En esta semana mi coche, un Citröen C4 HDI 110, ha cumplido doscientos mil kilómetros. No es el primero de los que he tenido a lo largo de mi vida que alcanza esa cantidad pero si es el que más años ha estado a mi servicio: ocho años y medio en estos momentos…y lo que le queda si no ocurre alguna avería o accidente que lo deje fuera de la circulación. El coche está bien, con los achaques típicos de su edad, pero todavía puede prestar un buen servicio con el mantenimiento correspondiente, que cada día que pasa va siendo más exigente. Y es que los tiempos no están para bromas y aunque proporcionalmente los coches están más baratos que nunca, hay que condurarlos todo lo que se pueda.
El coche es uno de esos logros individuales que hemos ido alcanzando y que nos ha permitido disfrutar de una libertad que nuestros antepasados tenían vedada. No es que no se viajara en la antigüedad, que se hacía, pero no tanto ni tan deprisa. Recuerdo con el primer coche que tuve, un Seat 127, con el que empecé a recorrer la geografía española, como se tardaba prácticamente un día en alcanzar la costa desde el centro de España. Ahora, en pocas horas podemos desplazarnos un montón de kilómetros por autopistas y autovías y en media jornada alcanzar cualquier punto de la costa desde el centro.
Muchas veces he oído que es más barato coger un taxi cada vez que necesitemos desplazarnos que utilizar un coche propio. Quizá sea cierto pero la independencia que te otorga el tener tu coche a tu disposición no admite posible comparación con el uso de un taxi o del servicio público. Mis correrías por Europa hace ya algunos añitos, en las que alcancé en mi coche ciudades como Atenas, Budapest, Portree o Bodo, entre otras, no hubieran sido posible a base de taxi, con independencia de su coste.
Desde que me compré este último coche tomé la resolución de ir anotando todos los pormenores crematísticos que tuvieran lugar. Una tarea ardua y mantenida que he ido realizando y que me ha llevado a disponer hoy en día de unos datos que en la mayoría de los casos es mejor no conocer. Hay un dicho que reza como «ojos que no ven, corazón que no siente» que es muy aplicable a este asunto que nos ocupa hoy. Es mejor no saber lo que nos cuesta nuestro coche porque lo vamos a seguir intentando mantener de todas formas. Y es que hay cosas, como algunos caprichos, en los que no hay que reparar en gastos porque no podemos valorar el placer que nos reportan con independencia de su coste.
El título de esta entrada responde a lo que realmente me ha costado cada kilómetro de esos doscientos mil recorridos, incluyendo todos los gastos habidos y que he ido registrando en setecientos catorce apuntes. Hay que tener en cuenta que muchos de ellos son variables y dependen de la suerte o de otros factores sobre los que tenemos poco o ningún control. Un ejemplo son las multas, que pueden ser cuantiosas. Hacía muchos años que no sufría una, pero hace poco me despisté en una carretera local abulense y ahí estaba el coche camuflado de la Guardia Civil que me registró a 71 km hora en un sitio en el que estaba permitido circular a 50 Km. Receta correspondiente de 150 euros, por buenas composturas y abono veloz, que pasa a engrosar los gastos provocados por el vehículo. Otros gastos detallados son los lavados, que han ascendido a poco más de ochenta euros, las averías, que se acercado a los quinientos euros o el más doloroso de todos, aparcamientos, O.R.A. y conceptos afines, como los peajes, que arrojan la significativa cifra de casi mil quinientos euros.
Como digo, es mejor no saber que cada kilómetro que recorro con mi coche me cuesta, en términos reales, casi veinticinco céntimos de euro por redondear. Cuando valoramos el coste de un viaje que proyectamos hacer, corremos el peligro de considerar solo el coste del combustible. Pongamos un ejemplo: en un viaje de 200 kilómetros, el coste del combustible, en mi coche, sería de 12,12 litros, unos 16,50 euros al precio actual, pero yo sé que realmente serían 50 euros según todo lo que estamos comentando. De 16,50 a 50 va un gran trecho. No solo es combustible. Aunque, insisto, es mejor no saberlo y no pensar en ello.