Quién más quién menos cuando va a comprar o le regalan algo le gusta recibirlo precintado. Es una agradable sensación la percibida cuando sabemos o creemos que lo que hemos adquirido no ha sido usado ni manipulado por otros, salvo unas pruebas de funcionamiento indispensables que deberían haber sido realizadas en la fábrica o donde se haya montado el producto. Es parte de la magia de una nueva posesión.
Hay una diferencia grande entre vender y despachar. Bien es verdad que hoy en día cada vez más lo que se hace es despachar y el vendedor se limita a entregarte aquello que le has pedido sin más. Los consumidores cada vez acuden o acudimos más preparados a comprar las cosas y no es infrecuente que en muchos casos sepamos más de los productos que el propio dependiente de la tienda que nos los vende, eso si existe tienda y no estamos comprando por Internet.
Dado que muchos sabemos cómo se trabaja hoy, el precinto no es ninguna garantía de que lo que venga dentro esté correcto. Las grandes cadenas de montaje y el estrés al que están sometidos los trabajadores, con salarios de unos cuantos yenes o pesetas por semana, no garantizan una calidad de lo envasado ni certifican que todo lo que tiene que estar esté realmente.
La semana pasada acudí a unos grandes almacenes a comprar un “notebook”, un pequeño ordenador ultraportátil. La empleada que me lo entregó, en este caso me lo despachó, se mostró muy sorprendida cuando, con toda tranquilidad, abrí el precinto y desparramé el contenido de la caja por encima del mostrador, para comprobar que el ordenador, la batería, el cargador, el CD con los manuales, el libro de instrucciones, la garantía y demás "achiperres" que deberían estar realmente estaban.
Lo normal es que esté todo y esté bien, pero no siempre ocurre así y el hecho de que uno se muestre cauto, quizá hasta desconfiado, en estos temas es debido a experiencias personales sufridas en el pasado y que acabaron felizmente, pero no sin cierta desazón.
La primera de ellas fue hace casi veinte años. Debido a cambios personales en mi vida que me hicieron casi partir de cero en muchos aspectos, acudí a unos grandes almacenes, concretamente El Corte Inglés, a comprar una colección de diez discos de música clásica que aún conservo y escucho, eso sí, digitalizados en un disco duro, que los soportes en CD se van quedando un poco obsoletos. A lo que íbamos, el paquete de diez discos venía debidamente precintado con su celofán. AL llegar a casa me hice el propósito firme de escucharlos que ya sabemos lo que pasa cuando se compran colecciones de este tipo, que al cabo de los años siguen en las estanterías sin haber sido usados ni siquiera una vez. Intentaba cada día oír un disco completo y cual fue mi sorpresa, pasados unos días, que al abrir la caja del quinto disco estaba vacío. Vivía solo, había desprecintado yo mismo el paquete de diez, no había usado ese disco con anterioridad……. ¿Dónde estaba el disco? Se me quedó la cara a cuadros. La única explicación posible es que no hubiera sido metido en la caja en donde hubieran preparado y precintado el paquete.
No sabiendo como acometer el tema, ya que como digo habían pasado varios días desde la compra, volví a El Corte Ingles y conté el problema al dependiente encargado de esa sección. No daba crédito a lo que le contaba y cualquiera hubiera pensado que era un caradura que quería disponer de un segundo disco gratis. La colección era buena y como no vendían los discos sueltos la única posibilidad era adquirir otra colección entera, a lo que yo incluso estaba dispuesto. Debí ser convincente o ser mi día de suerte porque el dependiente se avino a cambiarme mi colección mutilada por una nueva, la única que les quedaba en stock. ¿Imaginan lo que ocurrió? Tanto yo como él procedimos a desprecintar in situ el paquete y para mi credibilidad también faltaba el CD número cinco. Tuve que volver al cabo de unos días ya a por ese disco solo que tuvieron que pedir a la discográfica. Menos mal que era El Corte Inglés, que el dependiente era un vendedor y no un “despachante” y que supongo que cuando hablaran con el proveedor y les contaran el caso la retirada y/o revisión de los paquetes en el resto de tiendas y comercios sería inmediata.
El segundo “sucedido” de este estilo fue hace tres o cuatro años con motivo de adquirir un disco multimedia en “Menaje del Hogar”. Tras comprar el disco me marché al metro y allí mientras volvía a casa abrí el paquete, que no estaba precintado, para extraer el folleto con las características y el modo de ponerlo en marcha. Cúal fue mi sorpresa cuando el disco no estaba. Estaba todo lo demás, entre otras cosas un transformador que pesaba y sigue pesando lo suyo y que pudo despistar la ausencia del disco en el peso general del paquete. Me bajé en la siguiente estación, retrocedí por mis pasos y volví a la tienda. Cuando le conté el caso al dependiente que me había atendido instantes antes, noté que su reacción no era todo lo buena que cabía esperar y pensé que iba a tener problemas. Menos mal que un directivo, de un nivel superior, con calma y tiento, llegó a averiguar que el número de serie que venía impreso en la caja se correspondía con el aparato que estaba en la exposición. Me recogieron la caja, me pidieron disculpas y allí por primera vez procedí a desprecintar el paquete, este sí lo traía, y revisar el contenido, cosa que vengo haciendo desde entonces. Por si acaso. Parece que tuve que tropezar dos veces en la misma piedra para aprender la lección.
Los precintos son importantes. En temas como alimentación o medicamentos a nadie se le ocurriría beber de una botella que hemos comprado en el supermercado y que estuviera abierta o lo mismo en un tema de medicamentos. En aparatos electrónicos la cosa no es tan grave pero si nos pusiéramos a pensar en CSI o cualquier tipo de novela fantástica de estas que pululan por ahí, el asesino habría metido una bomba dentro del aparato que se activaría al ponerlo en marcha ….