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lunes, 15 de noviembre de 2010

NEPOTISMO


En las pocas ocasiones en que leo, o más bien ojeo, la prensa diaria, una de las secciones que más llama mi atención es la de “Cartas al Director. Sin bien se publican pocas y estas son escogidas según los criterios editoriales del diario en cuestión, las opiniones vertidas por la gente de a pié siempre aportan nuevos puntos de vista sobre temas de actualidad. En uno de los diarios gratuitos de hoy aparece una carta titulada “El favoritismo del progenitor” en la que se alude al caso de haber sido nombrada directora general de un banco en otro país a la hija del director general del banco matriz en este. A tenor de lo indicado en el diccionario, a este caso no le sería de aplicación estricta el concepto de nepotismo, ya que no se refiere a la “cosa” pública, al tratarse de una empresa privada. Apostillaría yo que privada para unas cosas y para otras no tanto, aunque en este caso el banco objeto de la noticia ha demostrado su solvencia y buena salud y no ha tenido que acudir a las ubres de mamá estado, como han hecho otros y siguen haciendo con uniones, fusiones u otras operaciones de cirugía financiera que consiguen que la cosa siga igual o parecida, hasta la próxima crisis.


Nepotismo o asimilado, la carta acaba con una frase que me ha hecho recordar mis inicios laborales en una caja de ahorros. La frase en cuestión es “Es una pena comprobar que en temas como este seguimos en la España de los setenta”.

Por la primavera de 1972 estaba acabando mis estudios de COU y no tenía muy claro si iba a poder seguir estudios universitarios, pues la situación familiar, en su aspecto económico, no era la más adecuada. Si bien yo laboraba compaginando con mis estudios de bachillerato desde hacía cuatro años y aportaba algo al sustento familiar, el esfuerzo que hubiera supuesto mi formación universitaria hubiera sido excesivo. Me enteré de que estaban convocadas para después de verano sendas oposiciones para auxiliar administrativo de banca y caja de ahorros. Decidí ponerme al día a toda prisa en los programas de esas oposiciones, entre los que recuerdo haber estudiado contabilidad, métodos bancarios, matemática bancaria, geografía, política y cosas tan curiosas como aprenderme de memoria los “Veintisiete puntos de la Falange de Jose Antonio”. Creo recordar que eran veintisiete o un número similar y entraban el programa de oposición de la caja de ahorros. Era otra época.

Tras un verano intenso aprobé las dos oposiciones a las que me presenté: una era para el Banco Español de Crédito, a la que renuncié y la otra era para una caja de ahorros, que aprobé aunque nunca lo hubiera creído si en esa empresa o entidad hubiera imperado el favoritismo al que alude la carta al director en su último párrafo. Más bien fue todo lo contrario.

Ni yo ni mis familiares conocíamos a nadie en la dirección de la caja que nos pudiera “enchufar” según el vulgo decía y sigue diciendo. La única plaza ofertada era para la oficina de un pueblo y nos presentamos veinte candidatos al concurso oposición. La primera decepción fue el comprobar que seis de los aspirantes ya eran empleados de la caja de ahorros, dos de ellos botones y los otros cuatro auxiliares administrativos. Al preguntarles poco más o menos acerca de qué hacían allí, me contestaron que la caja, su empresa, les obligaba a presentarse a la oposición, y sin ninguna mejora de puntos, simplemente para trasladarse de oficina. Es decir, ya eran auxiliares administrativos de oficina pero la plaza ofertada les venía mejor por distancia o por otras consideraciones. La verdad es que aún con la perspectiva de hoy día, esto parecía un poco extraño, cuando menos, exagerado.

Más extrañado quedé cuando obtuve el primer lugar en la oposición y por tanto la plaza fue para mí, empezando a prestar mis servicios con fecha 2 de octubre de 1972 en una oficina en la que estábamos tres personas: el jefe, un botones y el que suscribe. Como puede deducirse, todos estos hechos son lo más alejado a lo que pudiéramos llamar favoritismo en la concesión de la plaza. Fue un examen legal y o bien tuve más suerte o bien me había preparado mejor que el resto.

Pero aquí no quedan mis recuerdos ni mi extrañeza. Cuando fui avisado y me presenté en el departamento de personal, que ahora sería de recursos humanos, a pasar el reconocimiento médico y firmar el contrato, la sorpresa fue mayúscula. Han pasado casi cuarenta años pero lo recuerdo con una viveza tal que parece que estuviera ocurriendo ahora mismo. Me recibió personalmente el jefe de personal que era Dn. Eloy Rivas Fresnedo, me dio la enhorabuena y me dijo que las recomendaciones y enchufes estaban fuera de lugar en esa entidad y que por ello me felicitaba en la confianza de que había ganado la plaza en buena y limpia lid. Más adelante supe que los empleados le conocían con el sobrenombre de “el zorro plateado” por su abundante pelo ya canoso y su astucia sin par.

Un año después los métodos seguían igual. Se convocó una oposición interna de nueve plazas para acceso al servicio electrónico que así se llamaba lo que hoy son departamentos de informática o centros de cálculo. Otra vez fue un examen limpio al que se presentaron más de seiscientos empleados. A finales de esa década, con un nuevo director general y un nuevo jefe de personal, las cosas empezaron a cambiar y ya tuvieron lugar las contrataciones personales a dedo y los traslados sin oposición por medio. Con esto contradigo un poco esa frase final ya que al menos en mi caso y mi experiencia, el enchufe hubiera sido contraproducente.

La imagen que acompaña a esta entrada es una curiosidad: mi primera nómina en aquella caja de ahorros correspondiente a los meses de octubre y noviembre de 1972. Era una tira alargada y estrecha de unos ochenta centímetros de largo que recibías junto con el dinero contante y sonante. Se podían hacer sisas, otro día hablaremos de ello.