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domingo, 17 de marzo de 2013

SHOW&TELL


He preferido dejar el título en inglés pues es en Norteamérica y Australia donde más practican este “juego”, que no lo es tal, por la importancia que tiene el posterior desarrollo de los niños. La traducción al español podría ser algo así como “muestra y cuenta”. Es una actividad muy común en esos países entre las actividades de la enseñanza primaria. Consiste en que un niño lleve al colegio algún objeto que le motive especialmente y cuente cosas relacionadas con él durante unos minutos al resto de compañeros de la clase y a su profesora. Con posterioridad, atenderá las preguntas que sobre el tema le formulen respondiendo y aclarando aquellos aspectos que no se hayan comentado. El formato es como un juego pero es un entrenamiento fundamental de algo que a muchas personas se les atraganta cuando tiene que hacerlo: hablar en público.


Hace un par de años que supe de la existencia de esta actividad. Fue con motivo de ver una formidable y entrañable película, “Siempre a tu lado, Hachiko”, estrenada en 2009 y protagonizada por Richard Gere sobre una historia real de un perro japonés llamado Hachiko y de la que ya existía una película más antigua, de 1987, titulada “Hachiko monogatari”. En los comienzos de la película se muestra a un niño contando a sus compañeros de clase la historia de un perro que perteneció a su abuelo y que es la trama de la película. Como digo, una película familiar muy recomendable.
Me llamó la atención de esa actividad escolar, mostrada muy brevemente como digo al principio de la película, y realicé algunas indagaciones que me llevaron a descubrir todo un mundo muy interesante que explica por qué, de forma general, a los norteamericanos se les da de rositas hablar en público mientras que a los europeos nos cuesta un montón, amén de que hay algunas personas a las que les resulta imposible o cuando se ven forzadas a hacerlo muestran unos signos de nerviosismo que son percibidos por la audiencia y estropean de alguna forma la comunicación.


La psicología ha estudiado mucho el tema y hay variados programas de entrenamiento para vencer la ansiedad que produce el tener que hablar en público. En los tiempos actuales de la comunicación por doquier, cada vez más personas se ven obligadas a intervenir en actos públicos. No pensemos en profesores que pueden estar acostumbrados en su día a día sino en meros profesionales que por el simple intercambio de ideas entre colegas se ven obligados a asistir a alguna convención y exponer en público sus interesantes conocimientos.


Ni corto ni perezoso y una vez que supe algo sobre el tema, preparé un pequeño informe y se lo hice llegar a la profesora de mi hija, que cursaba cuarto de primaria. Yo pensaba que no me iba a hacer ni caso pero me llevé un formidable chasco. Acogió la idea con mucho cariño y en las clases de tutoría hizo la actividad con todos y cada uno de los niños. A mi hija la tocó la primera y llevó la foto de un conejito que teníamos en casa y contó toda su historia. El resto de los compañeros fueron llevando objetos o fotos de los mismos y contando sus particulares historias. Con un formato de juego, los niños no estaban haciendo otra cosa que entrenarse a hablar en público y vencer la ansiedad que este tipo de actuaciones generan. Al año siguiente, con el cambio de profesora, la actividad cesó y aunque intenté de nuevo que se relanzara, no tuvo la suficiente acogida y ha quedado en el olvido. Supongo que no está en los programas oficiales ni nunca lo estará. Este tipo de actividades, fundamentales en el futuro en la vida diaria de muchas personas no están incluidas en esos conceptos de “educación para la ciudadanía” que versan sobre otras cosas.


En mi caso no tengo ningún problema en hablar en público. Otra cosa es que lo que diga sea interesante o no pero eso es distinto. Sin embargo hay situaciones y situaciones. La más fuerte que recuerdo tuvo lugar en 1988. Había participado en un libro de fotografías que iba a ser presentado en público en un sencillo acto. La cosa fue yendo a mayores y al final la presentación se produjo en un teatro, abarrotado de público, en el que se fueron mostrando proyectadas las fotografías durante la intervención de los cuatro presentadores, algunos de la talla del fallecido director de cine Angelino Fons o del escritor Jose María Suárez Campos. A mí me tocó la parte de hablar en nombre de los autores y yo mismo me enrollé la soga al cuello: no me parecía correcto leer la intervención de un papel y desde el primer momento me conjuré para hacerla en vivo y en directo, sin una mísera nota. Tuve mis días de preparación y entrenamiento, en los que lo veía todo blanco o todo negro, pero al final la cosa salió muy bien, muy espontánea y directa, y a la salida la gente me felicitó no tanto por lo que había dicho sino por hacerlo sin ningún tipo de ayuda o guión. Conservo el video de aquel acto, del que han transcurrido 25 años, y me gusta verlo de vez en cuando.


Últimamente estoy dando alguna charla sobre temas relacionados con el “Libro Electrónico”, pero no es lo mismo. La audiencia suele ser reducida y además el uso de medios audiovisuales actuales, léase “powerpoint” ayuda mucho al ponente aunque hay algunos que se limitan a leer lo que pone y la cosa queda bastante deslucida. Yo me dedico durante las exposiciones más a interactuar con el público, estudiando en la medida de lo posible su cara y sus gestos para detectar el grado de interés que suscita lo que estoy diciendo. A todo se aprende practicando, pero si la ansiedad de los días previos y del acto en si es nula o casi nula, miel sobre hojuelas.