Ponerse a investigar sobre algo hoy en día es como entrar en una espiral hacia un pozo sin fondo. A los mandos de un teclado en el ordenador con conexión a internet, va apareciendo ante nosotros información de todo tipo que debemos de valorar y estudiar, pero en una sucesión que es en muchos casos inabordable, teniendo que tomar la decisión de parar en algún momento so pena de sucumbir ante el aluvión. Siempre se pueden tomar notas y volver sobre ello más adelante.
Cuando accedí a mi primer trabajo remunerado de una cierta entidad, como administrativo en la oficina de una empresa de construcción, la calculadora de que disponíamos para revisar las cuentas, que la mayoría de las veces se hacían primero de cabeza, era una de la marca Olivetti, mecánica por supuesto, de aquellas que había que dar a la palanca que hacía subir hacia arriba unos bloques metálicos que iban componiendo el resultado. Eran los años sesenta del siglo anterior, época de mucho bolígrafo, poca pluma, máquina de escribir, papel de carbón para hacer las copias y goma de borrar, copia por copia, si metías la pata.
Por aquellos años, esta empresa estaba hermanada con otra para acometer las obras de cierta envergadura. Yo acudía casi diario a la oficina de la otra empresa a intercambiar información, partes de obra por lo general. Esta oficina estaba regentada por un señor llamado Nicanor Díez, de cierta envergadura circular con sudoración fácil y con movimientos pausados en su caminar, pero con una cierta aristocracia en su porte y que gustaba de usar pajarita a diario. En esta oficina, la calculadora que se usaba era una de la marca FACIT, algo más moderna que la de la fotografía que ilustra esta entrada. Nicanor la manejaba con una presteza y velocidad envidiable, daba gusto verle, siendo como un avanzado mecanógrafo de esta calculadora que la ponía a cien por hora sacándola todo el partido que se podía.
Y es que manejar esta calculadora tenía su aquel. Hacía falta echarle cabeza si no se quería alargar el tiempo y el gasto de energía física dedicada a las operaciones al tener que estar dando vueltas a la manivela como si fuera un ventilador. Aunque yo no tenía que usar esa máquina en mis visitas a esa oficina, mostré interés por su uso y Nicanor se avino a dejarme utilizarla y me dio unas reglas básicas importantes que facilitaban el manejo. Recuerdo el ejemplo que me puso para multiplicar un número nnn por dieciocho: “metes nnn, desplazas carro uno a la izquierda, dos vueltas positivas de manivela, que es como multiplicar por veinte, desplazas carro uno a la derecha y dos vueltas negativas que es como restar dos veces, con lo cual ya lo tienes, veinte menos dos dieciocho”. Impresionante, y en una sola palabra. Lo normal hubiera sido meter nnn, dar ocho vueltas positivas a la manivela, desplazar carro uno a la izquierda y dar una vuelta positiva. Ambas operaciones daban el mismo resultado pero en la segunda se tardaba un poco más ya que se daban nueve vueltas mientras que en la forma abreviada se daban solo cuatro. Economía en las operaciones.
Aquella oficina se desmontó a finales de los sesenta y tanto Nicanor como su máquina de hacer números desaparecieron. Ya entrado este siglo, hará unos cinco años, unos amigos y vecinos de urbanización, Alfonso y Mercedes, se trasladaron a una casa nueva y nos invitaron a visitarles. Al llegar al salón de su casa la vi, estaba allí, una FACIT más antigua que la que yo recordaba haber usado. Mostré mi interés por ella y me la dejaron operar y toquetear. Funcionaba a la perfección y yo disfruté cual enano haciendo sumas, restas y multiplicaciones al tuntún y recordando los viejos tiempos y las instrucciones de Nicanor. Como un niño con un juguete nuevo en estos tiempos de ordenadores, donde las máquinas de calcular y de escribir han desaparecido y nuestros hijos ni saben que existieron.
Así quedó la cosa hasta hace unos días, antes de Navidad, en que tuve una actividad conjunta con Mercedes en la que me dejó de piedra al presentarse con una bolsa negra, muy pesada, que me dijo que era un regalo para mí de parte suya y de su marido. Habían considerado que la FACIT estaría mejor en mis manos que como objeto decorativo en su salón. Una sorpresa y un regalo que no sé si tendrá algún valor material en el mercado pero que espiritualmente para mí es de suma importancia y que nunca sabré como agradecerles.
Ahora está en mi salón. La máquina perteneció al padre de Alfonso y por lo que he podido encontrar en mi acceso a la red, es un modelo TK que se fabricaba en Suecia a finales de los años 40 del pasado siglo. Si bien funcionaba perfectamente, la he desmontado, limpiado y engrasado un poco. Más de setenta años contemplan al juguete, que sigue en plena forma. Un buen anti-ejemplo de
OBSOLESCENCIA PROGRAMADA que ya comentábamos antes en este blog. Pesa más de seis kilos y el sonido mecánico de sus teclas y sus engranajes al hacer las operaciones es como música celestial comparable a la mejor serenata.
Ahora tengo que seguir indagando en la red, pues Nicanor no me contó cómo se hacían las divisiones ….