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domingo, 2 de febrero de 2014

TRILEROS



En lo que a mí respecta, la red social «twitter» es un punto de partida que aprecio mucho y a la que me dirijo varias veces al día como fuente de información primaria y base para otras búsquedas. Es evidente que hay que tener cuidado con lo que se lee allí, pues no está en ningún caso garantizada su veracidad, pero un adecuado filtro de las personas a las que sigues te garantiza un mínimo de coherencia en las informaciones. Ya se sabe que los «trinos» pueden tener una onda expansiva multiplicadora descomunal, con lo que en pocos segundos puedes estar al tanto de cualquier cosa que acontezca en el mundo.

Aficionado como soy a la fraseología, «twitter» es también una fuente inagotable de dichos: muchos usuarios diciendo muchas cosas arrojan una enorme cantidad de frases, comentarios o chascarrillos que son capaces de arrancarte una reflexión cuando no una sonora carcajada. Algunas de ellas las conservo porque me gusta releerlas de vez en cuando.
Durante la clase de esta semana sobre la Historia de los Derechos Humanos, me vino a la mente este «trino» que me parece magistral y que creo ya he comentado con anterioridad en el blog:
«Toda la vida mirando a nuestra espalda al sacar dinero del cajero para que no nos robasen, y resulta que había que mirar al frente».
El mensaje está emitido el 25 de marzo de 2013 por el usuario Otis B.Driftwood, @obdriftwood en su código de «twitter», que dice estar ubicado en las hermosas tierras alemanas de Bavaria y que su presentación en estos momentos reza así: «Por más que se empeñe, lo que usté llama cupcake sigue siendo una madalena», si bien este texto puede ser cambiado todas las veces que se quiera a gusto del usuario. Mi admiración a este «canario» por sus «trinos», entre los que se encuentra el seleccionado para esta entrada en el blog.

Pero yo no quiero referirme hoy a estos salteadores de traje y corbata que han resultado ser las empresas que gestionan nuestro peculio, parece que con mucho más ahínco en su beneficio que en el nuestro. Se me ocurre que la misma esencia del mensaje puede ser aplicada a nuestras instituciones públicas y quienes las dirigen, que se supone están, veinticuatro horas al día y trescientos sesenta y cinco días al año, trabajando en cuerpo y alma para velar por nuestros intereses y necesidades y tratando de hacer nuestra vida no digo fácil sino mínimamente llevadera.

Las revoluciones populares que tuvieron lugar en Inglaterra en el siglo XVII y posteriormente en Francia en el XVIII, entre otras, tuvieron como finalidad acabar con el poder absoluto de las monarquías, los reyes, y devolver la soberanía al pueblo para que este fuera capaz de tomar las riendas y dirigir sus destinos de una forma más justa y con una distribución de la riqueza consensuada y no concentrada en unas pocas personas.

Pero esto que suena muy bonito no es fácil de ser llevado a la práctica. En la antigua Grecia, cuando las ciudades eran autónomas, era posible casi escuchar a cada uno de los ciudadanos expresar sus opiniones en el ágora antes de tomar decisiones que afectaban a todos. ¿Nos imaginamos a los cerca de cincuenta millones de españoles expresando su opinión sobre algo? Me atrevo a aventurar que no existirían dos opiniones concordantes, menudos somos. Para soslayar estos inconvenientes, nos hemos dotado, vamos a suponer que hemos sido todos, de una Constitución que gobierna y ordena nuestras vidas, aunque cada vez son más las voces que están pidiendo a gritos una reforma y una adecuación a los tiempos. Ha quedado claro con el paso de los años que la «buena voluntad» de las personas es cosa del pasado y hay demasiados que se dedican a bordearla cuando no saltarsela a la torera. Y es que a esto se añade otro problema muy de españolitos: «las leyes no se cumplen», no siendo eso lo peor, sino que quienes las tienen que hacer cumplir no lo hacen, con lo cual el pasarse las normas, todas, por el arco del triunfo se ha convertido en «deporte nacional». Tras un tiempo de tiras y aflojas, se hacen nuevas leyes que tampoco se cumplen y así seguimos pasando el tiempo mientras la convivencia se deteriora y unos cuantos hacen su agosto mientras los demás asisten a todo un catálogo de desaguisados conocidos que seguramente serán solo la punta del iceberg de los que realmente existen.

El PODER tiene que estar LEGITIMADO. Lo es por TRADICIÓN familiar en el caso de las Monarquías, Por CARISMA personal en el caso de los dictadores y por CONSENTIMIENTO en el caso de los parlamentos. En este último caso, es fundamental establecer MECANISMOS DE CONTROL que garanticen «la buena marcha del negocio» e impidan el cometimiento de tropelías y actos indeseables. Hablamos de mecanismos como la DIVISIBILIDAD de funciones –legislativa, ejecutiva, judicial--, la REVOCABILIDAD de la concesión y la LIMITACIÓN que ponga toda acción bajo el control de un catálogo de DERECHOS FUNDAMENTALES de obligado cumplimiento y que en ningún caso pueden estar sujetos a discursión.

En nuestro País… ¿se dá la divisón efectiva entre las funciones ejecutiva, legislativa y judicial? Me temo que no en mi humilde opinión, o por lo menos no con toda la fineza y limpieza que debería darse: el ejecutivo legisla en el parlamento a golpe de Decreto-Ley amparado en su mayoría, ejecuta como mejor lo entiende y el legislativo calla y otorga. ¿Es posible revocar el consentimiento? Teóricamente sí, cada cuatro años y sujetos a unas leyes de control de los plebiscitos que son de aquella manera y que empiezan por que los votos de los ciudadanos tengan valor diferente según la circunscripción. Y, para finalizar, ¿tenemos un catálogo de Derechos Fundamentales? Bueno, algunos tenemos RECONOCIDOS, lo que no tiene nada que ver con tenerlos GARANTIZADOS. Y los reconocidos son conocidos o desconocidos, ignorados, según llueva o haga sol, o según el humor del político o del juez de turno y especialmente dependiendo de quién sea el sujeto: aquello de que todos somos iguales ante la ley no se lo cree ni el propio Juan Carlos aunque lo dijo en algun discurso. Y de ahí para abajo, no nos lo creemos nadie. Y si no que se lo digan, por hablar de uno de actualidad, al propio Elpidio José en sus escarceos con Miguelito que a buen seguro le apartarán no tardando mucho de su puesto de trabajo si el cielo no lo remedia con un milagro, que tendrá que ser muy gordo.

Nos quieren hacer creer que vivimos en un «Estado Constitucional» pero por el momento estamos lejos de ello. Como mucho estaríamos en un «Estado Legislativo de Derecho», pues nuestro Parlamento no tiene limitaciones, especialmente en su vertiente legislativa en la que a golpe de rodillo nos puede hacer tragar con ruedas de molino sin que podamos decir ni pío. Lo único que podemos hacer es pensarlo e ir a la farmacia a comprar vaselina para que duela menos. Como se decía en el «trino» con el que hemos comenzado esta entrada en el blog, nos tendríamos que aplicar la frase aquella que decía que «de mis amigos líbreme Dios que de mis enemigos ya me ocupo yo». Y nuestros amigos, me permito generalizar, no son los diputados que están sentados, cuando van, en los escaños del Parlamento. No digo con esto que sean enemigos pero más vale percibirlos como tales la mayoría de las veces a tenor de lo que estamos viendo y sufriendo en nuestras carnes y bolsillos.

De los trileros se ocupa la Guardia Civil. Pero, de los diputados, adláteres y similares… ¿quién se ocupa?