, silenciosos y baratos que suplen el más moderno invento del ascensor y que permiten a todo un barco, del tamaño que sea, subir o bajar para salvar un desnivel entre dos zonas de agua.
Las esclusas tienen un mecanismo como digo sencillo y fascinante. En cualquier sitio en internet se puede encontrar una explicación animada de cómo funcionan. En todo caso es fundamental en ellas que tanto los portones de ambos lados como las portillas de evacuación o llenado funcionen correctamente y corten o permitan el flujo de agua de forma fácil cuando lo deseemos. Al estar en contacto permanente con el agua, y con el barro del fondo, el mantenimiento es fundamental y no siempre se realiza a tiempo y en forma.
Retomando el relato iniciado, estaba observando la barcaza en su maniobra de aproximación a la esclusa. En ella viajaban un padre con dos hijos pequeños, niño y niña, como de unos seis o siete años. Mientras el padre maniobraba y dirigía la barcaza, los niños saltaron a tierra para, con una manivela, cerrar la portilla que permitiría el llenado de la esclusa. La portilla debía de estar atorada por el barro en el fondo, por lo que los niños no tenían suficiente fuerza para cerrarla completamente, por lo que al no estar cerrada del todo, el llenado de agua no se podía producir y no podían seguir su camino.
Me brindé a ayudarles y con no poco esfuerzo conseguí cerrar la compuerta, con lo que abrimos los portillos de llenado y el barco ascendió suavemente hasta el nivel que, una vez abierta la otra compuerta, le permitía seguir su camino. La familia me quedó muy agradecida y me invitó a subir al barco y navegar un rato con ellos. Al final el canal describía un círculo y acababa en un pequeño lago artificial muy cercano al centro de la población donde nos encontrábamos, que era donde esta familia pensaba atracar el barco y pasar un par de días en su “apartamento flotante”.
La experiencia fue enriquecedora y agradable. Yo iba con mi mujer y mi hijo pequeño que aunque no se entendía con los niños ingleses hizo buenas migas en las dos horas que tardamos en llegar, pasando otras dos esclusas, al punto de destino.
Al parecer el sistema de estos canales es bastante amplio en el centro de Inglaterra y se mantienen, más o menos, para su uso en forma de ocio. Creo que en Francia y Holanda hay zonas donde también existen estos canales. Las barcazas se alquilan y son pequeños apartamentos flotantes donde se puede hacer la vida durante unos días recorriendo la zona por estas “carreteras de agua”. Unas bicicletas adicionales permiten desplazarse desde el lugar donde hayamos atracado el barco aunque como en este caso los canales pasan por o muy cerca de las localidades. Serían unas bonitas vacaciones en un medio de transporte inusitado y tranquilo que permite observar el paisaje pausadamente y disfrutar de él.
En España, que yo sepa, no existen este tipo de canales. Realmente existe uno en la zona centro denominado el Canal de Castilla. En algunas ocasiones en mis viajes e coche había tomado contacto con él pero sin más. Este canal fue un intento de obra faraónica que en su diseño original intentaría conectar fluvialmente la capital Madrid con Santander para permitir el trasiego de mercancías. No es cuestión de entrar en detalles que pueden facilmente hoy día consultarse en internet, pero el proyecto data de 1751 y al final se consiguieron crear a pico y pala más de doscientos kilómetros de un canal de gran anchura y relativa profundidad que se extiende en tres ramales por las provincias de Valladolid y Palencia principalmente. La obra fue ingente no solo en la excavación del canal sino en las construcciones adicionales necesarias tales como exclusas, puentes, acueductos y casas auxiliares.
Uno de los ramales finaliza en Medina de Rioseco. Hoy en día el canal solo tiene usos recreativos, como el alquiler de piraguas o dar un paseo en un barco eléctrico que permite navegar por el canal y según la modalidad salvar hasta dos esclusas. Un viaje agradable y tranquilo donde te explican las vicisitudes y características de la obra y te hacen retrotraerte a épocas pasadas donde las barcas cargadas de mercancías eran arrastradas por mulos y caballerías de un pueblo a otro permitiendo y desarrollando el comercio.
Un pero que poner al barco es que es cerrado, con lo que normalmente tienes que ir sentado viendo el paisaje a través de las ventanas. Con mi espíritu inquieto me resistí a ello y conseguí que el patrón, Roberto, me dejase sentar en la proa en la parte exterior y disfrutar del paisaje sin ningún obstáculo por delante. Al menos en esa zona, los laterales del canal disponen de unos estupendos y atrayentes caminos que permiten el paseo, la bicicleta o la carrera entre arboledas en un entorno muy agradable, salvo en esta época en que los mosquitos pueden hacerte desistir. La segunda esclusa a la que llegamos con el barco dista de la dársena inicial 8,9 kilómetros lo que es una buena idea para una marcha a pie en otoño, o en una época en que no haya mosquitos.
El QUIZOTE
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